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"La desamortización de Mendizábal en la provincia de Zaragoza (1836-1851)".  P. Marteles, 1990. (pmlemr@gmail.com)

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APÉNDICE I.- 

INFORME DEL ARZOBISPO DE ZARAGOZA (1835)

Desde Lérida, el 18-4-35 el Arzobispo de Zaragoza D. Bernardo Francés manda una carta al Secretario de Estado y del Despacho de lo Interior (es una copia existente en el ADZ, probablemente para información del Cabildo), en la que da cuenta del oficio elevado al Secretario de Estado y del Despacho de Gracia y Justicia, con el siguiente informe sobre los hechos del 3 de Abril:

"Exmo. Sr: Para enterar a V.E. de las desagradables ocurrencias de Zaragoza en los días 3 y 4 del actual y que han motivado mi salida de aquella Diócesis con dirección a Barcelona de orden del Capitán General de Aragón, no hallo mejor medio que copiar el oficio que con fecha de ayer dirigí al Exmo.Sr.Secretario del Despacho de G. y J. que literalmente es como sigue:

Exmo.Sr. Aunque siempre he sido muy poco inclinado a defenderme de agravios y de insultos cometidos contra mí, prefiriendo abandonar el cuidado de mi reputación a la justísima providencia de Dios, cuyos juicios son tan justos como incomprensibles, sin embargo no tanto con el objeto de sincerarme como con el de manifestar el motivo por que me hallo fuera de mi Diócesis, molesto la atención de V.E. desde esta ciudad a que regresé el 11 del corriente desde el camino de Barcelona a donde me dirigía de orden del Capitán Gral. de Aragón.

Las desagradables ocurrencias del Viernes 3 por la tarde y Sábado 4 por la mañana que pusieron en la mayor consternación a gran parte de los habitantes de Zaragoza y especialmente a los individuos del clero secular y regular contra quien públicamente se dirigían no solamente los clamores e insultos de una porción de gentes armadas, sino hasta la muerte y asesinato de no pocos Sacerdotes y Religiosos, preservándome a mí de experimentar igual suerte la mano, y sólo la mano poderosa de Dios, a pesar del encarnizamiento con que se clamaba por mi muerte y exterminio motivaron la orden mencionada del Capitán Gral. que con poca tropa y deseoso de economizar sangre, juzgó más prudente que yo saliese de la ciudad y aún de la Diócesis, a que me presté sin dilación y sin alegar escusa alguna de las que no sin gravísimos fundamentos me habrían podido autorizar para no salir por lo menos de los límites de mi Arzobispado, que con grandísimo sentimiento de muchos de mis Diocesanos he tenido que pasar.

Las circunstancias eran críticas, y no creí oportuno oponer mas que la resignación y la obediencia, cediendo a la fuerza y al acaloramiento lo que acaso habría podido reclamar la justicia y la conciencia.

Si, Exmo. Sr., por más que algunos papeles públicos, según me han informado, presentan desfigurados algunos hechos, y den por ciertos los que sin existir se han tomado por pretexto de ensangrentarse contra mí, estoy bien tranquilo por el testimonio de mi conciencia en el cual descansaba a pesar de muchos avisos que gentes de todas clases y opiniones habían repetido a algunos de mis familiares del proyecto que se tenía de asesinarme en mi propia casa y tal vez pudo realizarse en el acto mismo de la sagrada ordenación que estaba celebrando públicamente y con todas las puertas de mi palacio abiertas, como siempre se ha practicado en acto tan solemne, y que fuera de tiempos de persecución debe executarse a vista de todos los fieles que quieran prsenciarlo.

Esta publicidad, esta tranquilidad de mi conducta en aquella tarde es una buena prueba de que nada me acusaba mi conciencia que me inspirase zozobra ni temor. Sin hacer mal a persona alguna jamás creía que nadie me quisiese dañar, y ocupado en hacer todo el bien que he podido a toda clase de personas, de nadie juzgaba que debía temer me viniese algún mal.

Sé que el resentimiento que se aparentó fue el de haber negado las licencias de confesar y predicar que se le habían concluído hacía pocos días a un Regular del Orden de Mínimos, a quien yo mismo le dije tranquilamente en mi cuarto que su vida relajada que el mismo me confesó, me ponían en la precisión de no darle las licencias referidas, añadiéndole que jamás dijese que era por opinión porque bien público era que prescindía de ella, y solo atendía a la conducta y a la instrucción.

¿Y cómo, Exmo. Sr., sin profanar la sangre de Jesu-Christo que nos laba y nos perdona por medio de la absolución, cómo había de confiar este sagrado depósito en manos de un Sacerdote regular que públicamente se asociaba con la gente más acalorada en los cafés y en las calles, gritando y aún excitando a gritar y alborotar a los que no tenían tanta disposición como él, asistiendo al teatro, quedándose fuera de la Clausura las noches que no venía a las 11 o a las 12 a incomodar a sus hermanos, pasándolas ...? ¡Quánto más suave me hubiera sido la muerte que vivir con el torcedor de haber sido participante de los sacrilegios que autorizado por mi debilidad hubiera cometido este infeliz si yo le hubiese concedido las licencias de confesar!

Ni tengo miedo ni rencor, le dije yo mismo en la sesión pacífica y aún amorosa que tube con él en mi habitación, quando me indicó que acaso mi negativa tendría consecuencias desagradables, y le expliqué el sentido de mis palabras reducido a que a todos amaba por más que fuesen mis enemigos, y a ninguno temía porque mi vida corría de cuenta de Dios, así como mi buen nombre y reputación.

El otro pretexto que se indica creo es el de haber quitado la regencia, o sea tenencia de la Parroquia de la Magdalena a otro Regular Carmelita calzado ignorante y que por su poca instrucción solo tenía licencias de confesar concedidas por seis meses, con prevención que estudiase y se aplicase si quería continuar con ellas. Sensible, y casi vergonzoso, es que un Prelado tenga que dar satisfacción de cosas tan mezquinas. De este solo diré que a pretexto de Capellán de Urbanos de Cavallería nada hacía con concierto, que tenía abandonada su obligación, que buscado para administrar los sacramentos no se le encontraba algunas veces, llegando a ser necesario administrar la Extrema-Unción a un moribundo y no encontrarle estando enfermo el párroco, y después de mucho tiempo presentarse el Mínimo de que antes he hablado y sin comisión y sin autorización coger el vaso del Santo Oleo y llevarlo al enfermo moribundo.

El tal teniente Carmelita ni se prestaba a confesar a los Parroquianos porque decía no tenía obligación, ni enseñaba la Doctrina Cristiana, ni casi hacía otra cosa que correr las calles de la ciudad y divertirse. En tal abandono y después de haber intimado varias veces al Párroco de la Magdalena que procurara otro teniente que supliese su falta de salud y atendiese el socorro de las necesidades espirituales de sus parroquianos, le pasé un oficio en el que le prevenía que si dentro de 48 horas no ponía remedio, nombraría yo de oficio Sacerdote que cumpliese obligaciones tan sagradas.

Esta es, Exmo. Sr.,la verdad de los hechos en esta parte y lo demás es ficción y apariencia para deslumbrar. Estos son los dos héroes que al exterior figuran en las proezas de ignominia, de confusión, de luto y de tristeza para la capital de Aragón. Estos los que armados de trabucos y pistolas incitaron al asesinato de seis religiosos Mínimos en el día mismo en que el Santísimo Sacramento estaba expuesto por las cuarenta horas, y en el mismo coro en que se cantaban las alabanzas de Dios y al tiempo del Benedictus.

Estos los que fueron ocasión de la muerte de otros varios Religiosos, de un pacífico librero en su propia tienda, y del benemérito canónigo de mi Santa Iglesia el Sr.D.Josef Marco y Catalán, recomendable por su instrucción, por su zelo especial por los pobres enfermos del Santo Hospital General, por su conducta verdaderamente eclesiástica, y unido a mí con los vínculos de la más sincera amistad, con su cabildo por los de un amor a toda prueba, y con los de la sangre con el Exmo. Sr. Cardenal Marco que tanta gloria ha dado en Roma al clero español, y ha merecido tantas distinciones a la caveza de la Iglesia, y al augusto soberano cuya muerte aún lloramos.

Tales son, Exmo. Sr., los pretextos que parece se han tomado, según se dice en papeles públicos, para el alboroto, la conmoción popular, y el asesinato. No sé como se habrán pintado al gobierno, ni si alguna otra cosa se le habrá dicho que me denigre; pero estoy bien seguro de que digo la verdad delante de Dios y no miento, así como estoy pronto a responder y satisfacer a cualquiera otro cargo que se me quiera hacer.

Concluyo protestando que sólo hablando con V.E., como depositario de la confianza de S.M. haría esta relación que no tiene otro objeto que cumplir por mi parte con dar noticia de lo acaecido, y del motivo de no haber pedido la correspondiente Real licencia para ausentarme de mi Diócesis, creyéndome autorizado con la orden del Capitán General de Aragón para salir a Barcelona, y con la de igual clase del de Cataluña para regresar como lo he hecho, desde el camino a esta ciudad, donde me manda permanecer; y siempre, no digo sin pedir, pero ni aún desear castigo, pesquisa, ni averiguación contra persona alguna. De todo dará V.E. si lo juzga oportuno cuenta a S.M. la Reyna Gobernadora. Con el mismo objeto y el de que V.E. no carezca por mi parte del conocimiento cierto de lo acaecido en la capital de mi Arzobispado lo pongo en su noticia. Dios guarde a V.E. muchos años. Lérida 17 de abril 1835"

 

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Última actualización:
18/08/07