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Análisis del Comportamiento Verbal Articulatorio en Conversaciones Grupales Espontáneas. E. Barrull, 1992. (esteban@biopsychology.org)

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4. DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES


4.1 Reelaboración teórica
4.2 Consecuencias de nuestra conclusión
4.2.1 Diferenciales de comunicación
4.3 Resumen final

 

Los resultados experimentales obtenidos en nuestra investigación son claramente negativos con respecto a nuestra hipótesis principal. Estamos en condiciones de afirmar que no existe ningún tipo de orden cíclico o rítmico en el comportamiento verbal articulatorio producido en conversaciones espontáneas. En consecuencia, el comportamiento verbal articulatorio no se organiza mediante una secuencia de patrones internamente ordenados. Finalmente, esto es así hasta tal punto que, el comportamiento verbal articulatorio tiende, en su desarrollo temporal, al máximo desorden que le es posible.

Amén de la contradicción que esto supone para nuestro planteamiento teórico, se hace patente la falta de una interpretación alternativa satisfactoria. ¿Porqué el comportamiento articulatorio verbal adopta sistemáticamente una configuración temporal completamente aleatoria? Está claro que no estamos preparados intelectualmente para poder asignar esta propiedad aleatoria directamente a la elaboración del mensaje propiamente dicho. Es decir, que por este resultado no podemos concluir que la elaboración del mensaje sea un proceso estrictamente aleatorio.

Por otra parte, es interesante constatar que, aunque nuestras pruebas experimentales nos parecen indiscutibles en cuanto a sus resultados puramente empíricos, el hecho de que hayamos encontrado sistemáticamente una distribución exponencial negativa en el espectro (en concreto, la distribución de Boltzmann), se ve corroborado indirectamente por numerosos trabajos anteriores, relativos a la duración de los silencios y de las emisiones vocales.

Paradójicamente, Chapple (1940) presenta como modelo matemático, para describir la duración de las unidades de silencio y emisión, una combinación de dos funciones exponenciales negativas:

Como recordaremos, en las conversaciones privadas, la distribución espectral que encontramos se aleja de una única distribución de Boltzmann, y hemos visto como mediante la combinación (suma) de dos funciones de Boltzmann, podíamos describir estos espectros. Esencialmente, el resultado es el mismo que el propuesto por Chapple.

Otros trabajos experimentales coinciden en señalar que las duraciones de los silencios y las emisiones se distribuyen en el tiempo según una función exponencial negativa (Norwine y Murphy, 1938; Hargreaves, 1960).

Fig. 4.1 Distribución de la duración de las emisiones verbales según Norwine y Murphy (1938) (tomado de Hargreaves(1960))

En concreto, nuestros resultados empíricos (en conversaciones privadas) son muy parecidos a los encontrados por Norwine y Murphy (1938) con respecto a la duración temporal de las emisiones verbales. En la Fig. 4.1 se presenta la distribución temporal, obtenida por dichos autores, de las emisiones verbales, tanto en una escala lineal como logarítmica. Los datos corresponden a conversaciones telefónicas y, aunque no tenemos constancia de ello, creemos que estos resultados se han obtenido promediando un numeroso conjunto de ellas.

Si comparamos estas gráficas con las que nosotros hemos obtenido de las conversaciones privadas, y soslayando el hecho de que aquí se trata de distribuciones temporales y en nuestro caso se trata de distribuciones frecuenciales (pero en definitiva la frecuencia es la inversa temporal), los resultados coinciden sustancialmente.

En consecuencia, los resultados que hemos obtenido no pueden considerarse como un caso aislado completamente. Por muy convencido que uno pueda estar de sus resultados, el apoyo externo e independiente de otros investigadores, aunque sea indirecto, es necesario para asentar y dar seguridad a los mismos.

Como puede suponerse, estos resultados no han sido fáciles de aceptar, puesto que contradicen todas las expectativas que habíamos creado con respecto al fenómeno del comportamiento articulatorio verbal, y, además, no permiten una interpretación 'fácil' que no ponga en peligro nuestros presupuestos teóricos.

Estábamos convencidos de que debían existir patrones en los que se organizase el comportamiento verbal a nivel articulatorio. Simplemente porque era 'lógico' a la luz de nuestras suposiciones teóricas y de los múltiples ejemplos que nos da la naturaleza sobre los múltiples niveles de organización fenoménica.

Es más, estos resultados nos parecían completamente 'ilógicos' o sin sentido, y nuestra actitud de rechazo fue inicialmente muy alta. Pudimos corroborar, en nuestra propia experiencia, la gran influencia que ejercen las expectativas, los valores, la ideología, etc., en el trabajo científico.

En cuanto empezamos a aceptar los resultados experimentales, se nos planteó el reto intelectual de dar una explicación satisfactoria a los mismos. Por consiguiente, nos decidimos a realizar una profunda revisión de todo nuestro planteamiento, tanto teórico como metodológico, con el fin de encontrar una salida positiva y racional a unos resultados experimentales, que en su vertiente empírica no nos ofrecen ninguna duda.

Porque, si de una cosa estamos seguros ahora, es de la enorme estabilidad de los resultados. No sólo hemos analizado las conversaciones que han sido presentadas en este trabajo, sino que hemos realizado estas mismas pruebas sobre un número mucho mayor, y siempre hemos obtenido los mismos resultados. Ninguna excepción, ningún caso distinto, siempre la misma forma exponencial negativa en la distribución frecuencial media (siempre en el caso de conversaciones espontáneas).

Así pues, o bien habíamos cometido un error metodológico, o bien un error en el planteamiento teórico. En un principio, preferimos orientar nuestras pesquisas en intentar hallar un error de tipo metodológico, porque simplemente nos era más fácil asumir un error metodológico que uno teórico. Pero pronto se desvaneció esta posibilidad.

En primer lugar, no utilizamos ninguna metodología 'extraña' en el quehacer actual del trabajo de investigación científica. Es decir, utilizamos una metodología completamente 'standard' y extensamente documentada en nuestros días.

Desde el punto de vista metodológico nos limitamos simplemente a trasladar el foco de análisis rítmico, al fenómeno del comportamiento articulatorio verbal, pero la metodología es la misma que en cualquier otro ámbito de estudio de los fenómenos vibratorios o rítmicos. Tanto los procesos de conversión analógico/digital como los análisis espectrales a partir de las transformadas de Fourier son métodos básicos del trabajo científico actual.

En el propio campo de la fonética y la psicolingüística, existen ya numerosos antecedentes de investigaciones que utilizan básicamente los mismos procedimientos metodológicos que hemos utilizado nosotros.

En realidad, desde un punto de vista metodológico, hemos utilizado las mismas estrategias desarrolladas en el campo de la fonética. Lo que en fonética se trata de reconocer y estudiar son las secuencias de patrones llamados fonemas, mientras que nosotros hemos buscado secuencias de patrones articulatorios. Salvando las diferencias de orden técnico, la única diferencia estriba en la distinta calibración (en magnitud temporal) utilizada, en un mismo 'aparato'. Por consiguiente, en cuanto a la estrategia metodológica, no hemos podido encontrar resquicios de duda que nos permitieran dar cuenta de los 'anómalos' resultados experimentales.

Otra posibilidad a considerar, son los errores en los programas de calculo utilizados (ya que no hemos utilizado software comercial). Pero todos nuestros programas han sido testados reiteradamente con el fin de asegurarnos su completa fiabilidad.

Los programas de calculo espectral han sido testados satisfactoriamente, tanto con tests ajenos (Stearns y David, 1988), así como mediante el contraste con vibraciones generadas a partir de distribuciones espectrales conocidas.

Tampoco los inevitables errores empíricos debidos al muestreo, al redondeo, etc. pueden explicar unos resultados tan alejados de nuestras expectativas teóricas, ya que en todo caso, dichos errores son de una magnitud despreciable con respecto al volumen estadístico de datos, utilizado en nuestra investigación.

Por consiguiente, tuvimos que abandonar el punto de vista metodológico para dirigir nuestra atención hacia los planteamientos teóricos realizados. En este sentido, existían dos posibilidades: a) que alguno de nuestros supuestos fuera incorrecto o b) que existieran uno o más supuestos, no considerados en nuestro planteamiento inicial, que, al ser considerados junto con los anteriores, fuesen capaces de dar una explicación satisfactoria de los resultados obtenidos.

En cuanto a la primera posibilidad, ya desde un principio tuvimos que descartarla debido al carácter fundamental de los supuestos utilizados. Por más que intentábamos socavar dichos principios, siempre llegábamos a una misma sensación de 'absurdo'. No es que consideremos que dichos principios no puedan rebatirse en un futuro, pero, en el estado actual de las disciplinas sociales, es más que prematuro dicho intento.

Hoy por hoy, es impensable plantear serias dudas al principio del isomorfismo (paralelismo) psicofísico, puesto que de ser así, tambalearía todo el sistema teórico de las ciencias sociales. La superación de la dualidad mente-cuerpo ha sido un logro muy importante de la psicología moderna, y constituye quizás, el principio más aceptado, ya no sólo por la propia comunidad de científicos sociales, sino por toda la comunidad científica en general.

Lo mismo podemos decir del principio de la 'forma' o gestalt, sobre todo, cuando existen tantas evidencias experimentales de su idoneidad. Tenemos demasiadas evidencias experimentales y no-experimentales de la clara tendencia que manifiestan nuestros procesos perceptivos hacia la organización, tanto espacial como temporal, así como de una multitud de comportamientos observables.

Por último, en cuanto a la naturaleza ordenada y estructurada de nuestra experiencia (subjetiva) de lo simbólico, no encontraríamos ninguna referencia teórica que lo negase. Negar la percepción de estructura al contenido simbólico transmitido verbalmente, sería equivalente a negar la racionalidad del ser humano.

En definitiva, dichos principios constituyen, entre otros, la médula central de toda la psicología actual. En este sentido, si bien es cierto que en la psicología actual conviven diversas tendencias teóricas, no es menos cierto que existen un conjunto de principios básicos que son aceptados por toda la comunidad científica, aunque estos sean utilizados de forma más o menos explícita.

Además, una sola prueba experimental no puede hacer 'caer' un sistema teórico. Sólo cuando existen suficientes y diversas evidencias experimentales que agoten un determinado paradigma, es posible plantear una alternativa.

Así pues, sólo nos quedaba una posibilidad: encontrar uno o más supuestos teóricos, que, añadidos (ad hoc) a los iniciales, permitiesen derivar los resultados empíricos obtenidos en la investigación.

Ello significa que debe existir alguna propiedad o característica y específica del comportamiento verbal articulatorio que, o bien hemos pasado por alto, o bien es hasta la fecha desconocida, y que, siendo compatible con los principios teóricos, resuelve nuestro problema explicativo.

Una serie de reflexiones sobre el significado de estos resultados nos condujeron a la posible solución del problema. Empezamos por reflexionar entorno a la idea de que, en contra de la creencia popular, no existen marcas individuales en cuanto al comportamiento verbal articulatorio, es decir, no existen patrones identificables al nivel articulatorio. En general, suele decirse y creerse que cada uno de nosotros tenemos un modo particular de hablar (articular), una cadencia, un ritmo, etc.

Entonces, si esto no es así, tal y como se demuestra en nuestra investigación, el reconocimiento del interlocutor mediante sus características acústicas se realiza fundamentalmente por los aspectos tonales de su voz (es decir, a nivel fonético: tono, timbre, etc.), y probablemente, por el tipo de contenidos emitidos y su forma de estructuración sintáctica, etc. (es decir, a nivel simbólico).

En este sentido, podemos encontrar ejemplos cotidianos que corroboran esta posibilidad. Así, cuando hablamos por teléfono, en muchas ocasiones no reconocemos inicialmente a nuestro interlocutor debido a la distorsión del timbre de voz que se produce en la transmisión telefónica. Otro ejemplo muy claro, de este fenómeno, es cuando realizamos una grabación de nuestra propia voz y luego la reproducimos en un aparato de audio. Frecuentemente, experimentamos una gran sorpresa al no reconocernos a nosotros mismos, en lo que escuchamos, aunque luego nos reconocemos por el contenido léxico de la grabación, y el contexto de la propia situación. Simplemente se ha producido una distorsión del timbre de voz, mientras que, paradójicamente, la cadencia articulatoria se mantiene inalterable.

Por consiguiente, si tenemos que dar crédito a la creencia popular, cuando nos referimos al 'modo' de hablar de tal o cual persona, no nos estamos refiriendo a una propiedad organizada del hecho físico del habla en si, sino quizás a la elaboración que nosotros mismos realizamos en la percepción de dicho comportamiento verbal.

Extendiendo esta idea, cuando escuchamos una conversación realizada en un idioma que desconocemos completamente, en realidad no percibimos ninguna organización en el comportamiento verbal articulatorio.

Si uno hace la prueba de escuchar durante un tiempo suficiente una conversación hecha en un idioma que desconozca por completo, sólo podrá reconocer, como propiedades salientes, las peculiaridades fonéticas del idioma y el cambio de interlocutor (cambio en los aspectos tonales de la voz). El resto le parecerá un completo desorden, hasta el punto de que, de no existir otras motivaciones, la escucha prolongada se convertirá en desagradable, exactamente igual que si estuviese escuchando ruido.

Por otra parte, de la reiterada visualización que realizábamos de las señales articulatorias, fue emergiendo la sensación de que, si esta señal significa algo, desde el punto de vista psicológico, esto parece mantenerse perfectamente oculto.

Ahondando en estas ideas, se nos ocurrió la posibilidad de que, en el comportamiento verbal articulatorio, actuase algún tipo de código 'secreto', es decir, que la información se ocultase en una clave, sólo conocida para determinadas personas, de tal modo que la observación por parte de personas ajenas fuese ininteligible.

Aunque de ningún modo esta idea pueda considerarse como un argumento serio, e incluso lógico, lo cierto es que nos guió hasta la solución final del problema. Fue así como dimos con el resultado posiblemente más relevante de nuestra investigación.

Nuestra investigación se encaminó hacia la teoría de la codificación (Shannon), y finalmente encontramos el punto de apoyo que necesitábamos para poder explicar la discrepancia experimental.

En concreto, podemos dar una explicación satisfactoria y coherente con nuestros planteamientos iniciales a partir del teorema fundamental de la teoría de la codificación.

Shannon (1949) expresa el llamado "Teorema fundamental para un canal sin ruido" del siguiente modo:

"Teorema 9: Sea una fuente de entropía H (bits por símbolo) y un canal de capacidad C (bits por segundo). Entonces es posible codificar la salida de la fuente de tal modo que se transmita a una velocidad media de C/H - e símbolos por segundo sobre el canal, donde e es arbitrariamente pequeño. Además no es posible transmitir a una velocidad media superior a C/H." (p. 74).

Este teorema impone un límite máximo en la velocidad de transmisión de información sobre cualquier canal y que viene dado por C/H. Para conseguir este máximo, "el transductor que hace la codificación debería adaptar la fuente al canal en un sentido estadístico. La fuente, vista desde el canal a través del transductor, debería tener la misma estructura estadística que la fuente que maximizaría la entropía del canal."(1) (p. 77). Es decir, que el codificador debería tener como salida una señal, cuyas características estadísticas se aproximaran a la máxima entropía del canal.

"La relación entre la velocidad real de transmisión y la capacidad C puede llamarse la eficiencia o rendimiento del sistema de codificación. También es igual en efecto a la relación entre la entropía real de los símbolos del canal y la máxima entropía posible" (p. 77). En definitiva, el teorema permite afirmar que, el mejor codificador (el óptimo, el más eficiente, etc.), es aquel que iguala la entropía real de la señal que se transmite por el canal, con la máxima entropía posible del canal, es decir, la eficiencia de un código viene dada por la relación existente entre la entropía de la señal y la máxima del canal, siendo máxima la eficiencia cuando estas entropías se igualan.

Resumiendo, si al observar la señal procedente de una fuente de información, a su paso por el canal, nos encontramos con que esta presenta sistemáticamente una distribución estadística igual (o casi igual) a la máxima entropía que permite el canal, entonces podemos afirmar que dicha señal ha sido originada por un sistema de codificación óptimo o eficiente.

Pero resulta que nuestra investigación nos ha demostrado que el comportamiento verbal articulatorio es siempre una señal cuya entropía tiende a ser la máxima posible. Como recordaremos, no sólo hemos encontrado una ausencia total de patrones en la articulación verbal, sino que hemos obtenido que la distribución espectral correspondía a la distribución de máxima entropía (distribución de Boltzmann).

Ciertamente, esta coincidencia no parece del todo casual, teniendo en cuenta, además, que el comportamiento verbal es básicamente un sistema de comunicación (transmisión de información), por lo que la aplicación de la teoría de la codificación no es en absoluto un recurso ajeno a dicho fenómeno.

Así, lo que hasta ahora era puro desconcierto, se transforma asombrosamente en claridad. La solución parece más simple de lo que suponíamos y reside en aceptar o concluir que:

la señal de articulación verbal, en conversaciones espontáneas, es una señal producida por un sistema de codificación óptimo.

 

4.1 Reelaboración teórica

Queremos discutir en qué medida esta afirmación, es compatible con los planteamientos teóricos que han constituido el origen de nuestra investigación, y nos permite una reformulación del fenómeno articulatorio en coherencia con nuestros resultados experimentales.

Creemos que el núcleo de nuestro error de planteamiento, y en general, de todos los planteamientos similares que hemos visto en las investigaciones antecedentes revisadas, ha sido suponer que, el orden producido en los procesos fisiológicos, directamente relacionados con la elaboración del mensaje (aplicando el principio del isomorfismo psicofísico), se traslada, sin interferencias significativas, a los procesos fisiológicos periféricos.

Es decir, podemos aceptar nuestro planteamiento teórico anterior excepto en este punto. Esta investigación nos ha enseñado que, suponiendo que sea válido el principio del isomorfismo psicofísico (y no tenemos razones para negarlo), las salidas periféricas observables no tienen porque mostrar necesariamente, las propiedades organizadas de los procesos fisiológicos centrales que las han originado. Pueden existir fases intermedias, en la cadena de eventos neurológicos, que alteren, por diversas razones, dichas propiedades en las salidas periféricas.

En nuestro caso, entre la elaboración del mensaje y su transmisión verbal acústica, existe un proceso intermedio de codificación articulatoria que, por su carácter óptimo, genera una señal articulatoria (periférica) completamente y sistemáticamente desordenada.

Lo que nos permite mantener la validez del isomorfismo psicofísico es nuestro conocimiento de que los procesos de codificación son siempre procesos intermedios, es decir, que todo codificador necesita una 'entrada' para poder generar una 'salida'. Por consiguiente, nada nos impide suponer que los procesos fisiológicos centrales que originan el mensaje, carezcan de estructura ordenada, en concordancia de lo que resulta de nuestra experiencia subjetiva de los mismos.

No obstante, tenemos que señalar que, aunque conocíamos que todo proceso de comunicación necesita de sus respectivos codificadores y decodificadores, lo que no atinábamos a ver era que estos procesos pudieran alterar las propiedades estructurales del mensaje, en la señal transmitida.

También podemos comprender como la experiencia popular induce a error, al atribuir orden a la señal verbal articulatoria. Cuando percibimos un comportamiento verbal que se ejecuta en un idioma conocido (lo cual es lo normal), no podemos percibir la señal acústica separadamente del significado o mensaje que transmite. Nuestro sistema perceptivo pone en marcha automáticamente y primordialmente el sistema decodificador, de tal modo que lo que percibimos es la reconstrucción que dicho decodificador realiza. Por consiguiente, el orden que percibimos, lo atribuimos a la señal acústica y no al mensaje (recuperado por el decodificador). También podemos comprender que, cuando escuchamos un comportamiento verbal en una lengua desconocida, no reconozcamos estos ordenes atribuidos generalmente a los modos de hablar. Ocurre simplemente que nuestro decodificador se inhibe ante la falta de claves para actuar, con lo que queda al descubierto la propia señal vocal.

Por último, nuestro resultado nos permite conciliar los dos puntos de vista, aparentemente antagónicos, que han orientado la investigación sobre los ritmos cognitivos.

Por una parte, hemos visto como, fundamentalmente, puede aceptarse el planteamiento teórico de la existencia de un proceso organizado de elaboración del mensaje verbal. Pero hemos visto igualmente como dicho planteamiento es coherente con el hecho de que la señal acústica muestre ausencia de patrones ordenados (más allá del fonema).

El hecho empírico de que el comportamiento articulatorio presente el máximo desorden posible no implica que el origen de dicho comportamiento sea igualmente aleatorio. Es justo al revés, ya que el carácter desordenado (aleatorio) de la señal verbal, es producto de elaborados procedimientos de decisión, en el seno del sistema codificador articulatorio, con la finalidad de 'empaquetar' el mensaje para que pueda ser transmitido con la mayor eficacia.

La existencia de fases de vacilación/fluidez es un hecho comprobado, al menos en circunstancias favorables o normales (en las conversaciones radiofónicas que hemos analizado estas fases no se dan, mientras que en las conversaciones privadas si), pero dichas fases en ningún modo tienen porque ser periódicas en el tiempo.

En las conversaciones privadas, hemos encontrado una distribución de Boltzmann tanto para la banda articulatoria como para la banda de silencio-emisión.

La única prueba experimental de que dichas fases son periódicas es aportada por Warner (1979, 1987). Pero si recordamos los resultados de dichas investigaciones, todas las frecuencias de dichos períodos correspondían a las frecuencias bajas del espectro. Si observamos detenidamente la ?, no nos resulta difícil intuir que todos los espectros se aproximan a la función exponencial negativa que nosotros hemos encontrado.

¿Porqué no encuentra una exponencial negativa neta como nosotros? La razón estriba en que, de cada conversación, calcula un sólo espectro (sobre el período total), y dado que la fiabilidad estadística de una sola estimación espectral es muy baja (la varianza es del orden del valor de la media), es necesario, o bien promediar varias estimaciones espectrales (como hacemos nosotros) o proceder al promedio de los valores adyacentes (alisado) en el único espectro disponible(2).

Si alisamos los espectros aportados por Warner, comprobamos como se acercan claramente a una forma exponencial negativa, exactamente igual a las que hemos encontrados nosotros.

Por otra parte, Warner supone que la máxima entropía viene dada por el espectro plano (distribución uniforme) pero, como ya hemos comentado en el capítulo metodológico, esta suposición no es correcta para distribuciones espectrales de fenómenos reales, y menos en el comportamiento verbal. Entonces, como que observa una clara diferencia entre los espectros obtenidos y el espectro que considera de máxima entropía, la autora deduce lógicamente la existencia de un cierto orden en la señal verbal.

Tenemos pues, razones para pensar que las conclusiones de Warner son en cierto modo precipitadas, sobre todo teniendo en cuenta que no disponía de los medios técnicos que nosotros hemos utilizado.

Ahora bien, la hipótesis sobre las dos fases en el comportamiento verbal queda aún más apoyada con nuestros resultados. Una fase de elaboración, asociada a la vacilación verbal, seguida de una fase de transmisión, asociada a la fluidez verbal, son más evidentes, si tenemos en cuenta que, cuanto más eficiente es un código, más tiempo utiliza para realizar su trabajo: "la codificación ideal o casi ideal requiere un largo retardo en el transmisor y receptor" (Shannon, 1949, p. 77).

Por consiguiente, con más razón podemos sostener que las fases de vacilación constituyen estos "largos retardos" necesarios para el codificador óptimo de articulación. Sólo tenemos que hacer una salvedad: dicho letargo parece que no se debe tanto a la elección de las palabras como a la elección del modo de articular estas palabras.

Así pues, concluimos que el comportamiento verbal no sólo involucra un canal y un sistema de codificación/decodificación léxico, es decir, el sistema por el cual se eligen las secuencias de palabras, sino que además, y sin excluir a otros canales, involucra un canal y un sistema de codificación/decodificación articulatorio óptimo, mediante el cual, se elige el modo con que dichas palabras serán articuladas (emitidas acústicamente).

 

4.2 Consecuencias de nuestra conclusión

Esta conclusión nos parece importante en la medida en que permite derivar tanto propiedades conocidas del comportamiento verbal como nuevas propiedades que deberán ser estudiadas con detenimiento más adelante.

En primer lugar, aceptar la existencia de un código articulatorio implica que necesariamente se transmite información a través de la articulación verbal, puesto que esta es la función inherente a todo código (sino, ¿que razón de ser tendría este código?). Aunque esta derivación parece trivial y aceptada generalmente, creemos que, en nuestro contexto, se deriva de unos sólidos argumentos empíricos y teóricos, íntimamente unidos y de carácter exclusivamente objetivo. Las evidencias experimentales de este hecho siempre han sido más o menos indirectas y todas ellas apoyadas en medidas que involucran el juicio subjetivo de los participantes, además de las dificultades para aislar experimentalmente el canal articulatorio.

El paradigma fundamental de dichas investigaciones consiste en enmascarar el código léxico ('borrar' el contenido semántico del discurso) y someter a la valoración emocional de los sujetos experimentales (jueces), el resultado de dicho enmascaramiento. En general, se obtiene el resultado de una alta estabilidad en la valoración emocional por parte de los distintos sujetos, lo que conlleva concluir que existe en realidad una información emocional asociada al comportamiento articulatorio verbal, aunque por el momento no se vislumbre la forma de concretar el contenido de dicha información. (Scherer et al., 1985; Scherer, 1986, 1988)

En general, todas las investigaciones concuerdan con el hecho de que el modo con que se articula el discurso transmite claramente una información de carácter emocional.

Pero, además de existir un código articulatorio, éste es óptimo, lo que equivale a decir que realiza la transmisión del mensaje a la mayor velocidad posible, o de otro modo, que transmite la mayor cantidad de información posible. En consecuencia, parece que la función de dicho código no sea irrelevante ni secundaria en el proceso interactivo de la comunicación. Si el código no fuese óptimo, podríamos pensar en un papel de mero comparsa con respecto del que seria, a priori, el código principal, es decir, el código léxico. Pero este no es el caso.

Avanzando ideas que necesitan de su oportuna investigación, podríamos plantear serias dudas sobre el carácter principal del código léxico en los procesos de comunicación verbal. Como ya mostró Shannon, el código léxico no es un código óptimo, ya que tiene una alta tasa de redundancia (entorno al 50% aproximadamente), y por consiguiente, es menos eficaz que el código articulatorio.

Por consiguiente, podríamos aventurar la posibilidad de que, en los procesos de comunicación verbal, el canal crucial en la transmisión de la información sea el código articulatorio y no el código léxico. En términos populares, es más importante el cómo se dice, que el qué se dice. Por consiguiente, lo que hasta ahora era una mera intuición, hoy tenemos argumentos apoyados empíricamente para pensar en la posible validez de esta idea.

También, en las investigaciones antes reseñadas sobre la capacidad emocional del comportamiento articulatorio, se intenta evaluar su importancia con respecto a otros canales, como el léxico, y el visual. Aunque los resultados no son unánimes, en varias investigaciones se observa la superioridad del canal articulatorio sobre el canal léxico.

Es interesante señalar igualmente, la anticipación teórica de Bernstein (1966) al formular su hipótesis de los códigos elaborados y restringidos. Después de señalar que, en su trabajo, "el canal verbal se refiere únicamente a la transmisión de palabras" (p. 50), es decir, lo que nosotros llamamos 'canal léxico', presenta lo que considera la forma de transmisión de información en los códigos restringidos. En estos, "la redundancia de los mensajes transmitidos por canales extraverbales es considerablemente menor, en tanto que los mensajes transmitidos por el canal verbal presentan máxima redundancia" (p. 51).

Si tenemos en cuenta que la redundancia es la inversa de la entropía, Bernstein plantea que, en los códigos restringidos, la entropía de los canales extraverbales (no-léxicos) es considerablemente mayor que la entropía del canal léxico. Y discute un ejemplo que ilustra su idea:

"Consideremos el caso de una madre que le cuenta a su hijo cuentos que ambos saben de memoria: '-Y Caperucita Roja entró en el bosque' (pausa ritualista). '¿Y entonces qué pasó?' (pregunta ritualista). Aquí hay otra relación social que limita las opciones disponibles para que los beneficiarios de los status transmitan diferencias, o su intención particular. Si la madre desea transmitir su experiencia particular o su originalidad, no puede hacerlo variando las selecciones verbales. Sólo puede hacerlo variando los mensajes transmitidos por los canales extraverbales, mediante cambios en la tensión muscular si tiene al niño en brazos, mediante cambios en los visajes, en el gesto o en la entonación." (p. 50).

Con lo que llega a la conclusión de que "Los aspectos interpersonales de esta relación social se regirán por la codificación y decodificación de los mensajes que pasan por los canales extraverbales. ..., y es probable que estos canales lleguen a ser objeto de especial actividad perceptiva." (p. 52)

Aunque Bernstein circunscribe esta propiedad a lo que él llama códigos restringidos, se hace evidente la similitud con nuestras conclusiones principales. Bernstein intuye la existencia de canales extraverbales muy importantes en la transmisión de información, aunque, en realidad, también comete el mismo error de suponer que las propiedades del mensaje se transmiten sin interferencias a las salidas periféricas.

Con respecto a los procesos de la interacción verbal en el grupo, hemos visto como nuestra conclusión refuerza aún más la hipótesis de la función planificadora de los silencios. Es decir, las fases de vacilación se producen debido a las necesidades de codificación del mensaje a transmitir. En consecuencia, cuanta mayor sea la información que se transmite, mayor deben ser las duraciones de los silencios que se produzcan previamente a su emisión.

En este sentido, las diferencias obtenidas en el espectro medio, entre las conversaciones radiofónicas y las privadas, pueden interpretarse en términos de la cantidad de información transmitida. En mayoría de las primeras se observa la ausencia de fases de vacilación, por lo que podemos suponer que la información que se transmite es baja, mientras que en las privadas es al revés.

¿Pero qué clase de información? Si nos referimos a la información léxica, parece difícil aceptar esta hipótesis, puesto que una conversación radiofónica no suele ser trivial, en cuanto a su contenido léxico. Intervienen especialistas o personajes destacados en ámbitos particulares de la actividad humana, por lo que resulta difícil aceptar que no transmiten información léxica. Por contra, una conversación privada puede tener un contenido léxico trivial.

Ahora bien, si consideramos la posible importancia de la información transmitida por canales no-léxicos (por ejemplo, el articulatorio), con contenidos de orden emocional, actitudinal, etc., la hipótesis parece más plausible.

En las conversaciones radiofónicas, parece poco probable que los participantes transmitan información emocional significativa puesto que el contexto en el que se realizan no favorece a ello. Se trata, más bien, de transmitir información racional de un modo lo más impersonal y aséptico posible. Los roles sociales adquieren su máxima saliencia en detrimento de los niveles mas personificados. Así, es posible pensar que la información total transmitida sea menor en las conversaciones radiofónicas que en las privadas.

Este aspecto puede resultar de mucha importancia en el campo de la investigación grupal, tanto en contextos de laboratorio, como en el campo aplicado (terapia, grupos de trabajo, etc.). Las diferencias observadas en los espectros medios de las conversaciones privadas y publicas demuestran un alto índice de estabilidad y sistematicidad, por lo que pueden tomarse como indicadores fiables de la dinámica de interacción verbal producida en el seno del grupo.

Partiendo de la base de que la cantidad de información transmitida es inversamente proporcional a la frecuencia media espectral, puesto que esta disminuye a medida que aumentan los silencios, no seria de extrañar que la evolución de un grupo hacia su cohesión fuera pareja a una paulatina disminución de la frecuencia media observada en sus sucesivas interacciones (a una mayor cantidad de información transmitida en su seno), y viceversa.

Este punto de vista contradice la opinión que tiende a asociar directamente una mayor productividad grupal con una mayor productividad verbal. Como hemos visto, en realidad ocurre todo lo contrario. Si el grupo no está sometido a condicionamientos externos en su dinámica (ritos, jerarquías, etc.), su productividad será proporcional a la cantidad de información que se transmita en su interacción, y en consecuencia, a la cantidad y duración de los silencios que se produzcan.

Este fenómeno puede observarse muy claramente en contextos terapéuticos. El inicio de un proceso terapéutico normal va asociado a un alto volumen de comportamiento verbal de emisión. Sólo a medida que dicho proceso va afianzándose, empiezan a aparecer las pausas, que poco a poco van aumentando. En procesos muy avanzados, los silencios consumen la mayor parte del tiempo terapéutico.

Creemos, pues, que el tipo de análisis que hemos desarrollado en esta investigación constituye un buen punto de partida para la obtención de información objetiva de la dinámica de interacción verbal de un grupo.

 

4.2.1 Diferenciales de comunicación

Por último, y por lo que se refiere a las derivaciones de nuestra conclusión principal, queremos exponer lo que, a nuestro entender, es la consecuencia más interesante de nuestro resultado, aplicada directamente a los procesos de interacción social.

El hecho de que el código articulatorio sea óptimo tiene otra significación muy destacada, además de asignar un peso significativo a la articulación, en la transmisión de la información verbal total.

Si recurrimos a la teoría de la codificación y estudiamos como se construyen los códigos óptimos, vemos que, en cualquier caso y con independencia de la técnica utilizada, un código óptimo sólo puede construirse si se conoce la distribución de probabilidades del conjunto de mensajes del emisor. En otras palabras, un código óptimo es siempre un código hecho a medida del emisor, un código que se ha adaptado al conjunto específico y concreto de mensajes que suele emitir el emisor.

En general, un código óptimo se adapta a la fuente de forma que, cuanto mayor es la probabilidad de un determinado mensaje, menor sea el número de símbolos (y tiempo) necesarios para transmitirlo, y viceversa. Es decir, se optimiza el 'consumo' necesario en función de las diferentes probabilidades de cada uno de los mensajes. Los mensajes con mucha probabilidad consumen poco y los mensajes con poca probabilidad consumen mucho.

Entonces, si aceptamos la individualidad, por lo que se refiere a los mensajes transmitidos verbalmente, ello equivale a admitir que la distribución de probabilidades, sobre el conjunto de mensajes, es distinta (individual) para cada persona, de lo que se deduce que el código articulatorio necesariamente debe ser distinto para cada sujeto, puesto que se trata de un código óptimo (dependiente de las probabilidades particulares de cada emisor).

Creemos que la suposición de la individualidad en los mensajes emitidos verbalmente está implícitamente aceptada. Aún suponiendo que el universo de mensajes (a nivel simbólico) sea común para toda la especie humana, podemos admitir sin dificultades que, para cada sujeto y para un tiempo dado, la distribución de probabilidades sobre este universo es distinta.

Por consiguiente, si las distribuciones de probabilidad de los mensajes, son distintas para cada individuo, e incluso distintas para un mismo individuo a lo largo del tiempo, y si los códigos óptimos dependen directamente del sistema de probabilidades asociado al conjunto de mensajes, entonces podemos deducir que los códigos articulatorios son códigos no-compartidos, al contrario de lo que sucede con los códigos léxicos, que si son compartidos para una misma comunidad lingüística, y que, por esta razón, no son óptimos.

Dicho de otro modo, un código óptimo puede ser compartido (con éxito) por dos o más fuentes emisoras/receptoras, sólo en la medida de que las probabilidades de los mensajes de cada fuente coincidan entre si.

Por contra, un código no-óptimo puede construirse de forma independiente de las probabilidades de emisión de cada fuente, con lo que puede ser compartido entre fuentes con probabilidades de emisión de mensajes completamente distintas, como tal es el caso del código léxico.

Desde esta perspectiva, podemos comprender el porqué el código léxico es un código no-óptimo (redundancia superior al 50%). Se trata fundamentalmente de un código compartido socialmente, por fuentes (sujetos) con distribuciones de probabilidad de mensajes diferentes.

La consecuencia de estos hechos puede ser relevante para una mejor comprensión de los procesos de comunicación verbal. Si transmitimos información significativa a través del canal articulatorio (emocional o de otro tipo), pero nuestro sistema de codificación de dicha información no es compartido por ninguna otra persona, entonces, necesariamente se producen errores importantes en la decodificación que nuestro interlocutor trate de hacer de nuestro mensaje (a nivel articulatorio).

En la teoría de la comunicación, es fundamental el concepto de la transmisión correcta de la información. De poco sirve emitir mucha información, si esta no puede ser correctamente restaurada (decodificada) en el receptor (en este caso, podemos hablar de emisión, pero no de transmisión). A parte de los errores producidos por las diversas fuentes de ruido que intervienen en toda transmisión, es fundamental que los sistemas de codificación y decodificación coincidan en el emisor y el receptor, para que se produzca el hecho comunicativo.

Pues bien, si nuestra argumentación es correcta, hemos de admitir que una parte, quizás fundamental, del mensaje que se transmite verbalmente, normalmente no puede ser restaurada de forma correcta por el receptor, puesto que los códigos del canal articulatorio no son compartidos.

Así pues, este resultado nos permite plantear la existencia de una barrera de comunicación. Una barrera que dificulta la transmisión de los mensajes entre los interlocutores de toda interacción verbal.

A nuestro entender, este resultado racional no es ajeno a nuestra experiencia personal e incluso profesional y cultural. Los problemas de incomunicación humana adquieren una relevancia evidente en todos los ámbitos sociales. Cuantas veces hemos podido observar que, a pesar de mediar una buena dosis de interacción verbal entre los interlocutores, la comunicación no se ha establecido correctamente.

El concepto popular de 'dialogo de sordos' es muy apropiado para describir este fenómeno de barrera. Por una parte se trata de un 'dialogo' es decir, se trata de emisiones verbales entre sujetos, pero por otra, se trata de 'sordos', es decir, de receptores (decodificadores) que no 'escuchan' (que no reconstruyen correctamente) el mensaje recibido.

Lo importante, desde este punto de vista, es que este proceso pasa a ser un fenómeno natural, intrínseco al propio sistema de códigos verbales, y en concreto, inherente a la naturaleza del código articulatorio. Para este canal, lo natural es la incomunicación y lo que debemos explicar entonces, es en que condiciones se produce la comunicación(3). Siempre se ha visto la incomunicación como un proceso de distorsión o patológico, un proceso desviado que debía ser explicado, cuando la comunicación era lo natural, lo lógico.

La importancia de este cambio de perspectiva puede apreciarse en las consecuencias teóricas que tiene, por ejemplo, en la concepción del fenómeno grupal. ¿Como puede entenderse la existencia de grupos desde la perspectiva de sistemas de comunicación lingüísticamente compartidos?

Una comunidad lingüística puede alcanzar una población enorme, dentro de la cual, se crean múltiples grupos. Las pequeñas diferencias de orden léxico no parece que puedan dar cuenta de los grupos originados en la población. Evidentemente, podemos apelar a otras dimensiones (no lingüísticas) para dar cuenta de estos grupos (objetivos, necesidades, categorización social, etc.), pero, por lo que respecta al proceso de comunicación verbal (léxica), no parece que este pueda jugar un papel decisivo.

Pero, ¿que ocurre si admitimos la existencia de una barrera en el proceso de comunicación? Supongamos inicialmente que dos sujetos A y B, que pertenecen a una misma población lingüística, nunca han interactuado entre si. Es de suponer que, si por cualquier motivo (pongamos por azar) entran en interacción, su nivel de comunicación (articulatoria) será escaso.

Si la interacción entre A y B se hace frecuente, puede producirse un paulatino conocimiento de sus respectivos códigos, además de la posible aproximación en sus respectivas distribuciones de probabilidad de los mensajes. El proceso de ensayo y error es aquí más evidente, en cuanto que se trata de minimizar los errores producidos en la transmisión de la información. En consecuencia, podemos suponer que la intensidad de dicha barrera puede disminuir a través de la interacción.

Ahora bien, la barrera existente entre A y B, y un tercer sujeto C, con el cual mantengan una interacción social de menor intensidad, será mayor que la existente entre ellos, por lo que se producirá un diferencial de comunicabilidad entre estos dos (A y B) y el tercero (C). En una forma muy esquemática hemos obtenido un grupo a partir del fenómeno de la barrera de comunicación.

Desde esta perspectiva, el espacio intra-grupal es un espacio que mantiene para sus miembros, un diferencial de comunicabilidad con respecto al espacio extra-grupal. La posibilidad de recibir mensajes correctos (positivos o negativos), y por consiguiente, de recibir información, dentro del grupo es mucho mayor que fuera de él. Este diferencial puede ser una variable que ayude a la explicación de la dinámica grupal.

De todas formas, tenemos la impresión de que por mucho que aumente la interacción, nunca se alcanza el estado de transparencia informativa en el seno de un grupo. Es decir, probablemente exista un nivel de aislamiento (informativo) individual infranqueable(4).

La idea fundamental, con respecto al fenómeno grupal, es que para poder explicar cualquier fenómeno de agregación o agrupamiento, es necesario apelar a alguna 'fuerza' (de atracción y/o repulsión), y la existencia de una fuerza siempre origina la creación de un campo dinámico (Lewin).

Con una concepción de la comunicación verbal basada primordialmente en el canal léxico, no se puede pretender crear un campo de fuerzas, puesto que se asume que el código léxico es compartido (igualmente) por toda una comunidad, es decir, su 'potencial' se distribuye uniformemente (por igual) en todo el campo, con lo que no puede crear una dinámica de agrupamiento. Es decir, no se producen diferenciales en cuanto a la distribución del campo.

Supongamos que la información sea la 'fuerza', es decir, que los organismos vivos (con capacidad perceptiva) somos atraídos por las fuentes de información. Si el código mediante el que se codifica dicha información es compartido por todos los miembros de una población, todos se sentirán atraídos por igual entre si (aquí sólo consideramos el hecho de la posibilidad de transmitir información).

Pero si el potencial de transmitir información depende de algún factor dinámico (por ejemplo de la medida en que se comparta el código articulatorio), entonces no todos se sentirán igualmente atraídos entre sí. Si este factor es dinámico (varia en el tiempo), entonces ya tenemos una lógica para una dinámica de agrupamiento social.

Este planteamiento, a parte de ser especulativo, está reducido exclusivamente al proceso de comunicación en un solo canal y no puede entenderse como explicativo, por si mismo, de un fenómeno tan complejo como el de la dinámica grupal. Se trata de una reducción consciente con el fin de poner de manifiesto cual es la posible lógica que nosotros entrevemos del proceso grupal, sugerida por nuestras conclusiones respecto al comportamiento articulatorio.

 

4.3 Resumen final

Para finalizar, damos un resumen de las principales conclusiones a que hemos llegado en esta investigación. Como hemos visto, unas son de carácter estrictamente experimental, otras son de carácter teórico, pero apoyadas directamente en lo experimental y finalmente otras son más especulativas.

1) La señal del comportamiento verbal articulatorio, en conversaciones espontáneas, no se estructura mediante una serie de patrones organizados. Ello no es óbice para que, en determinadas condiciones, se den fases de vacilación y fases de fluidez verbal, pero estas no presentan ningún orden formal interno que las caracterice.

2) La distribución rítmica (frecuencial) de dicha señal es de máxima entropía y su espectro es descrito por la función de Boltzmann correspondiente a su frecuencia media. Es decir, la distribución temporal de la señal articulatoria es completamente desordenada.

3) Los anteriores resultados sugieren, a la luz de la teoría de la codificación, y en coherencia con nuestros postulados teóricos, la existencia de un código óptimo que elabora dicha señal articulatoria, puesto que sólo un código óptimo es capaz de general una señal cuya entropía sea la máxima (o se acerque a la máxima) que permita el canal.

4) Estos resultados permiten apoyar la tesis de la relación entre las fases de vacilación y las necesidades de codificación de los mensajes emitidos, puesto que los códigos óptimos son los que requieren un mayor tiempo para la realización de su tarea.

5) Esta investigación aporta una prueba objetiva de la existencia de canales extraverbales, en concreto del canal articulatorio, cuya función, en el proceso comunicativo, no puede ser de ningún modo silenciada. El carácter óptimo del codificador articulatorio, implica la emisión de información con la máxima eficiencia, lo cual sugiere una importancia destacada en el proceso comunicativo.

6) El espectro medio y la frecuencia media de dicho espectro son indicadores objetivos de la cantidad total de información transmitida en la interacción grupal, por lo cual, el análisis que hemos desarrollado constituye un paso más hacia la obtención de evaluadores objetivos de los procesos grupales.

7) La existencia de un código óptimo articulatorio implica, bajo la suposición de individualidad en la emisión de mensajes, la aparición de un fenómeno de barrera comunicativa en los procesos de interacción social, debido al carácter no-compartido de dicho código. Lo que conlleva a un cambio de perspectiva teórica, en la que lo 'natural' es el fenómeno de la incomunicación, y lo que debe ser explicado, son los procesos mediante los que se logra la comunicación.

8) Desde esta perspectiva, los procesos comunicativos adquieren poder explicativo de la dinámica grupal, puesto que permiten la generación de campos dinámicos de fuerzas atractivas (fuentes de información), bajo los que se conforman los grupos. La existencia de una barrera de comunicación permite la aparición de diferenciales de comunicación en el seno de una comunidad, en la medida que la interacción tienda a disminuir la barrera comunicativa.

 

Notas:

1. el subrayado es nuestro.

2. Para una discusión sobre la resolución espectral y la fiabilidad estadística ver Newland (1975), p. 97-103 y 137-139.

3. Para cualquier ámbito fenoménico, es de suma importancia decidir que es lo que se considera 'natural' y lo que necesita ser explicado. En este sentido, el cambio entre la física Aristotélica y la Newtoniana, reside en que la primera consideraba natural el estado de reposo, mientras que era necesario explicar el movimiento. Para la segunda, lo 'natural' es el estado de movimiento (uniforme), mientras lo que debe ser explicado son las alteraciones del movimiento (entre otras, el estado de reposo).

4. Quizás ello sea responsable del sentido de soledad inherente al individuo. Nunca la interacción social puede llegar a 'anular' la soledad del individuo ante el mundo.

 

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Última actualización:
22/03/06