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Emoción y sufrimiento. V.J. Wukmir, 1967.

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7. Esquizorexia

«So sagen sie: mein Leben, meine Frau,
mein Hund, mein Kind, und wissen doch genau,
dass alles: Leben, Frau und Hund und Kind
fremde Gebilde sind, daran sie blind
mit ihren ausgestreckten Händen stossen.»
(Ellos dicen: mi vida, mi mujer,
mi perro, mi hijo, pero saben bien
que todo: vida, mujer y perro e hijo,
formas extrañas son, las que chocan
ciegamente sus manos extendidas.)

RILKE

1. La desensibilización
2. Depatiorización
3. ¿Un agente específico?
4. Las consecuencias de la desensibilización
5. La definición

 

Nada demuestra mejor la perplejidad del hombre normal y de su ciencia ante la locura que el interminable número de clasificaciones con las que la clínica moderna intenta determinar sintomatológicamente la gran categoría de la esquizofrenia. Se habla de la esquizofrenia hebefrénica, paranoide, catatónica, seudoneurótica, seudopsicopática, maniática, esquizoambulatoria, onirofrénica, esquizotímica, esquizonoiaca, parafrénica, depresiva, abortiva, latente, subclínica, etc., para acabar después de otros intentos, en aquella categoría de impotencia que significa la esquizofrenia "atípica". La esquizofrenia es locura, aunque no es la locura; y es un tipo de locura que, según nuestra opinión, puede separarse, puede diferenciarse de otros tipos de la desorientación vital. Pero creemos que en cualquier caso de las DOV, la determinación del diagnóstico que procede meramente por criterios de síntomas exhibidos tiene que conducir necesariamente a confusiones si los conceptos básicos sobre el comportamiento en general vacilan tanto, como es el caso en la actual crisis psiquiátrica de la que se queja todo el mundo. "¿Por qué no creo ya en la actual esquizofrenia?", se pregunta Paúl Abély en un artículo significativo [1], rechazando varios criterios con los que la rutina clínica suele establecer actualmente el diagnóstico de esta enfermedad. A veces parece que los peritos no están de acuerdo en nada sobre ella excepto en el término con que Bleuler la distinguió con buena intuición: el término esquizo, que significa "escisión" y que se quedó con algunas variaciones ("disociación", "discordancia", "ruptura", "descuartizamiento", etc.), y que nosotros aceptamos también. Escisión, hí. Escisión en continuum de la orexis. Pero ¿qué tipo de escisión? ¿Dónde y con qué consecuencias? Un paro de la orexis, un vacuum en la integración factorial, sí. Pero ¿cuáles son necesariamente los efectos de un paro, de una escisión, de un vacuum en el proceso de la orientación vital?

Los efectos son gravísimos. Entre ellos la pérdida del potencial subjetivo de valoración, es decir, la desensibilización; la pérdida de la capacidad energética del esfuerzo-tensión dirigido hacia la autoarfirmación de la forma, la depatiorización. Donde hay desensibilización y depatiorización la emoción valorativa no se puede producir de una manera adecuada, y por lo tanto las ecforias de los signos mnésicos se vuelven arbitrarias (dismnesias y desdoblamiento de la persona). En el punto del esquizo-vacuum un automatismo ciego de los factores funciona aún, pero la utilidad vital de tal marcha se vuelve dudosa. Los eventos que suceden en el desierto valorativo, encierran la autoconcienciación en la extrañeza de un autismo forzoso. En tal situación interior de la orexis rota, los actos de comportamiento tienen que volverse aleatorios e imprevisibles tanto para el sujeto enfermo como para su observador: la locura significa que todo es posible y que cualquier cálculo de probabilidad y la posible reducción intencional de la entropía están condenados al fracaso si tal situación interior se sistematiza, si no se repara ni por la autocorrección ni por una intervención exterior.

El enfermo esquizofrénico está amenazado en el fondo de toda la orientación vital: en su subjetividad. En la capacidad valorativa y auto-valorativa y, con esto, en la coestesia vital de su persona. No se trata ya de un error de valoración sino de imposibilidad. Tal imposibilidad significa que en la elaboración de un estímulo la célula no puede orientarse en el ajuste cuantitativo de un factor en su relación con los demás factores (valoración); ni sentir si el esfuerzo-tensión hacia el acto es adecuado (autovaloración). En semejante posición ella deja que se produzca cualquier acto automático. Y cualquier acto automático puede en un momento parecer al observador un acto normal y en otro ser completamente anormal, lo que precisamente ocurre en la esquizofrenia, en la cual el enfermo ya no sabe qué hacer con los estímulos, ni se esfuerza en intentarlo. En el sitio-momento del esquizo-vacuum las herramientas de la gnosia y de la autognosia, necesarias para la orientación vital, se inutilizan y el agon pasa de cualquier manera, sin su vigilancia.

 

1. La desensibilización

Entre los estorbos de la orectogénesis normal del organismo, es decir de la afectabilidad, la desensibilización significa la pérdida de la capacidad de valorar cuantitativamente las valencias cambiantes de los factores, lo que va a la par con fallos en la integración factorial. Aunque la capacidad de recibir estímulos (la irritabilidad) permanezca intacta, la necesidad de valorar y de excitarse se abre siempre muy pronto para la célula, ya en la misma protofase de la cognición (c), y debería extenderse cada vez más en el curso de la orexis consecutiva. Mucho depende, pues, de este poder excitarse, poder emocionarse, es decir, del debido proceso de la integración factorial. Si cualquiera de los factores está cortado para tomar parte en la integración, se produce un grado de hipoexcitación, por ejemplo, en el caso de que las instintinas no colaboren; o de hiperexcitación, cuando éstas se hacen muy dueñas de la situación abierta al comportamiento sin ser vigiladas por la actividad equilibrante del ego.

Fisiológicamente vista, una hipoexcitación aparece con la permeabilidad excesiva de la membrana, ligada a una depolarización; o bien, con una permeabilidad muy débil y una sobrepolarización de la membrana. Las dos conducen a una reducción de la excitabilidad, una desensibilización por extremos diferentes pero con el mismo efecto de estorbar las funciones de las fases orécticas. Permeabilidad excesiva y depolarización (involución) tanto como impermeabilidad y sobrepolarización (inhibición) inactivan o hasta pueden parar la orexis, la elaboración del estímulo. El caso más grave de tal desensibilización se da cuando un factor es impedido para juntarse a los demás con la finalidad biósica de ajustarse a ellos. Hemos insistido bastante en subrayar que los factores no tienen cantidades iguales en cada momento y que a esto se debe la necesidad primaria del organismo de valorar continuamente sus suficiencias; que en sus funciones autónomas son siempre antagónicos y que a esto se debe a su vez el dinamismo de la excitación. Pero también existe el mando supremo de la forma que converge hacia este ajuste y que tiende a la autocorrección de las insuficiencias, siempre que estén presentes aunque sea cojeando. En todos los sitios-momentos del organismo la supervivencia es, lo hemos dicho ya, tan sólo una probabilidad. Pero tiene que ser una presencia quadrifactorial y la insuficiencia de un factor no debe reducirse a su ausencia de estimulación autónoma haciendo desaparecer el antagonismo funcional. Con las insuficiencias la autocorrección aún puede llevarse a cabo; con la ausencia la integración factorial se convierte en desintegración. Y de esto se trata en la esquizofrenia en el punto esquizo-vacuum: de la escisión entre los factores. Del paro en el suministro de las materias que la estructura Hf aporta funcionalmente a los iones E, por ejemplo (escisión Hf : E); o cuando las instintinas (I) no pueden llevar a cabo las instrucciones cursadas por los mecanismos egotinos (escisión E: I); o cuando el estímulo exógeno (C) necesario, apenas recibido en el receptor, muere forzosamente antes de cumplir su misión de estimulación (escisión C : IEHf): un vacío interfactorial en el curso del comportamiento, mejor dicho, en el curso de su preparación oréctica.

El agente o los agentes profundamente etiológicos del porqué de tales paros y escisiones —a lo que volveremos más adelante— son desconocidos, a pesar de las investigaciones febriles en torno a este problema. Ni siquiera se sabe si el mal esquizofrénico nos amenaza ya desde los genes innatos o lo desarrolla alguna patogenia adquirida en el curso de la vida. Todo lo que podemos adelantar aquí hablando de la desensibilización, es que son unos agentes traumatizantes sistematizados: la esquizofrenia no se da como consecuencia inmediata de un shock o una lesión estructural. Es un mal solapado y que, si bien frecuentemente ataca a los organismos jóvenes, siempre viene de lejos. De otra manera no podríamos hablar de agentes traumatizantes, ya que, según nuestra definición, el verdadero trauma lo es por ser repetitivo y crónico, sistematizado como obstáculo a la orexis normal. Pero, suponiendo un agente traumatizante, podemos trazar algunas condiciones orécticas en las que una escisión interfactorial puede producirse y concluir de ellas sobre sus consecuencias patológicas. Un caso típico puede darse cuando una involución hipoexcitatoria es precedida o seguida por una inhibición. El esquema sería el siguiente:
 

Agente traumatizante inhibición sobrepolarizante
permeabilidad bloqueada de la membrana
oscilación del ego insuficiente
esfuerzo-tensión (patior) desproporcionado
valoración inadecuada
Desensibilización - Depatiorización

Punto esquizo

Desensibilización - Depatiorización
valoración inadecuada
esfuerzo-tensión (patior) desproporcionado
oscilación del ego insuficiente
permeabilidad excesiva de la membrana
involución depolarizante
Agente traumatizante

Así, cuando se da el caso de que una involución de la excitación es inmediatamente seguida por una inhibición excitatoria, o viceversa, con las consecuencias que muestra el esquema grosso modo, es muy posible que se produzca una escisión en la integración de los factores con el vacuum valorativo consiguiente. Esto puede ocurrir, por ejemplo, cuando después de una orexis que podríamos etiquetar como la de una "espera deprimente" (involución depolarizante) inmediatamente viene un "fuerte miedo" (inhibición sobrepolarizante). Un hijo afligido por cualquier cosa, y renido bruscamente por un padre autoritario puede dar lugar a consecuencias esquizorécticas. La secuencia "involución-inhibición" tiende al vacuum valorativo. Si tal constelación se repite a menudo, se sistematiza, la ruptura interfactorial para todos los estímulos que pasan por este locus morbi afectivo puede hacerse crónica, es decir, irreparable por la autocorrección.

Añadiremos que un esquizo-vacuum establecido en cualquier sitio del organismo no tiene tan sólo efectos patógenos locales, sino que repercute en toda la cadena de los orectones que tienen que tomar parte en la composición de un teleacto. La orexis, desde la llegada del estímulo hasta el acto consumatorio, es un continuum. Para una cuerda por la cual se llega al final, no importa en qué punto se ha roto su continuum. El desorden que nace por el esquizo-vacuum de un orectón es contagioso para los siguientes. Aunque siempre catastrófica, la desensibilización puede no llegar a ser una pérdida total de la valoración, y, en caso de una reducción muy fuerte de la oscilación egotina, los otros factores pueden intentar la composición del acto. Pero las instintinas llevan a través de las sinapsis tan sólo, unos pobres restos de la elaboración a otra célula y tal mensaje no es una información como debería ser: producirá allí otra involución o inhibición anormal, o un estorbo o embrollo. Las fases orécticas, lo hemos dicho, exigen cada una su tiempo y espacio sensible, subjetivamente medible. Con la desensibilización el tiempo medible, el espacio sensible del agon se desvanecen. No solamente la célula no valora, sino que ni siquiera siente que algo le falla o falta. En el desierto del vacuum los factores restantes actúan como máscaras o fantasmas. Y, claro está, no son capaces ya de movilizar debidamente la preciosa ayuda de la memoria que tendría que apoyar la valoración adecuada. Si llega algún signo de vacuum desensibilizado, resulta inutilizable. Frente a tales desastres podemos decir que el mal mayor que pueda ocurrir al ser vivo es cuando le privan de su subjetividad. Y creemos no equivocarnos si a ésta la definimos como sensación introceptiva de que la integración factorial marcha y que el patior funciona. Las salvajes electro, insulino, termoterapias pueden ser a veces eficaces tan sólo si con sus sacudidas ciegas y brutales pueden por casualidad restablecer la sensibilidad en los desconocidos loci del vacuum valorativo, restablecer la regidora de la orientación vital: la subjetividad.

 

2. Depatiorización

La valoración puede ser llamada escindida por cuanto el evento oréctico no se presenta en su aspecto cuadrifactorial ICEHf. La ausencia de cualquiera de estos factores o su reducción por debajo del mínimo funcional significa desintegración oréctica. Tal desintegración se produce: a) por un estorbo grave en el mismo sistema subyacente de un factor, condenándolo a la disfunción o a la ausencia total; b) por predominación desproporcionada de otros factores, o de uno de ellos, que no da tiempo-espacio a un factor cualquiera para su propia integración adecuada; c) por el fallo del patotropismo en el ajuste de la integración. En cualquier fase oréctica en que se produzca uno de estos hechos de escisión, la valoración normal se hace imposible o infrafuncional. Lo que, en nuestros términos, quiere decir que el acontecer degenera en ocurrencia; que el agon mismo ya no es evento cuadrifactorial; que la gnosia intrafuncional no puede medir el significado biósico del agon ni "darse cuenta" de lo que acontece. Y que, por lo tanto, la célula no es capaz de la autognosia: no puede orientarse en cuanto a la aceptación-soportación-resistencia frente a un estímulo en elaboración que no se presenta de un modo valorable. En este caso la célula (o ya el organismo-persona) no enfrenta sus propias fuerzas actualmente disponibles con la estimulación, ni puede conocer si ésta es agradable o no, útil o no y, por lo tanto, el esfuerzo-tensión necesario para la convergencia hacia el acto no se podrá compaginar con la elaboración defectuosa. La disfunción de la autognosia quiere decir depatiorización; es un desierto valorativo.

Con la gnosia incapacitada, la movilización de la memoria se hace superflua. Con la autognosia cegada se. paraliza la coestesia vital. Desde el desierto de su vacuum valorativo el esquizoréctico es privado del conocimiento tan necesario para cualquier orientación vital que es la señal de "quién era yo hasta ahora". Sin tal información no se establece arco alguno hacia un acto futuro, normal y coherente. El enfermo ni siquiera puede alarmarse por tal estado de las cosas porque no las siente. En el locus morbi del vacuum no puede establecerse emoción alguna de miedo o de angustia, simplemente porque no existe en él la valoración subjetiva. La desensibilización y la depatiorización quieren decir desubjetivización. Con esto desaparece también el sentir primario de tener que sobrevivir, o de si la supervivencia vale la pena o no. Una neutralidad de arenas muertas reina en este. sitio. Donde el patotropismo muere, se acaba toda la orientación hacia la vida.

En todas las demás DOV esta orientación, por preverbal y cruda, estorbada o disminuida que sea, no desaparece, ni siquiera en la confusión y el delirio, ni en el mejor candidato al suicidio inminente. Todos ellos aún pueden valorar y a uto valorarse, aun cuando sus respuestas sean las más pesimistas. La del melancólico postrado al decir que no vale la pena, es una conclusión valorativa y autovalorativa, y sus ganas de suicidarse, como las de un obseso, son aún ganas, un optativum triste pero que se desprende lógicamente de un valorandum previo. El espectacular teatro patotrópico de la histeria o de la paranoia son un dramatismo vivo, lleno de funciones valorativas que dirigen el comportamiento. En cambio, en su escena vacía el esquizoréctico es un fantasma que no se mueve siguiendo las instrucciones de su propio papel: le mueven vientos accidentales, empujes arbitrarios, mareas y marejadillas imprevisibles.

Muchas células pueden morir violentamente y el organismo seguir viviendo adaptándose a esta pérdida. Grandes partes de órganos enteros pueden extirparse, siempre que en lo restante un mínimo, un límite de la funcionalidad se preserve. Y, sin embargo, la persona soporta muy difícilmente y con graves consecuencias la exclusión forzosa de aquellas neuronas con las que cuenta como aún funcionales en cuanto a la transducción y la elaboración de un estímulo. Ciegos, sordos o malheridos, podemos ser personas enteras y creadoras a pesar de estas deficiencias. Pero ¡qué trapos nos volvemos si, a pesar de un organismo robusto, en alguna neurona se rompe el hilo por el que nos llegan los mensajes indispensables para nuestro continuum de la mismidad! Lo que esencialmente equivale a que se nos priva de la capacidad de sufrir y huir del sufrimiento.

Este es el mal que aflige al esquizoréctico. Porque ni siquiera puede darse cuenta de que sufre de algo.

No podemos decir que, en potencia, los, cuatro factores del comportamiento en el organismo del esquizoréctico no puedan funcionar, mirándolos uno a uno. El metabolismo de la estructura Hf marcha, las instintinas y los electrólitos E de la membrana también; y puede recibir estímulos exógenos C. Es en el momento de la integración donde aparece el mal del esquizo-vacuum en el engranaje valorativo. Como hemos dicho, el estorbo puede proceder de cualquier factor, pero es evidente también que puede originarse en la debilidad del cofactor general de la forma, responsable del ajuste interfactorial. Como es el que menos se presta al control directo del observador clínico, la deducción nos conduce al estudio de efectos que causan las emociones negativas en la estructuración de la persona. Es el tonus afectivo-reactivo a raíz de los miedos, odios, angustias y muchas otras emociones negativas que, por su repercusión sobre el organismo, agota el patotropismo de la forma, disminuye las energías del esfuerzo de todo el organismo o de la tensión de los patergios locales. Invisible, pero subjetivamente introceptible, la repercusión de las emociones negativas, entrópicas, mengua la soportación y la resistencia de la forma y desgasta sus reservas de energía potencial. Y así no serán siempre suficientes para manejar bien el ajuste interfactorial, sobre todo si se ven sorprendidas por una secuencia de efectos de "involución-inhibición" como la mencionada. El mal ajuste patotrópico no está lejos de producir escisión interfactorial. Ocurrirá ésta con más probabilidad en algún caso agudo de desproporción entre el esfuerzo y la tensión. En aquel ejemplo del muchacho, reñido por su padre autoritario, tal efecto de escisión tendrá más probabilidades si la. resistencia patotrópica del esfuerzo de todo el organismo en el miedo, está desproporcionada con la fuerte tensión del acto local por el cual el muchacho quiere huir de las amenazas de su padre.

En resumen: la desensibilización en la integración factorial puede provocar el desajuste del patotropismo; la depatiorización, a su vez, produce la desintegración factorial. Esta es la autorregulación negativa ICEHf : P, que tiene su importancia en el estudio del vacuum esquizoréctico. El trauma en sí puede no producirlo; depende del estado en que se encuentra la relación ICEHf : P.

 

3. ¿Un agente específico?

Los efectos de una escisión no conducen siempre a una consumida esquizofrenia de tipo clínico y. como en otras DOV, la investigación acude a aquella palabra de impotencia interpretativa que se llama disposición o predisposición y a la caracterología del "esquizoide". Estas explicaciones, que se pierden en los misterios de la ontogénesis, son de poca utilidad en la definición de la esquizofrenia y, por lo general, fuera de la pura sintomatología, pueden ser descartadas. Como reacción a tales vaguedades vinieron las hipótesis de que el responsable de la locura esquizofrénica debe ser un agente específico, determinable fisicoquímicamente, un agente de etiología primaria y exclusiva. No se ahorraron esfuerzos para encontrarlo, pero hasta ahora sin resultado satisfactorio. Como en el cáncer, tal causante del mal esquizofrénico aún anda suelto. Podemos seguir lanzándonos a la investigación de la llamada sustancia "U" o de la taraxeína o de acusar a unas sustancias recién descubiertas. O bien estudiarlo entre ciertas anomalías de las sustancias conocidas, como se ha hecho con el oxígeno, la adrenalina, las sustancias indólicas, la urea, las triptaminas, etc. O relacionar la esquizofrenia con los fallos en ciertos órganos (las concreciones hepáticas, las diseminaciones cerebrales, etc.) y hasta atribuirla a los estragos de ciertos bacilos (¿Koch?) o bajar a los esquemas genéticos y a las proteínas y a los ácidos nucleicos. Inevitablemente, las hipótesis de esta índole tropiezan con los dilemas de la tríada desconcertante de "herencia-trauma-agente desencadenador" y el asunto de la causación etiológica se reduce otra vez a la "disposición", mientras que al mismo tiempo surge también la advertencia de que "todo afecta a todo".

La teoría oréctica, subrayando la multifactorialidad de todos los eventos interiores e invocando el hecho comúnmente aceptado de que ningún agente específico da los mismos efectos en todos los organismos, duda de que las investigaciones sobre un agente específico podrían darnos la respuesta en cuanto a la etiología primaria de la esquizofrenia. En cambio creemos que, como se ve de lo que acabamos de decir sobre la desensibilización y la depatiorización, son los efectos traumatizantes de ciertas emociones negativas, su acumulación, sistematización y secuencias fatales los que pueden producir y hacer crónicas las rupturas del vacuum. Con esto, naturalmente, no damos ninguna respuesta a la difícil cuestión de si la esquizofrenia es innata o adquirida y nos quedamos además en un nivel personológico, sin bajar a la genética y a la bioquímica. Lo hacemos por precaución: por apasionantes que sean los descubrimientos recientes de la bioquímica, no nos atrevemos a reducir el estudio del comportamiento al código de los ácidos nucleicos, las proteínas, los carbohidratos y lípidos. A pesar de tal precaución nos permitimos de paso una sugestión, saliéndonos un poco de nuestro propio terreno: creemos que el estudio de la esquizofrenia ganaría si se prestara más atención a los catalizadores biósicos, a los enzimas, quizás especialmente a aquellos cuyo papel funcional es el de destruir las instintinas después de su release en el acto consumatorio. A esta sugestión nos induce el siguiente modo de pensar orectológico:

Supongamos que cualquier acto normal está a punto de producirse. Un estímulo exógeno (C) ha sido debidamente recibido y está en su elaboración corriente por la integración factorial Hf, E I: queremos atravesar una calle con prisa alegre porque al otro lado nos espera nuestro amante. Pero un coche loco nos paraliza de repente y por poco nos mata. Un espanto intercepta violentamente nuestra orexis anterior con una emoción negativa y con consecuencias radicales de cambio total del comportamiento. Las instintinas (I) que incitaban el trabajo de nuestros músculos en la travesía de la calle sufrieron también un revés. Una orientación vital completamente opuesta, una orexis del miedo hizo que el desencadenamiento I anterior tuviera que tomar otro rumbo, ya que, si la nueva release, mandando el paro de nuestros pasos, no se realiza, nos lleva a la muerte. Aquella release anterior tuvo que pararse a medio camino del acto anterior ya en vía de cumplirse. Cuando lodo ocurre normalmente en la orexis, la acetilcolina, la noradrenalina, la serotonina y las demás instintinas activas en las funciones nervio-músculo son destruidas por los enzimas correspondientes para no obstruir la vuelta de la célula a su preconstelación (célula en "reposo"). Pero en la situación dramática como la descrita es muy posible que no haya tiempo para tal destrucción tan necesaria y que la cantidad no destruida de la instintina se presente en cualquier sitio de la célula como un corpus alienum fuera de su lugar. O que el mismo enzima lo llaga. Que, igual que un ateroma, anden sueltas o las instintinas o la correspondiente instintinasa, sin ser eliminadas a tiempo (¡y el tiempo es precioso aquí!), constituyéndose en un obstáculo que obstruye la orexis y que incluso pueda producir una escisión entre los factores, impidiendo la oscilación del ego, o el suministro metabólico, el funcionamiento de las instintinas o simplemente la debida recepción de la estimulación exógena. Un "ateroma" disoréctico de cantidades ridículas que produce la catástrofe de la escisión.

Mientras los bioquímicos no nos ofrezcan una respuesta satisfactoria sobre las situaciones dramáticas de las que estamos hablando y sobre las consecuencias químicas que tal espasmo afectivo pueda producir, seguiremos creyendo que tales efectos traumatizantes y tal constitución de un corpus alienum en la órbita de la célula pueden ser una causa primaria de la esquizofrenia. No un agente específico, pues, sino un accidente en el acontecer interior.

Con esto nos inclinaríamos más bien hacia la hipótesis de que la esquizofrenia es un mal adquirido, al que cualquiera de los vivos está expuesto bajo la lluvia de los efectos traumatizantes de las emociones negativas; taráxicas, aunque no produzcan una sustancia especial, llamada taraxeína. Los estragos de tales emociones negativas se traducen, naturalmente, en efectos fisicoquímicos. Un dualismo afectivo-químico no existe en el organismo. La frecuencia de la esquizofrenia en las personas jóvenes y su brusca aparición a veces parecen indicar una herencia nociva, alejada o cercana en la genealogía de los antepasados. Pero esto solamente significa que no sabemos cuál de los miedos o de otras represiones instintivas ha sido catastrófico para el individuo. Ni cuáles de las secuencias emocionales repetitivas han sido agentes desencadenantes del mal, pronunciado ya. Tampoco andamos muy cuidadosos —empezando por los padres— en no producir en los demás miedos y otras emociones negativas sin necesidad. Cualquiera que sea el agente, el vacuum de la desensibilización puede no ser completo; también puede ser un "más o menos". Si no es completo, la neurona conductora de los estímulos puede llevar a cabo la orexis con muletas, cojeando, reptando. Con dificultades, empeorando o mejorando, pero todavía a salvo de la escisión total, tan sólo con una hendidura incipiente. El organismo a veces produce sus propios electroshocks que tapan la hendidura. Pero con el mismo azar un nuevo trauma rompe las vendas y la escisión estalla. Unos, aunque proclamados un tanto "esquizoides", durante toda su vida no se vuelven esquizofrénicos. Otros, nada sospechosos, parecen de repente asaltados por el terrible mal. Y lo "de repente" queda siempre dudoso.

 

4. Las consecuencias de la desensibilización

En las disorexias y las orectosis que ejemplificaremos en este libro como ilustración de la teoría oréctica en su fenomenología patógena, no nos ocuparemos de la sintomatología detallada de las DOV. Subrayaremos más bien lo que usualmente suele faltar en los libros de texto; en primer lugar, las típicas desviaciones de la valoración. Excepcionalmente, indicaremos aquí algunos síntomas de la esquizofrenia para demostrar lo que tiene que ocurrir inevitablemente cuando la neurona está despojada de su subjetividad y cómo se manifiesta esta pérdida de la base de orientación en sus síntomas exteriorizados. Es fatal que los enfermos esquizofrénicos lleguen a la clínica o al consultorio regularmente cuando estos síntomas se han vuelto ya múltiples y desconcertantes para el diagnóstico diferencial, es decir, cuando la desensibilización ha producido ya estragos forzosos en la postura vital de la persona, cuando la serie alarmante del "cualquier acto" ha empezado a manifestarse dejando perplejo al contorno familiar del enfermo y, no menos, también al médico: las variaciones individuales de esta locura son innumerables. La postura vital empieza a cambiar en este grave mal de una manera subrepticia en la microrexis. El desierto valorativo en una sola neurona extiende su sequía a las demás, aún sanas pero progresivamente perplejas ante los mensajes confusos o ante su enmudecimiento total.

Entre los primeros síntomas desdibujados y poco definibles que una atenta observación del contorno familiar puede captar es algo que indica en el comportamiento consciente un cambio del carácter y del temperamento en el esquizoréctico. Un joven hasta ahora activo, trabajador, interesado, vivo y animado se vuelve "de repente" lento en sus reacciones, inactivo, poco curioso, distraído, reservado, indiferente y retraído. El rostro y la sonrisa espontánea, si no se han vuelto tristones, acusan sombras obtusas de una depresión seca, cuyos motivos inmediatos se buscan en vano. A pesar del cambio, el joven no se queja de nada; si le preguntamos sobre la supuesta preocupación, él mismo parece sorprendido ante nuestras preguntas, se repliega ante ellas, se evade o incluso se irrita por nuestra intrusión. A veces alega dolores de cabeza o se queja de algún malestar físico, dando impresión de un asténico o un hipocondríaco. Se le encuentra ahora con frecuencia aislado en un rincón donde parece meditar sobre algún problema o hundido en un soñar diurno. Sorprendido en tal retiro, balbucea vagamente algunas excusas no muy coherentes o silencia las explicaciones. En la conversación se nota que está a veces ausente; al reintegrarse a ella, lo hace con brusquedad, sin conexión íntima con el tema, con frases entrecortadas, descosidas; aun cuando parecen lógicas y sensatas, las termina con puntos suspensivos dejando la formulación o la conclusión para un "después". O se contenta con ademanes que deberían explicarlas; o se marcha en medio de la frase empezada. Incluso sus pasos, el modo de andar, han cambiado. El ritmo de sus movimientos es más lento; bruscamente activado por alguna súbita decisión, la sacudida repentina cede pronto a una irresolución. Como si una desconfianza general se hubiera instalado en él, un escepticismo frente a las personas de su contorno; como si las acogiera con alguna sospecha; como si tuviera algún pensamiento reservado sobre ellas que no expresa. El lenguaje mismo puede que llegue a perder articulación, volverse iterativo. Si se lanza a la argumentación, insiste en meras alegaciones de sus verdades, no en la justificación de la causalidad. Pero mañana parece preso de una fiebre en la cual quiere suplir todo lo que ha callado en un ataque de verborrea que no deja de ser confuso. En plena efusión, como si se diera cuenta de lo vano de sus esfuerzos, deja a su auditorio con una mueca o con una risa inexplicable. Joven conocido como ambicioso, ahora tan sólo parece prestar atención genuina a sus meditaciones, de las que nadie puede darse cuenta, ya que es nada comunicativo. Esta nueva predilección le tiene absorto: los estudios marchan mal, los resultados del bachillerato o de la universidad están en baja sorprendente, en la oficina no trabaja como anteriormente. Si antes era inclinado a pelearse y a combatir, no era a raíz de irritaciones abruptas y totalmente desproporcionadas con el motivo, como ocurre ahora con agresividad ciega, de impulsiones exageradas.

Es verdad que su irritación no es duradera, las ganas de atacar le abandonan de la misma manera que estallan. Unos momentos después su actitud ha cambiado completamente, él mismo parece haberla olvidado y ni siquiera pide perdón ni la justifica. Los padres, los profesores o los jefes le riñen y le aconsejan a causa de sus malos resultados en el trabajo. Los escucha con rígida atención que ellos toman como buena señal. Y hasta promete hacer lo que le piden, ser buen chico. Le ven de verdad sentado durante horas enteras ante los libros, pero los resultados no cambian, si es que no empeoran. Será alguno de estos problemas de sexo, de pubertad que pasará, piensan los sabios educadores. Si es un artista, tal vez esté absorto por alguna nueva obra. Si se acercan al lienzo ven incluso que su técnica ha cambiado ostensiblemente de colores, de dibujo. O el hombre está simplemente enamorado; esto hace cambiar a cualquiera. Hay que dejarlo en paz. Hay un secreto detrás de esto.

Lo hay, es verdad, pero ni él mismo sabe explicarlo aun si lo quisiera. Vagamente siente a veces una extrañeza, pero apenas cree que podría ser algo importante, aunque le sea desconocido. Del cambio en su comportamiento tampoco se da cuenta. Cuando se esfuerza en decir algo que precisa, siente como un obstáculo que le viene desde dentro, pero sin prestarle a todo esto una atención particular: otro día será. No siente la tristeza por la cual le preguntan; es tan fuerte como siempre, salvo algún miedo que le sacude pero que no dura, sobre todo si le dejan tranquilo en su rincón.

La novia, mejor observadora que los padres y los amigos, nota sin embargo un gran cambio en la afectividad de su amado. Si bien era siempre soñador y romántico, propenso a las divagaciones, era también más atento hacia ella mientras que ahora en todo parece ausente, como preso de un hechizo. Antes era dulce, fino, lleno de matices en su cariño, más adicto a ella con todo su ser. Celosa, ya supone la amenaza de otra mujer, y le preocupa que no encuentre ninguna prueba de sus sospechas. Tal vez se sorprenderá aún más por otro cambio que se produce en él: tímido, escrupuloso y hasta moralista anteriormente, ahora se vuelve cínicamente agresivo sexualmente, crudo e incluso grosero. Sus agresiones son rechazadas con escenas y él se retira momentáneamente; pero, cosa rara, se comporta como si no hubiera ocurrido nada para volver a acometer mañana aún más rudamente. "Es otro hombre —dice la mujer—. Rígido, frío, insensible...".

"Insensible" es la palabra más acertada en este diagnóstico de sentido común. Lo que le pasa es que ahora casi en todo siente menos y a veces casi nada. Ni sabe por qué cede tan salvajemente a su impulso sexual, lo deja pasar; si es rechazado, tampoco se alarma mucho, ni lo reprocha a su novia; ni se arrepiente, ni se analiza. No premedita la agresión ni es un problema para él la actitud de su amada. Como si todo ocurriera casualmente, como en un azar. Y así es.

Su mirada refleja bien los eventos secretos de su interior. Hay mucha diferencia entre la mirada de un depresivo, un melancólico, un maníaco, etc., y un esquizoréctico. La tristeza de un melancólico es sincera, directa, sin ambages. El melancólico se siente sufrir; se analiza a sí mismo, sigue las variaciones y las bajadas de su patior. El engranaje de su valoración y autovaloración es una garra o una presión cuyos grados son medibles. Y su tortura se refleja en su mirada, cansada de mirar al mundo, y no obstante aún expresiva a pesar del apagamiento progresivo. Son unos ojos que lloran sin lágrimas. Por lo menos puede captarse en ellos la humedad, los vapores de su tierra imbuida del sufrimiento, una mirada que aún suda. La del esquizofrénico es toda seca, vidriosa, vacía, la¡ de un cristal enturbiado, llena de oscuridad metálica. Las aguas de los ojos no reflejan luminosidad, ni reverberan, aguas neutras incluso para la alegría intermitente. Cualquiera que sea el color de estos ojos, su brillo se pierde por debajo de un velo de gris frío con la expresión rígida y muda de los peces. La contabilidad del patior en estas miradas está mecanizada.

Para un clínico consumado puesto ante algún difícil caso del diagnóstico diferencial, el criterio de la expresión de ojos no será el último de su decisión. Conocí a uno de los más prominentes de Europa que descartando los tests y hasta las fichas del laboratorio; empezaba su diagnóstico por los ojos.

Podríamos continuar el análisis detallado de los síntomas: nunca llegaríamos a su fin. Resumiéndolos en un síndrome abreviado, reduciremos las consecuencias clínicas del vacuum estallado a no más que tres términos principales: al autismo, al automatismo y al desdoblamiento mnésico.

A) El autismo en sí no es ni específico ni exclusivo de la esquizorexia, como opinan Bleuler o Ey. Si lo definimos como una concentración preferencial y selectiva sobre las vivencias interiores que tapa y absorbe la recepción de los demás estímulos exógenos, lo encontraremos también en la vida normal del hombre. Somos autistas cuando alguna pasión limita nuestras preferencias hacia un círculo más bien exclusivo de emociones; cuando nos afligen grandes dolores o frustraciones que nos sumergen en la soledad; cuando nos hallamos postrados en los misterios religiosos o cuando toda nuestra atención es absorbida por una obra de arte o de otro tipo de creación. Normalmente, llegamos a ser autistas para resolver de manera radical algún problema importante y vital. Este orectocentrismo afectivo, repliegue más o menos libre sobre nosotros mismos, no tiene nada de anormal ni de nocivo en la vida interior intensificada.

Su patogenia empieza con cierta medida de lo impuesto, cuando no es un resultado de preferencias ni de selección, o cuando no es una intensificación creadora de la vida interior sino una huida del mundo exógeno, un repliegue de retiro, una restricción del "más-vivir", una supuesta defensa pasiva. El autismo como síntoma puede acompañar a varios tipos de las DOV y es preciso diferenciarlos, aunque en todos ellos llevará el denominador común de lo forzoso, de lo impuesto, sea por las circunstancias exógenas sea por algún desequilibrio interior. El melancólico, por ejemplo, se repliega sobre sí mismo ya por el tipo mismo y habitual de la valoración; sensible y frecuentemente sobrepatiorizado, se retira ante la presión de los estímulos exógenos por cansancio. Es una huida-defensa, ejecutada a raíz de una lógica de debilidad subjetivamente sentida y autovalorada: prefiere no exponerse demasiado a la presión de los probables traumatismos que suelen proceder del contorno social. La retirada de un melancólico al autismo es en parte impuesta por el cambio progresivo de la postura vital, pero es aún una defensa posible, no completamente forzosa. Es aún preferencial. Está lejos de ser consecuencia de un vacuum, de una escisión factorial. En su patogenia progresiva que degenerará tal vez en negativismo o en torpor, en cataplexia, el melancólico conservará siempre un mínimo de la capacidad de valoración y de autovaloración. Puede caer en postración, en estupor, pero nunca en la típica catatonía de los esquizofrénicos, consecuencia directa de la orexis parada, inmovilizada por el vacuum y la escisión.

El autismo del paranoico es también defensivo, pero no es una defensa pasiva sino altamente estratégica y activa: conserva para su instrumentario casi toda la creatividad. Su autismo le hace replegarse sobre sí mismo y encerrarse, pero es en una fortaleza donde el paranoico se encierra, no en un refugio, una fortaleza agresiva. Es para poder atacar en un momento dado cuando el paranoico se retira dentro de las murallas de sus sobrevaloraciones erróneas, su hybrorexis, para urdir mejor sus proyectos contra los supuestos enemigos. Dentro de esta fortaleza él se siente soberano y fuerte, activo e incansable. Su retiro es una estrategia falsa, pero no impuesta, sino autofabricada.

Ni refugio, ni fortaleza, ni defensa, el autismo del esquizoréctico es una imposición total, una aceptación sin resistencia enteramente pasiva. No se siente en conflicto moral o personal con su contorno como el melancólico, no lucha contra una conspiración supuesta como el paranoico en su aislamiento. Ni se retira a sus rincones para tener una vida más intensa de la creación. Son la indiferencia y la escasez de curiosidad lo que motiva su absorción. Lo que a pesar de tal insuficiencia de vitalidad aún pasa en él por dentro, lo deja pasar y lo sigue mecánicamente, con menos molestias cuando está solo que cuando está con los demás, cuyas cuestiones empiezan a parecerle intrusiones. El mundo en el que su desierto le encierra, es un mundo de desorden creciente, pero a él le da igual el más o el menos del desorden. No se retira para resolver tales problemas: progresivamente deja de valorar y de auto-valorarse y puede permanecer horas y horas en su desierto en una actitud que a los demás les parece la de una meditación. Las circunstancias cotidianas, tocando con sus estímulos al resto intacto de su sensorium, le hacen moverse y componer comportamientos. Sin embargo, gravita hacia el desierto porque éste se está extendiendo en él: no por gusto ni preferencias, sino porque está en él. Los estados avanzados del autismo esquizoréctico los llaman algunos desrealización y el término no nos parece inadecuado. La desrealización empieza donde un factor —cualquiera de ellos— se hace ausente de la integración factorial por la escisión. Tal orexis ya no es real. La desrealización en este sentido no se refiere tan sólo al factor C exógeno; la mera recepción de estímulos puede aún tener su validez en el esquizoréctico. Lo que ocurre con el estímulo después de la integración en ausencia de un factor escindido hace la desrealización. Es su realidad interior que se ha hecho defectuosa, es su agon cuadrifactorial que ha perdido el carácter de un evento normal. No se trata de que el esquizofrénico tenga menos interés para el mundo exterior que para el interior. Si el estímulo exógeno toca a la neurona escindida éste se pierde en un desierto. El "interés" quiere decir aquí el de querer componer comportamientos de supervivencia. Esto le aísla de los demás normales, todos los cuales tienen interés en componer tales comportamientos. El ya no puede tenerlo, está forzado a no tenerlo.

B) El automatismo. Es la marcha mecánica del resto de los factores y del patotropismo mediante los intentos de la autocorrección y la autorregulación. En el sitio del vacuum afectivo cierto agon marcha aún. pero la gnosia y la autognosia no le siguen: esto es automatismo. No todas las neuronas están afligidas a la vez por el vacuum de una; y si la desensibilización en el locus morbi no es total, aún puede arreglárselas para que con un esfuerzo especial de autocorrección cierto acto pueda producirse y pueda este arreglo auxiliar incluso convertirse en habitual. De esto viene que el estado solapado de la esquizofrenia a veces tarda mucho en pronunciarse abiertamente. Aun con manifestarse algunos síntomas sospechosos de la desensibilización, el verdadero mal puede enmascararse por los intentos de autocorrección del organismo, casi podríamos decir que marcha de contrabando. Si después cualquier traumatismo resta los últimos pontones a la sensibilidad de la célula enferma y el vacuum se establece, también el arreglo auxiliar previo se desmorona y entonces empiezan los actos arbitrarios, cuya valoración se ha hecho imposible, puesto que en la integración factorial los factores han adquirido una libertad no regida por el patotropismo. Entre los factores endógenos el metabolismo es siempre el último que traiciona la autocorrección; si la escisión se da entre la estructura Hf y el factor ego, el Hf intentará ayudar la conducción del estímulo hacia las instintinas y transmitirlo como pueda a otra célula sin el vacuum. Esto no quiere decir que, sin la colaboración del ego oscilatorio, esta transmisión se haga en toda regla. El mensaje transmitido puede llegar en desorden y este desorden ensancharse aún más en el curso de la elaboración oréctica hasta el acto final del comportamiento. Se produce un acto automático, insuficiente, inadecuado, opuesto a la utilidad vital, un acto cualquiera, un acto loco ejecutado con un residuo de fuerzas en marcha ciega e incoherente, gravitante hacia el acto pero sin coordinación integrante entre sí. El esquizo-vacuum ha tenido sus efectos a pesar de que la conducción del estímulo ha pasado después de él también por las células aún sanas.

El automatismo afecta profundamente la colaboración mnésica en la valoración; la excitación-emoción inadecuada no es capaz de movilizar los signos que se precisan para la orientación vital concreta; ellos también se vuelven aleatorios con la desintegración factorial. No conocemos el mecanismo de la movilización mnésica, pero nos parece justificado suponer que para tal movilización del material gnósico el agon completo, cuadrifactorial, es indispensable, tanto como el buen funcionamiento del patior. Las instrucciones que la excitación-emoción manda al depósito mnésico con el fin de recibir de allí las ecforias de la experiencia pasada, necesitan ser combinadas por el codaje ICEHf en vigor completo. De otra manera las ecforias se perturban y hasta ocurren escapadas totalmente ajenas a las necesidades de la valoración. El típico caso grave de tales escapadas, no controladas por el conjunto ICEHf, son las alucinaciones, huéspedes nefastas del enfermo esquizofrénico, siempre motivadas por la insuficiencia de la integración factorial.

Los que suelen autobservarse hasta los límites de la vigilia se divierten mucho captando aquellos pequeños fenómenos de la introspección subjetiva que se llaman eventos hipnagógicos, hipnopómpicos o semioníricos y que nos sorprenden entre la vigilia y el sueño sea al dormirnos o al desvelarnos. De muy poca duración, pero asequibles a autobservación atenta, estas ecforias de escape muestran unos contenidos fantásticos de combinaciones absurdas, de contralógica extrema, de procesión carnavalesca, borracha y loca en cualquier individuo normal. Si no las anotamos en seguida, no podemos rememorarlas y nos queda tan sólo la impresión de que en el seno de nuestro interior completamente normal se producen unos acontecimientos de plena demencia. Por suerte, desaparecen completamente al instalarse la vigilia o el sueño. En estos momentos del despertar, entre el sueño y la concienciación total, la valoración macroréctica está obnubilada, la integración factorial que se reduce en el sueño y que se completa en la vigilia produce unos minúsculos vacuums en este entretiempo en el engranaje factorial: una situación muy semejante a la escisión esquizoréctica. Entonces ocurre que los contenidos mnésicos pueden escaparse libremente, sin seguir instrucciones emocionales exactas y sin llevar las marcas del orden y de la jerarquía mnésica. Basta que el engranaje factorial se adormezca, disminuya, afloje para que en tales escapadas se derrumbe, entre las funciones microrécticas y el nivel macroréctico, toda la unidad de la coestesia vital de la persona y que las ecforias de escape se convierta en la más endiablada fantasmagoría. Rehabilitado el engranaje factorial, estas representaciones de escape se desvanecen. Si, como suponen algunos autores (Hydén, R. Thompson, Corning, Mc-Connel, etc.), el ARN tiene su responsabilidad en la regulación mnésica, esta hipótesis de orden químico apoyaría una de nuestras hipótesis de trabajo en la teoría oréctica: que el ARN, debidamente desencadenado por el agon cuadrifactorial, tiene su papel en la coestesia y la conscienciación (mientras que el ADN sería más bien un agente del patotropismo). Pero estas hipótesis esperan su verificación.

La desintegración factorial de la esquizorexis abre la puerta a las dismnesias alucinativas, a estos escapes fantasmagóricos sin remedio de corrección inmediata también en el estado de vigilia del esquixoréctico. Estos huéspedes indeseables le visitan frecuentemente y se toman más tiempo de permanencia que las fugaces representaciones semioníricas del hombre normal. Los automatismos de escape mnemo-práxico, si bien dejan indiferente el vacuum en el sitio del desierto, enturbian el resto aún sano de las neuronas en función. Se presentan como un corpus alienum con el que el resto intacto de la orexis no sabe qué hacer. Estos obstáculos vagos son a su vez capaces de producir hendiduras en la valoración y contribuir a que un acto aleatorio se produzca. Todo aflojamiento de engranaje factorial (no solamente en la esquizofrenia) amenaza las mnemoecforias normales. Para las fantasmagorías alucinativas el desierto del vacuum es paradójicamente un oasis: la escisión interfactorial produce necesariamente la hendidura entre el agon y la gnosia. Con esto la función de la valoración está suspendida. Entonces cualquier acto es posible. Y cualquier acto es la locura.

C) El desdoblamiento mnésico. Todo acto de comportamiento instala sus huellas de experiencia en el registro mnésico. Normalmente, esta rica cartoteca de cosas (objetos, hechos), la suntuosa pinacoteca de recuerdos-pinturas globales, el sabio índice abreviado de las endoideas y la discoteca, polífona de los fonogramas están siempre a punto de llevar sus informaciones, y en orden estricto, a los centros de la orexis valorativa. Todo lo que de experiencia favorable o desfavorable, positiva o negativa, ha pasado por la valoración y terminado en el acto encuentra su sitio bastante ordenado en este registro, base de la persona. Pero también exigen su sitio en él los actos aleatorios perturbados, el acto cualquiera del esquizoréctico (o de otras DOV). Regularmente, y en el primer momento, estos extraños son rechazados por el antiguo orden y la jerarquía de los valores mnésicos, ya que con sus contenidos exóticos no se ajustan a las categorías de la clasificación habitual. La infiltración mnésica de los actos desorientados tiene diferentes caminos de penetración en los casos de la melancolía, manía, obsesión o paranoia: actúa solapadamente y con disimulo, con enmascaramiento, tratando de sustituirse en los sitios de las valencias anteriores y conseguir una revaloración en su favor. Si la enfermedad avanza, consiguen progresivamente una transformación de la persona en la cual se ganan la mayoría de votos, en existencia parasitaria con las restantes minorías del antiguo orden. De esta manera el carácter y el temperamento de la persona parecen un desvío lógico: los hilos entre lo pasado y lo presente no están rotos. Sólo que la postura vital de la persona ha sufrido una transformación más o menos radical.

En la esquizofrenia ocurre otra cosa. Las nuevas huellas mnésicas que depositan los actos aleatorios siguen formando también allí un corpus alienum. un almacenamiento poco apto para ser incorporado a la persona antigua. Arrinconados, pero cada vez más reforzados, tratan de valerse de su presencia de intrusos, y cuando la desintegración factorial les brinda la ocasión, intentan sus escapadas de ecforias, como si fueran contenidos normales, signos como los demás. Pronto habrá dos almacenamientos mnésicos, paralelos, sin puentes entre ellos, pero obedeciendo a la misma técnica general de las ecforias, dos tipos de mnemopraxias alternantes que se manifestarán indistintamente en los focos de la valoración, o peor aún, que se mezclarán allí arbitrariamente, trayendo información desacoplada, provocando nuevas desorientaciones en. la orexis en curso. Este desdoblamiento mnésico será causa del desdoblamiento de la persona. También la maduración de la persona se escinde. En un momento dado vemos al esquizofrénico llevar a cabo actos normales o casi normales; podemos incluso encontrar caminos de comunicación normal con él, ya que parece estar en pleno dominio de enjuiciamiento y de autognosia. Y al momento siguiente su acto es completamente anormal, sus reacciones parecen obedecer a un mando de leyes ajenas al primero. Es una segunda persona, que actúa por su propia cuenta y lógica. Cuando por un cálculo de probabilidad absolutamente imprevisible, las dos se mezclan en un acto, es ya la confusión y el delirio. La coestesia vital, signo subjetivo de la unidad de la persona, ya no refleja esta unidad. Es un pasado doble, paleomnésico y neomnésico. Con este ser desdoblado, el esquizofrénico aún puede sentir, mediante los restos intactos de su paleo-persona, que algo extraño —no lo de su pasado conocido— pasa en su interior, algo desconocido, una amenaza. Y tendrá miedo, emoción que será la última en ceder ante la desensibilización. Un miedo corto y paralizante, quizá provocador de una nueva escisión. Miedo, sí, pero poca angustia: esta emoción supone previsión y proyección de futuras amenazas y esta capacidad se está apagando en él. Con tal desdoblamiento mnésico es lícito hablar de la despersonalización.

 

5. La definición

En resumen: el esquizo-vacuum produce la desensibilización y la depatiorización, la pérdida del sentir valorativo y autovalorativo, ejes de la subjetividad. Es un síndrome compuesto principalmente por el autismo, el automatismo y el desdoblamiento mnésico. Todos los demás síntomas detallados —prácticamente todo el inventario clínico de la locura— se deducen funcionalmente de estas premisas nosológicas. Orectosis gravísima, la desorientación vital esquizoréctica es debida, pues, a una escisión entre los factores del comportamiento con consecuencias de desensibilización valorativa y pérdida de la capacidad patotrópica, caracterizadas por el autismo forzoso, el automatismo factorial y el desdoblamiento de la memoria.

Con esta definición estamos lejos de poder asociarnos con aquellos autores que ven en la esquizofrenia una enfermedad especial del pensamiento. Hemos subrayado suficientemente que el pensar depende directamente del sentir y si este último no es alterado, el pensar no degenerará por sí solo en ninguna de las DOV. Lo que aquí hace del pensar del enfermo una caricatura viene de sus pérdidas del sentir, del no poder excitarse, emocionarse, es decir, valorar. La incapacidad del sentir hace de él una máquina. La máquina se mueve, no se comporta; trabaja, pero no valora; marcha según las instrucciones y dispositivos de su constructor, pero no siente si marcha bien o mal. No dispone de subjetividad y por lo tanto no dispone de la autocorrección inventiva de la cual todos los organismos pueden valerse. Si se estropea tiene que ir al taller.

El enfermo esquizoréctico también va a su taller. Pero los mecánicos aquí no pueden repararle con accesorios cambiados. Sólo si llegan a poner otra vez en marcha el pequeño motor del sentir le devolverán a sí mismo. La anestesia forzosa sin rehabilitación posible es, entre todas las desorientaciones vitales, el mayor mal que pueda afligir a un ser, aparentemente aún vivo. La vida ya no es vida si de ella se desvanece el trémolo entre la pena y la alegría. Un organismo que no puede distinguir si un estímulo le es agradable o desagradable está condenado a la reificación, a la recosmificación.

 

Notas:

[1] Anuales Médico-Psychologiques, París 1958.

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Última actualización:
21/03/06