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El Hombre ante sí mismo. V.J. Wukmir, 1964.

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CAPÍTULO II

LA PERSONA HUMANA Y EL MUNDO DE LAS CIRCUNSTANCIAS

 

LO OTRO EN NÚCLEO (Cc)
Cc 1. Autoexamen sobre las influencias cósmicas.
GLOSA 13.—Sobre la infiltración de lo cósmico.
EL OTRO EN NÚCLEO (Cs)
GLOSA 14. (o un breve resumen de la teoría social).
GLOSA 15.—Sobre el otro.
Cs 1. Autoexamen sobre el ambiente biosocial inmediato. 
Cs 2. Autoexamen sobre qué clase de hijo soy.
Cs 3. Autoexamen sobre las rebeldías juveniles.
GLOSA 16.—Sobre el conflicto de las generaciones.
Cs 4. Autoexamen sobre qué clase de madre soy.
Cs 5. Autoexamen sobre qué clase de padre soy.
GLOSA 17.—Sobre las dificultades de la educación familiar.
Cs 6. Autoexamen sobre mi mujer, mi hombre.
GLOSA 18.—Sobre el hombre y la mujer como circunstancia social.
GLOSA 19.—Sobre la importancia del factor social.
Cs 7-13. Autoexamen sobre los grupos de presión.

 

LO OTRO EN NÚCLEO (Cc)

En vez de lanzarnos a las teorías sobre la realidad cósmica que nos rodea —el factor Cc— tenemos que contentarnos aquí con una breve enumeración de estímulos que pertenecen a ella. Evitaremos, pues, la cuestión de si esta realidad exterior existe fuera de nuestro sensorium, y, si existe independientemente de éste, cuál es su aspecto en sí. Tenemos que dejar esto a las hipótesis de la filosofía y de las ciencias físicas. La trataremos como aquélla realidad exterior que, debido a nuestro sensorium, se convierte siempre en nuestra realidad interior, en lo sentido a través de las sensaciones y representaciones. Más aún, emplearemos tan sólo el lenguaje común, para categorizar las cosas que pertenecen a esta clase de estimulación en relación con el individuo, la persona y su ambiente cósmico, y pasaremos como en vuelo de jet supersónico sobre las influencias que de éste proceden en la concienciación del existir.

Cc 1. Autoexamen sobre las influencias cósmicas.

1. Soy hombre (mujer) que vive (que ha nacido) en la zona geofísica Norte, Sur, Oeste, Este de nuestro planeta;
2. Vivo (he nacido) en una zona ártica, fría, templada, calurosa, tropical, desértica, etc.;
3. Me adapto a vivir en mi zona habitual;
4. Necesito desplazarme de mi zona habitual;
5. Podría desarrollarme mejor si cambiara de clima;
6. No quiero cambiarlo, aun sabiendo que me perjudica;
7. No soporto bien el frío, el calor, la humedad, la sequedad, las variaciones del clima en que vivo;
8. Vivo (he nacido) al lado del mar, en las montañas, en la llanura, y me conviene este contorno geofísico general (o no);
9. Me encuentro mejor en los veranos (inviernos) de mi zona habitual;
10. Habito en una zona poco poblada (selva, desierto, región ártica, etc.);
11. Habito en una zona de pocas comunicaciones exteriores;
12. Habito en una zona densamente (medianamente) poblada;
13. Habito en el campo, en la ciudad (aldea);
14. Mi infancia (mi vida actual) ha estado llena de influencias del sol; fuerte, mediano, débil;
15. De nieblas y de nubosidad;
16. De lluvias nórdicas, tropicales, otras;
17. De nieve, hielo;
18. De tormentas, inundaciones, terremotos;
19. Del clima más bien plácido;
20. Del clima marítimo, terrestre;
21. Ha influido mucho y duraderamente en mi infancia (en la vida actual) el paisaje montañoso, marítimo, llano de mi contorno inmediato;
22. Me acuerdo (vivo actualmente al lado) de un río, de un bosque, de un pantano, de un prado, en los que viví en mi infancia;
23. Tengo deseos de volver al ambiente geofísico de mi niñez;
24. Me encuentro mejor (peor) en el paraje que me recuerda la infancia;
25. Me atraen los paisajes que no me recuerdan los de mi infancia.

GLOSA 13.—Sobre la infiltración de lo cósmico.

Sería remover tópicos si nos lanzáramos en este punto a construir caracterologías derivadas de las influencias cósmicas. Todos sabemos que influyen mucho estas circunstancias por su geoquímica, por su geofísica. Pero la consideramos una literatura que hay que dejarla al arte, toda esta caracterización matizada del tipo del Norte, Sur, Oeste, Este; marítimo, terrestre; selvático, desértico, del campo, urbano, montañas, hombre de llanura. Aportamos a menudo a estas caracterologías muchas categorías sociales para hacer nuestras diferenciaciones pseudocósmicas. Los que quieren hacer caracterología geofísica y geoquímica tienen que ir al metabolismo en el que los factores sol, humedad, densidad del aire, rayos, calorías, etc influyen contundentemente y son, por vías del metabolismo, formativas del tipo del organismo.

Nosotros queremos tan sólo subrayar los efectos generales que en la vida oréctica, afectiva, tiene el paisaje de nuestra infancia o de nuestros días actuales. La Naturaleza es un gran fabricante de sintonías y distonías humanas. Las nubes y los ríos, el sol y las sombras, los prados y el mar, los bosques y la nieve son los primeros filósofos que nos enseñan cómo es la vida y cómo podría ser. Son una tremenda serie de experiencias de la infancia para las cuales no necesitamos, en la valoración, el juego artificial de las palabras abstractas. Son un mapa riquísimo de toda clase de nuestras penas y alegrías, expresadas en exclamaciones de gran felicidad o congoja, de risas o lágrimas, cuya valoración es cruda y muda. Sonreímos al sol, al río, al árbol; tenemos miedo de las nubes, de los vientos, de los rayos; amamos el bello campo, amarillo y salpicado de rojo; somos en esto grandes estetas antes de saber lo que es la estética; incluso tenemos emociones éticas al valorar el viento que mueve las florecillas y la tormenta que mueve nuestra casa; y antes de catequizarnos presentimos a Dios que está en el cielo azul o navega sobre una nube de plata.

Los horizontes lejanos, los horizontes alpinos entre los que se encontraba nuestra casa de la infancia, son esquemas-maestros de nuestra vida futura; las lluvias de muchos meses, las nieves que dan paso a la primavera, son prototipos mnésicos a los que se añadirán las futuras vivencias sobre la vida y se clasificarán allí, bajo la ordenación sabia de estos maravillosos endogramas primarios. Tal vez como las pertenecientes «a la nieve que se marcha» o a la «primavera que vuelve a pesar de todo». Hay un parentesco y mimetismo profundo entre las pulsaciones de nuestra sangre y los ritmos de las olas del mar, o entre el compás de la puesta del sol y el de la música de la transición que pulsa en nuestra melancolía.

El color de nuestro acontecer interior futuro, nuestros pesimismos y optimismos dependerán en parte del metabolismo y de sus consecuencias. Pero este mismo metabolismo depende del hábito con que hemos frecuentado en los años pasados sitios húmedos o secos, si hemos tenido sobre nuestra piel poco o mucho sol, si nos hemos bañado en los ríos o aspirado el aire de los abetos, y si hemos tenido mucho o poco miedo al trueno, o muchas alegrías con el árbol de nuestro jardín.

Nuestros futuros deseos de liberación y de desahogo estarán formados en buena parte por las experiencias diferenciadas según hayamos tenido en la infancia unas intimidades suaves con las lluvias tropicales o éstas nos hayan traído unos meses negros de desesperación. Las tormentas de la vida no nos amenazarán tanto si previamente, en la infancia, hemos comprendido con alegría las que hicieron temblar las ventanas de nuestra casa.

 

EL OTRO EN NÚCLEO (Cs)

GLOSA 14. (o un breve resumen de la teoría social).

Hemos definido el factor C social envolviendo en él todo estímulo exógeno que procede de otras personas y de sus productos.

Nacemos de los demás, somos sucesores y herederos de su organismo y de sus rasgos. Esto es Bíos. El factor social surge con el nacimiento del ser humano en forma del otro y de sus grupos. Esto es Ethos. El ser humano es social por antonomasia. No puede ni nacer, ni sobrevivir, ni vivir sin los demás, sin la sociedad. La influencia del factor Cs (circunstancias sociales) sobre el organismo individual y la persona humana es tan constante y continua como la del otro factor circunstancial, el cósmico. Ningún evento que ataña al organismo es posible sin que también esta influencia se integre con los demás factores en la orexis.

Esta es la razón por la que la orectología no puede prescindir del análisis de esta parte del factor exógeno. Le interesa la prehistoria y la historia, la exoantropología y la sociología, que estudian al ser humano como organizador y como miembro de la sociedad humana. Siendo endoantropología, es decir, ciencia dedicada al estudio del hombre visto desde dentro, la orectología, valiéndose de los resultados de todas las demás ciencias, explora también los efectos que el otro y su sociedad tienen o pueden tener sobre el organismo individual y la persona dentro del conjunto de todos los factores que constituyen el comportamiento-

El factor Cs es importante, pero es tan sólo un factor. Con esto queremos subrayar que no le damos más importancia que a los demás factores, sin los que es imposible la orientación vital. Es un factor muy potente, pero no puede sustituir ni eliminar los instintos, el ego, la estructura o las influencias del factor cósmico. Por sus influencias, este factor puede parcialmente condicionar al hombre, en un grado más o menos elevado,

1) para resistir los riesgos del sobrevivir;

2) para disminuir el mal innecesario;

3) para autocrearse.

Frente al individuo y la persona, el otro y su sociedad se presentan bajo varios aspectos de estimulación positiva y negativa. Pueden facilitarle u obstaculizar el mantenimiento y el desarrollo de la forma de su organismo, aumentando o disminuyendo la gama de sus necesidades (ego), su satisfacción (instintos), favoreciendo o no la estructura innata y heredada (Hf). Según esta dirección positiva o negativa, el factor Cs influye poderosamente en la vida emocional del ser humano y de su orientación vital. Estas influencias pueden proceder del otro individuo o de las instituciones sociales. En un sentido biósico de la palabra, el individuo puede sentir estas influencias, cuando le son favorables y proceden del otro individuo, como justicia vital; las desfavorables como injusticia vital. Cuando son las instituciones las que las ejercen, como justicia o injusticia social. Las dos desde el punto de vista de su autoafirmación o autonegación subjetivamente sentida.

Damos en nuestra terminología mucha importancia al criterio de la justicia-injusticia vital y social para explicar la motivación del comportamiento relacionado con el factor Cs. Este criterio no vale para el factor cósmico. Nuestras reacciones son otras si aquél se nos muestra desfavorable desde el nacimiento o posteriormente. Si la Naturaleza es a veces madrastra y no madre con nosotros;

si quiere que nazcamos cojos, ciegos o mudos, el odio o el disgusto que le tengamos irá siempre acompañado de cierta grave impotencia ante este impacto doloroso, y la terminología de nuestras expresiones de rebeldía se construirá, en variaciones sobre la mala suerte y el cruel destino, como algo que es primordialmente inevitable y está relacionado con fuerzas ante las cuales no hay apelación. En la injusticia vital-social, subjetivamente sentida, que procede del factor Cs, siempre apelamos a un tribunal supuesto o real que podría calificarla de evitable, es decir, como mal innecesario, que nos causa más sufrimiento (patior) de lo que, según nuestra opinión subjetiva, merecemos. Es la gran caldera de las injusticias vitales y sociales —también toda injusticia social se reduce subjetivamente a la vital— que la POV considera como uno de los móviles más poderosos del dinamismo de la historia humana, engendradora del patrimonio de sentimientos negativos, tales como miedo, ira, odio, envidia, soberbia, etc. Enjuiciamos, pues —con la POV—, a una sociedad como avanzada o atrasada, no según la medida de su bienestar material, de su técnica o de su arte, sino por la cantidad con la que el comportamiento individual y los efectos de las instituciones acusan la presencia más o menos elevada de sentimientos negativos en su patrimonio colectivo, según la medida del mal innecesario que sus miembros o sus instituciones infligen a los demás miembros de la misma comunidad; la medida del miedo, de la ira, de la soberbia y sobre todo del odio acumulado. Las técnicas sociométricas harían bien en inventar cuestionarios y aparatos con los que pudiésemos llegar a ocuparnos de fobo y misometría (medir la cantidad del miedo y del odio) para enjuiciar la estabilidad o el pronto derrumbamiento de una comunidad.

Pero también sin tales aparatos es difícil aplicar el criterio de la injusticia vital y social, el del mal innecesario inherente en una comunidad y evidenciado en el comportamiento individual reactivo: el endograma tiene que servir necesariamente también para estos fines. No existe ni existirá jamás una sociedad humana perfecta, es decir, exenta del mal innecesario. Estas existen en unas comunidades de animales inferiores, tales como las abejas u hormigas, que deben sus maravillosas organizaciones a la preadaptación instintiva de la cual es omitida la imaginación creadora de cosas nuevas. Las sociedades humanas han llegado a sus progresos debido al desarrollo tercio-instintual.

Pero la imaginación y la inteligencia nos sirven, dentro de las sociedades, para intentar y organizar tanto el mal como el bien en la lucha del sobrevivir. La proporción del mal y del bien efectivos en una sociedad es cambiable.

En nuestra terminología llamamos sociedad funcional a aquélla en la que el condicionamiento de sus instituciones logra disminuir el patrimonio de los sentimientos negativos y sus respectivos actos de agresión individual o colectiva contra la persona y su maduración. Por encima o por debajo del tipo especial que en una época adquiere una sociedad, calificada por otras terminologías de autoritaria o democrática, capitalista o comunista, etcétera, el endoantropólogo mide sus valores por los criterios del mal innecesario, de la justicia vital o social realizados de hecho en la comunidad y evidenciados en el sufrimiento individual o en la huida de tal sufrimiento.

En la maduración de la persona tanto como en el progreso de la sociedad, la POV atribuye gran importancia a la formación de dos prototipos socio-orécticos: el del hombre responsable y el del hombre estratégico, cuya eterna lucha interior sacude la existencia individual y la de la sociedad. En cuanto a las tendencias primordiales que determinan el dinamismo de la motivación social en las relaciones individuo-sociedad, mucha atención hay que prestar, según nuestro punto de vista, a lo que desde el Bíos primigenio brota como tendencias individualizantes y socializantes dentro de una comunidad. Socializantes: cuando la sociedad quiere condicionar el desarrollo del individuo por instituciones que juzga adecuadas para el bien de la comunidad. Individualizantes: cuando las instituciones sociales facilitan a la persona en el hombre el libre desarrollo de su personalización o, como nosotros decimos, el ser lo que es.

La supuesta mejor sociedad funcional depende de la proporción de lo responsable-estratégico y del equilibrio individualización-socialización establecido en ella.

Desde la familia en que nace (ambiente biosocial), la casa y sus alrededores, el municipio y la región, el estado y la nación, las comunidades de raza, trabajo, religión, educación, cultura, mundo internacional, etc., se presentan frente a los fines del individuo como influencias de grupos de presión. Más que en la sociología, y en un sentido más amplio en que este término se usa en las ciencias políticas, necesitamos también en la endoantropología esta noción: la presión que la sociedad en sus varios aspectos ejerce sobre el individuo es, en la mayoría de los casos, una presión de agrupamientos intrasociales. Incluso ¿n la relación madre-hijo, la más biológica y aparentemente individual, mucha presión ejercida por la madre es una expresión del grupo: la disciplina protoética que ella inculca a su prole lleva en muchos aspectos el rasgo de una educación tradicional, consuetudinaria, o el de la ciencia moderna. En ambos casos el grupo (de la familia, del sistema educacional) se hace sentir en las intenciones educadoras de la madre y son en parte de carácter superindividual.

La norma, la experiencia social convertida en precepto, es siempre un producto de grupo y de su presión. La norma tiende a la regulación de las relaciones humanas y la presión injusta puramente individual sobre el otro es un mal innecesario, en primer lugar porque quiere salirse de alguna que otra norma existente (religiosa, legal, ética) y burlarla.

La organización social tiene sus propósitos en la protección más eficaz de la vida del individuo, miembro de la sociedad. Este paga su tributo para esta protección reforzada con la disciplina con la cual se somete a las normas, es decir, con cierta represión del libre juego de sus instintos. Ninguno de ellos se sale libremente con la suya en la sociedad humana; todos sufren el impacto censurador del factor Cs. Pero la sociedad —cuanto más funcional tanto mejor— puede darles más o menos libertad de auto-realización y disminuir la represión innecesaria. Esto ocurre tanto más en una sociedad concreta y en las instituciones de su civilización, cuanto los fines de la persona humana se traten como aquellos que tienen un valor supremo.

Lo que el hombre individual no pueda lograr en la maduración creadora de su persona debido a las injustas presiones socialitarias, es pura pérdida también para la sociedad.

Pero hasta ahora tales conceptos en pro de la persona humana no han imbuido debidamente ni las instituciones ni los métodos de educación de la civilización. El factor Cs, como organización de las instituciones, no es aún ayuda eficaz en el condicionamiento de la persona creadora. El otro no es aún para ella lo bastante semejante, y, todavía menos, lo suficientemente prójimo.

Lo que la sociedad organizada omite de esta manera, debido a su primitivismo en la socialización cultural, puede suplir y complementar, e incluso sustituir perfectamente, el comportamiento amoroso y compasivo del otro individuo.

De esta manera las relaciones humanas coexistenciales se convierten en relaciones interpersonales de convivencia.

La sociedad son personas, y sus instituciones también: la presión que proviene de la sociedad se hace siempre a través de los demás. Las palabras «sociedad», «comunidad», son abstracciones e ideas, no son cosas. Son nociones auxiliares para expresar ciertos conjuntos, compuestos de personas y sus instituciones, con los que el individuo se enfrenta en su orientación vital. Mientras que el individuo y su persona, son, como la Naturaleza misma, el lujoso, complicado y exuberante Bíos, el Ethos organizado a base de normas como sociedad y comunidad es incomparablemente primitivo y rígido. Los mandamientos, las leyes, los reglamentos, prevén la regulación de lo típico en el comportamiento, y apenas llegan a cierta individualización, es decir, a la comprensión de la persona individual. De esta manera el conflicto primario entre la persona y la sociedad descansa en lo antagónico que es el esquema objetivo y abstracto de las normas y sanciones frente a lo subjetivo y concreto de la persona. La ley define el concepto de asesino, traidor, ladrón, falsario, etc., según los criterios de un delito consumado o intentado; pero apenas pregunta por qué ha matado, robado, engañado, traicionado etc., el individuo. Las instituciones de toda índole, aun cuando no son prohibitivas, sino protectoras del individuo, nunca llegan a prever todos los casos a los que podrían ser aplicadas para afirmar la persona. Existe, pues, este conflicto primigenio entre el Bíos y el Ethos, fuente abundante del sufrimiento individual.

Entre otras cosas, es preciso subrayar en este resumen el concepto de la co-responsabilidad de la sociedad en el comportamiento asocial del individuo. Esto no es tan sólo asunto de un humanitarismo filosófico, sino que está basado en el carácter antagónico Bíos-Ethos. La sociedad en la cual la comprensión de este antagonismo rige la corrección de las instituciones y de la aplicación de las normas en favor del desarrollo de la persona, es más funcional en nuestro sentido de la palabra y, por lo tanto, puede reunir más condiciones para reducir el patrimonio de emociones negativas. Si «los demás», que aplican las normas frente al individuo, poseen suficiente intropatía para el ser humano como tal, la rigidez antagónica Bíos-Ethos puede equilibrarse por actos creadores de los aplicantes.

Definiremos la intropatía como reconocimiento comprensivo de la medida que el sufrimiento (patior) del otro ha alcanzado.

Pero no solamente nos referimos al sufrimiento concreto, sino también a la compresión de la naturaleza misma de la posición del individuo dentro de la sociedad. La intropatía como regulador social no puede cerrarse ante el hecho de que, por motivos del sobrevivir dentro del conflicto bio-ético, todos somos potencialmente portadores posibles de actitudes asociales y antisociales.

Dicho de una manera cruda: todos somos asesinos potenciales. Y quien dice asesino dice también toda la gran serie de otros comportamientos asociales y antisociales que abarcan los códigos religiosos, morales y legales.

La acentuación de este potencial en la persona concreta depende en gran parte de la medida de la intropatía, de su presencia, escasez o ausencia, que los demás testimonian frente al individuo. En este sentido emplea la POV el término de la co-responsabilidad de la sociedad en el comportamiento asocial y antisocial del individuo.

 

GLOSA 15.—Sobre el otro.

La psicología social es una extensa parte, y últimamente bastante cultivada, de nuestra ciencia. El otro ha sido escudriñado como vivencia subjetiva y como fenómeno social en una literatura a la que dentro de nuestro margen no podemos prestar debida atención. En la POV nos hemos ocupado parcialmente de varias tesis, esbozando el concepto orectológico. Alrededor de dicho tema encontraremos varios cuestionarios en este capítulo. De ellos se desprenderá indirectamente el concepto o, digamos, el esquema alrededor del cual los hemos elaborado.

Este esquema es muy sencillo. El otro puede ser para nosotros:

1) objeto-estímulo casual entre todos los demás objetos o hechos;
2) individuo discernible entre otros individuos de nuestra especie;
3) individuo como medio de nuestras auto-realizaciones;
4) persona como instrumento de nuestras auto-realizaciones;
5) persona como objeto de nuestra atención;
6) persona como motivo de nuestra autocreación.

Objeto casual, anónimo (1), cuyo estímulo no llega a interesarnos más que otros objetos, hechos, cosas: esta relación ocurre cuando el otro está hundido entre otros objetos sin destacarse por su estimulación propia, por ejemplo, una figura humana perdida dentro de un paisaje que contemplamos.

Un individuo discernible y seleccionado (2) entre otros individuos de nuestra especie, anónimo, pero ya no objeto, sino individuo, ser humano: un soldado en un batallón que desfila ante nosotros y al que por casualidad se dirige nuestra mirada.

Individuo como medio (3) de nuestra auto-realización: un obrero desconocido en nuestra fábrica; el conductor del autobús que nos lleva a casa; una prostituta que nos sirve para la satisfacción sexual momentánea, un enemigo que cae, anónimo, por nuestro disparo.

Las otras tres categorías (4-6) ya son más interesantes: se caracterizan por relaciones menos mecánicas que las mencionadas; es el contacto entre dos personas, la nuestra y la del otro. Este contacto supone cierto conocimiento sobre la persona del otro y una relación mutua entre dos personas y no entre objetos o individuos.

Supone ya cierta selectividad entre las dos. Una suposición, por parte nuestra, de ciertas características del otro al que escogemos para una relación.

En éstas, el otro como persona puede servirnos como instrumento de nuestras auto-realizaciones. Es cuando, por ejemplo, nuestra mujer nos sirve tan sólo para el placer sexual; o el marido como instrumento de nuestros afanes de procrear. Las personas se conocen bastante bien; siguen la selección y sus leyes, pero nuestra relación mutua tiene el carácter de mero egoísmo paralelo, en el sentido del do ut des, te doy para que me des. La relación de convenio mutuo biológico, comercial, resultado de cálculos, de intereses creados.

Las dos últimas categorías de nuestra axiología general difieren mucho de las anteriores: en ellas, la persona del otro nos interesa por sí sola, y nos preguntamos, con el afán de conocerla más profundamente, quién es, cómo es, qué podemos encontrar en ella, cómo se nos presenta y cuál es su ser esencial. Nos interesa no tan sólo por si puede servir nuestras auto-realizaciones, sino que también prestamos atención a su modo de ser y a sus afanes de auto-realización como persona.

En los criterios de tal cúmulo de interés y atención, o en su ausencia, hemos basado nuestra categorización general de las relaciones humanas, alistadas bajo los términos de coexistencia y convivencia, de contacto, conflicto, conversación, diálogo, encuentro.

Finalmente, con la última categoría, en la cual la persona del otro no es tan sólo objeto de nuestra atención, ni instrumento de nuestras auto-realizaciones, sino más bien motivo de nuestra autocreación —que engendra también la recíproca—, nos acercamos a los términos de la unión convivencial comprensiva y compasiva, es decir, seguimos por la línea de la máxima convivencia que nosotros y el otro ser humano pueden alcanzar.

Por los criterios de tal escala de valores, el otro asciende de mera circunstancia mecánica, impuesta o escogida, a la circunstancia cualificada. Asciende en nuestra valoración, concienciación gradual a ser humano, a particular definido, a motivo de nuestra atención, a reconocido por lo que es, a comprendido, compadecido y, eventualmente, amado.

 

INFLUENCIAS DE LAS CIRCUNSTANCIAS SOCIALES SOBRE LA PERSONA

Cs 1. Autoexamen sobre el ambiente biosocial inmediato. 

a) en torno al nacimiento:

1. He nacido (él, ella) en parto normal (anormal, prematuro, tardío, etc.);
2. El hecho de nacer en parto anormal, prematuro, tardío, etcétera, se refleja en ciertas consecuencias crónicas;
3. Estas consecuencias me impiden hacer la vida de los seres normales en mi ambiente actual;
4. Se han equilibrado estas consecuencias en el curso de mi vida y no se hacen sentir de ninguna manera (o poco);
5. Me causan, a pesar del balance conseguido, cierta inferioridad;
6. Nací bajo una tienda, en una choza, en una casa pobre, de bienestar (mediano), de opulencia;
7. Fui el primer (segundo, etc.) hijo;
8. Me han criado mis padres o les han sustituido otras personas;
9. Mi madre ha vivido durante toda mi infancia;
10. He perdido temprano a mi madre;
11. Durante mi infancia hubo un cambio en la persona de mi madre (madrastra);
12. Debido a las circunstancias durante mi niñez se ocuparon de mí otras personas distintas de mi madre;
13. Mi padre estuvo conmigo durante toda mi infancia;
14. He perdido a mi padre en edad temprana;
15. Hubo cambio temprano en la persona de mi padre (padrastro) ;
16. Recuerdo a la persona que se ocupó de mí durante mi infancia, y que no era ni mi madre ni mi padre;
17. La lactancia fue normal, cortada prematuramente, sustituida por nutrición artificial;
18. La lactancia natural duró mucho tiempo;
19. Estuve frecuentemente enfermo durante mi infancia;
20. No he padecido más que las enfermedades frecuentes en la infancia;
21. Las enfermedades de la infancia han dejado estragos en mi organismo;
22. Desde que puedo recordar he sido un niño fuerte, débil, enfermo, sano;
23. No me acuerdo de períodos de enfermedad en esa época;
24. No me importan estos recuerdos;

b) recuerdos de infancia relacionados con el contorno inmediato material:

23. La casa paterna era pobre, rica, con bienestar, escasez;
26. Me crié en un hogar de casa individual, de piso, de muchas (pocas) habitaciones;
27. Me crié en una habitación única donde vivía toda la familia;
28. En mi casa tenía mis sitios preferidos (¿de qué clase?);
29. Era una casa muy ordenada, limpia, con mucha luz y aire;
30. Desordenada, sucia, oscura, sin aire;
31. Estaba a gusto en la casa;
32. Rehuía la casa siempre que podía;
33. Dormía con mis padres;
34. Dormía apartado, en otra habitación;
35. Nuestra casa estaba en el campo, en la ciudad (pequeña, grande);
36. Me crié siempre en el mismo ambiente de casa paterna o tuve que cambiar;

c) contorno inmediato de la casa:

37. Para jugar tenía patio en la casa;
38. Para jugar tenía que salir fuera de la casa;
39. En nuestra casa de campo estuve siempre en contacto con los animales;
40. Con los árboles, bosques, flores;
41. Me crié en un paraje llano, de montaña, río, mar, desierto;
42. En un barrio pobre, de bienestar, de una gran ciudad;
43. Nuestras calles eran estrechas y oscuras; grandes avenidas de la ciudad;
44. Había mucha tranquilidad, mucho ruido;
45. Mucha alegría, tristeza, en el barrio;
46. Buenos, malos vecinos;
47. Me acuerdo bien de mis sitios preferidos en la casa y fuera de ella durante mi infancia;
48. Los acontecimientos que más recuerdo de mi infancia;
49. ¿Eran más bien tristes, catastróficos, deprimentes; alegres, felices?
50. Objetos de la casa a los que más afición tenía.

NOTA.—Hemos hecho un vuelo rapidísimo por el endograma del sitio de nacimiento, de las primeras impresiones y de los primeros recuerdos de la infancia en cuanto al contorno material y de paisaje. Todo esto —y muchas otras cosas— es importantísimo para la formación ulterior de la persona y para las características de su endograma. El factor cósmico y social se mezclan aquí en sus fronteras respectivas y algunas preguntas son similares a otras mencionadas en algún cuestionario anterior.

Hemos tenido que limitarnos en muchas direcciones. Todos los pormenores que la clínica considera como muy importantes en cuanto a las regularidades o irregularidades del parto, de la herencia tocológica y ginecológica, de la lactancia y del destete, la ficha patológica de la infancia, etc., quedaron fuera de nuestras consideraciones y dejados al examen médico. Hemos mencionado, de una manera muy restringida, tan sólo las cosas que cada uno puede hacer objeto de su propio análisis y ensancharlo por su propia iniciativa. La cosa principal es ocuparse en serio del pasado propio, no dejarlo a la casualidad.

 

Cs 2. Autoexamen sobre qué clase de hijo soy.

1. Mi infancia ha sido la época más feliz de mi vida;
2. Me sentí grandemente protegido por mi familia en el curso de mi vida;
3. Mi madre, mi padre lo hubieran hecho todo por mí;
4. Nunca encontraré tal seguridad en las demás personas;
5. Nunca encontré tal seguridad después de abandonar mi casa paterna;
6. En mi familia paterna tenemos todos el sentido de protegernos mutuamente;
7. Frente al mundo exterior siempre somos solidarios unos con otros;
8. Nos hacía falta solidaridad, ya que mi padre sostuvo duras luchas para mantenerme (y para mantener a los demás);
9. Para mantenernos a flote;
10. Para combatir a sus enemigos;
11. Mi infancia transcurrió tranquila;
12. Llena de acontecimientos;
13. No fue feliz;
14. Mis padres no se llevaban bien entre sí;
15. Apenas se hablaban;
16. Se peleaban;
17. Siempre había en mi casa toda clase de peleas;
18. Yo estuve siempre al lado de mi madre (de mi padre) en el transcurso de ellas;
19. Estas escenas eran terribles para mí;
20. Con tal de que en ellas venciera mi madre (mi padre), yo estaba contento;
21. Empecé a enemistarme pronto con mi padre (madre);
22. Quise pronto librarme de tales pesadillas;
23. Rehuía la casa por las mismas razones;
24. Primero daba la razón a mi madre (a mi padre), pero después vi que me había equivocado;
25. No me di cuenta de lo que pasaba entre ellos, ni pude comprender por qué se conducían así;
26. Tanto en las cosas grandes como en las pequeñas siempre tenían opiniones opuestas;
27. Mis padres no se daban cuenta de que yo sufría por ello;
28. Los dos querían convencerme de que tenían razón;
29. Mi madre (mi padre) me convenció;
30. La (le) defendía en mi fuero interno;
31. Los quería a los dos a pesar de que me hacían sufrir;
32. A veces odiaba a uno o al otro;
33. Se divorciaron (se separaron);
34. Aun así continuaron peleándose por mí;
35. Viví después con mi madre (padre);
36. Es imborrable lo que sufrí por culpa de ellos en mi infancia
(adolescencia);
37. Me parecían buenos y no sabía por qué se enemistaban;
38. Pronto me di cuenta de quién era el culpable y por qué;
39. Sabía que mi madre era la culpable; no obstante la quería más;
40. Sabía que mi padre era el culpable; no obstante le quería más;
41. Aprendí pronto que no es fácil ser feliz en el matrimonio;
42. Aprendí pronto que los hombres (las mujeres) son difíciles en el matrimonio;
43. Aprendí pronto que a las mujeres hay que dominarlas y vigilarlas en el matrimonio;
44. Aprendí pronto que a los hombres hay que tratarlos con astucia en el matrimonio;
45. Apenas recuerdo que mis padres se hubieran enemistado entre ellos durante mi infancia (adolescencia);
46. Tenían gran comprensión el uno por el otro;
47. Mi madre reconocía la autoridad de mi padre;
48. Mi madre se sometía a ella;
49. En mi casa la última palabra la tenía siempre mi padre;
50. Mi padre consultaba a mi madre en todas las ocasiones;
51. Mi madre ayudaba a mi padre en todas las ocasiones;
52. Mi padre apreciaba las opiniones de mi madre;
53. Me incitaba siempre a tener atenciones hacia mi madre;
54. Mi madre me incitaba siempre a respetar a mi padre;
55. Se amaban mutuamente;
56. Se sacrificaban el uno por el otro;
57. Especialmente mi padre;
58. Especialmente mi madre;
59. Mi madre dejaba que mi padre mandara, pero procuraba salirse con la suya de un modo indirecto;
60. Los dos me querían mucho, igualmente;
61. Mi madre más;
62. Mi padre más;
63. Mi madre me mimaba más;
64. Mi padre me mimaba más;
65. Acudía preferentemente a mi madre cuando necesitaba algo;
66. Acudía preferentemente a mi padre cuando necesitaba algo;
67. Aún hoy (de adulto) dependo de lo que diga mi madre (mi padre) en mis orientaciones;
68. Cuando me case buscaré a una mujer que se parezca en el carácter a mi madre;
69. Cuando me case buscaré a un hombre que se parezca en el carácter a mi padre;
70. Cuando me case buscaré a una mujer que no se parezca a mi madre;
71. Cuando me case buscaré a un hombre que no se parezca a mi padre;
72. El matrimonio de mis padres es ideal; quisiera poder encontrarlo yo también de la misma manera;
73. Aprendí de ellos lo que es el amor;
74. Aprendí de ellos lo que es la convivencia;
75. Los amo (amé) a los dos;
76. Los amaré siempre, a pesar de que no me comprendieron;
77. Veo sus defectos, pero los padres son siempre los padres;
78. Creo que no tengo derecho a juzgarlos;
79. Mis padres (padre, madre) son ejemplo de vida dignos de ser seguidos;
80. En mis padres (padre, madre) puedo encontrar el criterio para mis ideales;
81. Son superiores a lo que yo podré conseguir, pero esto n-J me aplasta ni me oprime;
82. Son mejores de lo que yo veo a mi alrededor;
83. Me inspiran confianza en la vida; en el hombre;
84. Puedo contar con que sean mis guías más seguros en la orientación vital;
85. Su postura frente a las dificultades de la vida es heroica, firme, conformista, estratégica;
86. Me basta con seguir su línea de orientación vital;
87. Me basta con apoyarme en ellos;
88. No tengo que pretender apartarme de su estilo de vivir;
89. Me dan suficiente apoyo para continuar en la misma línea y los mismos conceptos sobre la vida.

Cs 3. Autoexamen sobre las rebeldías juveniles.

1. Soy un expósito;
2. No conozco a mis padres;
3. No he tenido casa paterna;
4. Me criaron y educaron otras personas y no mis padres;
5. Soy hijo adoptivo;
6. No he tenido ni el cuidado ni el cariño de los verdaderos padres;
7. Mis padres adoptivos me lo han sustituido;
8. Mis padres adoptivos no han podido comprenderme;
9. Mi padre se ha vuelto a casar con otra mujer que no me comprende;
10. Mi madre se ha vuelto a casar con otro hombre que no me comprende;
11. Todo lo que hace mi madrastra (padrastro) lo comparo con lo que hacía mi madre (padre);
12. Todo ha cambiado desde entonces contra mí;
13. La culpa la tiene mi madre (padre);
14. La culpa la tiene mi madrastra (padrastro);
15. Soy hijo ilegítimo y esto pesa sobre mi vida;
16. Nadie me ayuda a allanar esta inferioridad;
17. Mis padres han preferido a mis hermanos;
18. Fui siempre para ellos un intruso;
19. No he encontrado la debida comprensión en ellos; en uno de ellos;
20. Aunque ya soy un adolescente quieren imponer su voluntad en todo lo que me atañe;
21. Mi madre tiene miedo de todo lo que pueda ocurrirme; me cohíbe con sus angustias;
22. Es molesto que ella vea en mí siempre a un niño, a pesar de mis años;
23. Empiezo a desentenderme en todo de ella (del padre);
24. Mi padre es demasiado autoritario, severo, rígido;
25. Quiere que le obedezca ciegamente por tener él más experiencia;
26. Simplemente por ser yo su hijo y porque los hijos deben obedecer;
27. Mi madre es demasiado mandona;
28. Ambos (uno de ellos) dicen que tengo que obedecerles por mi bien;
29. Son mis padres, pero no representan para mí ningún ideal;
30. Soy un hijo no deseado;
31. Son mis padres, pero, por lo que yo entiendo, tendrían que ser diferentes para que yo reconociera su superioridad;
32. No la pueden adquirir con sus eternas riñas;
33. Ni por lo que son moralmente;
34. Por cómo se ocuparon de mí;
35. Por el sentido que tienen de lo justo;
36. Por lo que piensan el uno del otro;
37. Por lo que pueden servirme de ejemplo;
38. Por cómo se acusan mutuamente ante mi;
39. Por lo que de mentira e hipocresía existe mutuamente en tre ellos;
40. Por lo que de mentira e hipocresía tienen con todo el mundo;
41. Por cómo quieren esconder la verdad ante mí;
42. Por los engaños en que viven mutuamente;
43. Por las amenazas y chantajes que profieren en sus escenas;
44. Por lo calculadores que son cada uno por su lado;
45. Por lo materialistas que son;
46. Por lo egoístas que son;
47. Por lo astutos que son;
48. Por lo que tienen de ambiciones de mando;
49. Por lo orgullosos, soberbios, vanidosos que son;
50. Les tiene sin cuidado lo que yo piense de ellos;
51. Mis padres son ridículos;
52. Mis padres son caricaturas;
53. Mis padres son tiranos;
54. Mis padres son monstruosos;
55. Todos los padres son así;
56. Todos los que son autoridad en la sociedad son así;
57. Me entiendo mejor con mis compañeros (compañeras) que con mis padres;
58. Si los padres son así, toda la sociedad está podrida;
59. Tal familia y tal sociedad merecen que uno reniegue de ellas;
60. Tal familia y tal sociedad reclaman cambios radicales;
61. El mundo tiene que reconstruirse;
62. Primero destruir tal familia, tal sociedad;
63. Los padres nos dejan tan sólo una herencia de destrucción;
64. Los padres nos han dejado perspectivas de guerras;
63. Los padres nos han dejado la amenaza de la destrucción atómica;
66. No vale la pena creer en un mundo mejor si contemplamos el ejemplo de las generaciones pasadas;
67. A la generación anterior le importa tan sólo su propio bienestar;
68. No hay salida posible;
69. Acuso a los padres y a la sociedad;
70. Todo método es bueno para liberarse de su presión;
71. Hay que mostrarles que soy diferente;
72. Hay que mostrarles que soy superior a ellos;
73. Pertenezco a otro mundo distinto al suyo;
74. Me desolidarizo totalmente de su mundo;
75. Quiero cambiar el mundo en que nací;
76. Por destrucción de la sociedad anterior;
77. Por cambios radicales sin destrucción;
78. Por protestas y violencias;
79. Por solidaridad pacífica con mi mundo;
80. Viviendo radicalmente de otra manera que mis padres v su sociedad;
81. Siguiendo principios que yo considero importantes;
82. Por vías políticas;
83. Cambiando la estructura social;
84. Por vías religiosas;
85. Por vías del vivir ético;
86. Haciéndolo por mi propia cuenta personal;
87. Perteneciendo a movimientos revolucionarios;
88. Perteneciendo a movimientos religiosos de mejora social;
89. Creo que sólo puedo conseguir el cambio en mi propio terreno personal;
90. Creo que sólo si la sociedad cambia puedo conseguir también mi propio cambio;
91. Creo en el progreso ético, pero sólo si la sociedad cambia a la fuerza;
92. Creo en el progreso ético, pero sólo si yo empiezo a hacerlo sin mirar lo que hacen los demás;
93. Hay demasiada maldad entre los hombres; no se puede conseguir nada;
94. No vale emprender nada fuera de mí mismo;
95. No vale emprender nada ni siquiera en mí mismo;
96. La cantidad del mal humano no cambia.

GLOSA 16.—Sobre el conflicto de las generaciones.

La crudeza que alcanza nuestro cuestionario en este punto podría parecer exagerada. Pero el autor ha pasado por cuatro guerras, dos de ellas mundiales, y por dos postguerras. Y al revisar estos endogramas sobre las rebeldías juveniles se encuentra con que los rusos y los americanos realizan pruebas nucleares del mayor alcance histórico. Por debajo de ellas, los desentendimientos entre las generaciones, dentro de la vida íntima de familia, no han obtenido ningún alivio de la época. El dinamismo entre la responsabilidad de los padres y las rebeldías juveniles se nutre en estos días abundantemente de dos corrientes, la pública y la privada, y también como nunca del veneno de la incomprensión. En ambos sectores hemos llegado a extremos de los últimos dilemas de los que hemos hablado en el Prólogo Apocalíptico de este libro. La Humanidad vive de un día a otro creyendo en el milagro del desarme, ya anestesiada por su propia creencia. La inconsciencia del peligro crece. Ya no hay protestas de los sabios. A Bertrand Rusell le han encarcelado porque la manifestación antinuclear de su grupo estaba en conflicto con los reglamentos policiales sobre las reuniones. La juventud universitaria mundial no ha encontrado la fórmula de la solidaridad que uniría a la muchacha de Massachusetts con el chico de Alma Ata en el grito común de la rebeldía más justificada del «¡queremos vivir!», dirigida contra los manejadores de las armas nucleares en ambos centros de la muerte genérica: ni siquiera ante la fosa común puede lograrse que las convicciones rojas y blancas encuentren —al menos a través de la desesperación de los hijos, si ya no puede ser a través del convenio de los padres— una fórmula de solución y acuerdo. En la crisis de Cuba (1962), la muerte genérica se aproximó a milímetros de distancia. Los padres e hijos históricos tanto como los padres e hijos íntimos, nunca han vivido con más incomprensión que en nuestros días. Si no me hubiera alzado deliberadamente por encima del momento actual, componiendo el cuestionario anterior, la confrontación de las generaciones en aquellas preguntas se hubiera puesto de manifiesto con mayor rigidez realista. También yo creo, impotentemente, en el milagro del desarme, pero no creo que, si éste se cumple, el antagonismo de las generaciones, público y privado, quede aliviado por este mero hecho si el hombre no cambia el rumbo de su civilización en la dirección de la interiorización, como ya he expuesto en el Prólogo.

La gran disputa de las generaciones no puede aliviarse sin tal cambio profundo. Y aunque el desarme milagroso pudiera arrancarle al joven futuro el reproche de la muerte nuclear echado a la cara de los padres públicos, el íntimo reproche de la incomprensión no perdería su agudeza si el hombre en general no se decide a prestar más atención a su vida interior. La mejor paz —no diremos nunca la paz tout court— entre las generaciones no puede venir por reformas exteriores, aunque vaya acompañada de la abolición de la guerra total. La disminución de la cantidad del mal innecesario que se manifiesta en la confrontación de las generaciones puede venir tan sólo por reformas desde dentro:

si tanto padres como hijos logran establecer con más verdad y sinceridad sus respectivos endogramas íntimos. Si los padres no tienen tiempo para conocerse a sí mismos, ¿cómo podrían tener tiempo y facultad de conocer a sus hijos? Si los hijos están en la mala escuela de los padres, ¿cómo podrán tener tiempo y facultad de conocerse a sí mismos y a los padres antes de que el desentendimiento fatal llegue a nidificarse? La escuela de las generaciones comprensivas ¿tiene que empezar con los padres o con los hijos?

Empiece donde empiece, la cosa principal en el corte del circulo vicioso es que empiece en el hombre desde dentro. No en la civilización, sino en la cultura. Existe, sin embargo, también el antagonismo biológico entre las generaciones. Esta parte no se puede remediar. La evolución trae consigo el descontento biológico de los hijos con los padres, y viceversa.

Tanto la juventud sana como la viciosa lleva en su seno el germen de la revisión, de la crítica inmanente de los antepasados y del ambiente en que nacen. Es la influencia del antagonismo y de la heterogeneidad evolutiva, por progresiva. Lo constructivo o lo destructivo de tal crítica y revisión depende en cada persona de los factores genéticos, es decir, caracterológicos, por una parte, y de las influencias del ambiente familiar y el del más amplio contorno social, por otra. Incluso la juventud más conformista y conservadora, la que se decide a seguir las leyes del orden social heredado, lleva en sí la crítica y la revisión. Pero una parte de las nuevas generaciones no es nada conformista, ni puede serlo, ya que la persona que madura en ella se enfrenta, dentro de su ambiente, con muchas contradicciones, mentiras, hipocresías e injusticias sociales y vitales. El llamado idealismo de la juventud no es otra cosa que el afán legítimo de poder realizar una vida más veraz, más llena de sentido que los padres. Encontrándose con tantos enigmas de su propio organismo y de su ambiente, a la juventud de todos los tiempos le parece posible la revisión del modo de vivir que encuentra hecho y que los padres quisieran mantener siendo portadores de un orden basado en su propia experiencia, o solamente en el estilo de su existencia. Y, mientras en una parte de la juventud brota la revisión con fórmulas revolucionarias o reformistas de orden político, económico, técnico, religioso o moral, en la otra parte, que no sabe qué hacer con toda la ebullición en su interior, la revisión busca salida en la rica escala de protestas y de rebeliones deformes que a veces se manifiestan en gamberrismo activo, iracundo y hasta criminal, otras veces en expresiones de indiferentismo anárquico y pasivismo apático del «no hay nada que hacer».

Cada hombre necesita autoafirmación. En la juventud este afán fisiológico es muy fuerte, y además está desprovisto de la autodisciplina impuesta por la experiencia y por la maduración. El ser alguien, ser importante, incluso ser héroe, y pronto, es deseo vivísimo en el chico joven a quien falta toda la sabiduría de las restricciones impuestas por las filosofías de la madurez. Frente a este impulso, los padres predican el sentido común y el de adaptación de toda clase. Pero a menudo no dan buen ejemplo. Saben procrear —lo que es fácil—, pero son pocos los que saben educar y convivir con los hijos —lo que es difícil—. El gamberrismo es en gran parte una rebeldía contra este diletantismo educativo de los padres que, por los complejos que nacen en el joven a través de las contradicciones de la vida familiar, toman forma de protestas llameantes y excesivas. Se acumulan en el deseo de ser ante todo diferentes del orden predicado que no convence por la mentira adivinada, por la hipocresía sentida o por la autoridad sin verdad. Y, si ya no pueden cambiar según sus deseos y conceptos el orden que representan los padres malos educadores, al menos pueden separarse ostensiblemente de él. Para protestar íntimamente unos van sucios, despeinados y harapientos, se reúnen en tertulias y clubes que cultivan esta línea pasiva del «anti-orden», recitando allí poesías que son más que nada la «anti-poesía» de todo lo tradicional, crean arte que es en primer lugar «anti-arte», contra todo lo heredado en estética, etc. Otros, más activos, se alistan en los partidos «anti-padres», o en las bandas «anti-sociedad».

Tenemos una enorme gama de las rebeldías suaves y de las destructivas.

Entre las primeras, los «beatniks» americanos (e ingleses) representan un gamberrismo decadente, poético, vago y pasivo, una especie de existencialismo tipo St. Germain dès Prés 1952, exportado a América y re-elaborado con tintes antieuropeos y materiales antinylon. Su mérito consiste en que, por fin, la joven América ha llegado a su expresión de «bohème» que hasta las guerras mundiales era la vieja marca auténtica y refinada de los cafés como el «Romanisches» en Berlín, el «Luitpold» de Munich, el «Greco» de Roma, los de la «Kärntnerstrasse» en Viena y los innumerables alrededor del «Boul-Mich» de París. Los bares, semibares y antibares de la región de la Octava Calle y de su Greenwich Village —el centro de los beatniks— de Nueva York se llaman «El Epítome», «Colegio de complejos», «La luz del gas», «El pícaro», «Caravana», «Club de la confusión» y nombres semejantes. No se sabe exactamente lo que significa la palabra «beatnik», ni los adeptos del «beatnikismo» la usan entre ellos. La «beat generation» quiere decir para algunos generación marchitada, cansada, fracasada; otros dan a esta noción el sentido de vagabundo e incluso de santo, es decir, beatífico. ¿Según un ideólogo de moda, el ser un «beatnik» quiere decir ser pobre, trasnochar en los bancos de los parques como un «clochard» parisiense, tener ideas iluminadas sobre la Apocalipsis y mezclarse de vez en cuando en un «cocktail» con, las doctrinas del budismo Zen o con el psicoanálisis del marxista Wilheim Reich. Sobre todo consiste en buscar nuevas palabras en lugar de las viejas, o torcer éstas creando un nuevo vocablo extraño y fantástico que solamente puede comprenderse entre los consagrados. La jerga «beatnik» está compuesta de palabras secretas usadas en el contrabando de la marihuana —el estupefaciente preferido de estos soñadores—, del argot del jazz y del gamberrismo internacional, y puede confundir profundamente al mejor políglota o lingüista del mundo. Pero este dialecto los separa contundentemente de los burgueses ordinarios, de las mujeres callejeras y de los criminales. Los «beatniks» no son gángsteres, son pacíficos. Se llaman entre ellos «gatos» para el elemento masculino, «pollita» para el femenino y «ranúnculo» («buttercup») para los de sexo compuesto.

Son más bien gente introvertida, meditativa, silenciosa. Suelen recitar poesías extrañas, escuchan peroratas sobre filosofía oriental y les gusta el ritmo del bongo. La barba es obligatoria para los machos; cuanto más descuidadamente visten mejor, y lo típico es un sweater al menos dos números más grande, pantalones bien arrugaditos y alpargatas. Las hem-britas, con pelo largo de mantilla, gafas de sol en todas las ocasiones y pantalones esquí o de torero. No beben alcohol, no bailan el Rock, no hay excesos sexuales; los desprecian. La actitud primaria que se le exige a un «beatnik» genuino es la de ser «frío», o al menos tibio frente a todo lo que es un estímulo vulgar para los sentidos. Excepto por lo que respecta a la marihuana, quieren convivir pacíficamente con la policía. En cuanto al arte, solamente admiten lo más primitivo del pasado y lo más abstracto del presente. Les atrae en general todo lo que es anti-forma, lo inacabado, huidizo, pasajero y pasatista, lo que no llega a ser, lo entre-ser-y-no-ser, aunque no sea de tipo hamletiano.

Es una búsqueda solapada de la actitud no-conformista, expresada por medios baratos e inocuos (aparte las toxicomanías) , que fácilmente se traiciona a sí misma, porque fundamentalmente la vida de estos «clochards» estilizados no abriga demasiada valentía ni pasión gitana de la libertad:

cuando el dinero del bolsillo empieza a escasear, los «beatniks» también buscan trabajo en las odiadas empresas burguesas. Estos «nihilistas» de tipo americano no tienen convicciones políticas como los antiguos rusos. Su ideal de una sociedad mejor es completamente desdibujado; su negativismo es pasivo y vago. Aunque desprecian al hombre de traje de franela gris, al comerciante codicioso, al superhombre industrial y al que vive para el confort de «sus partes traseras», su actitud no pasa de ser mero exhibicionismo. Y no crean la literatura inspirada de los clásicos bohemios, que desde las mesas solitarias de los cafés europeos llegaron a poblar para siempre las columnas de las enciclopedias.

No obstante, es una posición característica de protesta y de rebeldía contra la crueldad, la falsedad y la hipocresía de su sociedad. Si bien escasea la ideología apta para una reforma, sobra en cambio el sentir asco y hastío hacia el ambiente. Es una rebelión ineficaz, pero su motivación interior es impulsada por una profunda insatisfacción e impotencia de tipo occidental. Si no encuentra expresión sana, no quiere decir que no es un intento de estigma. En sus manifestaciones ridículas, en esta locura pre-melancólica, hay cierto sentido subconsciente, como en cualquier histerismo o manía de tipo clínico.

Su psicología es completamente diferente de la que ostentan los gangs activistas, bulliciosos y criminales que viven unas calles más lejos de estos barrocos de confusión.

Los activistas de la juventud anglosajona, americana (y europea) se caracterizan por el «angry young man» (el joven iracundo) y «the furious» (el furioso). Entre ellos América sobresale con una oleada desproporcionada de delincuentes juveniles. El contrapunto ambiental de sus ciudades gigantescas y advenedizas se presta a fomentar la irresponsable actitud asocial y es una de las causas de la criminalidad. Allí la delincuencia de los adultos ha adquirido unas formas típicas y perfectas que sirven de ejemplo a los jóvenes desviados. Poderosas y cínicas bandas se oponen a la ley con una superorganización maestra. Su dinero corrompe a menudo a la policía, paraliza los esfuerzos de los fiscales más valientes; el poder de sus chantajes infecta a los sindicatos y se inmiscuye con métodos del Oeste salvaje modernizados en la política. El desorientado joven americano ve que con tales procedimientos uno puede ganar mucho dinero, ser poderoso eludiendo las sanciones de la ley e incluso presentarse como una clase de héroe y un superhombre que desafía a la sociedad. La gran parte de su ambiente vive con tremendo lujo, a veces impunemente conseguido con falsa contabilidad y mediante la intervención lista de abogados o de «lobby» de marca, puesto al servicio de los gángsteres. Si a esto se añaden, por desgracia, unas contemplaciones desequilibradas de que en tal sociedad el dinero lo es todo; que si ella va a la guerra será por razones inspiradas por los poderosos de tal capa; y que si mantiene la paz, también será en favor de ellos, de sus trusts o de sus caciques políticos o administrativos, la impresión que por estos caminos de fácil argumentación nace en la nublada y bulliciosa mente joven no es muy propicia para canalizar sus turbulentos complejos hacia lo positivo y lo ético. Los «slums», los barrios bajos de los blancos y negros contribuyen a esta desviación; y la soledad en la vida familiar aun entre los jóvenes ricos y la ignorancia de los padres sobre cómo educarles, no son los últimos motivos que les empujan hacia la búsqueda de la vida aventurera, aunque sea por los senderos del crimen.

La jungla de los gangs jóvenes de Nueva York es el colmo del gansterismo juvenil. Tienen sus agrupaciones en el centro mismo de la ciudad a dos pasos de la sede de su alcalde. Se llaman «Young Lords» (señores jóvenes), «Viceroys» (vicerreyes), pero también «Vampires» (vampiros) e incluso «Assassins». Y al lado de los «Blancos pobres» hay también bandas exclusivas de portorriqueños y de negros. Total, la bagatela de unas 150, con 250-300 miembros cada una, con territorios estrictamente limitados de mutuo acuerdo y con arsenales de armas. Hacen peligrosa la vida de sus barrios, atacando a los transeúntes y guerrilleando entre ellos en las calles, a veces con una racha de víctimas inocentes. Su organización interior trata de amoldarse a los esquemas empleados por los criminales adultos.

Es interesante mencionar aquí que Nueva York es la única ciudad del mundo que tiene un hospital para los toxicómanos de menos de veinte años. Sus 140 camas están siempre ocupadas. Los cinco millones de alcohólicos (cada año aumentan en 200.000) son otra cifra fatal al margen de la criminalidad.

Ante el peligro, los diversos Estados se defienden como pueden. Después de que John Guzmán, jefe de los «Coronas valientes», de dieciséis años, mató por cuestiones de territorio violado a un miembro de los «Cuchillos reales», Edward Pérez, de diecisiete años; y después de la riña habida entre los «Sportsmen» y los «Chicos de la Forsyth Street», en la que perecieron dos jóvenes de catorce y quince años, el gobernador Rockefeller decidió establecer campos de trabajo forzado para la reeducación de los delincuentes juveniles. Ochenta y cinco ciudades americanas han proclamado la queda nocturna para jóvenes de menos de veinte años. Filadelfia impone multas graves a los padres de los detenidos.

Las autoridades están también alarmadas en Londres, París, Roma, Estocolmo, Berlín, Viena etc. Varios sacerdotes han convivido con los gamberros para estudiar la cuestión; los pedagogos culpan a las escuelas, que ofrecen más bien el conocimiento seco de las cosas, abandonando la formación moral; los gobernadores recomiendan mano dura; los psiquiatras proponen la fundación de «escuelas para los padres». En otras partes, por ejemplo en Suecia, la rebeldía de la juventud adquiere diferentes aspectos. Unos lo atribuyen al materialismo. El valor del dinero es allí prepotente, es criterio del éxito social, meta de muchas ambiciones, expresión de satisfacciones acumulativas, sinónimo no tan sólo del bienestar sino incluso de la felicidad. Pero en esto no hay diferencias fundamentales entre padres e hijos. Estos últimos no se rebelan contra los padres en nombre de un «espiritualismo» superior, ni los padres son tacaños en compartir el nivel material con ellos. La mayoría de ellos recibe unos dineros de bolsillos generosísimos, ante los que cualquier estudiante del Mediterráneo se quedaría amarillo de envidia. Y les conceden viajes, los visten bien, les proveen de coches y máquinas de toda clase sin las que no pueden «vivir», ya que pertenecen al standard acostumbrado. No obstante, son 50 los coches robados diariamente por los «raggare» en Estocolmo, muchos de ellos tan sólo para ser precipitados a algún foso periférico, entre carcajadas de la banda desenfrenada.

¿Alcoholismo y prostitución fácil? Sí, también. Beben los padres, beben los hijos, no en los bares, sometidos a un riguroso régimen de suministro de bebidas, sino privadamente. El clima tiene, en parte, la culpa; pero mucho más el hogar convertido en mero comedor y dormitorio a horas fijas, despojado de la vida íntima. Si las estadísticas siguen el rumbo actual pronto se contará en Suecia un divorcio por cada matrimonio. Muchos son los hijos que en sus años de infancia, pubertad y adolescencia tienen dos o tres madres sucesivas, unos presenciando en la casa las diversas fases del desentendimiento entre los padres y la adaptación consecutiva, otros relegados a los internados, que abundan en el país, al menos para los niños hasta doce años.

Si en el hogar paterno las cosas no van bien, el hijo, desde esta edad, no tiene más que la calle como desahogo ante los problemas íntimos, la calle y la tertulia que bien fácilmente se convierte en la mala compañía de los «raggare» y de las bandas de otra denominación.

El niño y la niña suecos llegan a ser, por estos caminos, unos adultos prematuros, unos jovencitos independientes antes de formarse. Y crece espantosamente el número de los pequeños héroes que buscan modelos para sus hazañas ideales en el cine y en la literatura del crimen, y el de las niñas-madres y de prostitutas-compañeras de los «raggare». La legislación sueca impone a la policía mucho guante blanco en el trato con los viciosos, de los que se llenan los reformatorios, poco aptos para sustituir al hogar perdido y a veces aborrecido. «Unos verdaderos demonios», suspiran los padres y las autoridades. ¿Demonios? ¿No escribió también Dostoyevsky sobre los demonios de su tiempo, sobre el trágico duelo entre el padre y el hijo Verjovensky?

Unas páginas magistrales y lúcidas de dramática y profunda psicología, con respuestas tajantes. En una escena corta, pero densa, nos revela la irreconciliación que separa las generaciones que describe: la del destructor revolucionario, el hijo, y la del liberal charlatán, el padre. Dice el hijo que ha descubierto el adulterio en el pasado de su madre; el hijo, del que el padre no ha sabido cuidar durante veinte años, mientras hubo sostenido con una dama, Varbara Petrovna, una «liaison», tacha a ésta con gravísimas censuras: «Toda esta amistad vuestra es, sencillamente, un simple derroche mutuo de basuras, ¿Qué papel tan lacayuno has estado haciendo todo el tiempo? (Hasta colorado me ponía por ti). Has sido para ella un parásito, es decir, un lacayo involuntario. Somos perezosos para trabajar y tenemos ansias de dinero. Todo esto lo comprende ella ahora; por lo menos es un horror lo que de ti cuenta. Hay que ver, hermanito, lo que me he reído con cartas que le has dirigido. ¡Bochornoso y asqueroso! ¿Pero tan pervertido estás, tan pervertido? En la limosna hay algo que corrompe para siempre. ¡Tú eres un lamentable ejemplo!... Ella había sido el capitalista y tú, el bufón sentimental... Tú la has exprimido como a una cabra... Yo anoche estuve aconsejándola que te metiera en un asilo: no te apures, en un asilo decente... Tus cartas (a ella) son aburridísimas. Tienes un estilo horrible. Me abstuve de leer muchas de ellas. ¡Cuánto me he reído!» «¡Monstruo, monstruo!» —grita el padre. Y en el curso de la acalorada y terrible disputa, el hijo añadirá una pregunta que es como un puñal: «¿No sois vosotros, después de todo, unos seres ridículos? ¿Y no te da también a ti lo mismo que yo sea tu hijo o que no lo sea?» Y le reprocha que durante tantos años, ni siquiera se gastó un rublo en él y que le ignoró totalmente. «Y ahora se retuerce ante mí como un actor.»

Cuando las cosas llegan a este punto, no hay remedio, por monstruo que sea el hijo, por culpable que sea el padre. Este es el punto clave de la incomprensión entre las generaciones: los padres no deben volverse caricaturas a los ojos de los hijos, número uno. Y, número dos: no pueden ser lamentables ejemplos. Cuando tales catástrofes ocurren, hay solamente guerra entre las generaciones. Cuando el ideal íntimo, el padre y la madre, se desmorona, es muy fácil se derribe también la autoridad en el estado y en la nación, en la sociedad. Y si la dolencia se ensancha, los hijos rechazan en bloque o en detalle también la sociedad entera que produce (ante sus ojos) padres de esta clase. Quizá el hijo Verjovensky hubiera podido perdonar al padre su calidad de «liberal afrancesado», y el amor propio desmesurado, o la mentira de su lema «il faut pardonner, pardonner». Pero no le puede disculpar ni por su desamor hacia él, ni por el ejemplo caricaturesco de su vida. Y, acusando, como suelen hacer las generaciones, a través del caso de su padre, a toda la Rusia ortodoxa y feudal, los hijos deciden, yendo hacia el otro extremo incendiario, cubrirla de tinieblas. No quieren vivir bajo el dominio de los egoístas y de los farsantes mentirosos e hipócritas. Este punto clave creo que existe en todos estos casos que presenciamos en nuestros días.

Los «raggare» de Suecia roban los coches y los tiran al precipicio. No son tan radicales como los Verjovensky, no arremeten contra la sociedad o el Estado. Pero sí contra los padres que con sus divorcios y asuntos sexuales, y por su poco cuidado en tratar a los hijos como personas que necesitan comprensión y amor, les dan un «lamentable ejemplo» y se vuelven caricaturas. El coche robado es, hasta cierto punto, el símbolo del bienestar de los padres. Ese bienestar lo rechazan los hijos por falso, desde su punto de vista. Y tiran el coche al precipicio, gozando de su venganza simbólica.

Pero no hace falta estudiar las rebeldías juveniles tan sólo a través de gestos revolucionarios, destructivos, de dramatismo histérico de gran tensión.

Hay también rebeldías solapadas, que no estallan hacia fuera, sino que perforan hacia dentro. El disco sordo del «angry young man». Y para demostrar que esta fórmula no es ningún privilegio anglo-sajón, saco de mi cartoteca el característico caso de un estudiante español, Enrique P., el rebelde austero, orgulloso, reservado, desconfiado, al que conocí con un grupo de universitarios que veraneaban en los Pirineos.

Enrique llevaba en su interior un montón de rebeldías, empezando por las que sentía contra su propio padre, un industrial catalán, al que reprochaba amargamente su egoísmo, su carácter frío y asocial y sus preocupaciones exclusivamente dirigidas a ganar más dinero, fuere como fuere. Después vino la usual critica política, el análisis agudo de la estructura social de España, las censuras a la jerarquía eclesiástica, terminando todo esto con la visión nefasta de un momento futuro en que, entre el humo de los conventos quemados y las estúpidas matanzas fratricidas, el español recaería, otra vez y sin remedio alguno, en lo que él llamaba «la incurable locura ibérica». No era la primera vez que tales notas pesimistas y escépticas sonaban en mis oídos, y por esto sólo, el caso de mi joven no hubiera sido interesante para mí. Pero pude averiguar cuidadosamente que este estudiante no era comunista ni monárquico, ni falangista, ni catalanista, ni liberal a la francesa. La oposición contra su ambiente tenía raíces más profundas y no se amoldaba a la ideología de un partido, ni a los grupos conocidos alrededor del poder de toda clase. No pertenecía a ningún grupo ilegal de oposición al régimen y tampoco se alistaba en las filas de la «Acción Católica» o del «Opus Dei». Busqué, pues, el criterio más hondo de su rebeldía, y después de averiguar los motivos personales que hubieran podido engendrar su descontento, encontré por fin el denominador común de su crisis. Pertenecía a una familia rica y tenía recursos materiales en abundancia; no obstante, sus preocupaciones, basadas en sus sólidos estudios de economía, giraban alrededor de lo social. Era rebelde, pero no destructivo; criticón, pero no cínico; escéptico, pero no ateo. Como muchos ibéricos, estaba orgulloso de las hazañas históricas del español, para caer otras veces en uno de esos criticismos radicales y anárquicos cuya víctima suele ser el español cuando se cree personalmente por encima de las glorias del Imperio. Entonces la Reconquista se convertiría en un sistema de proezas feudales, bárbaras y de simple bandidismo; las de Cortés y Pizarro en una crisomanía rabiosa; la galería de los reyes en fichas de psiquiatría; y el español de su contorno actual cargadísimo de toda clase de vicios e inferioridades, una pintura siniestra de la paleta goyesca y quevedesca. Era necesario descartar todo este andamiaje de escena ibérica para llegar al hombre tout court. El diagnóstico no fue difícil. Me acogí a dos palabras que salían muy a menudo de su boca: la mentira y la hipocresía. Enrique era un odiador de las dos, y por dondequiera que las encontrara, las estigmatizaba con su indignación. Parecía a veces sufrir el asma moral que estos dos venenos sociales le infligían. «Como langostas, como langostas —exclamó en un arrebato—, están por todas partes, por todas partes». En la familia, sobre todo representada por su padre, «araña, Harpagón y zorro»; en la Iglesia jerárquica, «poder sobre las almas, y no amor»; en el Estado, «logreros bajo la excusa de la libertad orgánica»; en la sociedad, «montón de privilegiados y parásitos», etc., etc.

No era difícil descubrir el criterio por el cual todo su contorno se sumía en amargura y asco. Fundamentalmente, Enrique era un cristiano ferviente y buscaba la aplicación de la doctrina del Sermón de la Montaña en su ambiente y en sí mismo. Y mientras el ambiente le parecía una caricatura de tal aplicación, él mismo se sentía impotente para luchar contra ello y ser de verdad mejor que su contorno. «Yo no soy nada mejor, y dentro de un par de años me convertiré en uno de éstos a los que aún odio y censuro. Aceptaré la mentira como regla de mi sociedad y la hipocresía como modus vivendi. Y me volveré: de tal palo, tal astilla. Un trapo conformista, una lista sanguijuela. Seré una variación de mi padre, el grande y respetado industrial, el parroquiano generoso, el patrón que sabe mandar, el marido que se ha casado con la fortuna de su mujer, el padre que no conoce a sus hijos».

Por debajo de la santa ira de mi joven amigo Enrique se entreabría, cada día más, la puerta secreta de un buen tesoro. Era un hombre de bien. Era capaz de arder por un ideal. Y tenía la angustia de verlo convertido en arena. No era difícil ayudarle. Pero los preceptos no hubieran tenido ningún efecto, los sermones le hubieran alejado de mí. Cualquier «tratamiento» le hubiera hecho más enfermo aún. Empecé, pues, con un pequeño endograma inicial, preparado especialmente para él (valía la pena, seguramente). La primera hoja, alrededor de los grandes cruces, salió así:

¿Es verdad que yo, Enrique P., creo en que el máximo ideal, expuesto en el Sermón de la Montaña, es digno de ser seguido en mí propia vida?
¿Es, para mí, un ideal realizable fuera del convento?
¿Es un ideal que yo mismo puedo realizar?
¿Hasta qué punto podría realizarlo yo en mi vida, a pesar de que los demás no lo sigan?
¿Depende su realización en mi vida de lo que los demás hagan frente a mí?
¿Es posible seguir con su realización en mi vida personal, aunque los demás sigan mentirosos e hipócritas?
¿Me siento con suficientes fuerzas para seguirlo por mi cuenta sin importarme lo que los demás hagan?
¿Es difícil el logro de tal ideal para todos?
¿Dónde estriban las principales dificultades?
Si es difícil, ¿son los demás culpables de no poder lograrlo por su cuenta?
Si es difícil, ¿son los demás solamente mentirosos, o también impotentes?
Si es difícil, ¿tengo yo, Enrique P., el derecho de reprocharles su fallo, su culpa, su hipocresía?
¿Hasta qué punto es totalmente justificado mi reproche?
¿Depende la realización de tal ideal de un cambio de la estructura social?
¿Me sería más fácil lograrlo por mi cuenta en una sociedad más justa?
¿Para aplicar este ideal a mi vida tengo que esperar o no a que la sociedad cambie?
Si no tengo que esperar, ¿poseo bastante valentía para ir hacia su realización personal?
¿Puedo darme a mí mismo respuestas sinceras y veraces a las preguntas anteriores?
¿Hasta qué punto las he realizado en mí hasta ahora?

A este primer endograma añadimos poco a poco una media docena más que se referían a sus problemas personales relacionados con la historia, con la sociedad actual, con el Estado y, sobre todo, con su padre. Le dejé en completa libertad de contestar él mismo, y sin mi presencia, las preguntas de un autoexamen cada vez más detallado. No le pedí que me comunicara sus respuestas. Pero progresivamente él mismo empezó a participármelas, aunque yo insistí en que sólo él, sólo él podría saber la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sobre si eran exactas y sinceras.

Mi papel se limitaba tan sólo a escucharle si tenía algo que decirme. Encontrar para él el tiempo de la atención necesaria.

 

Cs 4. Autoexamen sobre qué clase de madre soy.

1. Siempre quise tener muchos hijos;
2. Los hijos son lo único que verdaderamente me hace feliz;
3. El placer sexual que me da el coestar con mi marido es tan sólo un medio para tener hijos;
4. Aunque no me dé satisfacción sexual, que me dé hijos;
5. Los hijos son tan sólo consecuencia de mis placeres que tanto aprecio;
6. ¡Qué lástima que una tenga que pagar un minuto de placer con tan largo embarazo!
8. Desde que me sentí embarazada, una época de gran felicidad advino sobre mí;
9. Desde que me sentí embarazada, tan sólo he sentido molestias y sufrimientos;
10. Tanto como deseaba a este hijo;
11. Tanto como me repugnaba tenerlo en aquellas circunstancias;
12. Qué le vamos a hacer: los hijos deben venir;
13. No más hijos; todo esto es penoso y me priva de mi vida personal;
14. Mi vida personal está principalmente en mis hijos;
15. Tan sólo vivo para ellos;
16. Ellos son mi preocupación;
17. Ellos son mi seguridad;
18. .Ellos son mi futuro;
19. El marido es en primer lugar el padre de mis hijos;
20. Mi marido es el padre de nuestros hijos;
21. Mi marido es mi amante y el padre de mis hijos;
22. Los hombres no entienden nada de la crianza de los hijos;
23. Los hombres no pueden entenderlos;
24. Todo es diferente en el sentirse madre o en el sentirse padre;
25. Los hijos son hijos de sus madres;
26. Mis hijos son carne de mi carne;
27. Los quiero a todos igualmente;
28. Los quiero a todos, pero éste es mi preferido;
29. Quise que viniera un hijo, y vino una hija (o al revés);
30. Nació ilegítimo, pero le quiero igual;
31. Nació ilegítimo, ¡qué vergüenza!
32. Nació ilegítimo, pero nadie me lo robará;
33. Nació ilegítimo, ¡qué le espera al pobre!
34. Nació ilegitimo, ¡qué futuro el mío!
35. Nació ilegítimo; es tan sólo un obstáculo;
36. El cómo ser madre no hay que aprenderlo; lo sabemos todas;
37. Todo lo llevamos en la sangre;
38. Todas amamos a nuestros hijos, y yo más que las demás;
39. Le daré a mi hijo todo lo que necesite;
40. El tiene que tenerlo todo, no yo ni mi marido;
41. Soy buena madre; tan sólo vivo para mis hijos;
42. Es fácil ser madre; sólo hay que amar a los hijos;
43. No me aparto de él; quiero tenerlo siempre a mi lado;
44. Para ser feliz tengo que tenerlo cuerpo contra cuerpo;
45. Tiene que sentir el calor de mi cuerpo;
46. ¡Cuan difícil es criar!
47. No pensaba que fuera tan difícil; tendría que saber más sobre ello;
48. Me desconcierta el carácter de mi hijo;
49. Desde siempre fue de difícil crianza;
50. No quiero que sufra mientras es pequeño; bastante sufrirá después;
51. Le daré todo mientras esté conmigo, y que no se aleje pronto;
52. Nunca tendrá el cariño que yo le doy;
53. Siempre se acordará de lo que le di;
54. Me necesitará siempre;
55. Le ahorraré todo trabajo, toda preocupación mientras pueda;
56. Me sacrifico en todo por él;
57. Me sacrifico, pero él (ella) no lo ve;
58. Los hijos son siempre ingratos;
59. No pueden saber lo que sufrí por ellos;
60. Tienen que amoldarse a lo que los padres sabemos de la vida;
61. ¡Qué pueden saber los pobres!
62. ¡Qué harían sin mí!
63. ¡No saben que era y soy todo para ellos!
64. Tengo mis principios sobre la crianza, y así los criaré por su bien;
65. Procuraré que mi hija no sea una tonta, una sentimental, una ignorante como yo; ya le enseñaré lo que son los hombres, qué es el mundo;
66. Mi hijo no será como su padre: será un hombre fuerte y glorioso;
67. Mi hija (hijo) es una hermosura; tendrá que ser más feliz que yo;
68. Tiemblo siempre por ellos, que no les ocurra algo;
69. ¿Quién les protegerá si se apartan de mí?
70. No es porque sea mío, pero mi hijo (hija) destaca entre todos;
71. Mi hijo no tendrá más que seguir a su padre para ser feliz;
72. No le comprendo; parece ser diferente de nosotros;
73. Este chico superará incluso a su padre;
74. Ya sé lo que debe ser mi hijo (mi hija); procuraré que no se desvíe;
75. Yo enfocaré sus pasos en la vida;
76. Yo sé mejor lo que le conviene;
77. Yo sé cuál es su vocación; y le (la) guiaré en su futuro papel;
78. Yo sé lo que él (ella) puede lograr;
79. Yo sé lo que él (ella) deberá ser;
80. Todo depende de mi cariño; pero también de la disciplina que le inculque;
81. Cuanto más le observo, más desconocido me parece;
82. A este niño hay que estudiarlo para conocerlo;
83. Que sea lo que él lleva en sí;
84. Tengo que ayudarle en lo que él parece preferir;
85. ¿Será feliz con lo que brota en él?
86. ¿Me habré equivocado al juzgarlo?
87. Será mejor que obedezca a su padre para escoger carrera;
88. Será mejor que me obedezca; será por su bien;
89. No entiendo por qué es tan rebelde;
90. Le hemos dado todo el bienestar y no nos lo agradece;
91. No dejaré que se case con aquélla mujer (hombre) interesada, etc.;
92. Ninguna mujer puede amarle como yo;
93. Ningún hombre merece a mi hija;
94. Mi hijo (hija) merece mejor suerte que casarse con la que se propone;
95. Yo sabría cómo arreglármelas, pero ellos no;
96. Mi hijo (hija) no me quiere, pero yo seguiré queriéndolo;
97. Mi hijo (hija) no me quiere, y allá él (ella);
98. Mis hijos serán mis protectores cuando llegue a vieja;
99. Mis hijos son cariñosos conmigo;
100. No hay mejores hijos que los míos con su madre;
101. Contra el desentendimiento con mi marido tengo que buscar alivio en los hijos;
102. En la discordia con mi marido busco aliados en mis hijos;
103. Mi única seguridad es saberlos solidarios conmigo y no con el padre;
104. Los tengo a mi lado;
105. Ellos me dan la comprensión que no encuentro en mi marido;
106. Tenemos que luchar juntos contra él;
107. Si me separo de él, iré con mis hijos;
108. No le permitiré que me separe de mis hijos;
109. Mis hijos sufrirían si nos separásemos, y es la única razón por la que no me separo;
110. Tengo que ocultar ante mis hijos las discordias con mi marido;
111. Se percatan, a pesar de todo, de nuestro desacuerdo;
112. Me separaré de mi marido a pesar de perder a los hijos;
113. Primero es mi vida, después la de los hijos;
114. Mejor perderlos en el hogar común que vivir ante ellos en el odio;
115. Seré desgraciada al separarme de ellos, pero es mejor que el infierno en que vivimos;
116. Me separo de mi marido porque no quiero que mis hijos vivan en nuestra atmósfera envenenada;
117. Soy profundamente infeliz por haberme separado de mis hijos;
118. Al casarse mi hijo le voy a perder;
119. Al casarse mi hija vigilaré su felicidad;
120. Siento celos contra mi yerno (nuera), que no puede sustituir mi amor hacia mi hija (hijo).

Cs 5. Autoexamen sobre qué clase de padre soy.

1. Me gusta tener numerosa familia;
2. En mi familia paterna éramos muchos (pocos) hermanos;
3. Yo era el único hijo;
4. He fundado la familia para tener hijos;
5. Los hijos tienen que venir, pero mi esposa es la que vale más para mí;
6. La mujer tiene que ser primero esposa; después madre;
7. Mi esposa, desde que tiene hijos, sólo se dedica a ellos;
8. Parezco tan sólo instrumento para tener hijos;
9. Nuestros hijos vienen como fruto del amor;
10. Nuestros hijos vienen por nuestra unión corporal, aunque no sea amor lo que roe une a mi esposa;
11. El criar a los hijos es asunto de mujeres;
12. En el parto difícil hay que salvar a la madre, no al hijo;
13. En el parto difícil hay que salvar al hijo, no a la madre;
14. No necesito familia numerosa; mejor es menos hijos y bien criados;
15. Que vengan tal como vienen; ya me cuidaré de ellos;
16. Quiero que seamos muchos, ya que somos de buena estirpe;
17. Si son muchos, la pobreza nos aplastará a todos;
18. Ya tenemos bastantes; sólo nos faltaba el que esperamos;
19. No soy máquina de proliferación; hay que pensar en el futuro;
20. Yo quiero tenerlo todo: bienestar, hijos y poder;
21. Necesito varones para que la familia y el nombre se perpetúen;
22. Necesito varones para que mi empresa tenga sucesor;
23. No me es igual tener hijos que hijas;
24. Me da igual tener hijos que hijas;
25. Los quiero igualmente a todos;
26. Los quiero a todos, pero prefiero a éste;
27. Se parece más a mí entre todos;
28. Será éste mi heredero por sus cualidades;
29. No tengo preferencias entre mis hijos;
30. A cada uno se le puede querer de una manera;
31. Mi esposa es buena madre, pero no sabe educar a los hijos;
32. Mi esposa los quiere ciegamente y sólo procura mimarlos;
33. Mi esposa es demasiado indulgente, mimosa, severa, racional, irascible, ciega para sus defectos, rígida en sus principios de crianza;
34. Dejo en los primeros años todo lo de la crianza a la madre de mis hijos;
35. Tengo que intervenir activamente en la educación de mis hijos;
36. Procrear no es nada; educar lo es todo;
37. Hay que disciplinarlos desde pequeños, prepararlos así para la vida;
38. Hay que darles toda la libertad posible para que no se sientan oprimidos desde pequeños;
39. La educación lo puede todo;
40. La educación puede poca cosa contra el carácter y temperamento innatos;
41. La educación puede algo sólo si estudio bien a mis hijos;
42. Los hijos son personas desde pequeños;
43. Mi esposa es demasiado dominante; no le deja libertad al hijo;
44. Creo que no hay que dejarles demasiada libertad, sino formarlos con mucha disciplina;
45. No entiendo el carácter de este hijo mío;
46. Y yo ¡qué puedo con lo que es innato en él! (ella);
47 Mi esposa los cría mecánicamente, no tiene calor y cariño para con los hijos;
48. Lo que necesitan los hijos es una buena madre; el padre es un huésped en la casa;
49. Los hijos necesitan tanto del padre como de la madre;
50. Yo sé qué hay que hacer con mis hijos;
51. Aprovecharé mi experiencia para formar a mi hijo;
52. Le enseñaré lo que es la vida para que no tenga las desilusiones que yo he tenido;
53. Mi hijo no será el pobre diablo que yo soy;
54. Le enseñaré lo que es el hombre para que sepa cómo defenderse;
55. El sabrá lo que es el mundo; no tendrá que aprenderlo con amarguras como yo;
56. Que aprenda lo que yo sé por su propio bien;
57. Que aprenda, aunque no le guste;
58. ¡Quién sabe lo que será mi hijo! ¡Es muy diferente a mí!
59. Que sea lo que su persona requiere; no le forzaré;
60. Le ayudaré a que sea lo que decida su vocación, aunque no me guste;
61. Mi hijo no tiene vocación; que sea lo que yo le mando;
62. Todos los seres humanos tienen vocación; los padres tenemos que estudiarla;
63. Mi hijo tiene que sustituirme en la empresa (profesión); le prepararé desde pequeño para ello;
64. Mi hijo tiene talento e inteligencia; me sustituirá bien;
65. Mi hijo es listo, pero no quiere seguir por el camino que yo le indico;
66. Mientras esté en casa lo tendrá todo; después ¡allá él!
67. No tengo tiempo para ocuparme de mis hijos; tengo que dejarlo todo a mi esposa;
68. No puedo influir mucho en su educación; sólo puedo mandar lo que me parece necesario;
69. Este hijo mío es un rebelde; hay que disciplinarlo;
70. Lo tiene todo, pero no se aviene a lo que yo intento hacer de él;
71. No entiendo de dónde viene esta desobediencia suya;
72. Me parece que tendré que mostrarme duro con él;
73. Es un enigma para mí el carácter de mi hijo;
74. Quiere ser..., pero esto es un disparate y no lo permitiré;
75. Quiere ser..., pero no creo que tenga talento para ello;
76. Yo sé mejor que él qué le conviene ser;
77. No me conviene lo que a él le gusta, pero no seré yo obstáculo para su profesión, carrera, gustos, etc.;
78. ¡Qué sabe él qué es lo que tiene que hacer! Lo enfocaré yo;
79. En todo se aviene a lo que quiere su madre, y no yo;
80. Noto en mi casa como una muralla de oposición contra mí;
81. No toleraré tal rebeldía en mi casa;
82. Ya tengo bastantes disgustos en la vida para que los hijos me los aumenten;
83. Mi esposa tiene celos de la influencia que ejerzo sobre mis hijos;
84. Entre los dos haremos de ellos unos seres aptos para la lucha de la vida;
85. Lo principal es que ellos sean felices;
86. Quién sabe qué les espera en la vida; mientras estén con nosotros que no les falte protección;
87. Que no les falte comprensión;
88. Este hijo mío será más que yo en la sociedad;
89. Este hijo mío sabrá cómo arreglarse;
90. Es más listo, pero es un ser frío; ni siquiera sé si nos quiere;
91. Solamente exige de nosotros; se cree siempre en su derecho;
92. Nos critica;
93. Se cree superior a nosotros;
94. Se aleja cada día más de nosotros;
95. No concordamos en nada;
96. Es muy diferente a mí, y va a lo suyo;
97. ¿Soy culpable de que no nos entendamos?
98. No hay quién les entienda;
99. Somos camaradas mi hijo (hija) y yo;
100. Somos buenos amigos mi hijo (hija) y yo.

GLOSA 17.—Sobre las dificultades de la educación familiar.

No son doscientos los cruces de preguntas que tejen la trama y urdimbre de la tela calidoscópica de la responsabilidad y de la estrategia de tal endograma, sino miles y miles.

Ni la verdad de la respuesta de si soy una buena madre, un buen padre, es rápidamente asequible. Y el contrapunto del amar y del saber amar, con sus armonías aparentes y disarmonías solapadas, es algo que no siempre encuentra apoyo seguro en el sencillo dictamen de la Naturaleza. A ella le interesa la multiplicación. La calidad de la prole la deja con amplia autonomía a sus delegados, la madre y el padre. Hay reglas generales para estas relaciones. Se suele decir que el amor y el verdadero cariño hacia los hijos son las mejores garantías, y que la falta de amor y el desamor son catastróficos. Pero no llegamos fácilmente, sin buscar detenidamente la verdad, a la seguridad de que lo que sentimos es realmente amor humano (con el puramente zoico no se contenta ya la persona humana). Y aun si lo es, el saber amar es un arte que no se contenta con el crudo talento, sino que necesita senda elaboración. Y hasta con todo esto bien acondicionado, el ver, sentir y ayudar a la persona en el hijo es un grado más de alto conocimiento no para los intelectuales, sino para todo el mundo de los padres.

Si nuestro libro actual pudiese contener capítulos didácticos sobre la buena crianza y educación, nos extenderíamos largamente sobre estos puntos. Procuraríamos diferenciar los aspectos por los que la serie de atracciones zoicas madre-hijo, manifestaciones espontáneas y preadaptadas del Secundus, se distinguen en la crianza y educación del amor humano, dejando que los prácticos de la salud y de la higiene de la cuna y del cuarto infantil nos sobrepasasen con sus consejos sabios y siempre insuficientemente conocidos. Insistiríamos sobre todo, junto con los que se dedican a explicar los eventos del primer año, en que, a pesar de que el pequeño parece en la cuna, como bien dice Portman, citado por Rof Carballo en su obra «Urdimbre afectiva y la enfermedad», «ein hilfloser Nestflüchter» («un impotente escapado de su nido»), es ya una persona naciente. Y esto, pese a que la «formación de lipo-proteínas, de cerebrósidos, de fosfo-lípidos, etc., así como de los fermentos específicos, se realiza mucho tiempo después del parto», en una palabra, que se necesita todo un año para formar su telencefalización.

Tendríamos que subrayar con mucha seriedad y extensión, partiendo de la orectología de la autocreación, que el niño empieza a tener muchísima experiencia desde que tiene a su disposición el criterio diferencial del continuum-discontinuum, el de lo agradable-desagradable. Y «sabe», con esta sabiduría del cuerpo de la que tan acertadamente habla Cannon, si la madre le quiere de verdad o sólo rutinariamente... Descenderíamos, con comparaciones captadas en la zoología, a la necesidad primordial del ser animal de tener el cálido amor zoico de la madre, la sustitución de la placenta, y de su protección convertida en aspectos postnatales, como lo demuestran los interesantísimos experimentos con pequeños monos y las muñecas-sustitutas de la madre.

Y hablaríamos quizá de los excesos de caricias sensuales de las que a veces pecan las madres humanas, y que son, a través de besos, sus propios placeres. Placeres para-placentales de der-mofilia sensual, despertando en el niño predisposiciones de prematuras tendencias hetero y homosexuales e incestuosas. Trataríamos de los casos de esposas frígidas o insatisfechas que como madres trasponen sus frustraciones al hijo, con otras consecuencias para su ulterior relación con el padre. Y del mimo excesivo, y de la angustia que se pega a él, o de la sobreprotección que se convierte para él en pesadez y esclavitud. O de la posesividad de las madres, que quieren ahorrarle al «pobre» hijo cualquier esfuerzo que ellas juzgan innecesario, que lo hacen todo por él, criándole débil y desorientado, siempre nostálgico de la madre hecha indispensable.

Y de la enorme serie de conceptos erróneos y hasta criminales por los que los hijos se vuelven tan sólo instrumentos de las propias ambiciones de la madre o del padre, vengadores supuestos de sus propias frustraciones. Y de que la gran palabra que resuena en tantos hogares, «lo hago sólo por tu propio bien», es muchas veces tan sólo un brutal disfraz del «lo hago por mi propio bien». Y sobre todo haríamos hincapié en que el propio bien del hijo empieza con el concepto de que, desde el mismo nacimiento, él es ya una persona en desarrollo y que en este mundo tendrá sus propios fines de ser lo que es. Que no es, pues, tan sólo «carne de mi carne», ni instrumento de mis propios placeres; ni el de mis ambiciones personales; ni objetivo impotente de mi sistema de educación; ni mi futura seguridad; ni esclavo de mis propios proyectos sobre cómo debería vivir, cómo y con quién casarse, ni cómo adquirir bienes y hacerse famoso para mi satisfacción y orgullo, sino que es un individuo con sus propios fines; con una posible vocación personal; un ser necesariamente distinto del mío. Y que, para amarle y protegerle, tengo que conocerle cuanto mejor desde el punto de vista de su futuro y su felicidad, y no desde el mío... Que no tengo que ver en él el realizador de mis sueños, deseos, ideales, sino ayudarle a que adquiera y realice los que corresponden a su persona.

Este es el equilibrio difícil entre el amor zoico y el humano, el Secundus y el Tertius también aquí, como en cualquiera de los amores. Entre el egoísmo de los padres y el de los hijos, como en cualquiera de las relaciones humanas. Entre ser persona de su propio desarrollo, o instrumento de los demás, como en cualquiera de las relaciones interpersonales.

Y entre el amar y saber amar, también. Como en cualquiera de los sitios en los que necesitamos la caldera del cariño.

Entre el amor estratégico, en favor mío, y el amor responsable, en favor del otro.

Cosa difícil que requiere mucho conocimiento de sí mismo. Y también difícil porque en todo este problema se mezclan, con. sus legados, los antepasados lejanos e inmediatos. Las madres que han sido poco mimadas por sus propios padres se exceden en otorgarlo a sus propios hijos, y no saben cómo amarlos debidamente. Los padres que han sido testigos de pasiones peligrosas en su propia casa paterna procuran con rígida disciplina salvar de ellas a sus propios hijos, y no saben cómo amarlos. La pobreza ascendiente y ambiciosa; la riqueza insaciable; las ansias de poder que de los padres quieren transferirse a los combatientes del mismo frente que tendrían que ser estos hijos y estas hijas nuestras se estremecen con trágico dramatismo cuando estos hijos, en vez de ser banqueros o directores de empresas, quieren dedicarse —¡qué horror!— a la pintura y la música;

cuando estas hijas —¡qué ingratitud!— quieren casarse con un Don Nadie, al que pretenden amar... Pero los hijos tienen órbitas propias y no son nuestros satélites.

Al endograma le interesa aquí tan sólo que, pasando por los ejemplos de preguntas, la madre y el padre, así como el hijo adolescente, averigüen con cuanta más certidumbre la verdad de sus respuestas; por lo tanto, que se conozcan, que intenten conocerse exactamente también a través de tales preguntas. La verdad exacta servirá tanto a los padres como a los hijos, ya adolescentes, con los que cuentan nuestras encuestas. La responsabilidad o el descuido en las respuestas se reflejará en las relaciones íntimas entre las generaciones. Con el endograma establecido nada se puede perder, tan sólo la inconsciencia...

 

Cs 6. Autoexamen sobre mi mujer, mi hombre.

1. Para mí la vida con una mujer adecuada (hombre adecuado) es la mejor forma de convivir;
2. El único camino por el que se puede conseguir la felicidad;
3. Una mujer adecuada (hombre adecuado) puede sustituir todo lo demás que no pueda lograr;
4. Con tal que con ella (él) viva felizmente, lo demás me parece secundario;
5. Si la felicidad puede lograrse en este mundo, es una mujer (un hombre) la que pueda dármela en el matrimonio;
6. Es solamente en la vida con una mujer (hombre) como uno puede llegar a conocer lo que es;
7. Es solamente en la vida con una mujer (hombre) como uno puede llegar a ser lo que es;
8. La vida con una mujer (hombre) no es tan importante como otras que quiero conseguir;
9. Es porque uno debe también casarse y tener familia por lo que vive con una mujer (hombre);
10. Es porque la Naturaleza nos lo impone;
11. La mujer (el hombre) es una necesidad imperiosa, indispensable, como otras;
12. La mujer (el hombre) es condición para que no me sienta frustrado;
13. La mujer (el hombre) es instrumento de mis placeres;
14. Esta mujer (este hombre) es en primer lugar madre (padre) de mis hijos;
15. Esta mujer (este hombre) es compañera (compañero) de mi vida;
16. Esta mujer (este hombre) es mi amor;
17. Esta mujer (este hombre) es mi seguridad;
18. Esta mujer (este hombre) es mi protección;
19. Esta mujer (este hombre) contribuye con su trabajo a mi bienestar;
20. Esta mujer (este hombre) contribuye con su fortuna a mi bienestar;
21. Esta mujer (este hombre) me complica la vida pero no puedo vivir sin ella (él);
22. No hay que esperar gran cosa de ninguna mujer (ningún hombre) para la vida común;
23. De ésta (éste) quizás más que de otra (otro);
24. La mujer (el hombre) es un mal necesario;
25. No hay que casarse;
26. No hay que dar tanta importancia a la mujer( hombre);
27. Con cualquiera que se case uno (una) será mal entendido, mal comprendido;
28. Para la vida en común todas las mujeres (hombres) son malas (malos);
29. Se pueden tener hijos con ella (él), pero no la felicidad;
30. Hijos y felicidad;
31. Antes de casarse hay que conocer bien lo que es la mujer (el hombre);
32. Antes de casarse hay que conocer la vida íntima con las mujeres (hombres);
33. El conocimiento íntimo prematrimonial no es ninguna garantía para escoger a la esposa (esposo);
34. Es necesario que el hombre (la mujer) tenga experiencia previa con las mujeres (hombres);
35. Es necesario tan sólo para el hombre;
36. Es preciso que mi mujer sea virgen y yo el único hombre que conozca;
37. Eso no me importa;
38. Quiero ser virgen para mi esposo, y él el único hombre que conozca;
39. Eso no me importa;
40. Me casaré tan sólo si encuentro a la mujer (el hombre) de mis sueños;
41. Me casaré tan sólo por amor;
42. Me casaré con la mujer (hombre) que me atraiga por su carácter y temperamento;
43. Me casaré con la mujer (hombre) que me atraiga física mente;
44. Que me convenga por su fortuna;
45. Que me convenga por su posición social;
46. Que me convenga por promesas de satisfacción sexual;
47. Me casaré con cualquiera con tal de no quedarme soltera (soltero) o viuda (viudo);
48. Me casaré según dispongan mis padres;
49. No me importa en esto ni lo que dicen ellos, ni los demás;
50. Me casé con una inconsciente;
51. Siguiendo tan sólo las voces de la atracción sexual;
52. Por lo que me pareció un enamoramiento irresistible;
53. Por pasión exclusiva;
54. Por lo que me pareció ser amor;
55. Por lo que me pareció ser mi destino;
56. Por cálculo de las ventajas que me traería el matrimonio;
57. Por especulación con la fortuna de mi esposo (esposa);
58. Por especulación con el prestigio de mi esposo (esposa);
59. Por los consejos de mis padres;
60. Como consecuencia de haberlo pesado todo ponderadamente;
61. Por el juego de las circunstancias;
62. Por obligación con una mujer;
63. Por legalizar una relación de amantes;
64. Por haber encontrado a la mujer (al hombre) de mis sueños;
65. Por amor;
66. Me casé por amor, pero el mío no es correspondido;
67. Por amor, pero el carácter y el temperamento de mi esposo (esposa) lo hacen difícil;
68. Por amor, que me hace comprenderle (comprenderla);
69. Por amor, que me substituye todas las demás insuficiencias;
70. Por amor, que con la convivencia se hace más fuerte;
71. Por amor, que me hace perdonarle todo al otro;
72. La (le) quiero tal como es;
73. Por amor, pero el otro ya no lo merece;
74. Por amor, pero no puedo adaptarme a mi esposo (esposa);
75. Quiero luchar para mantener mi amor;
76. El otro lo destroza todo;
77. Ha fracasado mi amor;
78. Aunque haya fracasado, estos años fueron mi gran felicidad;
79. Nos avenimos en todo;
80. Nos avenimos en todo, menos en la vida sexual;
81. Esto no tiene importancia;
82. Esto lo destrozará todo;
83. Nadie sabe lo feliz que soy;
84. Nuestra vida en común me ha revelado quién soy de verdad;
85. Quién es la persona con quien convivo;
86. Soy capaz de todo para hacerle (hacerla) feliz;
87. Me casé sin amor, pero he tenido suerte;
88. Sin amor, pero le tengo mucho cariño al otro;
89. Sin amor, pero me estoy enamorando poco a poco;
90. Sin amor, pero aprecio al otro;
91. Sin amor, pero el otro me ama;
92. Sin amor, pero la vida sexual con el otro me satisface;
93. Sin amor, y no puedo esperar gran cosa del otro;
94. Sin amor, pero uno se habitúa a todo;
95. Sin amor, y ésta fue mi equivocación;
96. Sin amor, y ésta fue la equivocación del otro;
97. Sin amor, y no puedo soportarle (la);
98. Sin amor, y nos hundimos cada vez más en la incomprensión;
99. Nuestra vida en común es un fracaso;
100. Nuestra vida en común es un infierno.

GLOSA 18.—Sobre el hombre y la mujer como circunstancia social.

A quién le parezca pobre nuestro temario anterior, que tenga en cuenta que ya se había encontrado con parte de él en el capítulo sobre la procreación, y que volverá al mismo ideario en varios capítulos posteriores sobre el amor. Basta, pues, que leyendo por encima las cien preguntas, si tiene prisa, se pare en sólo una de ellas, entablando una pequeña conversación consigo mismo. Para completarla le servirá quizás algún que otro rasgo caracterológico. aptitud temperamental, que encontrará más tarde. O en las páginas sobre la autocreación, en los distingos entre el amor zoico y su atracción sexual por una parte, y el amor humano, por otra parte. Hay que ir compaginando las auto-observaciones. El esbozo de la personalidad también se compagina progresivamente. No es un número...

En este punto, el hombre y la mujer, candidatos eternos a la vida en común, reducida a lo más íntimo del dormitorio y del hogar, son tan sólo protagonistas de nuestro abstracto concepto que se llama «circunstancias sociales» (Cs), pero que por debajo de esta ridícula abreviación significa más o menos vida para nosotros, y también más cielo o infierno. La maldición de la ciencia es su abstracción, su fatal tendencia abreviadora hacia las fórmulas; su racionalismo inmanente frente al exuberante y lujoso Bíos; su reducción a síntomas y símbolos de lo que en verdad es un potencial enorme y múltiple de estimulación energética. Para la teoría de la motivación, una mujer o un hombre son simplemente una circunstancia Cs, en un momento dado de la orexis emocional. Pero para el hombre que se está sometiendo a tal estimulación, es un significado vital y un enorme despliegue de miles de pequeñas acciones, o de una sola, fuerte y tajante. Nuestras fórmulas científicas valen tan sólo algo si tienen la ambición de ayudar al hombre a acercarse a la comprensión propia y del mundo mediante ellas en su verdad completa.

Y no valen nada si pretenden, por sus irrisorias abstracciones, despertar en el hombre la soberbia de que se está acercando a cualquiera de estas sabidurías superiores, llamadas verdades definitivas y únicas. Si bien de vez en cuando se sirve de las abstracciones por la impuesta tortura analítica, la orectología es la última de las ciencias que quiere reducir la orientación vital del hombre a operaciones de orden matemático. Se semeja aquella casa en «La Brugge morte» de Rodenbach, que en su fachada lleva la inscripción «dentro hay más».

El Cs en un orectón tiene el sitio y el significado de una circunstancia social que puede proceder también de un hombre y una mujer dentro del grupo de fenómenos que se llama familia. Pero su fachada siempre lleva dicha inscripción del «dentro hay más» con la invitación de entrar, dar un paso hacia el interior, y ver uno mismo lo que puede encontrar.

Y dentro ya no hay signos ni fórmulas: allí está una mujer, no puede ser más concreta; un hombre, no puede ser más real. Un estímulo, decís, pero ¡qué estímulo más maravilloso o más diabólico, que un día abre cielos sobre nosotros y otro los convierte en cementerios!

¿Y todo esto tan sólo con permutaciones de tales palabras sencillas y que todos pretenden conocer en su significado, como amor y sinamor?

Vale la pena ocuparnos un poco más detenidamente de lo que en nuestra prisa de vivir solemos hacer con estos estímulos que contienen tantos «dentro hay más».

 

GLOSA 19.—Sobre la importancia del factor social.

Hay un rasgo de exageración en la valoración de este factor en la endoantropología moderna, en cuanto se refiere al factor C social. Leyendo a los autores que subrayan la importancia de esta clase de estímulos en la organización de la personalidad, se llega a veces a la impresión de que para toda crisis de ésta, para cualquier crimen o conducta asocial en las nuevas generaciones, los únicos culpables o responsables serian los padres y la sociedad. Y otra, de que si los padres tuvieran una buena escuela de educación, los niños serian felices; y si la sociedad fuera justa según alguna que otra receta, las bandas juveniles y los crímenes de los adultos desaparecerían porque se subsanaría lo asocial o lo antisocial en nosotros. Más aún; se ha llegado a presentar este factor con tanta exclusividad, que se le da el papel del único formador y modulador del comportamiento humano: con el grupo adecuado, con la sociedad perfecta se conseguiría todo lo que el individuo y la persona necesitan para ser un nuevo tipo de superhombre, dedicado tan sólo a la creación. Según tales opiniones, la sociedad lo puede todo, y la persona es, feliz o desgraciada, tan sólo producto de ésta. Nuestra época es la era de lo social. Cierta psicología, en pos de tales conclusiones, quiere exaltar con exageraciones lo que en la época anterior ha sido objeto de lamentable negligencia.

Encuentro muy útiles las exploraciones de la socio-psicología y de la ecología normal y patológica; comprendo que los soviéticos subrayen la importancia de su reforma histórica acentuando las influencias del ambiente y de su acondicionamiento; me parecen dignos de suma atención los excelentes trabajos de los antropólogos culturales o los de la psicología del grupo, etc. Pero, insistiendo en la equiparidad de la importancia biológica de los factores básicos, veo en el factor Cs tan sólo uno de ellos, lo que esencialmente quiere decir que es siempre erróneo atribuir tan sólo a uno las consecuencias del comportamiento total, cuando éste es siempre al menos cuatripartito. Por otra parte, no creo ni en un individuo superhombre, ni en una persona perfecta, ni en una sociedad de ideas y de falansterios, en primer lugar porque tal modo de pensar es antibiológico. Y si soy ferviente partidario de una sociedad mejor que aquella en la que se desarrolló mi vida personal, es tan sólo porque creo en que la cantidad de mal innecesario en las relaciones humanas puede reducirse si disminuye la ignorancia sobre lo que es el hombre en su interior. Pero no creo en la fabricación objetiva de la felicidad humana; no creo que podamos producir en el futuro seres socialmente acondicionados para la felicidad: la biología es demasiado exuberante para permitir, en su dialéctica evolucionista, que el hombre encuentre felicidad terrenal sólo mediante el acondicionamiento objetivo y racional del factor exógeno, por sabio y archicientífico que sea. La Naturaleza necesita una cierta dosis de patior inevitable para funcionar; y la persona necesita, para llegar a ser lo que es, incluso una cierta dosis de patior evitable, aceptada conscientemente como esfuerzo y tensión necesarios para la autocreación. El quietismo de los falansterios ideados no es tan sólo antibiológico para los seres con imaginación, y por esto falso, sino que es antibiósico, antivital, y por esto imposible.

Pero el montón de mal innecesario es tan tremendo aun en todo el planeta, que sólo con querer aliviar las guerras y las torturas, la burda injusticia social y la ignorante injusticia vital, tenemos bastantes motivos para desear ardientemente que una mejor comprensión de lo que es el hombre se lance por sus caminos de ardua y amplia investigación de la motivación de nuestros actos, y que subraye, tanto en la educación individual como en la colectiva, la importancia del poder vivir sin hacernos responsables de estos grandes males innecesarios.

Con esta corrección que depende de la lógica de nuestro concepto básico sobre los cuatro factores, insistimos en que el orectólogo, explorando el factor social, y aun dándole el significado restrictivo que acabamos de mencionar, no puede prescindir del estudio de las obras que para un enfoque de lo social emprenden los Marx, Lenin, Laski, Popper, etc.; para la antropología cultural los Malinowski, Frazer, M. Mead, Linton, Macbeath, etcétera. O para la historia y sociología Spengler, Toynbee, Tawney, Mumford, Gurvich, etc., o Moreno, Gehien, para la sociometría del grupo, o bien, para la infiltración del marxismo en la psiquiatría, los Smimov, Sluchevsky y tantos otros, y, volviendo al niño y la familia, los Piaget, Spitz, Syz, etc.

En la larga serie de cuestionarios que cada uno puede construir por las múltiples líneas de las influencias que el factor Cs ejerce, saliéndose de lo más inmediato de la familia y ensanchándose hacia el periplo de nuestra navegación orientadora a través del océano social, no debe olvidar uno los criterios básicos que interesan a la persona en su formación. Todas las circunstancias sociales (y las exógenas en general) adquieren su importancia real para la autocreación y orientación del ser humano por la gama de valores subjetivos de sus estímulos.

Estamos preadaptados para enfrentarnos con la presión del mundo social; y este mismo se empeña con sus normas en facilitarnos la adaptación. Pero como nuestra ley más amplia, más general es la del eterno cambio, también el peso del factor Cs está sometido a ella. Las mismas circunstancias Cs que en un momento son atractivas, proporcionadas a nuestra preadaptación o adaptación, y prometedoras de mejores autoafirmaciones, pueden volverse bruscamente amenazadoras, desproporcionadas, imperativas y ser causa de represiones fuertes e incluso paralizantes. Los padres más cariñosos de repente se convierten en rígidos y severos legisladores de nuestro destino; los hijos amados en furibundos rebeldes; tiernos esposos en ejemplos de crueldad; amantes adorados en traidores inconcebibles. Y esto mismo puede ocurrir con los abuelos y con cualquiera de los «míos», con los hermanos y tutores, con los maestros y con cualquiera de los «nuestros».

Estos cambios son engendradores de nuestros sentimientos negativos del miedo, de la ira, del odio, de la envidia y de muchos otros. Si la presión cesa, podemos volver a las gamas del amor y de la paz, de la comprensión y de la compasión.

Una circunstancia social adquiere su importancia por la forma preponderante con que ésta influye en nosotros frecuente o habitualmente como engendradora del mal, subjetivamente sentido como innecesario, causando sentimientos negativos, o bien constituyéndose como fuente del bien subjetivo.

Valoramos, durante toda la vida, a las personas de nuestro ambiente como causas potenciales o reales de nuestras orientaciones. El ser humano es un «profesional» de la fobiometría, misometría o filometría: sopesa los estímulos también según su carácter de radiadores del miedo y odio, o del amor. Nuestro eterno patotropismo.

Ante este tribunal íntimo desfilan todas las personas de nuestra área ambiental. Y si la sentencia se aleja de los padres e hijos, el código psicológico del continuum recuperado o del discon-tinuum reafirmado se aplica con los mismos criterios al hermano que nos roba el corazón de la madre, al profesor que nos trata duramente, tanto como a la nodriza que parece amarnos más que la misma madre, o al paciente preceptor del reformatorio que nos devuelve a la sociedad.

Toda la sociedad humana, tan abstracta como término, tan concreta en la estimulación de las personas a través de las que nos atañen sus influencias, es en su conjunto el poderoso factor Cs, siempre presente, incluso en los sueños, en la hipnosis, en el último rincón de la conciencia y paraconciencia. En la más exclusiva soledad. Si no está presente como sensación, lo está como representación. Si no influye desde el presente, lo hace desde la memoria.

Todos estos estímulos son positivos cuando contribuyen, a través de las emociones, a nuestra autoafirmación, y negativos cuando conducen a la autonegación y la represión.

Cada uno de ellos nos puede impartir justicia vital y negárnosla. Aumentar la presión, aliviarla. No es seguro que la mejor justicia social (la aplicada por las instituciones) nos procure tambien justicia vital (la subjetivamente sentida). Pero cuando las dos se cubren mutuamente, la presión Cs tiene una poderosa condición para convertirse en un equilibrio subjetivo bienhechor. Entonces la sociedad es positivamente funcional. Entonces el factor social promueve la autocreación de la persona.

 

Autoexamen sobre los grupos de presión.

Cs 7

Grupos apersonas) de presión e influencia del ambiente biosocial inmediato:
¿Qué son (fueron) para mí, qué quieren (quisieron) de mi,
qué importancia tienen para mi vida?
los míos;
los tuyos;
los suyos;
los nuestros;
ascendientes;
descendientes;
hermanos;
parientes;
los de la hermandad;
los del clan;
los de la tribu;
los de la casta;
los del linaje;
los de la estirpe;
los padrinos;
los tutores.

Cs 8

¿Qué son (fueron) para mí, qué quieren (quisieron) de mí, qué influencia tienen (tuvieron) sobre mi? 
los que me criaron (al lado, en sustitución de los padres) en casa (nodriza, otras personas);
en el orfanato;
en el hogar de infancia;
en el Kindergarten;
en el colegio de infancia;
en el campo de concentración;
en el internado;
en el reformatorio.

Cs 9

¿Qué son (fueron) para mí, qué quieren (quisieron) de mi, qué influencia tienen (tuvieron) sobre mí? los maestros;
los profesores;
los instructores;
los entrenadores;
los párrocos y monjes;
los preceptores de mi religión.

Cs 10

¿Qué son (fueron) para mí, qué quieren (quisieron) de mí, qué influencia tienen (tuvieron) sobre mí? los desconocidos que encontré por casualidad en las calles de mi aldea, ciudad, barrio;
los compañeros de juego;
los compañeros de la escuela;
los vecinos;
los del club;
de las asociaciones;
de la tertulia;
del bar y café;
encontrados en las diversiones;
en viajes;
en los sitios del trabajo;
la gente del campo;
de las minas;
de las carreteras;
de las montañas;
de los ríos y mares;
de los aeropuertos;
de las estaciones;
de las fábricas;
de los talleres;
de las oficinas;
de los laboratorios;
de los gabinetes;
de los consultorios;
de los hospitales.

Cs 11

¿Qué son (fueron) para mí, qué quieren (quisieron) de mí, qué influencia tienen (tuvieron) sobre mí la gente?
de las empresas (públicas y privadas);
de los sindicatos;
de mi partido;
de las administraciones (públicas y privadas);
de la organización de la guerra;
de la organización de la justicia;
de la organización de la técnica;
de la organización de la política;
del orden público;
de la asistencia educativa;
de la asistencia religiosa;
de la asistencia sanitaria;
de la asistencia benéfica;
de la ciencia y filosofía;
del arte;
del comercio;
de la industria;
de las finanzas.

Cs 12

patronos;
dueños;
jefes;
superiores;
súbditos;
subordinados;
servidores;
esclavos;
colaboradores;
compañeros;
socios;
asociados;
conacionales;
correligionarios;
de la misma clase;
de clase diferente;
corraciales;
de otra raza;
cogrupales;
de grupos antagónicos.

Cs 13

¿Qué experiencia me dejaron los demás que yo considero (consideraba)? como
semejantes;
prójimos;
amigos;
enemigos;
gente de la coestancia;
gente de la coexistencia;
gente de la convivencia;
gente de la unión íntima.

Sea cual fuere la categoría psicológica del factor Cs a que pertenezca el otro y su institución, es preciso que revisemos de v^z en cuando las huellas que dejaron en nosotros para ver dónde estamos, en el escalón de la maduración, y para darnos cuenta, de pico a pico, de la influencia real que tuvieron sobre nosotros. Y a cualquiera pueden relacionarse las preguntas siguientes, contenidas en el pequeño autoexamen de las comparaciones:

1. Este hombre, esta mujer ha tenido influencia grande, poca, corriente, mecánica, ninguna en mi vida;
2. Ha tenido influencia preponderante, formativa, contundente;
3. ¿Qué es lo que me ha enseñado la experiencia con él, ella?
4. ¿Qué me han enseñado las doctrinas aprendidas de él, ella?
5. ¿Qué me han enseñado sobre el otro, sobre el hombre?
6. ¿Amar al otro u odiarle?
7. ¿Tenerle miedo o confianza?
8. ¿Envidiarle o contentarme con lo mío?
9. ¿Competir con él o seguir por mi propio camino sin comparaciones?
10. ¿Despreciar al otro o respetarle?
11. ¿Rebelarme contra el otro o conformarme?
12. ¿Agredirle o dejarle tranquilo?
13. ¿Tratar de ser superior a él o sólo ser lo que uno es?
14. ¿Rebelarme contra las instituciones o adaptarme a ellas?
15. ¿Luchar por la justicia social o aceptar la injusticia?
16. ¿Luchar por la igualdad o abandonar tal tarea?
17. ¿Luchar por la libertad o no creer en ella?
18. ¿Luchar por la mejora social o dejarlo a los demás?
19. ¿Creer en la mejora social o no creer?
20. ¿Compadecer al otro o combatirle?
21. ¿Vengarme o perdonar?
22. ¿Fijarme en el sufrimiento del otro o mirar sólo el mío?
23. ¿Contar sólo con mi propia fuerza o con la comprensión de los demás?
24. ¿Buscar protección en el otro o ser precavido con él?
25. ¿Asumir responsabilidades o huir de ellas?
26. ¿Mirar mis intereses o reconocer los ajenos?
27. ¿Creer en la bondad o maldad de los hombres?
28. ¿Encontrar el sentido de la vida o perderlo?
29. ¿Me dieron ejemplo de seguir o de aborrecerlo?
30. ¿Me hicieron creer en Dios o mermaron mi creencia?

Somos optimistas o pesimistas, luchadores o conformistas, egoístas o altruistas, comprensivos o egocéntricos, agresivos o pacifistas, etc., en gran parte por el temperamento y carácter que traemos en los genes. Pero la experiencia —que también es lotería vital— con los demás influye mucho, muchísimo, en lo innato, y repercute en que lo ontogénico se forme, acentúe o se adapte en una u otra dirección en que se desarrolla la personalidad. Cada contacto con los demás nos trae una respuesta a una o varias de las preguntas anteriores, nos demos cuenta de ello inmediatamente o no. Recoge la memoria el tonus de nuestros miedos y odios que nos han infligido los demás, tanto como las sintonías de los que nos han inspirado confianza y amor. Aun cuando no lo quieren, ni lo pretenden, los demás con sus gestos y comportamientos son siempre seres que nos enseñan a amar más u odiar más, a confiar menos o luchar menos, a ser más o menos egoístas, a seguir ejemplos o huir de ellos... Es tremenda, omnipresente, la influencia del factor social desde los primeros cuidados en la cuna hasta la última mirada que echamos al mundo. Pero como las demás cosas de nuestro vivir, también estas influencias no siempre están fijadas por la introspección. También hay mucha inconsciencia en el vivir social, como en el vivir instintual, egotino, estructural. El endograma insiste siempre en la concienciación no mecánica, ponderadamente valorativa; instiga hacia la verdad interior captada ante el espejo que no es espejismo ni ilusión vana frente a los otros.

Cubrir bien la pista lo es todo. Cubrirla con la concienciación de lo que nos es dado vivir. No solamente sentir, sino también comprender lo que sentimos: en esta larga escalera uno sube hacia el hombre que es, o se queda con el animal que le basta ser.

Incesantemente, los demás nos ayudan a subir en ella o bajar. Y es preciso saber qué papel tienen en ello.

Los que intentan escribir autobiografía tropiezan con dificultades serias si previamente no se han acostumbrado a cultivar el arte de cómo ser y permanecer juntos con los demás que participaron en su vida. La condición indispensable de este interesantísimo arte es que uno llegue a ser justo con sí mismo. Con tal intento el interior de cada hombre se convierte en el espectáculo mayor del mundo. ¿No sería una nueva era de la humanidad caracterizada por la autobiografía sincera y honrada, escrita por el hombre responsable hacia sí mismo?

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Última actualización:
21/03/06