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Emoción y sufrimiento. V.J. Wukmir, 1967.

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Primera parte

Los elementos de la orientación vital

«Todos los seres añoran la felicidad; que tu
compasión se extienda, pues, sobre todos ellos.»
BUDA

«¡Los hombres, los hombres, esto es lo esencial!»
DOSTOIEVSKI

 

1. Glosa sobre el método

«Our little systems have their day.»
(También llega el día para nuestros pequeños sistemas.)
TENNYSON

1. El hombre desde dentro
2. El difícil camino hacia la unidad de la ciencia
3. La lección del organismo sobre el método
4. El inframicroscopio y la personología
5. La importancia de lo subjetivo

 

1. El hombre desde dentro

El hombre se puede estudiar por los vestigios que la historia de su especie y de sus individuos nos ha dejado: de éstos se ocupan varios sectores de la exoantropología. De los problemas del comportamiento que esta especie y sus individuos presentan en todas las épocas observables, vistos desde dentro, tratan las diversas ramas de la endoantropología. La palabra endo significa aquí que ninguna de ellas puede prescindir de las observaciones que atañen a la vida interior del organismo-persona. Todo lo que influye en el comportamiento que el ser humano adopta con el fin de sobrevivir interesa, pues, a las ciencias endoantropológicas.

Su vasto objeto es el estudio del Bíos en su totalidad de fenómenos: es, por lo tanto, eminentemente biología en el sentido más amplio de la palabra. Pero en nuestra época ningún estudio de la biología puede prescindir de los resultados a los que las exploraciones del gran contorno cósmico han llegado. Si a pesar de las diferencias que existen entre las ramas cosmológicas y las biológicas de la ciencia la palabra endoantropología parece un distingo necesario, será por el hecho de que a ella le incumben las influencias del factor cósmico tan sólo desde el momento de convertirse éste en estímulos del organismo, desde el instante en el que componen un elemento de su realidad interior de vivencias. Las ondas-partículas de la luz pueden ser estudiadas en sus interacciones entre las cosas que llamamos muertas, por encima del hombre y de todo lo vivo. Para la endoantropología son relevantes tan sólo desde el punto en que tocan a uno de los receptores del organismo, adentrándose en él. En este punto también pierden su calidad de objeto y se convierten en un evento interior ya identificado con el sujeto, son ya una vivencia biósica. Concentrada en el estudio del organismo-persona, la endoantropología quiere saber si el átomo y sus componentes, las energías de toda clase, y los quimismos subyacentes del comportamiento se mueven según las mismas leyes fuera y dentro del espacio específico del organismo y, si no, cuál es la naturaleza de tales correcciones complementarias.

Esta nomenclatura nos parece tener sentido y utilidad también por otras razones que creemos justificadas. Los límites de la endoantropología están marcados, de un lado, por el evento de la llegada del estímulo a un receptor del organismo (S), y de otro, por el acto del comportamiento, la reacción correspondiente (R). En todo lo que ocurre o pueda ocurrir entre S y R en la elaboración de un estímulo en acto, lo cual envuelve siempre una multiplicidad de operaciones, toma parte todo el organismo: la trayectoria del estímulo no se puede interpretar sin tomar en consideración su complejidad a la vez que su dependencia de la totalidad del organismo. Tal interdependencia es ya, afortunadamente, un axioma y representa un acercamiento a conceptos unitarios en las observaciones de la vida interior. Este unitarismo creciente es, sin embargo, un progreso reciente, ya que durante muchos siglos de racionalismo y de abiologismo la gente suponía que esta relación S-R es diferente en los actos del comportamiento de conservación y de procreación respecto de los de creación; que, por lo tanto, existían dos fuentes fundamentales de la estimulación, unos que se solían llamar corporales, somáticos, materiales, etc., y otros inmateriales, espirituales. psíquicos, y que el organismo-persona tenía a su disposición dispositivos diferentes para elaborarlos. Más aún, que el organismo-persona se dividía entre estas dos zonas, admitiéndose tan sólo que ambas podrían tener influencias mutuas, actuando cada una desde sus compartimientos autónomos. Tuvimos que llegar a nuestra época para concebir poco a poco que existen unos factores básicos que determinan cualquier clase de comportamiento, básicos e iguales en todos los seres vivos y a todos los niveles del organismo, cuya interacción funcional se precisa tanto si apagamos la sed con un vaso de agua como cuando un Goya pinta sus máscaras; que en ambos actos de tan diferente tipo de comportamiento tienen que colaborar el metabolismo de la estructura, los electrolitos alrededor de la membrana celular y muchas otras funciones de todo el organismo, para que estos actos, simples o creadores, puedan producirse.

Larga es la historia del devenir unitarista y la discusión sigue aún. Va zigzagueando entre los burdos conceptos que en el organismo ven tan sólo un movimiento predeterminado de los fisioquimismos, prescindiendo incluso de mirar la refinada morfología de la célula, por un lado, y unos espiritualistas extremos que simplemente rechazan la biología, por otro. Un duro golpe para ambos lados fueron ciertamente los recientes descubrimientos de la atomística física que "espiritualizó" el átomo al desmenuzarlo hasta cantidades infinitesimales y tratar de descubrir la antimateria.

Los puentes hacia la compaginación de tales conceptos y descubrimientos desde el punto de vista endoantropológico, son cosa de lo futuro. Aun sin ellos, y partiendo tan sólo del nivel de la célula, al unitarismo le quedan aún muchos problemas por resolver. Entre tantas otras cosas, y en un sentido más restringido de la palabra, la endoantropología es también personología, cuando estudia esta "más-forma" proyectiva del organismo que es la persona. Más que en otros sectores, aquí acecha el tradicionalismo dualista somatopsíquico. Todavía se mantiene, por ejemplo, el término psicología[1] aunque nadie ha podido hasta ahora dar ni siquiera una aproximada definición de la psique. Todo lo que se escribe y practica con este título de general aceptación y con el de su aspecto patológico en la psiquiatría, corre en su abundante creación como una inundación de aguas que han perdido su cauce, sin perder por ello el dinamismo del influjo. No solamente contamos escuelas de "psicología" y de "psiquiatría" por docenas, sino que casi cada autor presenta un sistema propio.

Creo que así tiene que ocurrir. Primero, porque el microcontinente interior es inmenso y la ciencia del hombre blanco ha tardado muchos siglos en empezar a explorarlo. Segundo, porque ningún sector como el endoantropológico puede reflejar con tanta sintomatología la profunda crisis que sacude al hombre blanco desde dentro. Y éste, francamente, rehuye, en general, enfrentarse con la verdad entera, exteriorizándose cada vez más por los caminos de su tecnología. Por esto pueden seguir floreciendo las ciencias exoantropológicas y la tecnología que no se ocupan de los valores del hombre interior. Compórtese como quiera, como bestia bélica o como pacifista compulsivo, puede excavar ciudades sepultadas o lanzar sus Géminis y Luniks sin preguntarse si sus actos tienen sentido y valor y cuáles son éstos. La endoantropología, en cambio, no puede dar un paso sin responder, tácita o abiertamente, a las preguntas: ¿por qué mata o ama el hombre?; ¿cuál es la motivación de tales actos?; ¿cómo se orienta o se desorienta en la supervivencia?; ¿existe el modo según el cual podría evitar sufrimiento a sí mismo y a los demás?

Tales cuestiones pertenecían antes a la filosofía y a la religión. Habiéndose desprendido de la primera y neutralizado hacia la segunda, pero tomando en sus manos la comprensión del hombre, la endoantropología ha asumido la responsabilidad de ayudarla. Por científica que sea, es eminentemente humanista, es decir, tolerante y desinteresada en el poder.

Ha tenido la mala suerte de tomar vuelo en un siglo en que el humanismo está en su mayor crisis. Lo tiene que sentir esta ciencia también dentro de su propia órbita. No obstante, puede ser una buena ciencia si no se olvida de que ha nacido para ayudar al hombre y no para aumentar la soberbia del supuesto Homo sapiens, convertido en el Homo furia.

Este no parará con sus cohetes. Pero tampoco existe razón alguna de que por eso cesen las humildes labores que, intentando disminuir el miedo y el odio, visan al Homo clemens también por las vías de la ciencia.

Si las demás ciencias pueden prescindir del estudio del sufrimiento, que lo hagan. La endoantropología, creo, no puede hacerlo porque lo encuentra a cada paso: en la célula, en el organismo, en la persona.

 

2. El difícil camino hacia la unidad de la ciencia

Aun fuera de estos grandes cruces fatales, para los que cabe emplear un lenguaje patético, y fuera de la dispersión de las escuelas, otras dificultades serias acechan el unitarismo del endoantropólogo. Una de ellas, con efectos múltiples, proviene de la misma complejidad de los eventos y de las funciones del organismo, considerado como un todo, y que confunde la observación más aguda y penetrante. Mas esto es inevitable: nuestro análisis siempre quedará por debajo de las maravillas que el trabajo de la incansable Evolución —o si se quiere, de la Gran Creación— nos ofrece. Sin embargo, hay otros obstáculos evitables.

Aumentan en todas partes las quejas de que la época no tiene su teoría general de ciencias y nacieron, para remediar este mal, una nueva filosofía de la ciencia y la noción de la complementariedad (Bohr). Esto está bien. Pero tampoco tenemos una teoría general de comportamiento en la que colaborarían los sectores vecinos de la endoantropología. De esto resulta un separatismo contraproducente entre los sectores y un embrollo tremendo en la terminología. Tanto en las obras como en las mesas redondas interdisciplinarias, los geneticistas, zoólogos, fisiólogos, bioquímicos, biofísicos, personólogos, médicos, etc., hablan los dialectos y no el lenguaje común del comportamiento. Y no pocas veces se declaran cómodamente incompetentes para pronunciarse sobre las cuestiones generales y sobre las nociones básicas del comportamiento. No solamente hay diferencias entre las definiciones sino que muchas veces éstas simplemente no existen. El parcelismo ("Parzellenreiterei"), el rehuir las definiciones, los dialectos terminológicos, y la fácil evasión de pensar en toda ocasión en el organismo como un todo, no pueden contribuir al unitarismo ni a la unidad de los conceptos. Todo un largo capítulo podría escribirse sobre la hybris y el sectarismo de los sectores y no faltan los que de todo este mal incluso hacen virtud. Así leemos en un simposio: "It is hard to infer what is happening at the cellular level from studies of the whole organism: by exactly the same token it is equally hard to infer anything about behaviour from information on happenings in individual cells or systems of the CNS". [2]
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1. Una fotografía microscópica de las partes de la célula (núcleo y varias organelas) es una abstracción de la realidad interior sin su interpretación. Ideas in Modern Biology, Proc. XVI International Congress of Zoology, Nueva York 1965. Ampliación 12000

La teoría oréctica piensa exactamente lo contrario. La célula individual es el prototipo de todo el acontecer típico del organismo y nada ocurre en él que no se refleje en la célula. Lo que fundamentalmente ocurre es que ella recibe los estímulos, se excita-emociona para poder valorarlos y para convertirlos, después, en actos de comportamiento con el posible fin de que éstos le sirvan útilmente para la autoafirmación en la supervivencia. El organismo total, como conjunto de las células-unidades, no hace otra cosa que comunicar esta elaboración de célula a célula, de nivel a nivel. Son los mismos factores básicos del comportamiento los que determinan las funciones de la orientación vital en el protozoario unicelular y en la célula individual igual que en la totalidad de un organismo compuesto. Con tal concepto, no es tan sólo lícito, sino también obligatorio inferir desde cualquier nivel superior el acontecer inferior, y viceversa, aunque tal obligatoriedad resulte a veces difícil por la variedad de los pormenores. Entre los pasos del "intento y error", "intento y éxito", "intento y frustración" en el querer-sobrevivir, poder hacerlo, saber hacerlo y del comportamiento que tiende a estos fines a través de la autorrealización no hay diferencia biósica fundamental, trátese de una célula o de todo el organismo. En esta dirección las funciones llamadas subconscientes y las conscientes no acusan diferencias de método, solamente de grado.

No hay excusa aceptable para que los investigadores en un sector especial de la endoantropología se eximan de la obligación de confesar abiertamente lo que piensan sobre nociones tan fundamentales del comportamiento en general. No sería difícil establecer una lista estándar del cuestionario con arreglo al cual cada endoantropólogo tendría que dar sus respuestas antes de sentarse a cualquier mesa redonda, participar en cualquier congreso, o al final de cualquier obra publicada. Un fisiólogo o un bioquímico tendría que darnos entonces sus definiciones sobre lo que es una sensación o representación, un acto, una emoción, una valoración, etc., mientras un personólogo tendría que ofrecernos las suyas referentes a las nociones de la energía, receptor químico, catalizador, reflejo, etc., si opera con ellos. Mientras la recepción de un estímulo, por ejemplo, signifique dos cosas diferentes en la bioquímica y en la personología, la ciencia se expone al mismo reproche que tan cómodamente echa en cara a la filosofía: la impureza en la química de las palabras.

Aunque sepamos que no hay verdad única, y que las definiciones no son el fuerte del hombre, no es preciso que lleguemos necesariamente a aquel estado de perplejidad que hizo estallar al fino pensador y matemático Bertrand Russell en aquella famosa frase: "La matemática podría definirse como la ciencia en la cual nunca sabemos de qué hablamos, ni si lo que decimos es verdad".

La endoantropología es una ciencia aún demasiado joven para poder permitirse el lujo de tal humor patricio.

 

3. La lección del organismo sobre el método

El Homo imaginativus ha logrado cierto privilegio de su capacidad de imaginar que le fue regalada por esa divinidad llamada Evolución para que pueda ensanchar por sus propios esfuerzos de creatividad las fronteras de su valoración consciente. Este poder de valoración progresiva, esta concienciación potencial abarca también la búsqueda del sentido interpretativo de los acontecimientos interiores, sentido que sobrepasa el simple significado de hechos y de efectos inmediatos. En un reflejo tendinoso el organismo no necesita una valoración extensa del estímulo, ni tiene tiempo para ella. La distancia valorativa (V) entre la llegada del estímulo (S) y la reacción (R) ha sido reducida aquí por la habituación genérica milenaria mediante ciertos dispositivos, evolutivamente muy antiguos, del organismo. Pero lo que es hoy un reflejo puro con valoración inmanente, en lo antiguo fue durante mucho tiempo una valoración extensa, asidua y minuciosa del trial and error. Con su principio de "más o menos", la valoración extensa es evolutivamente primaria. El principio del "todo o nada" es posterior, un producto de la economía evolutiva, aplicada a los tropismos habitualmente recurrentes de algunas fibras individuales. Fuera de los casos de reflejo puro, el método de la orientación vital dentro del organismo es el de la valoración extensa, del principio del "más o menos", principio posibilista y oscilatorio. El ser vivo sobrevive oscilando entre más o menos posibilidad que le ofrecen las estadísticas de las situaciones y la capacidad de valorarlas.

La célula valora según las mismas leyes de la orientación vital en todos los niveles del organismo.

Esta hipótesis, a la cual volveremos más adelante, engloba también la conclusión de que, en cuanto a este procedimiento valorativo, no existe diferencia de naturaleza biológica entre la valoración consciente y subconsciente. La célula se excita, se emociona para poder hacer frente a la estimulación valorando sus valencias biológicas y procediendo de la misma manera en cualquier sitio del organismo. Y también los factores con los que tiene que contar en el proceso valorativo son funcionalmente los mismos en todas partes, aunque cuantitativamente siempre variables.

Si esta hipótesis unitaria es válida como creemos, nos permite, como hemos dicho, la conclusión de que podemos inferir, desde lo conscientemente observable, la identidad biósica de los eventos subconscientes. Si llamamos a las secuencias de los eventos que se producen en la elaboración del estímulo desde su llegada al receptor hasta el acto consumatorio la función de la orexis (oregó, en griego, "acción de tender hacia..."), diremos que la microrexis subconsciente y la macrorexis consciente son grados diferentes de la misma función de la orientación vital. Más aún: que ningún evento de concienciación puede producirse sin haber sido elaborado subconscientemente de antemano por los mismos métodos biósicos.

Ninguna observación intro o ectrospectiva puede abarcar analíticamente a la vez a todos los causantes de un evento o de un acto de comportamiento. La complejidad y la totalidad implicadas impiden tal posibilidad. Además, el organismo mismo procura vencer su propia complejidad y las exigencias de la totalidad por la similitud de las funciones, por su convergencia y concentración, y por otros métodos evolutivos de su economía interior. En resumen, por una facilitación y simplificación intra e interfuncional de su propio trabajo realmente maravillosas. En su observación consciente, intro y ectrospectiva, el hombre puede —y está obligado a ello— copiar algunos métodos de simplificación que le enseña el mismo organismo. Puede, por ejemplo, cosentir subjetivamente (y después también copensar) varias cosas a la vez y concienciar no tan sólo signos separados sino haces de estímulos y de eventos (coestesia). Como veremos más adelante, la coestesia vital es el eje de la concienciación.

De cualquier modo, frente a lo concreto del acontecer organísmico, toda observación del hombre es ya una abstracción y una simplificación de diferentes grados y la científica la que más tiende a ella. Esta capacidad de abstracción nos permite el cosentir (en la intuición) y el copensar (en el razonamiento articulado). De esta manera podemos también seguir copensando lo referente a la totalidad del organismo, aun cuando nuestra atención inmediata esté concentrada en un evento local, deliberadamente aislado. Pero aun copensando la totalidad, nunca podemos comprender nada mirando las cosas del Bíos como procesos, sino tan sólo como funciones. Cualquiera que sea el evento al que observemos, el sentido de lo observable puede convertirse en comprensión y en la verdad tan sólo si podemos aplicar a ello el criterio de la utilidad vital que define el concepto de la función: en lo observable tiene que haber un algo que sirva para otro algo. El proceso —simple secuencia de hechos— es una palabra-muleta, ya que todo nuestro sensorium está esencialmente orientado hacia el poder valorar útilmente, analizar, estimar, interpretar, y ni los hechos pueden ser hechos sin esto. Esta finalidad la ha formulado rotundamente Sherrington para la fisiología, pero todo esto vale también para el resto de la endoantropología.

Frente a la complejidad y la totalidad del organismo, la comprensión interpretativa del comportamiento nos impone una simplificación radical. La copresencia del "todo" en cualquier sitio del acontecer interior conduce al sistema interpretativo de los factores (vectores, tendencias isofuncionales). El copensar del "todo" en sumas de hechos o de eventos es imposible; la percepción es, como operación biósica, una síntesis de eventos; su observación analítica, interpretativa, llega a ser posible a partir del momento en el que la información se convierte en distingo de factores funcionales que se integran dentro del percepto de observación.

Sentimos y pensamos en cuantos y en conjuntos. Observamos cosintiendo y copensando en factores integrantes. Pero estos cuantos y conjuntos biósicos son infinitamente más complicados que los cósmicos. Y la separación de los factores constantes que componen cada acto del comportamiento y su empleo para los fines de análisis científicos es una tarea difícil. Y si bien la simplificación a base del sistema de factores es indispensable, los escollos de tal abstracción son también abundantes. Igual que en las matemáticas, los axiomas referentes al "todo" se precipitan a veces sobre la realidad de lo concreto; pero distintamente a ellas, los números de la biología carecen totalmente de la virtud de la sencillez.

Mucha precaución y reservas se recomiendan, pues, en la determinación de los factores al explorar las isovalencias funcionales de las sustancias, las semejanzas y los antagonismos de los eventos biósicos, evitando la simplificación abusiva y arbitraria sin abandonar por eso los criterios que la visión de la totalidad impone. Las insuficiencias de la abstracción no deben llevarnos a capitular ante lo inescrutable; pero tampoco pueden ser muletas plausibles de simplificación artificial. La Bio-Lógica del organismo, tantas veces subracional, impondrá sus rectificaciones en el copensar factorial razonante, si la determinación misma de los factores no demuestra demasiadas incongruencias entre la realidad del Bíos y la química de las palabras analíticas.

La precaución es tanto más indicada cuanto menos numerosos son los factores básicos del comportamiento. La teoría oréctica hace su reductio ad factorem de una manera bastante radical, operando tan sólo con cinco —cuatro factores y un cofactor general—. A nuestra teoría le parece abusiva la reducción extrema a sólo dos factores, uno exógeno (el contorno) y otro endógeno (el organismo), ya que este último contiene varios factores evolutivamente constituidos en tendencias separables y autónomas. Por el contrario, es francamente inoperante el proceder de aquellos autores que cuentan los factores por docenas, sobrepasando algunos de ellos los cincuenta, dejando incluso la puerta abierta a un aumento aún mayor. Creemos, pues, poder justificar tanto biósica como semánticamente nuestros cinco factores como constantes copresentes en cada acto de comportamiento; autónomamente discernibles, antagonísticos entre sí pero convergentes a través de su integración mutua hacia la finalidad de la supervivencia, a la cual sirve el comportamiento de los seres vivos.

Son, cada uno de ellos, supersistemas que abarcan una multitud de subsistemas con estratificación subyacente compleja; son cinco fuentes del dinamismo energético que por la especificidad de sus funciones impiden en el ser viviente normal la homogeneización interfuncional y con esto la entropía y la muerte prematuras.

Su justificación axiomática reside en la definición que la teoría oréctica da al comportamiento determinándolo como acción hacia el mantenimiento o el desarrollo de la forma organísmica entre presiones de los factores exógenos y endógenos mediante el esfuerzo individual de todo el organismo empleado en la elaboración de estímulos. La visión general de toda esta acción hacia la autoafirmación en la supervivencia corresponde al concepto de que esta autoafirmación nace a raíz de las necesidades individuales tendiendo hacia su satisfacción; de que esta acción siempre depende también de las circunstancias exteriores y se produce dentro de la estructura, típica de la especie. Toda esta acción tiene una finalidad biósica que consiste en la conservación y el desarrollo de la forma (celular, organísmica, de la persona).

El comportamiento resulta interpretable con el concepto de tal copensar de nuestros cinco factores y el conjunto de todo el organismo adquiere mediante ellos su copresencia en cualquier evento y en todos los niveles. La teoría oréctica postula que en cada evento observable puede discernirse un factor de las necesidades individuales (ontogénicas), una tendencia hacia su satisfacción posible, un momento circunstancial, la presencia de los dispositivos evolutivamente acabados de la estructura (herencia filogenética) y el esfuerzo organizado hacia el mantenimiento de la forma. La nomenclatura oréctica abrevia estos cinco factores con las etiquetas siguientes:

del ego (E): el sistema de las necesidades individuales;

del instinto (I): el sistema de las energías específicas de la satisfacción posible;

de la estructura (Hf): el sistema de la herencia filogenética de los dispositivos acabados;

de las circunstancias (C): el sistema del contorno cósmico y social;

de la forma (F): el sistema de la energía potencial de la convergencia y la invariancia de funciones.

Dedicaremos al análisis de estos factores la debida atención más adelante. Hablando aquí del método, tenemos que preguntarnos si estos factores corresponden a la realidad biósica.

Cabe de vez en cuando apelar al sentido común para la respuesta a tales preguntas. ¿Puede cualquier hombre sentir espontáneamente la existencia separada de estos factores? Es evidente que sí. Por lo menos los cuatro primeros no necesitan argumentos especiales. Cualquiera siente sus necesidades individuales, los empujes instintivos hacia su satisfacción, la estructura de los órganos y dispositivos, las influencias del factor exógeno, cósmicas o sociales. En cuanto al cofactor general de la forma considerada por la teoría oréctica como diferente de la estructura, el sentido común nos pediría explicaciones y se las daremos en el curso de este ensayo cuando hablemos del patotropismo. La tesis de que el Bíos se expresa en formas; que el existir o su mengua dependen del buen estado de la forma no es aún un conocimiento claro ni por la vía del sentido común, ni por las conclusiones de la morfología general científica. Creemos poder aducir en pro de la validez de tal tesis algunas razones suficientes en conexión con los fenómenos del esfuerzo y de la tensión mediante los cuales el mando supremo de la forma se manifiesta en la composición de los actos del comportamiento a través de su estimulación específica.

Las mismas definiciones de los factores no presentan tantas dificultades como su delimitación en las sutiles redes de lo observable. Será a veces dudoso si alguna sustancia pertenece al factor "instinto" o al factor "ego", etc., ya que las hay en el organismo que desempeñan un papel múltiple según el lugar que ocupen. Pero sin buscarle a cada una su papel factorial, el comportamiento local y total y la interpretación de las funciones, y hasta de los hechos, empiezan a oscurecerse.

Entonces nuestras palabras se vuelven mitos, se convierten en palabras-placebo, palabras-saco, como, por ejemplo, el "Id" freudiano. Entonces, estamos expuestos también a quedarnos perplejos ante la ampliación de la realidad interior que nos descubre el ultramicroscopio electrónico, o el laboratorio fisiológico o bioquímico.

 

4. El inframicroscopio y la personología

A raíz de los descubrimientos del inframicroscopio, la sencilla célula de Ramón y Cajal se ha convertido en todo un microcontinente selvático y enigmático, difícilmente sondeable y mucho más complicado que las lejanías astronómicas que capta el telescopio. Es una flora exótica de fenómenos, tan densa en, su vegetación que sólo a duras penas podemos orientarnos entre sus maravillas. Estos nuevos descubrimientos ¿pueden hacer ilusorio nuestro esquema de simplificación?

Firmemente creo que no. El esquema factorial del comportamiento rige también en estas honduras de la célula entre sus órganos minúsculos. Es más bien al revés, el sistema factorial oréctico podría servir también al citólogo para poder orientarse en cuanto a las funciones de los, nuevos hechos. La célula no puede comportarse de manera distinta de la del organismo total, hecho de billones de ellas. El sentido interpretativo biológico no cambia: los pequeños dispositivos se mueven también dentro del gran marco formado por "necesidad individual - satisfacción - estructura - circunstancias". Y tampoco pueden, por supuesto, evadirse del mando supremo de la forma.
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2. Una interpretación de la realidad interior de la célula es una abstracción si el organismo como un todo no se copiensa. (A. Policard, Cellules vivantes et populations cellulaires, Masson et Cie, París 1964). (1. Núcleo. 2. Mitocondrias. 3. Retículo endoplásmico. 4. Invaginación de la superficie celular. 5. Centriolos. 6. Golgi. 7. Microvellosidades de la superficie. 8. Vacuolos. 9. Mitocondria. 10. Ribosomas)

Los viejos términos citoplasma, núcleo, membrana celular se están descomponiendo ante la irrupción de los descubrimientos y ya no sirven sino para marcos globales y abreviaciones frente al "puntillismo" microbiológico. Ahora estamos estudiando el reticulum endoplásmico, los ribosomas, los lisosomas, las centriolas, las vacuolas, las pinocitosis, la rofeocitocis, la ciclosis, etc. El papel de estos dispositivos es naturalmente aún poco claro, como también el de muchas sustancias descubiertas recientemente dentro de las organelas conocidas, como por ejemplo, los ácidos nucleicos. Si la fijación de un hecho nuevo llena de alegría al investigador, la obligación de tener que incorporarlo en un orden de la totalidad y de interpretar su función, no le libera de dilemas y de perplejidad. Las viejas teorías o son válidas también para el nuevo hecho o, si no, hay que rectificarlas. Sin teorías interpretativas la ciencia no puede existir.

Es muy posible que dentro de poco, y con el impulso de los adelantos en la microbiología, neuroquímica y bioatomística, se cambie el punto de partida celular por la atomomolecular en el nuevo enfoque de las interpretaciones del comportamiento. Así el lenguaje cambiaría y se diría quizá que el comportamiento de todo ser vivo está determinado por las instrucciones emitidas por el ADN y transmitidas al resto de la célula por el ARN entre ciertas influencias extracelulares. El ADN ejercería el papel del "informador" central en cuanto a las posibilidades de nuestra supervivencia y el mando supremo en la composición de nuestros actos. La adenina, timina, guanina, citosina adquirirían un papel importantísimo en la interpretación del comportamiento y la personología se convertiría más o menos en la proteinología.

Pese a tal visión nueva, el hombre seguiría sintiendo y orientándose subjetivamente y pediría a su ciencia que le explicara el porqué de su amar y odiar. También la teoría atomomolecular debería tener sus factores de tipo general cuyo alcance fuera palpable en todo el organismo al mando supuesto de las nucleínas. Pediríamos explicaciones a esta nueva teoría sobre cómo depende el acto de escribir una novela de los aminoácidos, de igual manera que hoy pedimos a los fisiólogos que miren el comportamiento por encima o por debajo de los detalles de los ciclos de Embden-Meyerhof o de Krebs.

Y el nuevo lenguaje tendría que revestirse de más escrupulosidad en el empleo de las palabras de lo que los alegres precursores de tal concepto suelen usar hoy día en sus explicaciones nucleinófilas. Nos dicen, por ejemplo, que el ADN no fabrica las proteínas protoplásmicas, sino que éstas se construyen en el citoplasma. El ADN tan sólo transmite a los ribosomas sus "instrucciones codadas" para la síntesis proteínica. Pero buscamos en vano el significado satisfactorio de las palabras instrucción y codaje en los vocabularios de tal química. No nos puede dejar contentos si se nos dice que los lisosomas son "paquetes" de enzimas destructivos o que las mitocondrias son "responsables" de la fosforilación oxidativa o que el reticulum endoplásmico es un "coordenador" y hasta "conductor" de la excitación. Etcétera.

La aclaración vendrá poco a poco, no lo dudamos. Pero no será aclaración si sus definiciones y descripciones no van guiadas por las miradas obligatorias hacia la totalidad. No hay fenómenos ni eventos locales en el organismo donde todo afecta a todo. Es verdad que el moderno laboratorio arrastra al investigador a hacer sus experimentos con más prisa y a copensar la totalidad tan sólo de pasada. El culto al detalle en la investigación analítica es indispensable, a condición de que el observador no prescinda de la disciplina puesta al servicio de la síntesis. Entonces su laboratorio se convierte en una tienda de ultramarinos... El personólogo, en cambio, corre el peligro de ser forjador prematuro de la síntesis, de descuidar los detalles verificadores del laboratorio, de caer en el racionalismo demasiado abstracto de los esquemas, en la geometría del conjunto. Cuando persisten tales tendencias, llega a ser capaz de medir la inteligencia sin preguntarse previamente qué es lo que mide; de fabricar millares de tests "psicométricos", presuntuosos y arbitrarios; de recurrir a la filosofía y a la literatura en vez de confesar su impotencia ante la complejidad del organismo o de admitir incluso analogías entre éste y la máquina. Es verdad que está acosado: los padres le piden que establezca en un par de horas la verdadera vocación de su hijo, a quien ellos han podido observar de cerca durante años; los tribunales le exigen respuestas de peritación sobre la responsabilidad de criminales; y los enfermos en las clínicas le atosigan con sus manías y esquizofrenias.

Sus conceptos del conjunto referentes al organismo-persona no pueden encontrar mejor verificación que la que le ofrece la biología desde sus numerosos sectores. El personólogo cree que cuando dice "persona" habla de una realidad compleja y no de una abstracción. Por la introspección puede darse cuenta de que esta verdad sobre la realidad tiene sus equivalencias zoológicas, químicas, físicas y que explorando los fenómenos de la evolución en sus estados de proyección subjetiva que es la persona, no puede prescindir de ellas. Si a la verdad sobre la naturaleza de las cosas de tipo endoantropológico —verdad siempre primero conjeturada, intuida, creída, y después adivinada y hasta captada y formulada abstractamente— se añade su confirmación desde la realidad biósica que podemos clasificar como química, física, energética, etc., vivimos un corto momento de la creación complementaria que nos llena de satisfacción. Esto puede ocurrir a raíz de experimentos deliberados y laboriosos, pero, como sabemos, también por la vía de un azar estadístico, sin tales experimentos. Yo había definido, por ejemplo, lo que llamamos "instinto", tomado por algunos como una noción injustificada, una palabra superflua, un concepto erróneo y aun una realidad inexistente. La realidad química pareció tomar posición en mi favor desde el momento en que descubrí que la acetilcolina y la noradrenalina en las terminaciones nerviosas desempeñan exactamente el mismo papel de inductoras inmediatas al comportamiento que yo atribuía a los instintos en las funciones de la orexis. Esta conversión del instinto abstracto en "instintinas" químicamente más palpables convertía también mi disputa con la realidad en un diálogo comprensivo. La verdad del concepto ha sido confirmada por una información adicional de hechos; la semántica de la idea, por la realidad de la experiencia. La justificación del factor I en el sistema oréctico ha obtenido así más probabilidad.

El personólogo se aleja cada vez más de la filosofía y busca apoyo en la bioquímica y biofísica, pero los detalles suministrados por estas ciencias no le eximen de la obligación de la síntesis para la cual se impone la simplificación del sentido funcional de los pormenores.

 

5. La importancia de lo subjetivo

Concentrando la atención sobre lo afectivo, la teoría oréctica introduce también cambios y correcciones en la teoría tradicional de conocimiento: la captación de la realidad interior y la génesis de la verdad parten en ella del sentir y del estudio de lo subjetivo.

El hombre es un buscador y averiguador de la verdad subjetiva de una manera mucho más amplia e intensa de lo que el burlón sentido de los proverbios le atribuye. Todo nuestro sensorium tiende hacia una validación de la verdad a través de las sensaciones y representaciones, la cognición y la concienciación. La duda de que una mancha verde podría quizá ser azul o violeta le es menos agradable que la seguridad de que es realmente verde. La correspondencia nítida entre el agon del estímulo y la gnosia correspondiente, la verdad introspectiva sobre la realidad interior es biósicamente preferible a la duda en la valoración. Y todas las verdades del hombre son primero subjetivas y éstas son las que cuentan en su orientación vital. Por esto el estudio de cómo nace en el hombre el conocimiento de su realidad y de su verdad subjetiva es imprescindible para la personología. Y el estudio mismo de este devenir se apoya en primer lugar en la observación subjetiva a base de introspección y analogía, ya que el hombre vivo no puede ser objeto de las investigaciones de laboratorio tan fácilmente como las cosas muertas. De lo que sentimos, sufrimos o pensamos, nadie puede ser mejor conocedor que nosotros mismos, pues si lo deseo averiguar, nadie mejor que yo mismo puede disponer de más elementos necesarios para tal verificación. La filosofía atribuye el arte del autoconocimiento a unos privilegiados. La biología, en cambio, ve que todos los hombres son, quién más quién menos, portadores de esta sabiduría. Y que en su orientación vital el hombre) no hace otra cosa que averiguar subjetivamente la medida exacta de sus necesidades, la posibilidad de sus satisfacciones, tomando siempre en consideración el impacto de las circunstancias concretas y las aptitudes de su estructura de dispositivos. Más aún, en cada momento el hombre explora el costo energético que tiene que emplear en el logro de la satisfacción, para que no mengüe la forma de su organismo-persona. Si el comportamiento contiene siempre la copresencia de los cinco factores básicos (I, C, E, Hf, y el cofactor de la forma, F) también las ecuaciones de su conocimiento deben relacionarse con todos ellos. En cada verdad nuestra tenemos fundamentalmente por un lado de la ecuación los I, C, E, Hf, y por el otro, un = ± F (forma). Partiendo de tal punto de vista, nuestra teoría del conocimiento subraya que la lógica formal de la que nos servimos en nuestro lenguaje simbolizado y abstracto, tiene sus raíces inseparables en la biológica subracional y subjetiva, y que las manifestaciones de la razón estriban inevitablemente en las premisas del sentir. Las leyes de la lógica razonante pierden la validez de un código en la medida que ostentan la ambición de separar el pensar del sentir.

La ciencia "objetiva" rechaza a veces operar con los valores subjetivos porque lo subjetivo, dice, no se puede definir ni medir. En cuanto a la definición, sólo es verdad que la ciencia se ha ocupado poco de este fenómeno y de su definición. Si se acercara más al análisis de la emoción, si se fijara en la existencia del fenómeno y de la función del patior y si lo de la forma no estuviera tan abandonado, lo subjetivo quedaría pronto liberado de este prejuicio inadmisible. Lo creemos, pues, definible a base de estas tres componentes con la condición previa de que se estudien detenidamente. Por lo que atañe a la medición, tenemos que preguntarnos: ¿por qué quieren medirlo todo los tecnomaníacos y los manipuladores? Cada hombre puede medir con bastante exactitud lo que siente. Cada hombre es potencialmente capaz de medir lo que el otro sufre. Para saber esto, no tiene que ir al laboratorio a fin de que un robotillo se lo escupa en fórmulas secas de números. Por suerte, aún disponemos al menos de este tiempo autónomo y libre. Si una maquinilla estesiométrica pudiera marcar en grados de intensidad mi amor o mi odio, ¿acaso este dato contribuiría en algo a mi orientación vital? La ciencia tiene sus límites de supuesto objetivismo; sus fanáticos experimentadores, un punto en que caen en la ridiculez. Y su seco lenguaje razonante corre el peligro de reducirse al esquema de abstracción que el Bíos complejo desmiente.

La sequedad y la desnudez del lenguaje de la ciencia no es de por sí ninguna garantía de la verdad. El buen poeta es tan esclavo de la exactitud como el matemático. Ambos formulan lo que sienten. Toda verdad es primero una comprensión emocional; después, una ecuación preverbal; después aún, una conclusión interior; y, si la queremos hacer comunicable, es —puede que sea— una abstracción expresada de lo sentido, más o menos exacta. El procedimiento es el mismo en la poesía y en las matemáticas porque la lógica es de origen biósico: el silogismo primario nace del distingo entre lo agradable y lo desagradable, medido sobre el criterio de la utilidad vital. Este "hic et nunc" es desagradable, dictaminan en su sentir tanto la ameba como el hombre. Para convertirlo en lo agradable —tal necesidad es obligatoria según el mando de la supervivencia— tengo que añadir a ello un comportamiento adecuando x. Lo agradable será, pues, = lo desagradable + la función reactiva del comportamiento adecuado. Tal lógica primaria es la matriz de todas las lógicas del ser vivo. Hasta este fondo podemos analizar cualquiera de nuestras verdades, formuladas o en potencia, interiores o exteriorizadas, poéticas, de sentido común o matemáticas, secas o adornadas. Esta lógica rige la valoración de lo que nos ocurre y su verdad (el valorandum); la del querer sobrevivir, es decir, satisfacer las necesidades (el optativum en una situación abierta al comportamiento posiblemente adecuado) para llegar a un optimum de lo más o menos agradable entre lo asequible. Sea un acto trivial de orientación cotidiana, la composición de un poema o la búsqueda de una ecuación matemática, el esquema de tal lógica-matriz, subconsciente o ya consciente, está en el fondo de nuestro comportamiento. Ninguna lógica humana puede liberarse de esta lógica-matriz biósica, subracional y afectiva. Los que niegan su realidad por ser desagradable o la evitan en el conocimiento sincero y veraz van hacia la desorientación vital del error sistematizado, hacia la locura, o por lo menos hacia aquella situación abierta en la cual, según la mencionada fórmula de Russell, no sabemos de qué hablamos ni si lo que decimos es verdad. Lo agradable-desagradable son categorías del patior, del patotropismo (trope) oscilatorio, posibilista. Nuestra lógica también lo es.

Todas las verdades humanas tienen su cociente constante de relatividad y de indeterminismo, arraigados en el posibilismo de la existencia y de la supervivencia. Nuestras valoraciones en cualquier nivel del organismo, nuestras expresiones en cualquier nivel de la abstracción son un tanteo de la exactitud, cierto grado de suficiencia en la orientación, con residuos de insuficiencia, con bóvedas de autorrealización nunca completamente terminadas. La evolución a través del individuo deja siempre en nuestras vivencias y en sus actos consumatorios un mínimo del (x -1) de autocorrección proyectable pro futuro. Morimos siempre sin autorrealizarnos completamente. También vivimos así. Pero el margen de más-autorrealización a través del comportamiento es amplio, la "más-forma" de la persona es grandemente asequible.

Su optimum no depende del grado de su abstracción razonante sino de la cualidad de lo sentido, por debajo de él. Valoramos emocionalmente, tanto si la valoración nos conduce a los actos de agresión o de amor, como si nos induce a expresar en poesías o fórmulas matemáticas las verdades vividas.

Esto es precisamente lo que la teoría oréctica quiere subrayar en la personología frente al exagerado racionalismo de los conceptos tradicionales.

La función de la personalización, del devenir autocreador, es una perspectiva abierta para todos los individuos del género Anthropos. Es asequible no solamente la verdad sobre el género, sino también la verdad sobre uno mismo, pero lo es tan sólo para quienes esta endovía representa una necesidad genuina, un interés, curiosidad y atención a lo que ocurre desde dentro. Podemos sobrevivir más o menos zoicamente, defendiéndonos estratégicamente, procreando con alegría o a gritos, determinados por las glándulas y autocreándonos muy poco. A la evolución lujosa le basta también este mínimo. Pero nos deja en libertad —la única que nos brinda— de abrir en nuestro propio seno un taller del autoconocimiento, de valemos de nuestro poder imaginativo, que puede conducirnos a más verdad sobre nosotros mismos. Mediante este arte interior, en progresiva y laboriosa concienciación de lo que realmente somos, el continente interior aparece conquistable: podemos morir menos desconocidos ante nosotros mismos?

¿Vale la pena lanzarse hacia tal conquista?

A esta pregunta no hay respuesta general ni colectiva. La autotecné es un asunto puramente personal y la respuesta también lo es. Es, como todo el arte, individualizante, antifalanstérico, antiesquemático, antiestereotípico. Es un correctivo a las respuestas colectivas, religiosas, morales, sociales, científicas: la fina rebeldía de la persona, que tiende hacia la cuerda afirmación quijotesca del "Yo sé quién soy".

La verdad de tal respuesta personal rehuye la abstracción prematura y precipitada. Las pinceladas, cinceladas, versos y matemáticas que nacen en nuestro taller de la personalización rehuyen también la rápida geometría racional. El dramatismo de esta escena interior se nutre de la dialéctica emocional y de los esfuerzos patotrópicos muy por debajo de la superficie racional. En el subsuelo de la conciencia las mismas leyes y los mismos métodos biósicos rigen la valoración emocional de la microrexis de la célula-organismo que en la macrorexis articulada de la vigilia del organismo-persona. La conciencia completa es un grado de concienciación y de conocimiento, y no una función opuesta al subconsciente. Nada ocurre en el estado de vigilia sin la debida preparación previa en la microrexis. También la célula tiene su grado de concienciación y de cognición.

Explorando los aspectos subjetivos de tal enlace fundamental, la orectología —que se dedica a la investigación de los fenómenos afectivos dentro de la endoantropología zoológica y personológica— profesa radicalmente la unidad funcional y la inseparabilidad fenomenológica cuerpo-alma, vida-sufrimiento, emoción-razón, consciente-subconsciente, organismo-persona, forma-energía, espacio-tiempo, objeto-sujeto. Ensancha, además, el dominio de lo afectivo dentro del organismo, subrayando que la percepción y la sensación, la representación y la memoria pertenecen a ello. Que existe una cognición subconsciente y que la célula valora. Y que no hay diferencia biósica entre la excitación celular y la emoción de nuestro amor y nuestro odio. Insiste también en que el problema de la forma superestructural en la biología es urgente e indispensable para la comprensión del comportamiento.

La personología de nuestro siglo, aun siendo la más reciente entre todas las ciencias, tiene en sus varias escuelas magníficos y profundos representantes cuyas exploraciones han logrado gran extensión. No obstante, el viraje occidental hacia la investigación de la vida interior del hombre cae paradójicamente en un siglo en el que la tecnología de su hombre activo alcanza unas alturas paroxismales. Los métodos exoantropológicos de mirar y medir al hombre desde fuera se infiltran poderosamente entre los métodos de la endoantropología. El confort técnico del hombre blanco aspira hoy a la comodidad de que un sabio robot le facilite en un cerrar y abrir de ojos el diagnóstico de sus penas y enfermedades junto con la receta de las píldoras correspondientes. En la antesala de tal perspectiva, el perito mismo fabrica asiduamente sus maquinillas y sus tests, precursores de la robotización.

Por su lado, la industria farmacéutica se empeña no solamente en la noble tarea de aliviar con sus productos el terrible dolor del canceroso, sino también de anestesiar al hombre frente al planteamiento de sus problemas, y esto antes de que él pueda preguntarse de dónde procede su insomnio, cansancio, irritación. Así se aleja el hombre de sí mismo, su exteriorización se ha acentuado considerablemente, por lo menos en una gran parte de la zona del hombre blanco. El vivir desde dentro le resulta ahora aún más obstaculizado por otros fenómenos de la exteriorización. La fiebre astronáutica se ha apoderado de nosotros, aunque no sepamos qué buscamos exactamente en el cosmos, si el poder o la aniquilación. El valor de la vida humana y la importancia de la persona se están reduciendo entre las tenazas de la inundación demográfica y las espléndidas perspectivas de los cohetes y gases. Mientras tanto, la ruidosa tecnología de las imperiosas comunicaciones de información absorbe nuestro tiempo de intimidad en los hogares. Del resto de nuestro tiempo se encarga el impacto de la economía y sus superorganizaciones. Alienación, reificación, anestesia de la persona; deshumanización de los saturados; impotencia y odio de los hambrientos y necesitados de la justicia crecen espasmódicamente. Y mientras nos jactamos de las victorias sobre el anofeles y el treponema, la locura del Homo furia aumenta solapadamente y el asesino potencial de nuestro tiempo calcula en millones, sustituyendo en su vocabulario técnico la primitiva palabra matar por la moderna exterminar.

¿La Edad de la Persona?

El que quiera vivir una vida personocéntrica en estas circunstancias, y ser lo que es mediante la autocreación, tiene que hacerlo evidentemente en un alarde de humanismo privado a pesar de esta pesadilla tecnológica, por debajo o por encima de la extraña anestesia. El antídoto de la angustia apocalíptica se llama autognosia. Se ha llamado siempre así. Si no es un remedio omnipotente contra la locura, tampoco es una droga anestesiante, ni un placebo ilusionista. Sin embargo, este remedio no vale si uno no prepara la dosis adecuada para sí mismo.

En esta tarea la personología puede servirle tan sólo de amigo compasivo, no de tutor ni de mago.

 

Notas:

[1] Término que según las recientes investigaciones aparece por primera vez en la obra del filósofo y poeta yugoslavo Marko Marulich (1450-1524), Psychologia de ratione animas humanae.

[2] «Es difícil inferir lo que ocurre en el nivel celular a partir de los estudios referentes a todo el organismo; y por los mismos indicios es igualmente difícil inferir lo que sea en el comportamiento desde la información referida a los acontecimientos en células individuales o sistemas SNC.» (P. B. DEWS en Monoamines et Système nerveux central. Simposio Bel-Air, Ginebra 1962.)

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Última actualización:
21/03/06