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Emoción y sufrimiento. V.J. Wukmir, 1967.

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5. Glosa sobre la persona

«On ne peut étre heureux sur la terre qu'à la proportion qu'on
s'éloigne des choses et qu'on se rapproche de soi.»
(Sólo se puede ser feliz en la tierra en la medida en que
uno se aleje de las cosas y se acerque a sí mismo.)

ROUSSEAU

1. La unidad de lo innato y de lo adquirido
2. Los interrogantes de la memoria
3. Sinforia y simbolia
4. La maduración
5. Maduración y soledad primaria de la persona

 

1. La unidad de lo innato y de lo adquirido

Ante ningún otro fenómeno biósico como ante el de la persona se impone con tanta seguridad la separación funcional de la estructura y de la forma, lo invisible y, al mismo tiempo, lo introperceptible de esta última. Hay mecanicistas que, por no poder captarla, declaran simplemente que tal cosa, como la persona, no existe, y otros que, si bien reconocen su existencia, creen poder captarla con toscos tests y maquinillas gruesas para medir sus dimensiones y fijarla en números. El primer concepto es un prejuicio barato, el segundo una presunción ridicula. Afortunadamente, para conocer la persona del otro o la nuestra propia, no necesitamos otros instrumentos que los de la gnosia y de la autognosia, de la introvisión y de la intropatía. La verdad sobre la existencia y la realidad de lo que llamamos persona la descubrieron hace mucho tiempo los artistas, no los científicos; la puede descubrir además cualquier hombre por su propia cuenta si tiene un poco de talento para la introvisión y la intropatía. Cada acto de concienciación macroréctica le brinda la ocasión para captarla sin otra sabiduría que la de la autoscopia atenta.

Si a pesar de darnos cuenta de la superioridad del arte en expresar la verdad sobre la persona escribimos endoantropología en secos términos de análisis racional es con la esperanza de que nuestra introspección no nos alejará demasiado de los métodos del arte en la visión de lo subjetivo. Y que con esta adhesión podremos subrayar la importancia de algunas cosas de las que tan fácilmente se olvidan los presuntuosos de la "psicometría", los fanáticos de la mensuración a toda costa, incluso a costa de la verdad. La "objetivación" de los fenómenos interiores tiene que ir cum grano salis: nuestro micromundo contiene más milagros y misterios que el macromundo cósmico. No hay que acercarse a su observación sin tener constantemente la respetuosa precaución de que todos los velos que la concienciación progresiva cree haberle quitado no son más que los pobres siete velos de Salomé y que detrás de ellos nos esperan otros miles. Y ninguno de ellos puede caer sin emplearnos a fondo en la autognosia que esencialmente responde a la cuestión: lo que siento como realidad y verdad, ¿lo es o no?

En la escalada hacia la definición oréctica de la persona nos serviremos lógicamente de los elementos que nos han guiado hasta ahora en nuestro análisis, resumiendo los principales como sigue:

1) toda la experiencia utilizable del ser vivo es de naturaleza emocional, afectiva, oréctica (agon-gnosia-autognosia);

2) la orexis consiste en la integración de los cuatro factores ICEHf cuyo trabajo útil hacia la supervivencia viene regulado mediante el potencial patotrópico del cofactor general de la forma (convergencia agon-morphe);

3) en todas las situaciones abiertas hacia el comportamiento el ser vivo procede mediante la valoración ante el acto consumatorio (S-V-R);

4) el pasado de la experiencia se conserva en la memoria individualizada, coordenadora de la unidad biósica entre lo innato y lo adquirido (síntesis filo y ontogénica);

5) todo lo pasado vivido individualmente puede ecforiarse en lo presente valorativo, y sus ecforias llevan las marcas del orden y de la jerarquía de valores estratificados durante la experiencia (síntesis de las mnemopraxias);

6) los signos mnésicos (mneme, engrama, ideograma, fonograma) son una acumulación de las energías del orden frente a la disolución de la forma (negentropía-entropía);

7) las ecforias mnésicas reflejan la medida habitual y los límites individuales de las capacidades S-V-R del organismo (la unicidad);

8) distintamente de las especies animales, el hombre está dotado por la evolución de mayor capacidad de proyecciones imaginativas, que emplea no solamente en la conservación y la procreación sino también en la producción de las cosas nuevas y para distinguir entre lo acabado y lo proyectable en su maduración (autocreación);

9) la capacidad de la maduración consiste en la previsión de las constelaciones interfactoriales y de la convergencia del patotropismo para ciertas situaciones futuras, ajenas o propias, a partir de las valoraciones reales y verídicas para este futuro (personalización);

10) para cualquier valoración de un acto futuro, inmediato o mediato, el hombre necesita en el nivel macroréctico el signo mnésico de la coestesia vital que le indique la unidad de experiencia hasta el momento de la valoración actual.

Es mediante esta sensación introceptiva que el hombre se siente más que un mero espécimen de su especie, una persona. Cuando es positiva —y puede ser negativa si está alterada por la enfermedad y por estorbos factoriales o patotrópicos— esta coestesia vital significa:

a) que la relación entre lo filogenético y lo ontogenético en la experiencia queda dentro de los límites individuales habituales;

b) que la estratificación mnésica de la unidad entre lo innato y lo adquirido no ha sido alterada;

c) que la valoración en una situación abierta al comportamiento puede contar con las ecforias necesarias para la orientación vital, y

d) que la forma en devenir tiene la probabilidad de autorrealizarse en el acto proyectado.

Acercándonos con estas premisas a la definición de la persona la vemos, pues, como sensación de la unidad de lo innato y de lo adquirido, copresente en todas las valoraciones macrorécticas en proyecciones hacia un acto futuro de supervivencia y producida (la sensación) por los signos mnésicos típicos de la medida habitual y del límite individual de la experiencia de un organismo como un todo.

La persona, ¿tan sólo una sensación?, ¿un mensaje mnésico de la coestesia vital?, ¿un signo subjetivo introceptivo?, ¿un balance sobre el resultado de la experiencia pasada?

Estamos tan acostumbrados por las múltiples acepciones del lenguaje común a concebir la persona como algo figurativo, circunscrito, fijado en fichas, captado visual, auditiva y palpablemente, algo geométrico y estático; o por otra parte, algo dotado de cualidades morales, sociales, jurídicas, etc., que esta caracterización por "sensación de la unidad de lo innato y de lo adquirido" parece reducir su verdad de síntesis. En realidad, es al revés. Cualquier descripción "por fuera" de la persona es una reducción de este fenómeno, cuando no ya tan sólo un pobre resto de lo que es el ser humano al sentirse subjetivamente persona.

Aunque sea un signo, la sensación de ser persona representa una inmensa riqueza del sentir, condensada a un signo polivalente y poliérgico, una síntesis capaz, en un instante de una milésima de segundo, de establecer la unión del lejano momento del nacer con la fecha actual de la valoración, marcando la historia de la experiencia individual con el sello de la mismidad, de la continuidad y de la totalidad. No es ciertamente una sensación trivial... Tal trabajo es un resultado del super-robot organísmico, silencioso y sabio, que sobrepasa por lo simultáneo-sucedáneo de sus operaciones el más perfecto computer. Sus válvulas de conexión son trabajo de millones de años y sus contactos el de billones de células; su maestría es un tiempo útil de mucho devenir en formas, para llegar a ésta, tan refinada.

Frente a este sentir subjetivo de la unidad entre los puntos de salida de la experiencia individual y la embocadura en un momento actual de valoración toda ficha policial, clínica y hasta la artística, que intenta describir la persona, o la personalidad, es una abstracción grosera y vaga, sin ecuación posible entre lo subjetivo y objetivo. Cuando hablamos analíticamente de la "persona", hablamos en abreviación del organismo humano capaz de tener sin estorbos esta sensación o subsensación en su orexis orientadora.

El ser humano, siendo Homo imaginativus, ha llegado a enriquecer su experiencia con contenidos superiores a los de los demás animales. Al nivel de su concienciación en plena vigilia, su coestesia vital maneja contenidos mnésicos de mucha variedad. Antes de poder valorar en cualquier sensación o emoción macroréctica, el importantísimo mensaje de la unidad de su pasado tiene que asegurarle que el orden y la jerarquía de valores de su experiencia no han sido perturbados. Y como cambiamos en cada momento, la coestesia vital también actúa en secuencias, en serie continua, en sucesión contigua y con una rapidez tan asombrosa que bien puede parecemos que la "persona", en nosotros, es una mismidad invariable, mientras que en realidad lo constante es tan sólo la función de servirse de las variaciones de la coestesia uniéndolas en una pantalla de cine biósico. Y así sabemos aquí y ahora lo que somos en medio del devenir, y desde este punto de partida nos lanzamos a cualquier valoración subsiguiente, amplia, afectiva. Ser persona no es otra cosa que poder servirnos libremente de esta capacidad coestésica. Oprimir la persona significa, en su sentido biológico, impedir que el organismo humano se valga libremente de ella.

Todo estudio de la persona nos lleva a la memoria de la que parten también estos signos de la unidad en la experiencia, eje de la persona, fuente de la concienciación, trampolín de la valoración. Pero para el análisis racional todo es aún muy oscuro en este terreno. La pantalla de las representaciones es muy luminosa para el Bíos, y muy misteriosa para la orgullosa sabiduría "objetiva".

 

2. Los interrogantes de la memoria

Quien dice experiencia, dice, según la teoría oréctica, integración factorial + patotropismo, convertidos en el almacenamiento mnésico de signos (representaciones): el agon-gnosia-autognosia ya vividos, transformados en signos de lo vivido. Y aquí nos hallamos en un cruce esencial de la teoría del conocimiento: esta abstracción primordial de lo vivido en el saber sobre lo ya vivido es la matriz de todos los demás grados de las abstracciones de las que la persona se vale en su orientación vital, las de la comprensión, de la expresión, de la comunicación, del lenguaje. Pero de cómo construye el organismo esta abstracción mnésica, cómo convierte la sensación en su representación y la orexis en la imagen de la orexis, no sabemos nada. Si pudiésemos comprender (G ) por qué manipulación se convierte la relación (a:g:gg) en signos (M); es decir, el vivir en saber, lo vivido en lo sabido, el conocer en lo ya conocido, una revolución nueva se produciría en la física y en la biología. De momento tan sólo sabemos que la matriz de la abstracción de primer grado, el signo mnésico de cualquier índole (M), tiene como raíz el (a:g:gg). Si en el trasfondo de tal operación misteriosa está aquello que se suele llamar la conversión de la energía, aquí podríamos quizás hablar, ya en términos bioenergéticos, de una conversión de la energía del agon (cinética, térmica, electromagnética, química, etc.) en una energía M de posición, de irradiación. Esta energía M es realmente una energía de posición que se manifiesta de una manera muy especial, por la capacidad de ecforiar signos de lo vivido.

Los que recientemente descubrieron ciertas conexiones de herencia en el papel del ácido ribonucleico (ARN), si bien parecen sugerir convincentemente que la "sustancia mnésica" está disipada por todas partes de la célula, aún nos dicen poco sobre su funcionamiento íntimo. Este velo más sutil entre el agon y la memoria no ha llegado aún a su inframicroscopio. Aun así, cualquier grueso estudio de las amnesias y de las dismnesias, y al margen de todas las teorías fisiológicas sobre la organización de la mnemogénesis en el maravillosamente minúsculo espacio-tiempo interior de las representaciones, nos enseña que las ecforias mnésicas poseen una muy alta capacidad de selectividad. Si la orexis valorativa necesita el informe que concierne tan sólo a un objeto, puede obtenerlo por separado (M-re, memoria de reconocimiento, mneme); si necesita recuerdos globales de vivencias complejas (M-vi, engramas o iconogramas de vivencias), puede disponer de imágenes; y si, teniendo prisa le basta con informes sobre el significado de utilidad vital que cualquier experiencia ha tenido en el pasado del organismo, puede recibir el ideograma de la endoidea, sin tener que ecforiarse el signo del objeto o la imagen de la vivencia por debajo de la endoidea (M-id). Esta asombrosa selectividad facilita a la concienciación la rapidez de sus orientaciones. Y, sin embargo, después de su uso en una valoración concreta y actual las ecforias parecen volver a su sitio respectivo (si no son revaloradas) de la matriz mnésica, vuelven intactas a conectarse con los conjuntos y reintegrarse al orden de su negentropía: mañana podremos otra vez hacer uso de ellas. Aun seleccionadas para una valoración actual siempre acusan su adhesión a este orden y llevan insignias de su coeficiente individual (ontogenético). La matriz de la cual salen seleccionadas es un esquema cuadrifactorial + patotrópico. Si tuviéramos la posibilidad de retroanalizarlas, podríamos descubrir en qué estado de los instintos (I), de las circunstancias (C), del ego restante (E), de la estructura (Hf) y en qué servicio de la forma se ha producido el nacimiento de estos signos y qué nos ha costado la adquisición de esta experiencia en gasto de patergias. Cuando curamos a algún histérico, a algún obsesivo de sus amnesias, vemos asombrados cómo se restablece la persona, su unidad de lo innato y de lo adquirido, a través de la perseverante constancia de las matrices mnésicas y cuánta despersonalización puede haber cuando la persona no puede —o a veces no quiere— hacer uso de ellas. Sin que llegue espontáneamente el signo de la coestesia vital a su concienciación, podemos sostener la fisiología de un enfermo amnésico, alimentándole, pero ¿podemos llamarle realmente persona?

Nos hemos preguntado a veces si en nuestro esquema simplificador de factores hemos tenido motivos suficientes para alinear la memoria en el capítulo del ego (E), en su sistema de equilibrios-desequilibrios individuales, junto con los eventos de la herencia ontogenética (Ho) y el vasto subsistema de la dinastasis (homeostasis), dado que la memoria abarca la experiencia pasada de los cuatro factores y del patior. Bergson ha demostrado magistralmente —y hay que volver a varias de sus tesis— las sutiles y profundas conexiones entre la llamada "materia" y la memoria. En nuestra época, la materia se ha casi convertido en energía y ésta, a su vez, se ha espiritualizado, se ha atomizado en ínfimas partículas y en ondas finísimas. Entre los factores de la teoría oréctica del comportamiento, si bien todos son energéticos, ninguno de ellos es un representante prototípico de la materia en el seno del organismo, ni siquiera el metabolismo. Por otra parte, no existe conducto alguno de la memoria que separe, o que pudiera separar, la experiencia, marcada individualmente, de la experiencia del phylum: toda la experiencia es individual y sellada por la diferenciación ontogénica. No se puede ser tan sólo un espécimen del phylum; el óvulo, los espermatozoides, los cromosomas son individualizantes. La evolución no produce nada que sea exactamente isomorfo, ni simplemente estereotípico. La memoria es inseparable e indivisiblemente un sistema de equilibrios-desequilibrios egotinos. La evolución necesita para su selección natural una memoria bien individualizada.

El subsistema egotino mnésico también es un sistema de asiduo trabajo en establecer y restablecer equilibrios mnésicos para ser clasificados, selecionados, catalogados, archivados según principios del orden de la conexión entre cosas y cosas, cosas e ideas, ideas e ideas, y todas ellas debidamente provistas de etiquetas del correspondiente tonus agradable-desagradable (M-t). Además, la salida de las representaciones que la valoración oréctica necesita para las orientaciones vitales en curso, es numerosísima en cada momento. El trabajo de la ordenación interior —las mnemopraxias— no se agota con esto: muchos valores de la jerarquía mnésica vuelven de la valoración cambiadas: ni la misma "madre", como vivencia, tiene siempre igual cotización tónica en esta sensible bolsa de valores. La "madre" que acaricia y la "madre" que castiga son la misma mneme como objeto de reconocimiento mnésico (M-re); pero las vivencias globales (M-vi) son bien diferentes y la endoidea de su utilidad vital (M-id) es cambiable bajo el impacto del tonus afectivo-reactivo que de muy agradable en las caricias se ha convertido en distonía con la "madre" castigadora. De repente, muchos desequilibrios en el orden y en la jerarquía de valores se han producido. Para que la coestesia vital pueda emitir su signo verídico en un futuro momento de la orientación vital, la unidad de tal pasado revuelto debe sufrir rectificaciones. No según cierta moral —la memoria es totalmente amoral—, sino según la realidad de experiencia cuanto más fiel. Lo innato en la relación "madre-hijo" está probablemente bajo la idea del amparo (entre otras relaciones); el significado de la utilidad vital, que la endoidea "madre" tiene en esta línea, se encuentra en oposición con la endoidea nuevamente adquirida de desamparo; esta ambivalencia también es evidenciada en la memoria. Para su equilibrio, un nuevo proceso de valoración oréctica es necesario y una nueva mnémopraxia interior de la ordenación.

Por sí sola, la memoria no puede cambiar el orden y la jerarquía de lo vivido. Necesita instrucciones que pueden partir desde cualquier emoción. Suya es tan sólo la edición del boletín omniinstantáneo sobre el equilibrio-desequilibrio del orden hasta ahora. Registro de un superrobot, fiel a lo vivido, pero también sin merced. El olvido, la habituación, el descanso no son sus virtudes; los fallos, las alucinaciones, las ilusiones no son sus conspiraciones. La caldera afectiva sí es responsable para ambos. La memoria emite sus señales según el mundo de la orexis en curso; sus escapadas libres (alucinaciones, etc.) son debidas a los fallos de la orexis.

Es el aspecto individualizante y sus funciones de balances lo que nos inclina a clasificarla dentro del sistema del ego. Un órgano específico de la memoria todavía no ha aparecido. No podemos clasificarla como estructura filogenética.

Si la persona es, según nuestra definición, esta sensación, o secuencias contiguas y continuas de la coestesia vital en la macrorexis que individualmente teñida señala al organismo la unidad de lo innato y lo adquirido, podríamos preguntamos: ¿qué es entonces la diferencia entre el individuo y la persona? O, formulándolo de otra manera: ¿tienen los demás animales coestesia vital sobre la unidad de lo innato-adquirido?

 

Esquema de la memoria (M)

co-reidad  ®  simbolia

1. Mnemogénesis
Conversión de los eventos orécticos en signos del sentir pasado

2. Registro del agon y patior

Signos de reconocimiento, M-re, cosas, objetos separables, mneme
Signos de vivencias, M-vi, recuerdos globales, imágenes, engrama (iconograma)
Signos de endoideas, M-id, significados de la utilidad vital, ideograma
Signos del tonus, M-t, lo agradable-desagradable de los eventos, fonograma

3. Orden interior mnésico

Conexión

entre cosas y cosas
entre cosas y endoideas
entre endoideas y endoideas
entre cosas, endoideas y tonus

Jerarquía de valores de la experiencia

4. Balance del registro y del orden
Contigüidad y continuidad de la experiencia
Unidad de lo innato y adquirido

Coestesia vital
Saber revalorado
Saber disponible
M
n
e
m
o
p
r
a
x
i
a
s

 

5. Mnemoecforias
Representación activada del pasado individual
Salida de los signos a los focos de la valoración emocional
Imaginación e ideación
Retorno de los signos a sus matrices mnésicas

Es cierto que la tienen: se orientan en la vida a base de valoraciones emocionales y tienen memoria, ya que sin ella no podrían tener experiencia ni aprender nada. Tienen, por lo tanto, la sensación de la coestesia vital introceptiva que les enseña su "mismidad" y sin la cual además ninguna valoración más primaria comparativa, sobre lo agradable-desagradable en secuencias, les sería posible. Lo individual de su carácter-temperamento en todos los animales es evidente bajo la observación exozoica del hombre.

Si no les damos el rango de "personas", no es por un inveterado prejuicio que lo niega por despecho, sino porque el ascenso de la evolución no les ha otorgado, salvo en rudimentos, la imaginación creadora que el anthropos necesita para su supervivencia. No tienen problemas de maduración, de la verdad; les basta captar la realidad limitada a la supervivencia de la conservación y procreación. El león no tiene que preguntarse si ama a su leona, el elefante agredido por el hombre no valora si es oportuno atacarle o no. El hombre, en cambio, puede preguntarse si es justo, bueno o malo, para él o para todo su ambiente, lo que va a hacer, y es lo que precisamente le asciende al rango de la persona: su memoria contiene elementos para tal valoración comprensiva y su coestesia vital puede suministrarle más signos de síntesis que también en este sentido haya adquirido por experiencia hasta el momento de tal valoración. Y es precisamente en estas fronteras entre las valoraciones sobre la supervivencia en la dirección de conservación-procreación por una parte y la creación introspectiva por otra donde empiezan a diferenciarse el individuo zoico y la más-forma de la persona en él. La persona es una expansión activada, acelerada de la evolución, la medida potencial de esta posibilidad del Homo imaginativus, posibilidad autovalorable precisamente por esta diferencia entre el conocimiento de la mera realidad y el del devenir a través de la verdad.

Aquí estriba la diferencia en grado entre el organismo y la persona, la formación del primero y la maduración de la segunda.

Los problemas de la memoria son afines a los que se nos presentan en aquellas fronteras de la cognición en las que una onda-partícula de naturaleza física, anorgánica, una cosa a la que clasificamos como muerta, se convierte en viva, subjetivamente sentida y analizable por el organismo para sus fines de lo vivo y vivido. Este desciframiento rapidísimo de las longitudes, frecuencias, cantidades, intensidades, etc., su transcripción al lenguaje que concluirá en la sensación de una simple "mancha verde" oculta una tremenda serie de interrogantes —en su mayoría de naturaleza energética— que esperan sus respuestas.

El mismo misterio nos espera al otro lado del telón oréctico, en el que el acontecer del agon se convierte en minúsculos signos mnésicos (a ® M). Todo un teatro patético y dinámico del acontecer se reduce de repente en sus miniaturas, grabadillos, fotografías, pantallas, radioscopias. En signos y símbolos que desecan radicalmente el acontecer pasado que en nuestro torpe y grueso lenguaje articulado adquieren las denominaciones de mnemes, engramas o iconogramas, ideogramas y fonogramas. Si en algún sitio de microbservación tales palabras como sublimación, desmaterialización, desustanciación adquieren algún sentido, es en éste donde el acontecer del agon se convierte en su representación. Es aquí donde las partículas-ondas pierden su masa y las energías térmicas, kinéticas y otras muy "sustanciadas", se transforman en potenciales y en radicación. El mismo misterio nos espera en el tercer punto de la observación obnubilada en el que estos signos ecforiados vuelven a incorporarse a la intrafunción del agon-gnosia-autognosia futura, haciendo posible el conocimiento de las cosas (M ® a). La carga de las ecforias es finísima, ligera de peso, pero muy preciosa en tanto que cualidad: son signos que llevan dibujos de objetos, ricas imágenes de recuerdos globales, toda una pinacoteca, un inventario de ideas, toda una discoteca de tonos. En el seno de la valoración, las representaciones actúan otra vez como si fueran estímulos igual que cualquier otro y no podemos denegarles esta cualidad. Pero si las clasificamos como elementos de la orexis, hay que fijarse por lo menos en su especificidad. Como si tuvieran cualidades de un enzima, los recuerdos no se consumen, no se transforman en el curso de la valoración. Como hemos subrayado ya, después de haber cumplido su misión informativa, vuelven intactos a sus sitios del registro mnésico. Mañana y pasado, este año o después de transcurridos muchos años, la sonrisa de mi madre, de mi amante, podrá resurgir inalterada ante mis miradas interiores, igual en su estimulación que en aquellos tiempos cuando su agon fue un acontecer inmediato.

Las leyes de la conservación de la energía deberían estudiarse en primer lugar en el fenómeno de la memoria con el cual el principio de la negentropía adquiere una sistematización y una evidencia transparentes. Como si fueran una clase de sangre blanca, las representaciones de la memoria están copresentes en cualquier cognición: donde no llegan no hay conocimiento del agon. La presencia de ARN en cada célula ¿es por sí misma un descubrimiento suficiente para iniciar las conclusiones de que aquí se trata de un órgano local cuya función específica sería esta importantísima fabricación de signos, estos ligerísimos endofotones tan privilegiados en su carga cualitativa? ¿No es precisamente la memoria aquel puente que nos obliga a bajar como sea a los niveles subcelulares en el intento de conocer el secreto de esta producción ds ecforias? El enlace de hecho con esta capa profunda es evidente: en plena concienciación de vigilia macroréctica, presenciamos la llegada de los endofotones mnésicos, de naturaleza atomonuclear, supuesta subcelular. Presenciamos tan sólo su trayectoria y no su transformación ni conversión. Una analogía, pobre y barata, pero irresistible se nos impone aquí: la concienciación sería quizás una clase refinada de lo que en física se conoce como "cámara de Wilson" o "cámara de burbujas" que hacen posible captar la trayectoria de ciertas partículas cuya existencia autónoma se supone. Bien —añadimos nosotros en pos de tal analogía—, las partículas-ondas mnésicas no son supuestas; existen de verdad, pero de su existencia podemos darnos cuenta —interior, introceptivamente— tan sólo por su trayectoria desde el registro mnésico al foco de. la valoración emocional, foco que atrae fuertemente estas mariposas "fotosensibles" a la luz de la vigilia.
 

fig. 6. Trayectorias de las partículas elementales, fotografiadas mediante la cámara de burbujas (ciencia de lo objetivamente observable). Las trayectorias de los signos mnésicos no se pueden captar por ningún aparato, aunque su existencia es cierta. Deben ser estudiados mediante la introspección (ciencia de lo subjetivamente observable). Foto CERN

Al margen de las analogías, el hecho es que los "endofotones" de la memoria son de gran estabilidad y que por esta cualidad la negentropía organísmica, la morfourgia y la unidad de la persona adquieren gran firmeza. Con los estorbos de la memoria la entropía se acentúa, el cofactor de la forma merma, la persona se desploma. ¿Es que en estos casos la función de las representaciones inhibida hace que los "endofotones" vuelvan a obedecer sus leyes extraorganísmicas, perdiendo el prefijo endo? Podemos pensar en una disyunción en la relación "partícula-onda", que en este caso ya no son portadoras de mensajes de su carga específica mnésica. Es lógico entonces que en el agon-gnosia-autognosia también haya disyunción y que por este vacío se infiltren las alucinaciones y los síntomas semioníricos.

Dejando estas hipótesis para las investigaciones futuras, es indudable que, por su estabilidad, las representaciones nos dicen que lo pasado es incambiable. Si su contenido es revalorado a raíz de experiencias nuevas, esto ocurre normalmente tan sólo como una añadidura a las matrices anteriores de los signos. La "buena madre" de hoy puede cambiar mañana en "madre mala", mas la experiencia de estos adjetivos no cambia la matriz mnésica madre. Por otra parte, el fenómeno de la memoria es el único que hace vacilar la tesis de la irreversibilidad del tiempo de la evolución. Los recuerdos son una reversibilidad, un privilegio del organismo frente al movimiento unidireccional de las fuerzas cósmicas, y una cualidad específica de lo subjetivo. Y un enigma más para la corta lógica racional.

Los recientes conceptos sobre el papel del ARN en relación con la memoria (Cameron, Egyházi, Montanari, et al.), y las investigaciones moleculares (Dingman, Sporn, et al.), llevan en su método cierto peligro de concentrarse con demasiada exclusividad en el estudio de una sola sustancia o de un solo tipo de moléculas frente a un fenómeno muy complejo como es la memoria. El productor de la huella (trace) mnésica es el agon oréctico y éste es en sí multifactorial. La mnemogénesis empieza a dibujarse, pues, ya con la llegada del estímulo; la futura huella mnésica será una impronta del agon, y su historia de la elaboración. En la conversión del agon multifactorial en signos mnésicos tomarán parte otras sustancias, otros metabolismos (lípidos, por ejemplo). Es útil y sumamente valioso trazar el papel del ARN en esta función, pero tenemos que admitir que no distará mucho del papel general que el ácido ribonucleico tiene generalmente en la célula, y que, evidentemente, no se limita a la mera mnemogénesis. Es muy posible que el ARN tenga un papel importante en la mnemogénesis, en las mnemopraxias y en las mnemoecforias similar a una instintina, es decir, inductora de la función de la memoria. Sin embargo, el papel de la instintina es tan sólo el de un factor oréctico, entre los demás, y condicionado por su cooperación.

Mencionando aquí algunos interrogantes de la memoria, no podemos pasar por alto un fenómeno entre los más importantes de la endoantropología, el de la co-reidad o de la sinforia (S).

 

3. Sinforia y simbolia

La lógica formal parte de los hechos, como dice Wittgenstein en su Tractatus Logico-Philosophicus. La endoantropología, en cambio, parte de las cosas. El término cosa es el más extenso del lenguaje humano para indicar cualquier elemento del acontecer o del conocer subjetivamente discernible y mnésicamente separable. Los estímulos exógenos o endógenos llegan a nosotros del mundo de las cosas y allí existen en un estado de co-reidad, es decir, siempre conectadas y relacionadas entre sí. Cuando se vuelven estímulos concretos nuestros receptores las recogen y las seleccionan y empezamos a conocer algo sobre cómo están interconectadas. Pero aun diferenciadas en la estimulación, nunca pierden su naturaleza de co-reidad. Esto lo llamamos sinforia (del griego symferó, "traer junto", S).

Cuando vemos un árbol en un paisaje, nunca lo vemos como un "árbol" sólo, como un y aislado. Siempre aparece junto con otras cosas conectadas con él: un trozo de firmamento por encima o detrás de él f , un trozo de tierra por debajo e, y con cosas a su derecha e izquierda ( ), quizás otros árboles, una roca, etc. En nuestro "veo un árbol" toman parte cosas que son diferentes del árbol, pero que están inseparablemente conectadas con él en la concreta vivencia de nuestra sensación. Este árbol aparece en su estimulación no como un y desnudo, sino como un acompañado de otras cosas, de sus co-cosas, en co-reidad. Puedo decir que en este momento no me interesan ellas, sino precisamente el singular objeto árbol, porque es bonito y le doy la preferencia en mi sensación, que se amplifica alrededor de él. No obstante, por mucho que me esfuerce, no puedo aislar completamente el "árbol sólo", ni impedir que sus co-cosas formen también parte de mi sensación, subyacentes, acompañantes en un segundo plano de mi curiosidad, interés y atención oréctica. Sin ellas no podría ni siquiera diferenciar el árbol.

Todo nuestro conocimiento es sinfórico.

Puede darse el caso de que en un momento dado es todo el paisaje lo que me interesa. Ante esta urgencia primaria el árbol singular con las demás cosas envueltas en mi mirada descenderá a un segundo plano de la intensidad en mi sensación. Pero tampoco podré contemplar el paisaje como una totalidad abstracta: estarán presentes en él las co-cosas concretas y entrarán en mi vivencia juntas, interconectadas, entrarán como conjuntos (sets, ensembles). En nuestra valoración podemos optar preferencialmente por el paisaje o por el árbol y esta opción es una de las libertades de la persona. Pero en ambos casos la elaboración emocional tendrá que contar con la co-reidad calidoscópica de las co-cosas y tendremos que cosentirlas y copensarlas. El Bíos siempre tiene prisa. Para nuestra necesidad inmediata prestamos atención a un aspecto actual de la co-reidad y exclamamos: "¡Qué bonito es aquel árbol!", concluyendo una emoción estética en el acto de exclamación. Sin embargo, las co-cosas del árbol en el primer plano se esfumarán por nuestra preferencia, aunque sean muy diferentes de él (firmamento, tierra, rocas, etc.) y en otra ocasión podrán darse en nuestro conocimiento independientemente del árbol actual.

Aunque selectivo y específico, nuestro sensorium está hecho, en todas las situaciones y en todos los niveles, para recibir los mensajes de la co-reidad y de su multiaspectividad. No podemos sentir ni pensar una cosa en sí. Y ninguna de ellas, aun si la separamos adrede para la observación, puede despojarse de su sinforia, ni siquiera en la abstracción matemática de mayor altura. En la biología del conocimiento las partículas aparecen siempre junto con sus ondas portadoras, las cosas siempre junto con sus conexiones, actuales o posibles. Así resulta que nuestro conocimiento es siempre más rico de lo que en la actualidad creemos: el potencial de la co-reidad nos brinda el horizonte más amplio. por encima de la urgencia momentánea.

Los eventos de nuestra realidad interior sentida así, en su multiplicidad de aspectos, se refleja fielmente también en los signos de la memoria. En su registro, el acontecer-conocer tampoco pierde su naturaleza de co-reidad. La memoria marca en sus signos las conexiones entre cosas y cosas, cosas e ideas, ideas e ideas: la simbolia (del griego symballó, "juntar signos, interpretar junto", s). La misteriosa magia de la función mnésica es una maestra prodigiosa en no dejar que la co-reidad convertida en signos pierda sus raíces de conexiones ni su multiplicidad de aspectos bajo las cuales las cosas pueden reaparecer en una orexis futura. Si queremos acordarnos de aquel árbol, aparecerá en nuestra valoración emocional del momento actual junto con toda su comparsería sinfórica y simbólica. Esta asociación no la hacemos nosotros, se hace por sí sola. El objeto diferenciado y el hecho de su existir no podrán valorarse en la introspección aisladamente. También su representación mnésica será marcada por la co-reidad. Si ahora vemos el mismo árbol en un paisaje cambiado por el invierno, despojado de su magnífica frondosidad, podemos no obstante imaginarlo tal como era antes con su firmamento luminoso, con tierra verde, con la roca no cubierta por la nieve. ¿Qué es lo que ha cambiado? No las cosas, ni sus conexiones; solamente su aspecto, uno de sus aspectos posibles, alguno de sus atributos.

El potencial combinatorio de la co-reidad es enorme en cuanto a la multiplicidad de aspectos y atributos. Esto se ve sobre todo en nuestros actos de creación. La vida cotidiana, rutinaria, tiende por su economía de patior menor a que prefiramos ver las cosas en sus aspectos habituales, ya conocidos por la experiencia en su relación "causa-efecto". Así nos orientamos más fácilmente. ¿Y las llamadas cosas nuevas de las cuales hablamos en la creación? No son realmente cosas nuevas, ya que nuestro mundo es un mundo dado en la co-reidad. Pero la infinita combinatoria de los aspectos en las conexiones puede darse como una sorpresa inhabitual, insólita, y es entonces cuando hablamos de la invención y del descubrimiento. No sabíamos que la co-reidad hubiese podido darse también en tal aspecto, con tales atributos. No voy a entrar aquí en la teoría de la creación; baste mencionar que sin la hipótesis de la sinforia cualquiera de ellas apenas podría construirse.

La noción de la co-reidad no es nada metafísica sino biológica, es una función palpable de la orexis [1]. Cualquier científico tiene que tropezar con este fenómeno al querer aislar un objeto para la observación de su análisis abstracto. Cualquier artista debe encontrarse con ella al querer expresar la síntesis concreta del sentir. Las cosas del conocimiento humano y de la expresión humana son sinfóricas y no singulares; se definen por sus co-cosas y todas nuestras verdades y las ecuaciones matemátcias resuenan de co-reidad. Si algunos logicistas presumen poder prescindir de ella y construir verdades "intocables y definitivas" (Wittgenstein), la endoantropología, más humilde y más relativista, no puede. Si en la práctica cotidiana el saber humano tiene la tendencia de contentarse con menos conocimiento útil en su orientación vital inmediata y urgente y abarcar menos co-reidad, la comprensión detenida de la introvisión e intropatía tiende al polo opuesto de conocer más de sus conexiones y de sus posibles aspectos y atributos latentes.

La endoantropología no pretende responder a la cuestión filosófica de cuál es la verdad de nuestro mundo; solamente escudriña el cómo se hace posible su conocimiento. Y subraya que en este conocimiento el fenómeno S tiene su importancia.

Sin ningún mérito suyo, el Homo imaginativus es más rico en su potencial creador por poder sentir la co-reidad reflejada en su memoria. La realidad interior más amplia que nos llega con la estimulación por fuera y por dentro en eventos orécticos está tan presente en la persona como la más estrecha de la utilización inmediata. Y está a nuestra disposición para una orientación vital futura, potencialmente posible, formando por sus estadísticas vibrantes una vasta conexión mnésica entre cosas y cosas, cosas e ideas, ideas e ideas. Si en un momento de prisa no es "visible", en otro momento de más atención hacia lo que ocurre en nosotros puede llegar a serlo. La invención puede incluso sorprender al mismo inventor, pero nunca llega de un terreno virgen, no cae del aire, sino de la co-reidad marginalmente vivida. En este sentido podríamos interpretar aquel antiguo dicho de Hefaisto de Efeso que reza: "La armonía invisible vale más que la visible".

Sin fijarnos en el fenómeno S apenas podríamos penetrar en el análisis de los sentimientos religiosos o estéticos, del amor y de la compasión, o de la comprensión y creación. Nuestro lenguaje verbal, nuestras verdades y definiciones, en fin, todas nuestras abstracciones se apoyan firmemente en la co-reidad cosentida y copensada o en la que puede surgir como invención.

La teoría del conocimiento y el papel de la memoria en la concienciación al que quisiéramos acercarnos aun cuando la física y la química no puedan seguirnos al mismo paso, no pueden prescindir del fenómeno S.

 

4. La maduración

La personología es la más reciente entre las ramas de la endoantropología, y la "persona" como fenómeno biológico científicamente enfocado aún espera respuestas más claras que las que nos dan actualmente los abundantes oráculos existencialistas. Como siempre, el arte se adelanta también aquí a la filosofía y a la ciencia y, cuando no abstrae, ni esquematiza demasiado, es aún el mejor proveedor de auténtica documentación ontogénica respecto a lo que es la persona en el ser humano. Los sistemas jurídicos, esta tecnología de lo socialmente normativo, matizan poco en esta materia: la igualdad ante la ley degenera fácil y forzosamente en desigualdad injusta contra la persona. Las reformas y las revoluciones sociales se preocupan, a pesar de toda la solemnidad declarativa de lemas altisonantes en su favor, más bien de los destinos personales manejables en grupos y en clases, confundiendo crónicamente el acondicionamiento de la libertad de la persona con su adiestramiento en las libertades prefabricadas por el poder vigente. Algunas religiones teocéntricas, apuntando hacia el dominio de ultratumba como el de su verdadera vida, tardan milenios en devenir personocéntricas. La moral y la educación, exponentes de las presiones del grupo y del poder, manipulan la persona con preceptos, considerándola no pocas veces como mero instrumento de unos fines colectivos de más alto valor que el acondicionamiento de la propia autocreación del ser humano. Y ninguna constitución ha proclamado hasta ahora el derecho a la vocación personal entre los cacareados Derechos del Hombre, del cual podríamos concluir que la Edad de la Persona empieza a amanecer también en el lento y diletante sector llamado público.

Pero en el sector privado, donde el hombre está solo consigo mismo, hace ya muchos milenios que la evolución permitió a su Homo imaginativus sentirse como persona y no solamente como individuo, y ocuparse por su propia cuenta en esta diferencia. Desarrollándose progresivamente su poder de concienciación y de introspección, el hombre llegó poco a poco a descubrir que al lado de las presiones evolutivas de la conservación (Primus) y de la procreación (Secundus), la tercera fuerza de la creación (Tertius) adquiría un aspecto autónomo y no tan sólo auxiliar de aquellas dos. Y que, obedeciéndolas, podría franquear las fronteras que en su interior separan los escalones del individuo puramente zoico de los que le ascienden a la persona. Entrevió que en lo que la naturaleza le da con el nacimiento hay un rico potencial escondido que ella le permite desarrollar a su modo con el patrocinio del Tertius, saliéndose ya de la ciega obediencia al brutal Primus y al Secundus implacable. Con esto, el puro sobrevivir estratégico se convirtió para él en la posibilidad de extraer más-formas de su patrimonio fisiológico dado, más-formas de sí mismo. Sin embargo, si para conseguirlo necesitaba un esfuerzo adicional, individual, encontraba siempre las energías que precisaba: el Tertius las tendría a su disposición. El Homo erectus se volvió Homo faber y habilis. Una nueva perspectiva se le abrió en el momento —ya bastante reciente si contamos por milenios— en que entrevio que su fuerza imaginativa no le ha sido dada tan sólo para inventar mejores instrumentos para matar al enemigo o para hacer algo más cómoda la dura vida cotidiana, sino que esta misma fuerza le capacitaba para hacerse incluso menos asesino en su propio interior. Y eso, ahora, ya no meramente porque las normas de la coexistencia le forzaban a tal adaptación, sino por su propio placer en tal devenir libremente posible. La ciencia tardó también aquí en reconocer la autonomía de las fuerzas de creación y aún sigue vacilando. Una de las escuelas endoantropológicas más recientes sugiere aún que las fuerzas creadoras del hombre no son más que un sobrante accidental de la procreación y que una autonomía del Tertius creador no existe como no sea una concesión gratuita de las glándulas sexuales. Esto es erróneo.

Al margen de tales teorías y mucho antes de que éstas se hicieran tan clamorosas como son ahora, el hombre descubrió por su cuenta privada que, si hay algo que puede llamarse control del asesino potencial y de la procreación ciega en él, este control —en caso de que le interesara— podría ejercerse precisamente mediante la intervención del Tertius, pero que tal proceder no es posible sin un esfuerzo personal y sin una disciplina forzosa en escuchar con mucha atención las sugerencias interiores que proceden de su Tertius. En resumen, que la maduración autodirígida de la persona depende constantemente de un autoconocimiento progresivo y que el arte de la autocreación puede darle sentido a su vida, pero no sin su contribución personal en patergios adicionales. Más aún, se está dando cuenta de que sin tal contribución apenas puede llegar a ser un buen profesional en su oficio, un buen feligrés en su parroquia, un sólido adepto de su partido o simplemente un aplicante leal de sus ideas a las relaciones humanas. Por fin, que toda obra exteriorizada de las tecnopraxias humanas (arte, filosofía, ciencia, etc.) depende siempre de su previa elaboración en el interior, de la maduración de la persona, y que aun si se para sin exteriorizarlas, el hombre habrá podidq dar un paso importante para la más-forma de su devenir. Que las obras exteriorizadas y comunicadas no son más que un test final entre los muchos que él ha empleado en el mismo camino, interiormente, y que el ir hacia este final, el camino de la maduración autocreadora, es lo que importa para pasar el puente desde el individuo zoico hacia la persona autorrealizada. El hombre vio que de todas maneras, la exteriorización muchas veces puede malograrse y aun, cuando es brillante, la persona interiormente autorrealizada es mas que su expresión comunicada; que su realidad interior real y verídica puede ser subjetivamente cubierta por una comprensión emocional y tomar la óptima forma si solamente las respuestas en este ascenso del conocimiento han podido ser completamente sinceras y animadas por una pasión de responsabilidad hacia aquélla básica pregunta introspectiva que reza: "¿Es verdad lo que siento? ¿Es verdad que soy así?".

Estas preguntas que siempre se desmenuzan en otras más concretas, más exploradoras de la realidad interior, son del dominio de la persona. Aunque por debajo de ella están inseparablemente copresentes la célula y el organismo, el dominio de lo esencialmente humano, de la creación, es autónomo en el Homo imaginativus que dispone de más dispositivos estructurales, más variedad de instintinas y enzimas, más capacidad oscilatoria del ego, etc., que muchas otras especies. No por eso tenemos que proclamarlo, con esos atavismos monarcómanos nuestros, el rey de la creación o, con nuestra incurable soberbia, dueño de la naturaleza. La ciencia parece a veces haber surgido para enseñarnos cuan pobres e impotentes reyes somos y cuan fácilmente caemos en la esclavitud; y en cuanto a dueños, ya nos preguntamos con bastante angustia si, al llegar a la luna, no será para percibir desde allí unos mensajes de seres mucho más "dueños" que nosotros. En cambio, tenemos a nuestro alcance, privada y públicamente, todo un enorme continente casi totalmente inexplorado, a cuya investigación cada uno de nosotros puede dedicarse sin ningún permiso ni mandato especial: el continente interior de nuestra persona abierto al libre paso con la plena venia de la evolución, y no nos valemos, como podríamos, de esta oferta prometedora de la única soberanía que el hombre puede lograr sin caer en soberbia ni en injusto poder sobre los demás: el gobierno de sí mismo en el vasto reino de su propia persona. Tales conceptos sobre el gobierno genuinamente autónomo y sobre el sentido de la vida que de ello puede desprenderse, no gozan de gran popularidad en las sociedades competitivas, manipulativas y tecnológicas del hombre blanco. Igual que a las sociedades primitivas, aún le interesa más bien el sol y los astros, que la enigmática espeleología del continente interior. Y es un síntoma de esta preferencia, entre tantos otros, el que en nuestras universidades la llamada "psicología" está debidamente arrinconada y disimulada bajo la tutela de otras ciencias, y que aún no tenemos ni una sola cátedra en el mundo que se llame de "personología". Ello no obstante, no faltan manipuladores apasionados en batas y capuchas de varios colores, que, autoproclamándose magos también de esta ciencia, creen justificada su pretensión de que el ser humano les confiera a ellos el privilegio de manejar incluso la íntima maduración de su persona.

Afortunadamente, la relativa libertad de ser lo que uno es, es una libertad inalienable e incoercible. No cede ni ante las hogueras ni ante los lavados de cerebro; sólo ante la locura. Y conspira contra toda clase de falansterios, aun cuando estén hechos para prefabricar la felicidad. La fuerza para esta rebeldía inmanente viene respaldada por la misma evolución. Ella apoya la libertad de la creación y con ello la de la autocreación. Si es autocrática y cruel en la conservación y procreación, es generosa en la creación y deja al hombre que, para servir a Tertius, se imponga a sí mismo la disciplina, liberándose por lo menos en este sector íntimo de los self-styled tutores. La vida de la persona no se puede "organizar", sólo puede autodirigirse. A riesgo o para la gloria de cada uno de nosotros.

La persona es una expansión en potencia, activada y acelerada, abierta a la creación de una "más-forma" evolutiva. La medida individual de tal expansión es autovalorable.

Llamamos maduración autodirigida a la actividad interior creadora del hombre por la cual aumenta intencionalmente la forma de su existencia hasta su máxima medida individual, conocida mediante la autovaloración progresiva.

Sobra decir que ninguna maduración es posible sin el buen funcionamiento de la coestesia vital. Por ella el hombre se entera dónde y cómo está. Y sólo de aquí puede llegar a cualquier parte. No importa si tenemos mala memoria para números o nombres. Grandes males pueden venimos en cambio si olvidamos lo que somos.

La introcepción de la coestesia vital en cada momento de la concienciación macroréctica nos da la respuesta de síntesis a la pregunta inmanente de "¿quién soy yo hasta ahora?". Recapitulativa, conclusiva del pasado, indicativa del balance patotrópico, un resumen de relámpago sobre la experiencia, esta coestesia mnésica suministra la plataforma de la concienciación de la cual la persona —segura ya de su mismidad evolutiva— puede partir en su valoración macroréctica desde este presente hacia lo futuro inmediato. Bajo la observación analítica en este momento aparece como:

1) la persona dada hasta ahora (o el valorandum de síntesis);

2) la persona optativa, la que con sus deseos de autorrealización tiende hacia el acto futuro (o el preferendum);

3) la persona asequible en su forma mejor (o el optímum proyectado).

El calidoscopio vibrante de la persona valorante no para aquí. Al mismo tiempo podemos distinguir entre

4) la persona tal como se manifiesta o se manifestaría en un acto puramente interior (persona interior), y

5) la persona tal como se manifestaría en un acto exteriorizado (persona exteriorizada).

En la concienciación macroréctica de cualquier valoración emocional existe la posibilidad de valerse de estos cinco aspectos de la persona. En la sencilla emoción cuyo significado es "yo amo a María", el pasado de mi amar (lleno de comparaciones entre mi verdadero amor y mis errores en el amar) hasta ahora entra con toda la marca de mi persona en maduración en el juego de la valoración actual mientras que el optativum de mis deseos hace ya puente hacia la proyección de este amar en un acto interior o exteriorizado. Lo asequible es en primer lugar la verdad que se nutre de mi realidad (a-g-gg) comprendida (G). Como ecuación de la verdad, su entendimiento concluyente ya es un acto interior de autognosia verificada. Este acto puede quedarse como acto completamente interno. Verbalmente formulado o no, tal acto se concluye dentro de mí. O puede ser exteriorizado en una formulación de expresión-comunicación.

El que quiera dedicarse a la interesante discusión sobre el tiempo subjetivo, de las relaciones entre lo pasado-presente-futuro del vivir, encontrará en la "información" que nos brinda la coestesia vital un rico material para tal autoanálisis. El transcurso de estos tres tiempos, tan separados por la gramática convencional, se verá en tal análisis curiosamente envuelto por una gramática biósica diferente por debajo del arco del devenir y con fronteras bastante borrosas entre los tres. Todo presente es una extracción de lo pasado y una proyección simultánea de lo futuro. Y si no fuera por alguna mínima duración de la forma, de la cual la coestesia vital es una expresión fiel, el acoto de lo presente, como algo que es sinónimo de la duración, sería imposible. Las secuencias (a:g:gg ) + nM abocan en secuencias de la comprensión emocional-valorativa superpuesta (nG), y son cadenas de esta progresión que hacen posible la maduración de la persona haciéndola comprender (G) lo que era hasta ahora en su marcha hacia un devenir de una posible más-forma (FF). Este conocimiento rápido y abarcador de muchas cosas a la vez, este cosentir y copensar de la introspección es el prototipo de la intuición que en el enlace de las cosas toca sólo lo esencial de la experiencia, y en un flash de la luz rembrandtesca disipa las tinieblas de lo pasado acentuando su unidad. Tal facilitación catalizadora es en su salto precipitado un reto a la lógica racional con su lenta marcha de premisas y silogismos. El organismo no tiene tiempo para la lógica explicativa. Su lenguaje es como el de los iluminados, de los poetas y profetas para los que el convencionalismo del vocabulario es un obstáculo de la síntesis de la verdad.

La maduración autodirigida de la persona es una función de autocreación [2], que muchas veces puede ser calificada de arracional por el esfuerzo-tensión adicional que toda autocreación exige de la persona. Esto de querer devenir uno, por su propia cuenta, por su propio placer, más positivamente ético de lo que la moral convencional exige en una circunstancia concreta; esto de querer prepararse a sí mismo para poder causar menos sufrimiento al otro; esto de escuchar la vocación artística, filosófica, científica e ir detrás de unas actividades y búsquedas de verdades que no parecen servir a las necesidades de la supervivencia inminente, etc., tienen en la apreciación de la razón práctica, reducida a la conservación y procreación, un matiz arracional que a veces toca lo irracional, la locura. Mi ama de llaves se ríe por dentro escuchando el teclear de mi máquina, y hasta me tiene compasión: un hombre que con su "inteligencia" podría ganarse un dineral, está perdiendo su tiempo en cosas que nadie leerá. Yo, en cambio, sigo tecleando, una vez satisfecho» con lo que escribo, otra vez profundamente descontento, y riéndome en un momento de lo que en el anterior me pareció todo un flash de gran importancia. Secuencias innumerables de valoraciones emocionales comprensivas (G) controlan la realidad de mi agon (a) convergiendo hacia las posibles ecuaciones de la verdad asequible. Este dinamismo de la maduración me anima, presta sentido a mi vivir autónomo, soberano tanto en lo agradable como en lo desagradable. Como tantos otros que se enfrentan interiormente con sus dilemas éticos o estéticos, religiosos, intelectuales por las vías de la autocreación, no hago en estos esfuerzos-tensiones arracionales otra cosa que permanecer fiel a lo que se me antoja como algo que concierne a mi persona auténtica, como el cumplimiento de una responsabilidad interior hacia ella, como la única cosa en que puedo actuar libremente, ya que dentro de esta autonomía interior puedo controlar, hasta cierto punto, el agon oréctico y el empleo del patior; puedo adivinar la medida personal de mis capacidades, valorarla, comprenderla de una manera verídica, sin querer saltar por mi propia sombra, sin querer imponerla a nadie, sin compararme con otra cosa que con mi pasado, enfrentado con lo futuro inmediato. En todo esto mido constantemente mi propio potencial de realizaciones: ahora es cuando sé con toda seguridad que no puedo ser tan "grande" como muchos a los que admiro (o envidio); ni quiero dejarme arrastrar por cansancio al nivel de los inconscientes de su propia vida. Por las secuencias de la coestesia vigilante sé también que puedo ser tan sólo lo que potencialmente soy y ni siquiera esto sin esfuerzos intencionalmente dirigidos hacia el conocimiento de este potencial dado, hacia lo optativo asequible y con el real optimum proyectable. La autocreación es ante todo mucha búsqueda de la verdad, de la medida real sobre uno mismo; y mucho trabajo en compaginar los actos del comportamiento con esta verdad averiguada; búsqueda zigzagueante, en constante atención a los errores, a la medida de lo posible, probable y real de los logros, tan expuestos a riesgos, pero también abierta a la concienciación sin prisas, amplia e intensa, a la introspección meticulosa del acontecer interior. Y el ideal no es lo que nos dan las comparaciones con lo semejante logrado por los demás; el ideal en la autocreación es el de no estar por debajo del criterio proyectado de la propia persona, la más-forma potencial (FF) en alguna parte del final del tiempo-espacio de la distancia, cubierta por el trabajo y por la compaginación con este final.

Cualquier pincelada en un cuadro puede ser una desviación o una afirmación de autocreación. Cualquier reducción del asesino durmiente en nosotros puede ser ilusiva o falsa en la maduración ética. Cualquier acto en las interrelaciones personales con los demás, una mentira frente a la persona interior propia. En todo momento podemos sentir si, actuando así, hemos sido fieles a nosotros mismos. Y si la persona interior que conocemos y la persona exteriorizada en los actos están de acuerdo o en desacuerdo.

Otra cuestión es si deseamos tal vida intensa de autocreación, de responsabilidad hacia uno mismo, o la preferimos puramente estratégica, conforme a las circunstancias, la zoica, la estereotípica, la de todos los demás éxitos, menos éste, el interior. Aunque ni siquiera la mera supervivencia es posible sin cierta medida de introspección; aunque las relaciones interpersonales se hacen dificultosas sin ella, podemos sobrevivir con un empleo reducido de la autocreación autodirigida. Pero hay un empuje en la persona que tiende a la autocreación, que inspira desde dentro su introspección y su intropatía: todos los humanos, todas las personas tienden a la liberación de aquélla distonía básica del Homo imaginativus, que es la soledad de su unicidad individual. La soledad-unicidad primaria, cuya experiencia empieza con el mismo nacimiento.

 

5. Maduración y soledad primaria de la persona

Todos los signos de la coestesia vital llevan la marca ontogénica matizando la unicidad subjetiva de la experiencia. El ser individuo nos aparta mecánicamente del otro individuo. El ser persona nos hace progresivamente concienciar los pormenores de tal separación. Después del nacimiento ya no puede haber para los vivos unión alguna semejante a la placentaria. Con el crecimiento del organismo, el desarrollo del individuo y la maduración de la persona, este discontinuum de la unicidad se acentúa progresivamente. La ontogenia hace que no tan sólo seamos distintos por rubios o morenos, que tengamos caracteres y temperamentos muy variados, sino que veamos las mismas cosas —en todo sentido— de manera diferente. Lo único que el hombre comprende sin vacilación ni equivocación es su propia unicidad.

En la coestesia vital de la concienciación es inmanente la señal de que lo subjetivamente sentido en el instante en que nos damos cuenta de que somos unidad entre lo adquirido y lo innato, es a la vez el espacio-tiempo único en el que tal vivencia se produce. Único e intransferible, incomunicable, inalienable. La sensación de la unicidad tiene sus consecuencias del tonus afectivo-reactivo en la soledad primordial de la persona y todas las distonías de esta índole más elaboradas, de las que se queja la humanidad variando sus descripciones sobre la soledad en la poesía o en la simple vida cotidiana, tienen sus raíces en aquélla matriz primaria. Y aun cuando no nos quejamos de ninguna soledad articulada, ésta nos acompaña implacablemente. Cabe la huida de ella, y hay una gran necesidad de emprenderla, pero no existe posibilidad de eliminarla. Si en la cumbre de serenidad lograda todas las demás distonías desaparecen, la de la unicidad-soledad nos acecha, inmanente incluso en el fondo de la euforia. Es la más crónica en la lista en que siguen otras dos grandes categorías, las de la inseguridad y de la inferioridad.

Pero nada de lo que es sensible y "patible" en el organismo está exento de la utilidad evolutiva. La soledad primaria es una potente promovedora de toda nuestra sociabilidad. Aun a sabiendas de lo intransferible, procuramos comunicarnos por lo que es transferible y alienable. Podemos quedamos menos o más solos en este mundo de la coexistencia. La distinción de la desigualdad ontogénica nos quedará siempre, y ninguna identificación completa con el otro nos será posible, ni siquiera si intentamos llegar a ella por imitación apasionada. La ley de la ontogenia, dictada refinadamente por la evolución, prescinde soberanamente de la patética exclamación nuestra de que "todos somos iguales". Ni siquiera lo somos ante la muerte. La ontogenia se burla también de todos los falansterios que por un criterio u otro quieren establecerse en nombre de la igualdad, profundamente antibiológica.

Y al decir "todos somos personas" no apuntamos hacia la igualdad sino hacia la desigualdad. Si admitimos al Tertius como autónomo, reconocemos también la unicidad primaria en las personas y la medida diferente de la autocreación personal en cada una de ellas.

Los misteriosos designios diferenciales de la evolución arraigados profundamente ya al nivel atomomolecular del organismo, palpables en la célula, patentes en el individuo, son todo un florecer exuberante en los niveles de la persona. El otro también es tal desigualdad, potencialmente creadora. Así adquiere sentido la evidencia de que, para ser comprendida, la otra persona tiene que ser conocida tal como es en su realidad y su verdad interior, tal como es según su medida y no según la nuestra. Si proyectamos los focos de la imaginación, de la introspección, introvisión e intropatía de modo que la podamos ver bajo tal luz, podemos salvarla de mucha soledad. Sin embargo, para colocar bien los tocos de tal conocimiento, los peritos del alumbrado tienen que ser las emociones valorativas de tipo creador, el amor, la compasión, o sus ayudantes paraemocionales tales como simpatía o atención.

Con la maduración de la persona los contenidos de la coestesia vilal van enriqueciéndose y con esto también la articulación de la soledad se intensifica. Cuanto más se elabora y se ensancha la concienciación progresiva en la autocreación, tanto más crece la sensación de la unicidad, y con esto también la soledad. Los que en este camino han ascendido a los picos creadores del Homo imaginativus han tenido que soportar también grandes soledades. Si bien lo transferible y lo comunicable en ellos ha aumentado, la probabilidad de encontrar la comprensión directa adecuada ha decrecido proporcionadamente. ¿Sería, pues, la autocreación una condena al patior aumentado? ¿Lo sería precisamente para aquellos que más alta llevan la bandera de lo auténticamente humano?

Lo sería, si en el camino mismo de la autocreación no hubieran sentido secuencias de satisfacciones por lo parcialmente logrado en este devenir de su propia más-forma. Si en este camino el hombre es incapaz de comunicar a los demás lo que sucede en su interior, o no existen semejantes receptivos en su alrededor inmediato, existe un modo por el cual puede hacerlo indirectamente: si logra una forma exteriorizada de lo que es su persona a través de una obra. En ella está su realidad y su verdad, y a pesar de que se comunica a través de personajes disfrazados del drama, del retrato, o por debajo de fórmulas filosóficas, científicas, e incluso matemáticas, alguien, no dado en su alrededor inmediato, puede surgir en alguna parte y comprender no solamente la obra sino también a la persona de su creador. Tal salvación hipotética de la soledad personal es un poco sembrar al viento, pero ¿acaso no lo son también las demás proyecciones o los amores humanos?

En la endoantropología de la creatividad, la función difícilmente explicable de esta actividad que sobrepasa la conservación y procreación prácticas, precisa para su interpretación también el elemento de la huida de la soledad primaria. El gran artista de Altamira era ante todo un gran solitario. No pintaba en su sombría cueva poseído de vanidad ni de deseos de inmortalidad; necesitaba su firmamento en colores y figuras para su propia vida. Para expresar aquella realidad interior y aquélla verdad introspectiva que existían en su taller íntimo pero acotados por el cerco de la unicidad y la soledad.

La traducción de lo vivido a lo expresado y su ecuación en cualquiera de los modos posibles no es una hazaña fácil para el Homo imaginativus, aunque tenga un rico instrumentarlo para este fin en palabras y gestos, en el empleo de sonidos y figuras y en otras técnicas de la exteriorización de su persona interior. No es que sea necesariamente torpe en ellas, por ser el primero que en los escalones zoicos de la evolución tiene esta capacidad de transposición expresiva de lo sentido en símbolos. La gran dificultad estriba en que lo subjetivo no se rinde mecánicamente a la abstracción expresiva. Como hemos dicho ya, toda expresión es abstracción y siempre una aproximación de lo real y verídicamente vivido. Si se trata de la persona y no tan sólo del individuo, el cosentir amplio de su concienciación requiere mucha fuerza de síntesis en la expresión para salir en ella adecuadamente la realidad y la verdad interior. El resto que se queda sin expresión aumenta el patrimonio de la unicidad-soledad del que el hombre huye. Uno tiene un sueño raro e impresionante —algo en lo más hondo de su persona se ha removido— y estas señales le indican vagamente un problema de su interior que no acaba de descifrar. Intenta, pues, contárselo a su amada, un ser que le escucha con toda atención comprensiva. En cuanto al llamado contenido, al historial del sueño, todo va bien en su relato, lo recuerda perfectamente. Pero, al terminar, se da cuenta de que lo más importante de lo vivido en el sueño no ha sido traducido en su descripción de palabras: aquélla atmósfera de rareza que más le impresionó mientras soñaba, cierto residuo del aire en que se bañaban las figuras y el acontecer hípnico. Lo más subjetivo ha quedado sin transcripción y frente a ello el relato resultó inadecuadamente abstracto: el hombre se quedó solo con lo vivido. Ha racionalizado demasiado en su descripción. La comprensión del otro tendrá que quedarse necesariamente también por debajo de la identificación. Esto nos ocurre innumerables veces en la vida cotidiana y en las tecnopraxias de toda clase. Mientras nos expresamos en abstracciones racionalizantes, en ideas-índices de lo interiormente vivido, en símbolos de la transcripción, tenemos menos perspectivas de llegar a ecuaciones adecuadas en cuanto a la traducción expresiva de lo que realmente somos. El arte lo sabe bien. Sus abstracciones son las que menos se precipitan hacia las conclusiones prematuras sobre lo concretamente vivido y lo ampliamente cosentido. Por esto, las buenas formas del arte duran más, a veces durante siglos y milenios, fomentando la comprensión de generaciones. Los filósofos y los científicos tienen más prisa hacia la abstracción y sus formas son más perecederas como no ocurra —y afortunadamente a veces ocurre— que lleven también una buena fibra de artista en su creación [3].

Más que en otros sectores de la endoantropología, es precisamente en la personología donde corremos un riesgo peligroso de precipitarnos en abstracciones y conclusiones prematuras, racionalizantes. El riesgo crece sobre todo si queremos acercarnos a las interpretaciones de lo subjetivo. Toda teoría es necesariamente una abstracción gruesa y la oréctica también lo es. Pero nunca es tan imperativa la precaución como en un capítulo que versa sobre la persona y aún más si lo reducimos a una breve glosa como la presente. Tenemos algunas precauciones de principio, tales como las reservas hacia las caracterologías-clave que reducen la persona a esquemas abreviados, demasiado abstractos. Y, fuera de algunos clínicos, de naturaleza fisiológica, tenemos un verdadero horror a la mayoría de los tests de la personalidad que tantas veces miden sin saber lo que miden. Por lo que hemos podido sentir subjetivamente de la tremenda complejidad de los fenómenos interiores, nos queda casi ya un prejuicio consciente, una necesidad de defensa, hacia las maquinillas electrónicas del diagnóstico. Viendo a la persona viva confrontada con estas mesas eléctricas no podemos olvidarnos de un sabio dicho de un gran artista, muy conocedor de la persona, Antón Pavlovich Chéjov. Biólogo y médico de profesión, este profundo introspectivo intropático dice en su obra Ivánov: "Hay en cada uno de nosotros demasiadas ruedas, tornillos y válvulas para poder enjuiciarnos, los unos a los otros, por una primera impresión o por uno o dos índices exteriores". Contemplando las sabias estadísticas de la psicometría y los gráficos de la "similitud de perfiles" (Catell, Meehl, Stilson, Haggard, etc.) nos preguntamos angustiados qué sería de la pobre humanidad en aquellos Estados en los que un día un poder autocrático ordenara que todos los ciudadanos tenían que ser clasificados según los resultados de tales tests... En cuanto a las matemáticas presentes, aplicadas a la biología, la instigación a tal empleo no viene, por suerte, del lado de los físicos, quienes, advertidos en sus propias observaciones por las capacidades del sensorium del observador, han entrevisto con más claridad que "es imposible dominar con matemáticas los procesos excesivamente complicados" (Werner Heisenberg, Zurich 1948). Y ¿pueden imaginarse otros, más complicados, que los del Bíos?

Que busque la verdad, bajo la luz de su época, la ciencia tiene esta santa obligación. Pero que se declare exacta, ¿no es eso degenerar otra vez a los tiempos en los que algunos privilegiados se creían en posesión de la "única verdad", cortando el paso a la concienciación progresiva en el hombre, ascendido a ser el aprendiz de la creación?

Sin embargo, lejos de despreciar cualquier labor honesta aun cuando su método nos parezca equivocado, tenemos que admitir que ni siquiera la personología puede prescindir del lenguaje abstracto ni de sus simplificaciones implicadas. Tenemos que confesar que, orientándonos a duras penas entre el hormigueo inextricable de los eventos interiores hemos tenido la tentación de dar un paso adelante en tal simplificación abstracta. Y a desmenuzar cada lugar biósico —lugar geométrico no existe en este campo— a las unidades hipotéticas cuya presencia sería característica para todo evento interior, a partir de nuestros cuatro factores, el patior y la forma. En este caso cualquier sitio de un orectón se compondría de uno o de varios peritones (teniendo la función de las energías del factor exógeno C) y de varios egotones (factor oscilatorio E), filetones (factor Hf de la estructura phylum) y hormetones (factor instinto I), integrándose entre ellos bajo el ajuste de los patergios (P), todos ellos constreñidos a la cibernética del morfoton (de la forma F). Como en el átomo físico, pronto descubriríamos con tal modo de pensar que estos "elementos" son a su vez conjuntos, y que por ejemplo un egotón contiene entre otras cosas ondas mnemotones (mnemoecforias M) de varias subclases, aquí con el papel de denominador común para aquellas subclases de los signos-ondas mnésicas que ya llevan en el sistema oréctico las etiquetas de la mneme, del engrama, ideograma y fonograma. Soltando riendas a tal lógica simplificadora podríamos seguir fijando, para una más fácil orientación, en unidades-eventos analizables y ya muy abstractos, el acontecer interior desde el punto de vista de comportamiento, buscando las valencias cuantitativas de sus constantes y variables.

Si la teoría oréctica del comportamiento alberga alguna verdad en su visión, tal nomenclatura sería una consecuencia natural de sus postulados primarios. Confesamos que no podemos imaginar un orectón —la célula movilizada hacia el comportamiento por la estimulación— sin suponer aun en el comportamiento más mínimo la presencia energética de los peritones, filetones, egotones, hormetones y patergios, o suponer que la cognición, la valoración, la volición, el acto y el tonus podrían ser otra cosa que funciones de tales conjuntos. Sobra decir que esta nomenclatura de comportamiento no altera en manera alguna la usualmente empleada para los fenómenos fisicoquímicos en el organismo.

Tal esquema en las interpretaciones del comportamiento, tal bautizo nuevo de los fisioquimismos surge como necesidad en nuestro sector por el hecho de que, sabiendo la mera naturaleza química de una sustancia no conocemos ipso facto su papel en el comportamiento. Para un químico la adrenalina es un C9 H13 NO3 para un bioquímico es un catecol metil-amino-etanólico; para un fisiólogo es una hormona producida por las glándulas suprarrenales con cierta naturaleza excitativa. Al endoantropólogo aún no le bastan estos datos valiosos. Tiene que conocer su papel habitual y su posición interfactorial en un acto de comportamiento concreto y específico. Tiene que saber si puede ver en ella una sustancia que pertenece a un subsistema del ego, de la estructura, o es una instintina, como ya se puede suponer. Tiene que conocer, pues, su valencia especial de I, C, E, Hf, P o F y su función factorial. Sin tal exploración y reconocimiento funcional, el comportamiento de un organismo queda poco explicable, ya que un organismo es siempre más que la suma de efectos inmediatos y locales de los fisioquimismos discernibles dentro de un evento observado.

El inventario de los fisioquimismos —y hay que llamarlos así porque sus fronteras son borrosas— desde el punto de vista endoantropológico es una tarea por hacer. En el análisis de la persona este inventario aún puede esperar. Hablar del amor, de la compasión o del asesino potencial en términos de peritones y hormetones cuantitativos es tan poco explicativo como querer interpretar el sufrimiento humano a base de proteínas y lípidos. Aún nos serviremos durante mucho tiempo del viejo instrumento de nuestras palabras, por traidoras o caprichosas que nos parezcan.

 

Notas:

[1] Las exploraciones bioquímicas macromoleculares sobre la histéresis en relación con los polinucleótidos y el ARN, y en general sobre la llamada conversión mecanoquímica, la elasticidad, etc. (Hill, Brown, Cox, Katchalsky, entre otros), están a punto de descubrir nuevos aspectos de la co-reidad al llegar a los estados «metaestables» entre la «fundición (melt) y la cristalización (crystallize) de las sustancias. (HAYASHI-SZENTGYÖRGYI, Molecular Architecture in Cell Physiology, Nueva York 1966.) Menciono este ejemplo porque es afín a nuestra materia, pero cualquier sector de cualquier ciencia nos puede suministrar un rico material de ejemplos para la multiaspectividad oculta de cosas. El conocimiento humano está lleno de estados «metaestables»...

[2] Resulta a veces difícil distinguir en la maduración autodirigida entre los progresos en el devenir de la persona (personalización) que se producen por escalones contiguos («puedo llegar a ser un profesional mejor, hombre más justo, etc.»), y los saltos propiamente dichos creadores que obedecen a la invención reveladora («no sabia que en mi amor, en mi obra, haya podido llegar a esto»). En la creación de las obras nuevas de arte o de ciencia prevalecen los momentos inventivos, con sus nuevos aspectos de la co-reidad revelada. En este libro empleamos alternativamente los términos maduración autodirigida y autocreación (inventiva) ya que aquí no podemos ocuparnos detenidamente de esta distinción.

[3] Sobre los detalles de la maduración, véase El hombre ante sí mismo.

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Última actualización:
21/03/06