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Emoción y sufrimiento. V.J. Wukmir, 1967.

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14. Hybrorexia

«All other swindlers upon earth are nothing to the selfswindlers.»
(Todos los estafadores del mundo son nada
comparados con los que se engañan a si mismos.)
DICKENS
1. Kóros-hybris-ate
2. Los escollos de la vocación
3. Un delirio coherente
4. La transformación de la persona
5. Las parafanias

 

1. Kóros-hybris-ate

He dado el nombre de hybrorexia al síndrome de la paranoia porque la emoción importante que desvía al paranoico en su desorientación vital es la soberbia, la sobrevaloración propia, en la que el orgullo, mezclado con el desprecio de los demás, fruto de la autognosia errónea, lleva al hombre a una postura anormal y a la locura. La tragedia griega ha llamado mucho la atención sobre la famosa tríada kóros-hybris-ate, en la cual kóros significa "viciado por el éxito"; hybris, la "presunción" y la "soberbia", y ate, la "catástrofe del cegado por la hybris". Semánticamente, toda autognosia desviada de la línea de valoración real y verídica, podría llamarse "para-noesis", un conocimiento descarrilado, pero no todos los errores de valoración tienen su cuna afectiva en la soberbia.

El orgullo en sí no es una emoción negativa mientras emana de una autovaloración que corresponde a la realidad de la fuerza, del poder, de cualidades o de una posición cualquiera que de verdad poseemos. La presunción empieza a infiltrarse en tales valoraciones emocionales cuando nos atribuimos más fuerza, poder, cualidad o posición de los que realmente poseemos. Y la soberbia nos invade cuando, a raíz de tales sobreestimaciones, desviamos la propia maduración o nos volvemos agresivos o conflictivos frente a los demás mediante el desprecio. Huyendo de sus inferioridades y deseando hacerse valer a los propios ojos y a los de los demás, el, hombre necesita a veces el prestigio y lo acentúa, gozando con ello; la sociedad, a su vez, admite cierto grado del orgullo como legítimo y aceptable y hasta lo cultiva colectivamente. La sociedad es liberal en este sentido y admite como tolerables ciertos niveles del orgullo que redundan ya un poco en presunción; la única sanción que tiene para los que traspasan estos límites es la de ponerlos en ridículo. Pero admite que una mujer bella, un rey bajo su corona, un general con sus condecoraciones, un héroe o un atleta con sus laureles, un escritor con sus premios, etc., puedan pavonearse y ser envidiados. También son admitidos los orgullos colectivos: el de pertenecer uno a una familia famosa, a una clase superior de cualquier índole, a una gran nación. Estos orgullos colectivos ayudan a veces a la persona individual a sentirse más fuerte y a compensar mediante ellos alguna inferioridad personal: se siente uno con más prestigio si en el parentesco de la genealogía ampliada, uno puede invocar como antepasado a un César, un Napoleón, o un Cervantes, Kant, Harvey o Pushkin.

Pero en esta "escala" desde el orgullo legítimo a la presunción falsa y la soberbia injustificada pocos escalones separan la autovaloración del hombre, acosado por sus eternas debilidades humanas. Tanto la soberbia de procedencia individual, como de la colectiva, degeneran fácilmente en comportamiento conflictivo y agresivo, en la ceguera paranoide y, eventualmente, en la enfermedad de la paranoia sistematizada. El para significa aquí un conocimiento (nous) acotado deliberadamente, una ceguera ante la verdad de la que nos servimos para evitar que la verdad desagradable nos fuerce a revalorarla sinceramente y a superarla directamente a pesar de ser desagradable. La orexis paranoide empieza allí donde nos volvemos mentirosos frente a nosotros mismos y cuando en vez de enfrentarnos con la realidad interior en su aspecto de inferioridad, la encubrimos, la tapamos, la disimulamos, la contorneamos en la maduración, como si no existiese, la desvaloramos, como si no tuviera importancia para nosotros. El descubrimiento de alguna debilidad propia nos molesta precisamente porque toca a algún punto de ambiciones subjetivamente sentidas como muy justificadas, nos sugiere la estrategia interior de ocultarla ante nuestro propio espejo, y a seguir, después de haberla escondido cuidadosamente, con el resto de la maduración sin tener en cuenta este aguijón. Este ocultamiento es un procedimiento bastante refinado y la paranoia es, en la mayoría de los casos, la enfermedad de los intelectualmente avanzados, aunque puede hacer su nido también en algún ambicioso bruto, un alférez napoleónico, un campeón deportivo. Pero no se instala en ningún hombre genuinamente modesto o humilde. La humildad y la hybris son polos opuestos de la maduración. La primera es un aliado fiel del ser lo que uno es; la segunda, el contrabandista presuntuoso de ser uno lo que no es, ni puede serlo.

Todos cometemos tales errores de valoración, pero no estamos en peligro de volvernos paranoicos si admitimos el error y lo revaloramos. El peligro nace cuando tal ocultamiento, contorno y encubrimiento se vuelve todo un sistema y se infiltra como un elemento de habituación en la maduración. La paranoia y su hybrorexis no es una crisis precoz; la desviación de tal tipo de valoración es de navegación larga, de desarrollo lento y solapado. La transformación de la persona se edifica con cuidado y refinamiento, la autocorrección tiene pocas oportunidades, el pronóstico de su curación no es muy favorable: la hybris es un enemigo serio de la maduración.

 

2. Los escollos de la vocación

Aunque la hybris del paranoide (paranoide significa inclinado a llegar a ser un paranoico, el paranoico futuro) parece ser a primera vista un asunto meramente interior, la desorientación vital de esta índole, la relación acentuada con el factor Cs es de gran importancia desde el comienzo de la DOV. "Ellos" tienen un papel constante en su constitución progresiva. El hacerse valer del paranoide los necesita primero como foro que tiene que reconocer sus capacidades, después como objeto de su desprecio, y finalmente como enemigos supuestos. Será primero un diálogo con "ellos", después un proceso a "ellos", para terminar en una agresión contra "ellos". Estas referencias crónicas se llaman en sus aspectos clínicos "referentismo", un término oportuno en todos los casos de las DOV que acusan esta conexión acentuada con el factor Cs (los kurto, erizo, ektrorécticos) y tiene su matiz especial en el paranoide y el paranoico.

El proceso interior de la tríada constitutiva "inferioridad-hybris-referentismo" se abre en un momento de confrontación con una debilidad propia. Este escritor de talento, pintor interesante, abogado, político, este profesor prestigioso, especulador afortunado en la bolsa, dignatario glorioso se para ante su espejo interior y dice: "No, no es esto lo que quiero conseguir. No llego a lo que tendría que lograr. Tengo capacidad y talento, y puedo hacerlo, de esto no cabe duda. El malogro viene siempre de esas cosas insignificantes en el fondo, que no deberían ser ningún obstáculo ni molestia, dado lo que potencialmente represento".

Un fallo en la composición de la novela, un color que no se ha conseguido, una estratagema de abogado ante el tribunal que se frustra y que surge una y otra vez: es todavía una confrontación verídica en la valoración introspectiva. Pero la invade en seguida la sobrevaloración:

¿es realmente una debilidad propia? ¿Puede llamarse debilidad una cosa que aparece dentro de un conjunto en el que, por su enjuiciamiento propio y por el reconocimiento de los demás, todo el resto es brillante, lleno de talento? Aunque sea una debilidad, ¿tiene realmente importancia?

El novelista se dice que con el mismo talento que posee bien puede escribir tan buenas piezas de teatro como lo son sus novelas. Ambiciona un éxito teatral y hasta cree que su verdadera fibra es el teatro. Aun admite que en su primera pieza había algo más descriptivo, más analítico de lo que la escena admite. Los críticos que no saben hacer otra cosa que afirmarse a costa, del creador, lo han dicho, y no sin malicia. Bueno: lo repararé en la segunda, una obra evidentemente superior por todo lo que presenta. Pero aquella malicia de ellos vuelve a manifestarse. Le achacan defectos que no tienen importancia frente a tantos otros valores que la obra contiene. El público, es verdad, se queda un poco frío. Pero ¿qué entiende el público, este monstruo caprichoso e ignorante? Y aquellos críticos tampoco entienden gran cosa, ya que no ven que él crea un estilo nuevo, un verdadero teatro de vanguardia. Lo que los rutinarios le reprochan no es un defecto, sino más bien la virtud de un precursor, de un revolucionario. Ni el público, ni los críticos son un juez, un arbitro que é\ pueda aceptar. No es para ellos lo que escribe un hombre de su talento, sino para lo futuro, para lograr un sitio en la literatura que no podrán discutirle. Además ¿qué saben ellos? ¿No es él sólo quien puede conocerse a sí mismo a fondo? ¿No es él quien puede ser el único juez autorizado para reconocer tanto sus fallos como sus méritos? Si fueran defectos reales, ¿no los reconocería él mismo, soberano en su taller íntimo? Además, ha tenido mala suerte con el director de la obra, un diletante, un hombre incapaz para descubrir el estilo interior de su drama. Para no hablar de los actores, a los que uno tendría que mandar a la última aldea de la provincia y no tolerarlos en la capital donde tienen que enfrentarse con obras que requieren otra talla de intérpretes y no éstos, capaces de invertir la figura, la entonación, el sentido de la frase, y que no saben qué es el arte. Hay que desconfiar de todos ellos y reunir para la próxima obra —que será realmente la revelación de su genio— a un director congenial y una compañía de las mejores. En cuanto a los críticos, basta con mandarles simplemente al diablo. El auténtico valor no puede depender de esta gentuza, es intrínseco, inmanente, visible en su realidad tan sólo por la propia introspección, de la cual él es el dueño. Para un nombre como él, es suficiente que escriba: haciéndolo, él mismo se corrige constantemente; y el talento es el guía de su saber y de su maestría, el dominio de todas las dificultades. Frente a su talento, todas las dudas son estúpidas, y sobre todo las que ellos sugieren,

Tal modo de pasar por alto y de contornear una debilidad propia ocurre también en este brillante», abogado que ha perdido últimamente dos procesos, evidentemente por una conspiración entre el juez y sus adversarios en el litigio. Habrá cometido una falta en el procedimiento judicial? Esto es ridículo. El portador de un nombre como el suyo no comete tales faltas a las que se agarra ahora el juez, sugeridas por aquel nimio, envidioso abogadillo contrincante R. De su bufete no pueden salir faltas de tal clase. Todo el mundo reconoce el rango superior de sus intervenciones y solamente los pequeños rencores de los celosos de su éxito pueden conspirar en este caso del que él saldrá victorioso ante el Supremo.

De semejante alud de envidias y rencores se ve acosado también este famoso pintor, maestro de retratos internacionalmente reconocido, cuyas exposiciones han tenido comentaristas que incluso le han comparado con Toulouse-Lautrec y con Goya. Y ahora surgen unos tipos que le niegan su arte diciendo que sus retratos han perdido "el alma" y que su estilo ha degenerado en rutina; que se ha hecho un retratista de la alta sociedad y de los esnobs, pero que se ha perdido para la historia de la pintura. El mismo ha tenido a veces sus dudas; los encargos abundantes le parecían a veces ser causa de cierta superficialidad que no conocía antes. Pero tuvo tan sólo que seguir pintando, y las nuevas obras borraban los defectos de las anteriores. Todas estas dudas cayeron además en la época de sus relaciones amorosas con la maldita Celia, enviada por el mismo diablo para destruirle a él y a su obra. Y si ella no ha podido lograrlo, ¿qué podrán ahora estos miserables, pagados por la competencia de los vendedores y agentes, otra conspiración satánica a la que no resistiría si no fuera un genio que lo resiste todo y que convierte las debilidades en esplendores de creación?

En muchos de sus aspectos, la paranoia consumada es el drama de la vocación, del talento, una crisis de la creación, del Tertius.

La vocación, esta voz misteriosa de la ontogénesis, el secreto de la caja mágica de los cromosomas, no solamente acentúa la profunda diferencia que existe entre persona y persona, sino que además obliga al hombre también al autoconocimiento intensivo en la tarea de la auto-creación. El ser uno lo que es como persona, puede ser somnoliento y diletante en los que no llegan a descubrir la verdad sobre su vocación personal —y a muchos se les pasa toda la vida en esta búsqueda—; pero en aquellos cuyo mensaje vocacional se hace dominante, el trabajo de la autocreación es una fiebre constante de cumplimientos interiores, un mando irresistible, una pasión a la cual se sacrifica todo el tiempo disponible de la maduración, una misión que dicta el sentido del vivir y del sufrir. Sea pequeña o grande la órbita de tal autocreación dirigida desde dentro, acelera los tiempos de la Orexis cuando ésta va por los caminos del Tertius y si los espacios afectivos no producen el engranaje valorativo adecuado, las ambiciones de los deseos, de lo optativo, pueden dar lugar a equivocaciones en cuanto a lo asequible y lo conseguido. En la vocación pronunciada sólo el guía general de la línea de la maduración es espontáneamente constante en su instigación, en su inspiración; el duro trabajo de seguir sus invenciones incumbe a la persona bajo este mando. Y aunque parezca que los Mozart y los Velázquez tan sólo tienen que sentarse al piano o tomar el pincel en la mano para que se produzca una sonata o un retrato, las apariencias engañan: no existe la creación mecánica. Cuesta esfuerzo y tensión encontrar el verdadero adjetivo en cualquier frase de una novela; el matiz del rojo o del amarillo en cada pincelada; la entonación adecuada de cada palabra del actor en la escena; cada noción envuelta en una definición del científico. La verdad de ser uno lo que es no resulta gratuita ni aun con la vocación más tajante. Hay que cubrir con patior las distancias de la gnosia-autognosia entre el valorandum, el optativum y optimum, porque en caso de descuidarlo el optimum no saldrá. La habilidad técnica en la exteriorización de una obra de autocreación puede facilitar el manejo del material con que trabajamos, pero no exime al creador de la obligación vocacional de pagar con patergia la ecuación entre la realidad-verdad en su expresión de las emociones que determinan su acto. Cuanto más fuerte y pronunciada es la vocación, tanto menos permite la huida del patior obligatorio y necesario y de su medida adecuada a la creación.

Cuando un paranoide contornea sus debilidades, comete en primer lugar un "error in pati". El talento mismo y su éxito pueden inducirle a ello. El hombre es débil incluso ante su propio talento que siempre es una promesa de satisfacciones. Pero en un ser tan oscilante en sus autorrealizaciones como el Homo imaginativus las proyecciones de las promesas, fabricadas en su interior, reclaman siempre una valoración realista y verídica. Bajo el empuje de una vocación, todavía con más rigor. Sobrevalorar el propio talento, las capacidades y aptitudes significa traspasar los límites del mensaje vocacional, es quererse saltar uno su propia sombra. Por más que lo crea, tal "superhombre" no existe entre los humanos.

El drama vocacional en el paranoico —autocreador de órbita pequeña o grande— consiste precisamente en este intento: saltarse su propia sombra e inventar, para su uso propio, todo un sistema de tal arte imposible.

Este método de la huida del patior obligatorio hacia las grandezas y el poder autocreador que uno no posee en realidad, puede parecer igual a la estrategia interior del klonoréctico, del maníaco. El análisis oréctico demuestra en cambio que son muy diferentes.

 

3. Un delirio coherente

Tanto el klonoréctico como el hybroréctico son dotados de fuertes instintos (I), secundados por el metabolismo de la estructura Hf. Ambos son euhórmicos con tendencias a la hiperhormia. Ambos mantienen una buena recepción del sensorium al factor C exógeno. Pero por las matrices de la ontogénesis profunda del ego (E) la postura vital de los dos es muy distinta. El klonoréctico (el maniatoide y el maníaco) emprende desde el comienzo ya una huida general y progresiva ante el patior y el lanzamiento hacia las euforias a toda costa. El también está viciado por el éxito y sobrevalora su talento. Para llegar cuanto antes a su estado de sintonías, su método general es el de restringir la extensión de la valoración, bajar incluso su misma función. El engranaje profundo interfactorial en la fase emocional-valorativa es para él un obstáculo: quiere ahorrar el tiempo-espacio de esta fase, reducirlo al mínimo necesario de orexis puramente funcional, sin valerse de la abundancia de las mnemoecforias. Tiene prisa y prefiere servirse de la abreviación de endoideas, frente a la imaginación más amplia. Para poder activar el conmutador de su tonus agradable, y repetir esta operación ad libitum et ad infinitum, empobrece las perspectivas de la maduración, degrada la persona a su esqueleto, las autorrealizaciones a la mera técnica de la felicidad sui géneris. No le preocupa la autocreación, el ser lo que es, sino únicamente el ser feliz. Si tal método le lleva a una megaloidea, y si ella puede servirle de instrumento en sus logros eufóricos, no tardará en contraerla también a la expresión mínima de signos que sustituyen su totalidad, a una fórmula corta, incomprensible para los demás, pero suficiente para abrirle la puerta subjetiva de sus satisfacciones extremas.

La postura vital del hybroréctico paranoide es opuesta y su delirio de grandezas es rico y bien elaborado. El no rehuye el patior en general y de antemano como el maníaco. Su huida está reservada tan sólo para unos sitios de valoración (a raíz de la sobrevaloración) que él cree peligrosos para la expansión de sus talentos. Fuera de estos loci morbi, a los que acota con cuidado, el hybroréctico paranoide continúa siendo el mismo autocreador y creador de antes. Queda en posesión de todas sus facultades, de un sensorium completo, con la imaginación a sus anchas, con una valoración tan extensa como requieren sus actos de autorrealización. El ocultamiento de aquellos loci morbi es una técnica superior de la propia autocreación, y, como él cree, la eliminación lícita de pequeños obstáculos. En el fondo es su talento, sus capacidades generales, los que los han borrado. Si, a pesar de todo, estas debilidades vuelven a resucitar, reforzará su acoto con todo el resto de sus dones. El paranoide quiere siempre tener razón, frente a los demás, frente a sí mismo, y dispone de un gran repertorio de argumentos para mantener tal posición. Durante años nadie se dará cuenta de que su acoto interior se ha sistematizado y ensanchado, llegando a ser un sistema, toda una fortaleza de su poder supuesto.

Pero, a pesar suyo, estos aguijones tapados tienen tendencia a romper el acoto. Si fuéramos unos observadores agudos y tuviéramos tiempo y ocasión de seguir el progreso de la paranoia antes de llegar el enfermo a la clínica, podríamos a veces percatarnos de que algo extraño ocurre en la brillantez de nuestro hombre. Ciertas páginas de una novela, pasajes en el discurso del gran abogado, explicaciones del profesor prestigioso, frases del orador político, no llegan al fondo de los problemas con la usual claridad y habilidad del creador que conocemos. Rueda alrededor del grano, perifrasea, pero no incide en el blanco, vuelve al asunto, argumenta febrilmente, se lanza a repeticiones y a circunlocuciones, pero pasa al lado de lo esencial y de lo que lógicamente esperaríamos que viniese y tendría que venir a raíz de las premisas. Y en cada repetición en vez de aclarar, se vuelve más oscuro, divaga y se aleja. El observador tendría la impresión de que el hombre lucha interiormente con algún obstáculo que impide la penetración y embrolla la lógica. El paranoide, en cambio, no lo nota. Le parece tan ordenado su paralogismo como cualquier otra página, pasaje del discurso o explicación. Y el observador también podría notar que, un poco más tarde, en otra página, en otro pasaje, tal paralogismo desaparece y otra vez tenemos a nuestro hombre en los plenos poderes de su capacidad usual. ¿Un simple fallo humano? ¿Lapsus mnésico? En cualquier otro caso, puede ser. En el paranoide es una insistencia de que lo ha dicho o escrito como debería ser. Y se irritará si le pedimos aclaraciones precisamente sobre este punto "tan claro". Pero si vuelve a explicarse, ocurrirá lo mismo: rodeos, circunloquios, verborreas inútiles. Quizás acompañados ya con una sonrisa irónica o despreciativa dirigida a nuestra floja inteligencia, a nuestra debilidad o impotencia de comprender al genio.

No admite que hubiera podido equivocarse. Si lo admitiese, tendría que reconocer y revalorar la flaqueza tapada y contorneada, derribar el acoto, las placas con las que oculta las debilidades ante su propio espejo. No puede caer en la debilidad de admitir aquella debilidad. Toda su hybris multifactorial lo impide. Los instintos le dicen: "Yo soy más tuerte que esta debilidad". El ego: "Yo me juzgo bien a mí mismo". La estructura: "Con mi constitución, yo he acabado siempre con tales obstáculos". Y en su relación con el factor exógeno: "Esos nunca podrán conmigo". El maniático se sobrevalora, pero sin argumentos. El paranoide puede aducir cientos de ellos para reforzar cualquiera de sus tesis de soberanía. Si le internan en una clínica, sorprenderá al médico con su inteligencia y lucidez, la riqueza de fraseología, matices del lenguaje, finura de sus formulaciones, y, sobre todo, con la abundancia imaginativa. Sólo al tocar algún tema especial, precisamente aquel por el cual se armó el escándalo, su argumentación se volverá anormal, embrollada, delirante. Quedará convencido de que también en esto tiene razón como en todas las demás cosas. Por grandómano que sea, al maniático le da igual si los demás reconocen o no que él tiene razón, siempre que pueda llegar a su euforia. El paranoico, en cambio, argumenta apasionadamente: quiere convencerse a sí mismo, quedar soberano interiormente.

Creando estos blind spots en el interior de su maduración y manteniendo para todo el resto la obligación de la valoración verídica, el paranoide se estafa a sí mismo, se vuelve un self-swindler, como dice Dickens. A sus ojos, llega a ser más grande, más potente de lo que es en realidad su valorandum. El optativum empieza a fundarse sobre la autognosia falseada deliberadamente. El optimum depende de una artimaña, de un truco de prestidigitación. De esta manera puede siempre "tener razón" como lo exige su hybris creciente.

Esta sistematización de sus inferioridades tapadas, este ocultamiento ante sí mismo y su espejo interior, hace del paranoide un ingeniero de su propia locura, un artista de castillos de naipes. Con la misma destreza con la cual procede a su valoración verídica cuando crea, opera también en las obras del camuflaje interior. Tal desvío en la orientación vital y en el cambio de la postura vital le distingue profundamente del esquizoréctico. Es imposible admitir, como algunos quieren, que la paranoia sea una subclase de la esquizofrenia. No ha? escisión entre los factores en la paranoia, no hay vacuum valorativo impuesto compulsivamente en la orexis fásica, no hay automatismo del comportamiento, ni desdoblamiento mnésico. El denominador común del delirio no es suficiente para mezclar estos dos tipos de la DOV en la misma retorta del diagnóstico. El delirio tiene mil facetas, no es ninguna locura típica. Y tampoco hay paranoicos "modestos, autocríticos, no agresivos" (Graupp, Kretschmer, etc.). Si restamos al desorientado el móvil central de la hybris, será otra clase de enfermo, pero no un paranoico. Y si creemos descubrir en el paranoico algún rasgo de modestia y de autocrítica, éstas no son sinceras; son más bien prototipos de falsa modestia y de autocrítica estratégicamente fabricada.

Con la extensión de los ocultamientos, la postura del paranoide se reviste por una parte de cierto autismo, y por otra, empieza en él el largo "proceso contra ellos", el referentismo crónico.

Hemos dicho ya que toda autocreación intensa acusa la disposición de cierto autismo normal. El hombre interesado en lo que ocurre en su interior se hace meditativo, contrario a la indebida intrusión del contorno en su introvisión. El paranoide pertenece a los que practican intensamente la autotecné y su inclinación hacia el personocentrismo es natural. Al empezar a forjar sus ocultamientos y trincheras de sobrevaloración, el autismo normal progresa hacia un aislamiento cada vez más anormal, a medida que crece su desconfianza hacia los demás. Con sus secretos de inferioridades disimuladas, aumenta también la convicción de que, al fin y al cabo, toda su vida interior es su patrimonio exclusivo, al que los demás no tienen derecho de entrada: un noli tangere circulos meos se establece paulatinamente, una furris ebúrnea de su autofilia. Los demás tienen manos bárbaras que fácilmente pueden ensuciar los espléndidos altares de su autocreación. Sus sudores y sus alegrías interiores de creación son propiedad intangible, los demás no pueden acercarse a esta intimidad profunda en la que él está solo con su destino, con las fuerzas de la Gran Creación que hacen de él su mensajero privilegiado. La hurgonada de los demás es, frente a estos placeres sublimes, siempre un sacrilegio, aun cuando se trate de amigos íntimos, del amante, de la esposa. Además, la creación misma no se puede comunicar a los demás y uno se despoja de lo más valioso cuando intenta semejante comunicación, piensa el paranoide. Pueden acercarse a esos esplendores tan sólo a través de sus obras. Y ¡cuan poco comprensivos se muestran aún en ello, cuan ignorantes aun cuando se entusiasmen, cuan incapaces de tocar a lo esencial de sus bellezas, revelaciones, esplendores, cuan poco merecedores incluso de estos regalos que él les brinda generosamente! Que no entren al menos en el taller, estos indignos. Es una soledad, sí, de la cual uno quisiera evadirse, pero esta evasión es posible tan sólo a través de las obras, ya que uno no puede encontrar el amor que sería digno de él.

Todos los autocreadores intensos llegan a reconocer su aislamiento y su soledad y tienen que luchar a veces también contra la sobrevaloración propia reactiva, el orgullo, la presunción, la soberbia, pero no todos ceden a la autognosia falsa y aún menos a la deliberadamente falseada. No temen, como el paranoide, reconocer la inferioridad, ni intentan ocultarla al espejo. Ni sustituyen el patior adicional de revaloración mediante el talento en bloc. Balzac nos habló también de estos puntos para de la vocación. "Hay vocaciones a las que uno debe obedecer; una cosa irresistible me arrastra hacia la gloria y el poder" (1832). En otro pasaje característico de la hybris: "Desde mi infancia solía golpearme la frente, diciéndome, como André Chenier: ¡aquí hay algo!". Y, en una confesión de gran sinceridad: "Me moriré de pena el día en que reconozca que mis esperanzas [de gran hombre] son irrealizables... Seré víctima de mi propia imaginación...". Y en otra, añade: "Esta creencia sublime en un destino que podría ser genialidad...".

Si, la furia creationis puede arrastrarle a uno hacia el desconocimiento de sí mismo, pero, donde hay capacidad de entrever el abismo entre el deseo y lo realizable, donde hay posibilidad de autoconfesión, las falsas trincheras de la "paranoesis" no se sistematizarán. En vez de desconfiar profundamente de los demás, se les invitará a presenciar también estas dudas y miserias nuestras. Pero la hybris hace rígidas las rodillas: ellos no merecen tal humillación. Lo que hay que hacer es convocarlos ante el tribunal y desenmascararlos.

Como el histérico, el obsesivo, el erizoréctico, el paranoide también dispone de un tribunal interior ante el cual acusa a los demás, pero su procedimiento "legal" es bien distinto. El no padece self-pity. Los acusados comparecen ante este tribunal para escuchar la gran plática de su superioridad. Será un discurso brillante y que además les quitará la máscara y les dejará tal como son: viles, envidiosos, recelosos y cómplices miserables de una conspiración abominable contra los valores auténticos. Y que no crean que él no los conoce bien y que no son transparentes para él. Y que sepan que a pesar de su malicia y enemistad no podrán con él.

A medida que su paranoia progresa, necesita cada vez más esta supuesta enemistad de los demás, porque justifica la sobrevaloración propia y la facilita. La subestimación y el desprecio de los demás es un pesimismo sobre la naturaleza humana hecho a medida de su hybris, pero con mucha elaboración, detalles y métodos de autocreación. Para poder ser vencedor, hombre superior en cosas de su vocación, fabrica enemigos que tienen que sucumbir. Pero es este método, tan plausible para ocultar la inferioridad propia, lo que le perderá a la larga. Un día esta ektromaquia arrastrará su contraagresión imaginativa a actos exteriorizados. Cree tanto en sus acusaciones que no se contenta ya con el tribunal interior. Tiene pruebas "evidentes", tajantes e irrebatibles (¡él no se equivoca!) de que este maldito vecino suyo, su esposa, su hermano traman algo mezquino contra él: la hybris ha, invadido también la parte sana de su autocreación. Y todo el mundo que hasta ahora no se ha dado cuenta de nada, es sorprendido y se pasma al comprobar que el famoso abogado y escritor a quien un editor ha rechazado su última obra, viendo pasar por la calle a su vecino y amigo, al doctor R., sale precipitadamente a su encuentro, apenas vestido en pijama, gritando: "¿Y adonde vas, ahora, bandido? ¿Otra vez a ver a aquel rufián de Pedro? [el editor]. ¡No, no me vengas ahora con eso de que te vas a la clínica, yo lo sé todo, yo lo sé todo! Sois una mafia negra, tú, y Pablo [su hermano], y Flora [su esposa]. ¡Queréis ahogar mi obra porque no os conviene la verdad, la santa verdad, gusanos! Os escondéis, cobardes, pero yo os he descubierto. Yo lo sé todo, y no os servirá de nada. Tengo diez editores a mi disposición, ¿entiendes?, cuantos editores quiera... No, no quiero callarme. Que lo sepa todo el mundo..., todo el mundo... ¡Venid, ciudadanos; venid, amigos...!". Y continúa hablando a unos desconocidos que, alarmados por su griterío y su modo de vestir en la calle, hacen un círculo alrededor de él. Cuando le internan, ve en ello tan sólo la continuación de la red de conspiración. Pero él lo explicará todo con todos los detalles al médico, y si no le han sobornado ya, éste reconocerá que tiene razón, toda la razón él, y no la "mafia negra".

Sobra decir que ningún miembro de la "mafia negra" sabe nada de tal conspiración. El editor rechazó la obra porque, ideada como trabajo científico de sociología, contenía unas extrañas excursiones, bastante agresivas e incoherentes, a otras materias apenas afines al argumento del libro.

 

4. La transformación de la persona

La paranoia hybroréctica es de pronóstico dudoso o grave porque es un tipo de DOV en que los dispositivos cíclicos de la autocorrección organísmica no prestan ayuda ni al enfermo ni al terapeuta. En el caso del antagonismo oréctico "klino-klono", el retorno del melancólico hacia la agitación maníaca y viceversa tiene un soporte en la misma fisiología humana y la probabilidad de retorno reside en la producción de la angustia, como fiebre afectiva. Allí el hombre agotado por el cansancio aún encuentra ganas de vivir y de volver a la valoración verídica de los valores; el hombre feliz en sus euforias estereotipadas aún puede admitir la ley del patior y en tal revaloración las fuerzas cíclicas del organismo le brindan su sostén dinámico. El paranoico no se siente cansado, ni encuentra motivo vital por el que tendría que volver: su hybris ha cortado también la salida de la angustia, la duda sobre si mismo. Al contrario, se siente fuerte, con todas las razones de permanecer tal como es, tal como ha llegado, ha logrado ser. Con una paradoja de lenguaje podríamos decir que es un delirio plenamente autojustificado, cuidadosamente edificado, un delirio "coherente", firme, sólido. No hay desensibilización, ni depatiorización en el paranoico: las funciones de la integración factorial siguen en el delirio como si éste fuese un estado normal; y los esfuerzos-tensiones del patior continúan en este estado como si los desvíos de la postura vital estuvieran al servicio de la persona original. El terapeuta se ve impotente ante un enfermo que no se siente enfermo y que incluso se siente más sano que el mismo médico; que aduce razones inteligentes para convencer a su terapeuta y le demuestra que es superior a él. Si el ciego azar del electroshock aún puede a veces atar los cabos sueltos en la valoración escindida del esquizofrénico; si puede sacudir el cansancio del melancólico, es impotente e inútil en una persona en que todo está "en orden", incluso el delirio paralogice.

No hay desdoblamiento mnésico en la paranoia. Los falsos valores del ocultamiento ante la inferioridad han entrado con valencia de verdaderos en el registro de la memoria, han sustituido lege artis a los anteriores y se ecforian a la concienciación como únicos válidos. El paranoide ha hecho una revaloración primaria pero a base de un criterio que, simplificando y esquematizando, reza: "soy más fuerte que mis debilidades", y la experiencia "soy más fuerte" ha tapado "mis debilidades" en el registro mnésico. La coestesia vital de su persona se alimenta sistemáticamente de tales ecforias y la maduración de la persona utiliza este truco de valoración como una regla enteramente válida y justificada. Tal sistema de valoraciones falseadas no es en el registro mnésico paralelo al de las verdaderas, es subjetivamente el verdadero y tiene su sitio legítimo en el orden y la conexión de las cosas e ideas, y su valor reconocido en la jerarquía de los valores. Es una transformación, no un desdoblamiento, y el paranoico no nota interiormente, como el obsesivo, que hay una lucha entre la postura anterior y la que tiende a establecerse compulsivamente. La hybrorexis .ha vencido de antemano tales dificultades; la autocreación sigue animada sobre un terreno limpio de ellas. Declarado enfermo por "ellos", toda su persona transformada por una labor larga de años se obstina y se irrita contra ellos (el médico incluido). El tener razón es la gran euforia del paranoico y no quiere renunciar a ella; aun en lo que los demás llaman :delirio, sigue edificándola con todas las fuerzas "coherentes" de una paralógica de justificación imaginativa.

Si la paranoia no está complicada con alguna otra enfermedad, no permite que hablemos de una desrealización. El hombre que por su poder de imaginación directa y conservada puede hacer de sí mismo lo que él quiere (otra fórmula que caracteriza esta nosología), y cuyas instintinas son euhórmicas e hyperhórmicas, no "necesita" alucinaciones para su delirio, ni pueden éstas producirse en el empuje vigoroso de las instintinas. El comunicado de unos enfermos que afirman que ciertas cosas en su habitación, en los alrededores, han cambiado de color o de sitio, o que perciben voces anormales, al ser analizado de cerca pronto pierde el diagnóstico de verdaderas alucinaciones, de representaciones compulsivas de escape. Son producto de un querer del paranoico, de ver el mundo tal como conviene a sus valoraciones hyrorécticas. Y de pintar, naturalmente, a sus enemigos tal como son para él: capaces de todo, incluso de mover clandestinamente los muebles en su habitación, e intentar influir en su vista sobre los colores. En realidad, su sensorium queda intacto, si el delirio es típicamente paranoico: él tiene) la capacidad autocreadora de hacer de las cosas lo que conviene a su autoafirmación, de declararlas como tales. En las fases avanzadas de esta enfermedad, el paranoico es un superhomber sui géneris que esculpe el factor C en su rededor de la misma manera como ha forjado su propia grandeza interior. Con este poder imaginativo, la invención de mentiras que sirven a su autoafirmación, es un juego fácil y casi convincente. "Soy un espía, ¿no lo sabe usted, doctor? Ay, los médicos no saben nada de nada." Acosados por el interrogatorio del terapeuta, se muestra extremadamente hábil contra los argumentos de disuasión y ni siquiera emplea un razonamiento loco o imposible a primera vista. Su mitomanía también sirve para mostrarse superior a los demás, estos ignorantes despreciables y que "nunca podrán con él".

Y es verdad: la hybrorexis paranoide es una de las DOV más graves que afligen al hombre y que, con la transformación solapada de la persona, atañe incluso, en formas menores, a grupos sociales, regímenes políticos, sociedades enteras. Hay comunidades cuyo orgullo, presunción y soberbia son incurables y que a través de la tríada fatal del "kóros-hybris-até" corren irresistiblemente hacia un destino de aislamiento loco. En el crepúsculo de las civilizaciones la hybris es factor importante.

Pero aquí no nos ocupamos de la endoantropología colectiva. Sin embargo, muchos paranoides hybrorécticos andan entre nosotros aun sin llegar a la clínica. La hybris es un móvil siniestro de muchas guerras y conflictos, de rebeldías injustificadas y de excesos de poder injusto. Destruye muchos amores y borra la compasión. Aconseja también a ciertos erizorécticos, acompaña actos criminales, fomenta el fanatismo, justifica a los que se creen en posesión de alguna "verdad única", a los que han "nacido para mandar". Aunque cada persona vale solamente tanto cuanto vale su trabajo empleado en su maduración, la hybris nos sugiere que valemos más por el mero hecho de pertenecer a una familia, a una región de civilización, a una religión "superior", a una gran historia del pueblo. E insinúa que tenemos derecho no solamente a ser orgullosos sino también a presumir de algo que no es personalmente nuestro y a despreciar a los demás. Aun para los que tienen fuerza y talento real, es una trampa peligrosa para enjuiciarse sistemáticamente de una manera falsa.

La endoantropología moderna se ocupa poco de la hybris. Quizá porque es occidental. Como lo ha demostrado magistralmente Arnold Toynbee, en los hacedores de la historia de esta zona la hybris tiene el carácter de un mal endémico. Contra él, las indoctrinaciones de la humildad son inyecciones de muy poca eficacia. El superhombre es un aliado natural del Homo furia. Y pocas son las perspectivas de que en la órbita del hombre blanco la conspiración de los dos se corte en alguna parte antes del Apocalipsis.

Resumen de la postura vital hybroréctica, vista macrorécticamente

1. Constelación factorial típica: hiperhormia I frente a los demás factores, C, E, Hf, pero sin estorbos acusados en la integración habitual.

2. Orexis fásica típica: funciones c-e-v-a-t normales, sin reducción de la metafase, ni aceleración o precipitación en la volición y acto.

3. Patior: sinergetismo patérgico y dinamórfico.

4. Tipo de valoración habitual: arreglo autovalorativo estratégico, para que las valoraciones puedan presentarse a sus ojos como reales y verídicas.

5. Autovaloración: fuerte sobrevaloración propia, facilitada por hiperhormia;

autognosia falseada con el fin de ocultar las debilidades propias; aceptación:
sin evasión ante los estímulos desagradables;
soportación: de antemano considerada como autosuficiente;
resistencia: subestimativa del agon negativo en cualquier medida de su intensidad.

6. Ecforias mnésicas: viva imaginación e ideación;

orden y jerarquía de valores progresivamente infiltrados por la autognosia falseada;
sustitución de los falsos valores en el orden mnésico como si fueran reales y verídicos.

7. Maduración de la persona: concienciación: clara e intensa;

coestesia vital: aguda y firme;
tipo de maduración: el valorandum cede progresivamente al optativum en la estimación de las debilidades, pero el encubrimiento de la inferioridad no es simple huida, sino que es elaborado argumentativamente como si fuera una superación directa (punto «para»);
el arreglo autovalorativo exige creciente subestimación del factor Cs que cunde en el desprecio de los demás para resaltar los méritos propios (hybris);
método de maduración: los fallos propios son achacados a la enemistad supuesta de los demás;
el reforzamiento imaginativo de la supuesta enemistad de los demás condiciona la propia autoafirmación (referentismo);
persona interior-exterior: fuera de los puntos «para» la exteriorización de los actos sigue normal, con sensorium intacto, y capacidades autocreadoras sin merma visible;
en la realidad interior la tríada «punto para - hybris - referentismo» crea progresivamente el autismo paranoico de un mundo aislado, autoarreglado, autárquico, asocial;
verdad y error: obstinación contra la revaloración de los errores;
uso de toda la fuerza imaginativa para justificar la no existencia de errores;
transformación de la persona a base de equiparación de errores y verdades.

8. Postura vital: soy dueño de mi destino a pesar de los insignificantes obstáculos interiores y la enemistad de mi ambiente. El ser lo que uno es depende tan sólo de mí mismo. Soy creador soberano de mi mundo.

El delirio coherente del paranoico, en el que éste conserva las facultades del sensorium fuera del punto "para" y las emplea incluso para reforzar la justificación razonante de su propia locura, es otra desviación valorativa por la cual el hombre intenta vencer la medida individual del patior inmanente en la vida. Su huida del patior no conoce ninguna fase de postración ante "el mundo es así"; la constitución del melancoloide y del paranoide son polos opuestos. La frase arreglo valorativo parece unir en la misma familia al maníaco y al paranoico, pero el análisis detallado de los tipos de valoración los separa tajantemente. No hay restricción deliberada de la metafase emocional-valorativa en el paranoico, ni existe una precipitación hacia la euforia a toda, costa como en el klonoréctico. El arreglo aquí se hace lege artis, y el error es proclamado nulo con muchos argumentos de justificación diestra. Todo lo espasmódico de la self-pity histérica está lejos de él, ni pueden alcanzarle las angustias del anankoréctico. La contraagresión imaginativa de éste, con ecforias compulsivas, no pueden servir de nada al hombre que es en todo momento el señor de su destino y que conoce exactamente lo que son los demás. La traumaturgia social, tan importante en otras variedades de DOV, ha encontrado aquí a su toreador maestro: el papel que ellos puedan tener en sus valoraciones también depende de él, de la inteligencia de su conocimiento de superhombre. Ellos no pueden infligirle un trauma afectivo, el efecto de tal trauma no le puede coger desprevenido, lo conoce de antemano y así lo anula, pero estigmatizando su malicia y villanía bajo los focos implacables de su sabiduría superior. Es el análisis de su tipo de valoración que no permite mezclar la paranoia con la esquizofrenia. La valoración del paranoico no está escindida en ningún punto de su orexis. En su delirio coherente no existe el automatismo arbitrario y ciego de los esquizofrénicos. El paranoico huye de su patior con mucho refinamiento; el esquizoréctico ni siquiera siente el suyo.

La hybrorectosis es una enfermedad de la autovaloración, de la auto-gnosia, no de la gnosia.

Definición. Hybrorectosis paranoide: DOV originando errores sistematizados de la introspección verídica en la maduración del valorante cometidos mediante la ocultación deliberada de las debilidades propias conduciendo progresivamente a la autoafirmación optativa sobrevalorativa de falsos valores y grandeza, al desprecio de los demás y a las invenciones del contorno social imaginativamente supuesto como hostil a los fines de la autocreación propia.

 

5. Las parafanias

¿No cometemos todos en la vida actos de "paranoesis", actos de sobrevaloración propia, actos de falsa autognosia, por los que nos creemos más fuertes, más capaces de lo que de verdad somos? ¿No estamos orgullosos de nuestros éxitos, presumidos y viciados por ellos? ¿No nos parecen los demás seres inferiores, comparados con nuestros dones, y hasta merecedores de desprecio? ¿No nos arrastra la imaginación optativa a considerar como un optimum magnífico algún gesto, alguna obra que, mirados de cerca, se revelan como torpezas y diletantismo, muy por debajo de lo ideado y proyectado primariamente?

Por cierto, está llena la vida de tales parafanias (phainomai, "imaginar") a ellas no escapan ni los grandes ni los pequeños. ¡El querer hacernos valer por lo menos a los ojos propios es tan humano y está al mismo tiempo tan sembrado de debilidades hacia nuestra estimada persona...! Tan comprensible como normal.

Al final de este ensayo, dentro del marco paranoide, queremos volver a' las fronteras de lo normal, del que hemos partido, y protestar contra la facilidad con la cual el psiquiatra de nuestro tiempo las traspasa a veces, patologizando con exceso y estigmatizando de su dominio los fenómenos de la orientación vital que no pertenecen a la endoantropología patológica. Y si es verdad que las mayores contribuciones a la comprensión de la vida interior del hombre moderno han salido de los hombres de la clínica, y que de esto proviene también la inclinación a interpretar lo normal desde lo patológico y no al revés, los excesos en tal línea han llegado a extremos ridículos y verdaderamente nocivos. Estamos en una época en que se escriben alegremente libros con lemas tales como "¡Alégrese de ser neurótico!", y "El mundo no necesita más seres normales" (L. Bisch). Otros declaran que "No hay nadie que no sea neurótico en alguna medida" (A. Ellis). La sabiduría de la convivencia ya no consistiría en convivir un hombre con el otro hombre, sino en cómo convivir un enfermo con otro enfermo, guiado expertamente por el médico, confesor y arbitro de sus destinos. Si no es simplemente una tontería, es desde luego un abuso profesional, y no tan ingenuo como pueda parecer a primera vista. También hemos llegado a otro exceso de que toda una racha de médicos ha invadido el terreno del arte, y sobre todo el de la literatura, patologizando la creación mediante unos conceptos por lo menos dudosos, invirtiendo los valores de lo normal y de lo normalmente comprensible, "descubriendo locura" en las obras y en los creadores de más alcance normalmente humano. Una verdadera manía se ha apoderado de ciertas escuelas de psicología en presentarnos ciertas grandes figuras de la literatura mundial de una manera incomprensible, y la motivación de sus actos con una arbitrariedad teorizante asombrosa y a veces hasta repugnante en su pansexualismo rebuscado. Hamlet no puede matar al asesino de su padre, a Claudius, porque se "identifica" con su tío: él (Hamlet) también quiso matar a su padre, y si ahora matara a Claudius, sería matarse a sí mismo (E. Jones). Otros dicen (Moloney y Rochelein) que es incapaz de matar a Claudius, ya que mientras sigue viviendo, Claudius le protege contra los deseos sexuales que Hamlet tiene hacia su propia madre, la reina. Los hay que suponen que Hamlet no puede matarlo porque sospecha que Claudius es realmente su padre (Stekel). Y, claro está, no podemos comprender a Timón de Atenas si un director psicoanalista no añade las absolutamente necesarias interpretaciones freudianas a este pobre parafánico que se llama Shakespeare. Hay algo sacrílego en tal hybris presuntuosa y deformante. A nosotros personalmente nos parece la original versión del gran William completamente suficiente para comprender, texto en mano, tanto a Hamlet como a Timón.

En la clínica misma, las interpretaciones patologizantes son frecuentemente excesivas. Para ilustrar lo que quiero decir, voy a valerme de un ejemplo típico. El psiquiatra germano K. Conrad, en su obra sobre la Esquizofrenia incipiente, nos cuenta detalladamente el caso de un soldado alemán, paciente suyo, que escribía versos y ensayos de inspiración ética y cristiana y que, preocupado por la gran guerra, componía memorandos para Hitler y llamamientos a la "intelectualidad inglesa". Su impulso era el de un hombre que se creía profeta y cuyo empuje creador era tan vivo que le obligaba a levantarse de noche y a escribir como en una fiebre. En una comisaría nazi le creían loco porque decía a los policías que creía en Dios. Por lo que se dice de él en la ficha de Conrad, diríamos que se trataba quizá de un exaltado cuya vocación no encontraba los medios adecuados o proporcionados de expresarse y que tenía más inspiración moralizante que real talento de poeta. Lo curioso para nosotros no es el caso, sino el diagnóstico de Conrad. Para justificarlo, el médico cita tres poesías del enfermo. En las cuarenta líneas que están a nuestra disposición no hemos podido encontrar ni una sola que indique lo patológico, ni por la composición, ni por el texto. Una poesía moralista, abundante en lugares comunes, diletante en expresión, pero sin carecer de sentido común que alcanzaba a veces, dentro de sus tesis éticas o religiosas, la sencillez conmovedora de un hombre ingenuo, pero nada loco:

... Como la piedra se transforma en gema
debe el hombre transformarse en noble...
Dios todopoderoso, a Ti apelamos
en nuestra gran miseria, cada vez con mayor felicidad
oímos sonar tus campanas...
No soy ningún gran hombre, pero sí uno significativo.
El hombre con el alma agitada debe ser tratado
con delicadeza y amor.
El hombre que tiene muchos planes no sabe lo que quiere,
para alcanzar su meta debe autoeducarse.
La mayor fuerza que el hombre posee
es el vencimiento de la tentación al mal.

(Versión castellana de J. Morales Belda)

No es una gran poesía, por cierto, pero la devoción emocional es clara, las ideas son coherentes, y hasta la formulación de la autocreación en los últimos versos es nítida. Es un hombre "con el alma agitada" y que al parecer no ha sido tratado por su médico "con delicadeza y amor", ya que éste concluye, inmediatamente después de haber citado estos versos, y sin vacilar: "Se trata, pues, de una psicosis esquizofrénica segura". (P. 112.)

Nada menos que esquizofrenia. Y ¡segura!

Yo no estaría tan seguro: ninguna huella de desensibilización, de depatiorización, de automatismo, de saltos que indiquen el vacuum y la escisión. En cambio, muy pocos son los criterios del analista para enfocar el análisis factorial (Conrad presenta una teoría propia de la esquizofrenia, llena de palabras griegas con significado oscuro), determinar el tipo diferencial de la valoración, referirse a las presiones del patior (aunque no sea por los caminos de la teoría oréctica), las etapas de la maduración, etc. Aquí tenemos un prototipo del diagnóstico precipitado, no matizado, enclaustrado en esquemas previos sin concretización verificadora de la verdad nosológica. Y ¡cuántos diagnósticos de esta índole se hacen, patologizando en exceso! Hay muchos "soldados de Conrad" en las clínicas, condenados a la sombría cárcel de esquizofrenia por los jueces autoritarios.

Por otra parte, ¡cuántas autorrealizaciones parafánicas produce el hombre, sin caer por esto en la desorientación vital crónica ni realmente patológica! ¡Cuántos deslices entre lo ideado, lo proyectado y el optimum conseguido! ¡Cuántas obras se escriben (se pintan, se esculpen, se componen, se organizan, etc.) bajo el signo total o parcial del "iam bonus dormitat Homerus"! ¡Y cuántos somos que nos creemos buenos poetas, filósofos, artistas, científicos, hombres santos, grandes capitanes de industria o héroes, mientras que los productos de nuestra autocreación y de su expresión exteriorizada desmienten tal creencia, no solamente a los ojos de los demás, sino incluso a las miradas propias! ¡Cuántas veces nos engañan la ambición y lo optativo en no poder cubrir debidamente las distancias entre lo ideado y lo asequible, ni encontrar el equivalente articulado para las verdades intuitivamente auténticas en sus matrices emocionales! Y aún, si mañana o dentro de un año sacamos el manuscrito, y de repente nos parece mediocre o francamente malo, y nos avergonzamos ante él y lo tiramos al fuego, todo va bien para nuestra salud interior. Pero puede ser que ni siquiera en esta revisión nos demos cuenta del error y de la torpeza y tienen que venir los demás para decirnos que esto no vale nada. Si lo reconocemos, al menos no habrá peligro paranoide:

podremos revalorar y no servirnos de autodisimulos; podemos aprender, pues, y aprovecharnos de nuestros propios fallos al menos pro futuro. Las parafanias se distinguen de la hybrorexis paranoide por la no sistematización del error, por la posibilidad latente de revalorarlo, por no permitir que el error se constituya en autoafirmación falsa de sobrevaloración propia.

Todo esto resulta a veces difícil porque la autocreación, la autotecné de cualquier tipo y matiz es un arte complicado, fino, sutil, meticuloso, concretizante, verificador y rectificador a cada paso. Llegar a saber lo que me ha sido dado como potencial del devenir; tomarlo como medida-límite en todo lo que hago o puedo hacer; procurar no sobrepasar la medida ni quedar por debajo de ella; verificar la suficiencia del saber "hasta ahora" con el que me promete la perspectiva de un comprender nuevo; optar por esta nueva comprensión o preferir la seguridad averiguada del saber viejo; equilibrar lo dado con los deseos hacia la creación de la más-forma dentro de lo posible, e ir hacia lo asequible sin ser cobarde ante la propia imaginación proyectiva; no parar nunca en tal devenir hasta el mismo momento de la muerte; nunca ser falto de un pico un poco más alto en el interior; no ahorrar esfuerzos en escalarlo, ni engañarme de fuerza propia en poder hacerlo; no ir hacia las alturas que no son para mi alpinismo; no tapar nunca el espejo interior; dar la bienvenida tanto al éxito como a cualquier fallo aleccionador; tener siempre a mi disposición una distancia y un riesgo; estar siempre preparado a verme a mí mismo como un payaso en la comedia humana, un inquisidor de mis propias flaquezas ante el tribunal de mi devenir, un técnico de las sonrisas propias en este ruedo y foro, pero ni un borracho ante el éxito ni un intoxicado de euforias falsas; nunca pensar que la pequeña verdad sobre mí mismo, alcanzada honradamente, es menos importante que las grandes verdades de la experiencia común; y ni por un solo momento admitir que tal maduración autocreadora no valga la pena, no tenga un sentido seguro o dormirse en un instante en que ella podría llenarse de vivencias nuevas. Concienciar incansablemente hasta el último reducto de la vislumbre intuitiva todo el acontecer interior asequible que separa el barro y la viscosidad del panta rhei del milagro revelador sobre lo aún cognoscible.

¿No es éste el camino propio del Homo imaginativus en su corto recorrido terrenal, responsable hacia sí mismo y no reducido a la mera supervivencia conservadora y a la esclavitud de la multiplicación compulsiva?

La conquista introspectiva del continente interior, intentada a la medida de la hazaña personal, no es un sistema cerrado, atornillado por una estricta disciplina de reglas y preceptos, de esquemas y estereotipias. La endoantropología científica se esfuerza en ayudar al hombre en la búsqueda de sí mismo, pero el trabajo apasionante de la autocreación es el terreno de su gran libertad personal y está al alcance de todos. Se puede describir la línea general de la autotecné, pero no se puede prescribir su itinerario a la persona concreta. Poner alguna dirección general, esto sí; la exploración de los senderos incumbe a cada uno personalmente, bajo su propia responsabilidad. Los errores., fallos y abismos acechan; las parafanias son frecuentes y hasta los aludes aniquiladores pueden sorprendernos en la escalada de los picos. Pero existe también por este camino aquella satisfacción de que no hemos sido durante la vida tan sólo unos especímenes de nuestro género, sino que hemos hecho lo evolutivamente nuestro, lo insustituible en su unicidad.

Y si vemos que alguien se desvía en tal camino, que pasa por dificultades en él, no es lícito encasillarle precipitadamente entre los anormales y locos. El racionalismo clasificador enclaustra fácilmente, en la clínica y fuera de ella aún más, bajo las etiquetas de la locura y del delirio también a los precursores de ideas, los heterodoxos de los métodos consagrados, los destructores de las normas asentadas tan sólo por ser más imaginativos, previsores de lo futuro. La razón práctica, su gravitación hacia la rutina, la inercia de las partes traseras, la cómoda reacción de los llegados frente a los venideros, tacha a veces sin escrúpulos de parafánicos y de locos a los outsiders, los intrépidos, héroes de una causa, mártires, y de anormales a los extravagantes, los exóticos, los exaltados y los apasionados. Y reserva a los profetas no conformistas, a los innovadores y revolucionarios el triste privilegio del aislamiento, de la confinación, de la prisión y de la tortura, del manicomio.

No tenemos mucho tiempo de atención para la persona y su fondo.

Ante los errores de incomprensión que cometemos con los genios y los talentos y la confusión que pueden producir las obras malogra-das^ de los locos y de los parafánicos la humanidad perpleja, perita y no perita, tiene dos excusas. Una es que los caminos de la ontogenia son un secreto de la evolución. Otra, que la creación, la invención, la inspiración siguen siendo una sorpresa de la co-reidad tanto para el creador como para el científico que intenta interpretarlo. Escuchamos voces introceptivas al inclinarnos hacia una u otra vocación. Recibimos mensajes inesperados y siempre sorprendentes al presentarse desde dentro la idea de los "cuantos", o un personaje completamente desconocido que hará un gran papel en nuestra novela futura, un Leitmotiv melódico, la chispa de un missing link de un invento. Vienen a veces como espías, astuta y solapadamente; pero a veces prorrumpen con la fuerza de una inundación que nos hace comportarnos como locos. Saltamos de la cama en medio de la noche, andamos entre la gente como unos sonámbulos, corremos hacia los laboratorios, escribimos en los tranvías, nos encerramos durante días con el piano, damos respuestas incoherentes a nuestros familiares, no comemos. Egotismo, autismo y fiebre, esclavitud y ritos secretos ante oráculos invisibles. Y, después del primer ataque, un trabajo duro de días, de meses, de años, obsesionante y maniático, un sudar sobre adjetivos, pinceladas, definiciones, descripciones, composición y arreglo, para acabar colocando en su sitio estos fantasmas más importantes que el cansancio, más imperiosos que cualquier otra ley, implacables y endemoniados. Total, ¿para qué? Para cubrir con esfuerzos y tensiones del patior adicional las distancias que. separan la idea naciente de una cosa nueva en su forma completa, cosa única, fiel tanto al mensaje imperativo como al sello incontestable de nuestra persona. ¿Será un logro o un malogro? Nunca lo sabemos de antemano: hay siempre ansiedad subyacente en la creación, agitación que toca a veces a la desesperación. Pero las soportamos con la promesa de aquella euforia que nos espera quizás al término de la "locura". ¡Quizá! Porque el término no significa siempre el logro. ¿Morfourgia perfecta o tan sólo parafania?

Hay escritores de gran introspección que han intentado describir lo que ocurría en ellos durante este continuum abarcado por el arco entre la idea inspiradora y el final realizado. Y si bien nos revelaron pormenores preciosos sobre el misterio, se quedaron en la misma posición de descripción inacabada que cualquier endoantropólogo que escribe personología: algo se capta analíticamente, y se logra un poco más intuyendo a través del cosentir, copensar; hay a veces iluminaciones que desgarran el telón de las tinieblas. Pero la transcripción abstracta del proceso creador en el hombre aún espera a su maestro, mientras que la conservación y la procreación están a descubierto ante nuestros ojos, incluidas las glándulas correspondientes...

Sea logro o malogro, el trabajo creativo bajo la bóveda de la inspiración, este ir cubriendo las distancias entre el mensaje de una idea-estímulo hacia la más-forma en devenir de una cosa nueva —y solamente las de creación pueden ser nuevas— es un procedimiento igual en los casos en los que tendemos hacia una realización exteriorizada y en los que solamente intentamos hacer interiormente de nosotros mismos una "más-forma". Toda creación humana es en primer lugar auto-creación interior. Si en un momento nos parece que podemos hacer de nosotros mismos una persona más justa, más noble, más amante, más compasiva, dentro de nuestro potencial proyectable; o más fuerte, más agresiva, más criminal, tenemos que disponer primero de una idea espontáneamente reveladora de tal posibilidad que nos lance hacia la autocreación y nos guíe en nuestras oscilaciones en el cambio hacia los actos intermedios y finales del logro. La maduración de la persona tiene frecuentemente el carácter de la obra de arte, de la tecné en el sentido más amplio de la palabra. No hay diferencia biósica entre este arte interiorizado y la nueva cosa exteriorizada. No podemos producir obras exteriorizadas sin autocreación previa. En las obras que produce la máquina o la mera imitación no existe la dinámica idea espontánea de la invención. Es tan sólo el empleo del saber acumulado.

Desde que la evolución ha dotado a nuestra especie de más poder imaginativo —lo único que nos distingue de los demás animales que sienten subjetivamente como nosotros y piensan preverbalmente, orientándose en sus naturales órbitas respectivas, pero sin necesidad de producir cosas nuevas— el Homo imaginativus adquiere la progresiva capacidad creadora. Con esto aumentó necesariamente también el dominio de su patior: puede prever la implacabilidad de su propia muerte, lo transitorio de su existencia, la entropía inmanente de la degeneración de su organismo-persona y su recosmificación con la muerte, su vuelta a la materia que si bien se mueve, no se comporta. Pero paralelamente con estos efectos traumatizantes adquirió también la capacidad de prevenirse imaginativamente contra ciertos aspectos del patior innecesario. Más imaginación requiere más patior funcional. Por otra parte, la imaginación aumentada facilita la huida del patior innecesario.

Generosamente, la evolución le da la posibilidad de seguir los dos caminos: de orientarse en la vida como todos los demás animales huyendo del patior mediante el miedo ante la amenaza inmediata, o bien preverla mediante su poder imaginativo y rehuir de antemano al patior excedente. Pero para valerse de tal ventaja no le basta conocer los estímulos amenazadores del mundo exterior sino también la medida individual de sus propias reacciones ante ellas.

Puede sobrevivir conservándose y procreando como cualquier otro individuo zoico, reduciendo sus dones de autocreación a meros ayudantes técnicos de la supervivencia, sin preguntar por el sentido de la Vida. Y también puede, siendo un pastor solitario en las montañas o el gran artista de Altamira, hacer honores a la creación autónoma, encontrando el sentido.

De todas maneras, llamarse a sí mismo Homo sapiens —el que sabe cómo rehuir el patior excesivo— es por sí mismo una paranoesis y una hybris que lleva fácilmente su creyente a la locura. La etiqueta del Homo imaginativus le brinda perspectivas más halagüeñas, incluso la de vencer a su propia hybris del sabedor soberano.

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Última actualización:
21/03/06