Emoción y sufrimiento. V.J. Wukmir, 1967. 2. La emoción
«Le sentiment est á l'origine de tout.»
1. La incógnita de lo afectivoEn su sistema antropocéntrico, Buda emprendió un profundo análisis endoantropológico para salvar al hombre de su sufrimiento terrenal. Recomendó la compasión, y la comprensión del comportamiento humano mediante ella, pero no nos dejó teoría alguna sobre la emoción como tal. Los sabios griegos, enamorados de la Razón y deseosos de encontrar la verdad a través de ella, dejaron que sus grandes artistas trágicos se ocuparan de la motivación emocional y del sufrimiento. El cristianismo teocéntrico explora a través de su teología la voluntad y las cualidades de Dios; la biología del pecador le interesaba poco: la verdadera vida empieza después de la muerte. La filosofía de nuestros últimos siglos dejó en sus sistemas poco sitio al análisis de los sentimientos. Surgían voces que subrayaban su importancia (Hobbes, Hume, Vauvenargues, Spencer, Schopenhauer), pero la teoría del conocimiento en todos estos sistemas conservó su carácter racionalista y metafísico. Dilthey y James abrieron una brecha en este modo de pensar, pero fue un fisiólogo, el gran Claude Bernard, quien inició un cambio radical en ello: "El sentimiento está en el origen de todo. El hombre empieza por crearse una hipótesis que no es más que la expresión de su sentimiento, puesto que razona sobre él". (Le cahier rouge.) Y tuvimos que esperar hasta los años treinta de nuestro siglo para que dos fisiólogos atribuyeran atrevidamente a la misma célula la capacidad emocional: Von Monakow y Mourgue supusieron en sus trabajos un germen afectivo en cada célula formulándolo como "un sentir de presión y de sufrimiento". Con esto empezó la construcción del puente entre lo que intuyeron unos grandes artistas, tales como Goethe (Gefühl ist alles) o Leonardo, y la biología moderna. Cogida entre la filosofía y la fisiología, la ciencia que debía aclarar el problema, la psicología, se muestra todavía lamentablemente confusa sobre este punto. Hemos llegado a los primeros simposios sobre la emoción; hemos aceptado las sugestiones de la clínica que cada vez más insiste en la importancia de lo afectivo referente a lo patológico. Pero si el fisiólogo, el médico o el lector en general quiere consultar al psicólogo sobre lo que. piensa de esta noción, quedará bastante insatisfecho de sus respuestas. Más que las escasas monografías sobre nuestro tema, son los diccionarios modernos que reflejan contundentemente el embrollo reinante alrededor de esta definición, y es preciso resumir otra vez aquí lo que dicen sobre ella los diccionarios más en uso en la actualidad, por ejemplo, los de B. English, Warren, Drever, Piéron [1]. Tan buenos y concienzudos en otros aspectos, en este punto sensible se nos vuelven misteriosos. Sin tener propiamente culpa de ello, son tan sólo reflejo de la situación general de la época. El diccionario de B. English, por ejemplo, confiesa honradamente que la orientación en torno a esta noción es en la actualidad sumamente difícil. Como para muchos otros, para él también la emoción es un "disturbio", una "alteración aguda" en el comportamiento del hombre, en conexión con "amplios cambios viscerales". La emoción, ¿simplemente un "disturbio", tanto la de amor como la de odio? Definida así, es característica de la gente que cree en el poder de la razón y hasta en la llamada "razón pura". Por su parte, Warren considera que puede liberarse de su propia responsabilidad citando nada menos que ocho definiciones de la emoción, diferentes entre sí, por lo que sólo contribuye a aumentar la confusión. Aquí encontramos que la emoción es una experiencia o un estado psíquico "acompañado" de sentimiento; o que es un "tonus afectivo"; "cambios corporales marcados por un sentimiento"; actividad inspirada por las "situaciones sociales"; "predisposiciones sensorio-motrices innatas"; etc. ¡Un perfecto embrollo! Ya en la segunda mitad de nuestro siglo (1952), J. Drever, en su diccionario, dice: "Emoción: Diferentemente descrita y explicada por los psicólogos, pero todos están de acuerdo en que es un estado complejo del organismo, envolviendo cambios corporales de carácter extenso—en la respiración, pulso, secreción glandular, etc.— y, en la parte mental, un estado de excitación o perturbación, marcado por fuerte sentimiento [feeling], siendo usualmente un impulso hacia una forma definida de comportamiento". ¿Dice algo a alguien la frase estado complejo del organismo? ¿Acaso hay estados en el organismo que no sean complejos? ¿O que no sea un cambio corporal? ¿Cuáles son los factores que toman parte en tal "complejidad"? Sabiendo que las emociones son diversas, ¿cuáles son los criterios por los que podemos diferenciarlas? ¿De qué manera está "marcada" la excitación por un "fuerte feeling"? ¿De qué depende la intensidad de este feeling? Si acudimos, en el mismo diccionario, al término feeling, lo encontramos definido como "aspecto afectivo de la experiencia". Y si pedimos al mismo diccionario la respuesta sobre lo que es el afecto o lo afectivo, nos dice: "En su uso moderno, cualquier categoría del feeling o de la emoción". Y aquí nos quedamos en un A = A poco explicativo: la emoción definida por un feeling, éste por lo afectivo, y lo afectivo otra vez por los dos. ¡Un clásico círculo vicioso! Una conclusión secundaria y sana que podría obtenerse de tales definiciones —aunque los autores no quieren ir a ella— es que todos estos fenómenos de feeling, emoción, sentimiento, etcétera, pertenecen al mismo fenómeno biósico, lo afectivo en general. Nosotros estaríamos de acuerdo en seguida con tal tesis, pero ésta todavía no prevalece en la endoantropología. Otra idea que emana solapadamente de la definición de Drever —la de que la emoción es un "impulso hacia una forma de comportamiento"— también podría aceptarse si cumpliera con la obligación previa de definir la emoción misma. El más completo de los diccionarios de endoantropología que manejamos, el de Piéron (1957), pasa, como los precedentes, por los mismos escollos interpretativos alrededor de esta noción. La emoción, dice, "esta palabra de lenguaje común, se aplica en la psicología a una reacción afectiva de intensidad bastante grande, dependiente de los centros diencefálicos, y que engloba normalmente unas manifestaciones de orden vegetativo. Las emociones fundamentales, fuera de la emoción-shock, comprenden la alegría y la pena (dolor), el miedo y la ira, el amor y el disgusto". La gracia de los diccionarios consiste en su parquedad y en el esencialismo, pero aquí tenemos la impresión de que el ilustre autor francés quiso salvarse de un problema incómodo evadiéndose por un atajo. También él sigue la pauta de Drever, determinando la emoción como una "reacción afectiva", pero procura dar un paso más, al definir a su vez el afecto mediante el principio del placer-displacer, lo agradable-desagradable. El afecto sería algo que podríamos colocar entre estos dos polos, pero sobre este algo no nos dice nada, y es precisamente esto lo que nos interesaría. Si llegamos, hojeando el diccionario, a la palabra placer, encontramos la puerta cerrada. Dice simplemente: "Véase afecto". Allí la definición empieza con decirnos que el afecto es "un estado afectivo": A = A... otra vez. Evidentemente, y por muchas razones, esta definición es difícil, si no podemos hacerla mediante los factores que componen el fenómeno afectivo, o si vemos en este fenómeno no una función normal del organismo, sino ya de antemano una disfunción. Kant clasificó las emociones como "enfermedades mentales", y hasta Janet, ya en nuestros días, se atrevió a llamar al amor una enfermedad... Hay emociones que nos estorban; son desagradables el odio, el miedo, la ira, los celos, etc. Pero hay muchas otras que nos son benefactoras: las religiosas, las éticas, las estéticas, etc. Y, sin embargo, también éstas se componen de los mismos factores, también ellas nacen en las mismas células que las anteriores. La constelación interfactorial es la que cambia en ellas y por ella las diferenciamos en el sentir subjetivo con mucha facilidad: nos orientan sobre lo que tenemos que hacer a raíz de ellas y, según sus instrucciones, nuestros actos serán también muy distintos. Ni siquiera el odio es una disfunción, sino una orientación, por cierto en una situación difícil; y llamar al amor una enfermedad es francamente una aberración o una disfunción del observador, por genial que fuere en otras cosas. La teoría oréctica considera la función afectiva del organismo-persona como un modo general de todo lo vivo que le permite la orientación frente a las presiones y los riesgos del sobrevivir. Postula además que las expresiones del lenguaje común tales como emoción, sentimiento, afecto, etc., apuntan hacia el mismo fenómeno afectivo, oréctico, y que este fenómeno surge en todos los sitios del organismo en los que se lleva a cabo una operación de la orientación vital, trátese de una célula o de muchas. En todos los sitios, pues, en los que podemos palpar o suponer la presencia de los mismos factores básicos y la del cofactor general. Si tal postulado es válido, la extensión de lo afectivo, de lo oréctico, viene a ser muy general en todos los niveles del organismo. Pertenecen al fenómeno afectivo en primer lugar las grandes categorías emocionales, analizables también conscientemente por el hombre y para las cuales tanto el lenguaje común como el científico tradicional emplean los términos de emoción y sentimiento, tales como el amor, el odio, el miedo o la angustia, la ira, la paz, las emociones de lo bueno, de lo bello, de lo religioso, del éxito o de la frustración, etc. Pero la teoría oréctica reclama para lo afectivo también algunas categorías que hasta ahora se han atribuido al dominio de la razón, insistiendo en que, como por ejemplo en la comprensión y en general en toda valoración de situaciones vitales, de cosas y de personas, lo afectivo es lo que predomina y determina la orientación. Esto vale igualmente para la autovaloración que produce los fenómenos orécticos de orgullo o de soberbia, de moderación y de humildad, la indiferencia, la duda, el aburrimiento, etc. Viene después la serie de los fenómenos que hemos llamado paraemociones [2]: la atención, la curiosidad, la espera, la simpatía o antipatía, etc. Y la numerosísima categoría de las emociones reactivas, del tonus afectivo-reactivo que representa la serie de nuestras sintonías y distonías (llamadas también "timias"), de nuestras alegrías y penas, del placer y del disgusto, con sus variaciones de sentirse uno libre u oprimido, inferior o inseguro, solitario o comprendido en la convivencia. Analizando detalladamente estas categorías en mis obras POV y HAS [3], hemos podido encontrar en todas ellas la presencia de nuestros cuatro factores y del cofactor general e intentar la definición de cada una a base de las variaciones de posición que dentro del orectón (la unidad de una operación oréctica) toman estos factores. Y como la orexis de la clase que sea empieza con la llegada de un estímulo a un receptor, el evento oréctico se produce ya en este principio: la sensación misma es un típico evento oréctico no solamente en sus niveles conscientes sino también en los subconscientes, por los que necesariamente tiene que pasar antes de devenir consciente. Veremos más tarde que las representaciones (imágenes, signos interiores) surgen de la memoria a raíz de unas instrucciones recibidas oportunamente desde el mando oréctico, para ser utilizados en los procesos de la valoración emocional.
La lógica bio-lógica del concepto oréctico descansa sobre el concepto de que toda elaboración de un estímulo en el organismo, consciente o subconsciente, obedece a las mismas leyes de la orientación vital en cualquier ser viviente; que la orientación vital empieza con la llegada del estímulo a un receptor; que el mecanismo de tal elaboración, a lo largo de integración de los factores y regido por los criterios de la utilidad vital patotrópica, es igual en un protozoario como en el hombre, y que la igualdad esencial de estas operaciones de la orientación vital descansa en el procedimiento oréctico, el del sentir subjetivo. Con tal extensión radical de lo afectivo sobre toda la elaboración del estímulo, la teoría oréctica subraya tan sólo la evidencia de que el organismo no hace otra cosa que elaborar estímulos en cada momento y en todos sus niveles, procurando sobrevivir entre las presiones que le vienen por fuera y por dentro. Que este "procurando sobrevivir" significa la obligación de valorar y que esta valoración, nada mecánica, le cuesta esfuerzos y tensiones para cuya medición dispone de criterios en el sentir subjetivo. Que las situaciones concretas de cada momento, en todos los niveles del organismo, cambian constantemente dentro de las grandes líneas filogenéticas de su especie. Que a pesar de las fuerzas de la gravitación y de la inercia, de la economía evolutiva del hábito y de la habituación, el cambio cuantitativo en las interrelaciones factoriales fuerza implacablemente a todo vivo a componer comportamientos de adaptación a la vida siempre precedidos por una adecuada, y a menudo también por una inadecuada, elaboración afectiva de estímulos. Bajo la visión oréctica el organismo está en cada momento dividido en una parte que se ocupa activamente de tal elaboración concreta y en otra que se está preparando para recibir debidamente los estímulos. Pero esta generalización de lo afectivo y este hincapié sobre la importancia del sentir subjetivo contiene también otras implicaciones conceptuales, que retan a los tradicionalismos racionalistas. Se apoyan estas implicaciones en el hecho de que la mayor parte de la orientación vital del organismo se liquida subconscientemente, en la suborexis, y que lo adecuado de la orientación consciente depende directamente de aquélla. Gran parte de la orientación consciente es, en el hombre, preverbal, compuesta de signos y de imágenes interiores que si bien no tienen nombres en el vocabulario racional, son completamente suficientes para guiar su comportamiento. La teoría oréctica implica no solamente que el pensar del hombre depende de las matrices afectivas de la valoración, sino que la aparente autonomía de la articulación razonadora obedece también al codaje afectivo. Pero ante todo, prestemos ahora algo más de atención a los factores orécticos.
2. La orexis básicaEl factor exógeno de las circunstancias (en nuestro sistema interfactorial marcado con la letra C del latín circumstantiae, circonstances, environment, Umwelt, epiechon) es relativamente fácil de definir: todo lo que desde fuera llega al organismo y puede ser objeto de recepción por algún receptor equivale a este factor (ondas, partículas, energía cinética, térmica, eléctrica, química, irradiante, etc.). El número de los receptores conocidos crece constantemente en la biología animal. Entre los recientes han sido descubiertos los vibrorreceptores y electrorreceptores en ciertas especies y nada cierra la perspectiva de que un día se descubran también receptores para recibir mensajes que hoy día aún llamamos parapsicológicos o extrasensorios. El factor de las circunstancias (C) se presenta, pues, como el sistema que influye en el comportamiento del organismo por la estimulación fisicoquímica de su ambiente cósmico (Cc), de su medio biósico, procedentes de las demás especies (Cb) o la de su propia especie en su contorno social (Cs). También cada célula dentro del organismo tiene sus circunstancias (varios líquidos del llamado "medio interno" y las influencias de las demás células). Podemos, por lo tanto, hablar de las circunstancias extracelulares y extraorganísmicas. En el esquema interfactorial, el factor C y la autonomía de su estimulación es el más asequible tanto al sentido común de la comprensión como a la observación científica. Tanto es así que varias teorías del comportamiento reducen el estudio del organismo a sólo dos factores, uno exógeno de cualquier contorno y otro cuya unidad es el organismo total, colocado dentro de este contorno. Nosotros no seguimos tal simplificación extrema del dualismo "organismo-contorno" que nos parece un resultado del pensar mecanicista. Todas las influencias exógenas C llegan a los receptores como cantidades fisicoquímicas. Es el organismo y la orexis que las convierten en cualidades y en su significado biósico. Hemos creído sentar con toda seguridad que la dialéctica evolutiva dentro del organismo consta de, al menos, tres tendencias antagónicas y separables en las que la evolución está interesada desde sus comienzos. Una de estas tendencias fundamentales es conservadora y consiste en la estructuración progresiva de los procesos fluentes en órganos de funciones estables y recurrentes, que permiten el desarrollo y el mantenimiento de las especies proyectadas o creadas ya y su continuación por la herencia (la estructura del phylum). La segunda tendencia es la de la ontogénesis, un principio individualizante de variación, que abre paso a la creación progresiva de nuevas especies y a la diversidad de los individuos dentro del mismo género. La tercera tendencia es una fuerza energética que obliga a todo lo vivo a la supervivencia forzosa y adaptativa mediante la satisfacción de sus necesidades. Hemos formulado deliberadamente estas tres tendencias en términos de sentido común fuera del lenguaje corriente de la genética y sin adherirnos a cualquier teoría evolucionista especial; queremos simplemente decir con ello que estas tres tendencias son fácilmente discernibles prima vista en cada acto de comportamiento, y que este concepto sirvió de base para la clasificación tripartita de los factores endógenos, con los que corresponde ala primera tendencia nuestro factor de la estructura filogenética heredada (Hf ), a la segunda el ego individual ontogenético (E) y a la tercera los instintos (I ). La teoría oréctica postula que a cada acto consumatorio de comportamiento precede la integración interfactorial de los factores exógenos y endógenos que empieza con la recepción subconsciente del estímulo. Las características generales de los factores orécticos son las siguientes:
Tendremos bastantes ocasiones para ocuparnos de los pormenores de estas características generales en las páginas que siguen. Volvamos ahora a las definiciones formales de los factores endógenos desde el punto de vista) del comportamiento. a) En la duración existencial de una especie (animales o plantas; la estructura filogenética heredada e innata (Hf ), típica de la configuración general en que los individuos de esta especie nacen y viven, es un aspecto de la evolución acabada provisionalmente que se manifiesta mediante dispositivos con funciones crónicas, cíclicas y recurrentes que. poseen una estabilidad relativa. Esta estabilidad depende principalmente del metabolismo constante de las sustancias químicas que componen los dispositivos y de la complejificación atomomolecular subyacente. Los órganos y las organelas del ser vivo son, pues, un resultado de la economía evolutiva que en su transcurso milenario ha; construido unas estaciones por las que corren los trenes dinámicos de la estimulación. Las paradas son obligatorias, y en cada una de ellas la elaboración del estímulo recibe un tratamiento indispensable para el viaje hacia el acto de comportamiento, sobre todo en cuanto al aprovisionamiento' de las materias primas para la combustión. El conjunto de estos dispositivos estabilizados es al mismo tiempo el espacio intraorganísmico dentro del cual se desarrollan las funciones de los demás factores, desde la superficie de la piel hasta el último escondite del gene. Dada la enorme complejidad de los fenómenos biósicos, es a veces difícil para el análisis racional llegar a las conclusiones seguras de si algo es ya un dispositivo, órgano, o tan sólo la manifestación de una función o un proceso. Cuanto más bajemos a los niveles atomomoleculares del organismo, tanto más se oscurece la distinción entre la energía y la estructura, entre el proceso y la función. El impacto de las nuevas teorías atómicas, ensanchando fértilmente los microhorizontes de la observación, descompone en nuestro modo de pensar la firmeza y la solidez anatómica e histológica de los dispositivos que hace pocos decenios hemos creído entrever en líneas y texturas geométricas. La estructura arquitectónica empieza a desdibujarse y a vibrar también en biología. Y el modo de pensar evolucionista cuestiona incluso lo acabado de la estructura como típico y característico de una especie. Los límites de una membrana celular o de un núcleo, visible en las fotografías inframicroscópicas, ¿son fronteras fijas de la estructura o se trata de vagas interfunciones entre el contorno celular y otras funciones intracelulares? ¿Está justificado del todo este distingo "intra-extra" en los momentos en que el observador está acosado por la visión del panta rhei? En tales dilemas y sus consecuencias vienen en nuestra ayuda los viejos sentidos clásicos, sobre todo los de la visión y del tacto. Para ellos, no es verdad que "todo fluye" y a ellos debemos también la palabra estructura. Y por ello aún estamos obligados a poblar el interior del organismo con muchas configuraciones de órganos y organelas, más estables para nuestra percepción que el mero hormigueo de los átomos y el fluir de las innumerables sustancias. En tal introspección poco nos cuesta atribuir el grado de órgano a los ribosomas de la misma manera que lo otorgamos al corazón o al cerebro. El espacio interior del organismo abunda en dispositivos que con sus funciones consagradas por el tiempo evolutivo, de carácter cíclico, recurrente y relativamente estable parecen oponerse a la transición de meros procesos irreversibles. Este espacio específico es todo un sistema de la supervivencia, es un factor autónomo. Lo componen los dispositivos estables del metabolismo y del geneticismo, aptos para suministrar y manejar las materias primas de la supervivencia. Los genes también son materia prima de la herencia. Definiremos, pues, para nuestro uso endoantropológico, al factor de la estructura filogenética (Hf ) como sistema endógeno de los dispositivos heredados cuya finalidad factorial es la de suministrar las materias primas necesarias para la satisfacción de las necesidades del organismo y la de servir de espacio específico evolutivamente acondicionado para las funciones de los demás factores endógenos y exógenos. Adelantándonos a lo que explicaremos posteriormente, tenemos que subrayar también aquí que no identificamos la estructura y la forma. Este factor atávico y vetusto, sordo y gruñón que como promovedor de metabolismo huele mucho a amoníaco y a grasas rancias y que, como aparejador de sus dispositivos es un constructor rutinario que emplea matemáticas exactas en sus cálculos, no es al mismo tiempo el arquitecto de la forma. Este arte incumbe al cofactor general morfoúrgico, sin el cual se derrumbarían también los edificios más sólidos de la estructura. b) También el otro factor endógeno, el factor ego (E), es omnipresente en cada acto de comportamiento y en la preparación del mismo. Por dondequiera que surja una necesidad (need, besoin, Bedürfnis) —y no hay momento durante la vida en el que este fenómeno del (x - 1) no existiera en alguna parte del organismo— el desequilibrio de las necesidades se presenta marcado por su signo individual e individualizante, por su carácter ontogénico (Ho). Las necesidades-desequilibrios amenazan en su pauta oscilatoria el balance de la supervivencia, pero en el esfuerzo organísmico de convertirlos en equilibrios la marca individual tampoco falta nunca. Lo enigmático de este sello (Ho) dentro del marco general filogenético de la especie puede estudiarse genéticamente en la ontogenia profunda de la célula al nivel atomomolecular, y aún con más visibilidad, fisiológicamente, en el sistema oscilatorio de los iones (electrolitos) alrededor de la membrana celular (balances homeostásicos o dinastásicos B). En la personología, esta omnipresencia del factor ego (E) retiene la atención de los caracterólogos (rasgos del carácter, aptitudes temperamentales, actitud de la postura vital). Por debajo de ellos, es ]a memoria (M) la que confirma tajantemente que el ego no es una variación estadística del azar, sino todo un sistema del orden determinado y unitario, que se manifiesta con regularidad a través del pasado de la experiencia individual y que influye por las mismas líneas en la composición del acto futuro. El saber oscilar entre más o menos posibilidad en la superficie es una sabiduría (Cannon) profundamente individual, egotina. Parece que el organismo dispone de sustancias específicas que asumen este papel alrededor de la membrana (iones de hidrógeno, potasio, calcio, magnesio, cloro, etc.). Definimos el factor ego como sistema oscilatorio o de los balances por el cual, frente al comportamiento genérico, las necesidades-desequilibrios aparecen provistos de la marca individual de la herencia ontogenética (Ho) al fijarse, en vista de las posibilidades de la satisfacción futura abierta a valoración, la medida actual y concreta de los desequilibrios dinastásicos al nivel de la célula, los del orden mnésico y de la postura vital al nivel de la persona. Desde que los estudios fisiológicos hicieron patente la interesantísima coreografía oscilatoria de los electrolitos alrededor de la membrana celular, la definición del ego ha podido salir de las vagas descripciones filosóficas y psicoanalíticas hacia un factor palpable, omnipresente en todas las funciones del organismo. Las necesidades de la especie son generales, y en esto todos los seres vivos son iguales desde el punto de vista evolucionista: las necesidades surgen para ser satisfechas mediante el comportamiento que ha de componerse. Pero, dado que los factores nunca son cuantitativamente idénticos, el organismo ha de tener un sistema por el cual se pueda fijar la medida concreta y actual de una necesidad. Todos los hombres tienen el impulso de procreación en potencia, pero la necesidad de procreación tiene en cada momento diferente intensidad. Y hay más: frente a este impulso general filogenético, en cada hombre se distingue por su marca individual. Ninguna necesidad se presenta sin ella. En esto todos somos profundamente desiguales, individualmente. Por su capacidad oscilatoria, el factor ego fija la medida exacta de la necesidad concreta, actual, individual y por este balance la valoración que conducirá al acto tendrá una base cuantitativa. El eje oscilatorio del ego indica al resto del organismo la medida de la necesidad concreta igual si se trata de un desequilibrio en el metabolismo, en las glándulas o en los músculos (balances dinastásicos u homeostásicos) que si se produce en la relación "carácter-temperamento" de la persona (balances de la postura vital). El factor ego no se refiere tan sólo al nivel de la persona; en su sentido cuantitativo y en su papel de eje oscilatorio, cada protozoo dispone de este factor. La determinación biológica de la "necesidad" causa bastantes dificultades en las teorías interpretativas endoantropológicas, si los criterios básicos para enjuiciar el significado del comportamiento no parten de la noción de la supervivencia. En general la teoría oréctica define la necesidad como "cualquier situación funcional abierta al comportamiento de supervivencia", lo que quiere decir abierta a la valoración de un estímulo, siendo la valoración la primera reacción de la célula frente a la llegada de un estímulo exógeno o endógeno. Tal noción de la "necesidad" adquiere su sentido tan sólo si en las observaciones interpretativas partimos de la función y no del proceso, y si postulamos que no hay comportamiento de ninguna índole sin la presentación de una necesidad. No compartimos la opinión mecanicista de que el organismo "almacena" la necesidad y los estímulos la satisfacen o no. Lo que sucede en la realidad es que el organismo se prepara a recibir y a elaborar estímulos y no hace otra cosa que ésta, es decir, prepararse y elaborar: tal es la necesidad primordial de la supervivencia. La "situación abierta al comportamiento" nace por el continuo cambio cuantitativo de los factores del comportamiento y a causa de este continuum las necesidades se producen tanto por la preparación a la recepción de los estímulos como por su llegada al receptor. El ego es un "analizador" biósico de los equilibrios-desequilibrios, nada abstracto, ya que sopesa las cantidades concretas que se presentarán para la valoración. Sin tal análisis cuantitativo el comportamiento sería un resultado mecánico de las presiones factoriales en curso, y el organismo un tubo o una turbina. Resulta evidente que no es tan sólo una máquina. c) Hemos dedicado en los trabajos anteriores bastantes páginas al tercer factor endógeno, el instinto (I ) [4]. Esta noción y su fenómeno biológico han sido brillantemente rehabilitados en el decenio pasado por los zoólogos y fisiólogos (Von Frisch, Piéron, Grassé, Lorenz, Tinbergen, Hediger, etc.) en un momento en el que algunos behavioristas y reflexólogos creían poder celebrar su réquiem. Hay cosas en la vida que ningún animal ni hombre tienen que aprender, puesto que las saben perfectamente por las instrucciones innatas. A éstas pertenece la prontitud en movilizarse para satisfacer sus necesidades, la prontitud del instinto. Los que se han inclinado sobre esta sabiduría primordial del organismo y sobre los tremendos impulsos de sus mandos; los que se fijaron en el impacto de las fuerzas de conservación (primus), de procreación (secundus) y de creación (tertius) que dominan en nuestros actos, no han podido prescindir de la noción del instinto en sus teorías. Por nuestra parte, definimos el instinto como energía biósica, trasmitida por los antepasados a los sucesores del phylum, innata en el organismo, que actúa a través de las sustancias específicas de acción como inductoras a la satisfacción de las necesidades mediante el comportamiento de autorrealización, típico de la especie y afirmativo para el individuo. Hemos creído poder indicar unas sustancias específicas de acción para las que sugerimos el nombre de instintinas, inductoras indispensables al comportamiento inmediato. Apoyándonos en las investigaciones de bioquímicos y neuroquímicos (Gaddum, Adrian, Feldberg, Eccles, Nachmansohn, Pfeiffer, Brodie, Costa, los dos Hebb, Schürmann, Brown, Ariens y otros) referentes al papel de la acetilcolina o de ciertas catecolaminas en el sistema nervioso, hemos visto confirmarse progresivamente nuestra hipótesis según la cual existen en el organismo tales instintinas cuya descarga (release) induce al acto consumatorio. Fuera de las mencionadas, muchas otras atraen nuestra atención, en el mismo sentido, pero nos abstenemos de añadir a ellas precipitadamente y sin averiguación las muy sugestivas del ADN y ARN de las que aún dudamos si pertenecen a las instintinas o bien componen la base energética del cofactor de la forma (F). Es fácil caer en un círculo vicioso de la lógica al determinar el papel del instinto en el comportamiento. Observando a Bíos en su totalidad, las tres presiones evolutivas de la supervivencia, las de conservación, procreación y creación, pueden aparecer en un aspecto primordial de un a priori biósico, determinando globalmente todo el comportamiento, es decir, como urgencias primordiales, causas primarias, anteriores a cualquier necesidad y hasta determinantes de cualquiera de ellas por su papel de "superinstintos". De aquí viene entonces la frecuente confusión de hablar de actos de comportamiento "instintivos" y otros que serían "deliberados" y hasta "no instintivos". El "instinto" sería entonces el principio y el fin de todo el comportamiento, la necesidad que abre la orientación vital y la satisfacción que la termina. Para cortar este círculo vicioso, la teoría oréctica llama a la supervivencia vista globalmente en estos tres aspectos presiones evolutivas y emplea el término instinto solamente en su aspecto de la satisfacción de las necesidades. La función "satisfacción" es personológica y fisiológicamente palpable a través de las sustancias "instintinas" al final del acto y desde aquí pueden asumir el papel de un "factor" constante en la observación del comportamiento. En cambio, no existen sustancias específicas que rijan el comportamiento particular de conservación, procreación y creación por separado y a priori. Si un acto de comportamiento puede clasificarse en una u otra de estas tres categorías, es un asunto de nuestras conclusiones a posteriori, asunto de nuestra racionalización en cuanto a las modalidades diferentes de la supervivencia. Por debajo de ellas, y en cada comportamiento, las funciones "necesidad" y "satisfacción" están siempre presentes y su dialéctica biósica puede diferenciarse. Sea calificado a posteriori como acto de conservación, de procreación o de creación, cualquier comportamiento nuestro se compone de una necesidad analizada por el sistema del ego y satisfecha (o no) mediante la intervención del sistema instinto, ambos palpables en su autonomía y sus antagonismos. El estímulo de una sonrisa que nos llega de una mujer puede inducirnos tanto hacia el comportamiento de defensa (conservación), de sexo (procreación) como de poesía (creación), según la intervención de otros factores. Pero es seguro que en cualquiera de estas modalidades la necesidad de elaborarlo y de inducirlo hacia una u otra satisfacción (instinto) se presenta como problema y conclusión inevitables de nuestra valoración concreta. Si nuestra hipótesis se averigua válida, el factor I saldría de su nebulosidad histórica y se volvería directamente palpable en el laboratorio. Estas sustancias instintinas (hórmicas) son responsables, según la teoría oréctica, de la propagación química de los estímulos de nivel a nivel en combinación con las fuerzas eléctricas y electromagnéticas, que también tienen su papel en la conducción. Preferimos, sin embargo, el término de "inductoras" al comportamiento para ellas, mejor que el de "transmisoras", actualmente en uso. Prescindiremos aquí de la discusión detallada sobre el factor I, de la que nos hemos ocupado en Psicología de la orientación vital y El hombre ante sí mismo. Cabe añadir que si bien por abreviación hablamos a veces del instinto de conservación, de procreación y de creación, más correcto sería hablar del comportamiento visto bajo las presiones evolutivas de la supervivencia. El acto consumatorio de cualquier clase es siempre cuadrifactorial e interfactorial. No hay otros, puramente instintivos. Son las mismas células que elaboran la conducción del estímulo en los actos que clasificamos de conservación (hambre, sed, abrigo, etc.), de procreación (sexo, familia, etc.) o de creación (proyecciones imaginativas, ideativas, etc.). En ellos, el factor "instinto" es tan sólo un factor entre los cuatro, cuyo papel biósico es el de la satisfacción de estas necesidades en su enorme variedad, el de inducir a los órgano-mecanismos efectores al comportamiento adecuado que será sentido subjetivamente como satisfacción (o como su defecto). No existe, pues, ninguna prioridad biósica entre los factores en el comportamiento normal. El análisis racional de su integración (ICEHf ) o de cada uno de ellos no debe olvidarse ni por un momento de su con junto. Este conjunto ICEHf representaría la totalidad del organismo si no pudiéramos discernir en cada acto de comportamiento la presencia del cofactor general de la forma (F) que rige la utilidad vital de la integración factorial, al que dedicaremos un capítulo aparte. Algunos excelentes pensadores, tratando del análisis factorial, se han lanzado hacia las matemáticas de la personología con el noble afán de hacerla más exacta mediante los números tomados de la física. A pesar de la suma atención prestada a tales esfuerzos, nosotros hemos tenido que prescindir de tales métodos por la convicción bien ponderada de que la enorme complejidad de los eventos organísmicos los hace no tan sólo prematuros, sino también inaplicables en principio. Aun si, en vez de a cuatro, desmenuzáramos el número de factores a 44 o a 444, la microtextura de los eventos biósicos se opondría a la verdad expresada en estos números gruesos y toscos. Con toda la precaución que merece un problema de esta índole los admitiremos tan sólo como provisionalmente auxiliares en algún sitio en el que midamos las distancias entre las fibras, o el tiempo de la conducción eléctrica, o marquemos las diferencias estadísticas interpersonales en la percepción mediante el taquistoscopio, etc. Pero tal liberalidad llega muy pronto a sus límites. Preferimos pecar de inexactos con palabras a enmascarar la verdad con números.
3. Las fases orécticasLa tesis fundamental de la teoría oréctica es que sin la integración de estos cuatro factores I, C, E, Hf, y a partir del nivel de la célula, no pasa nada en el organismo que pudiera ser relevante para el comportamiento. Cualquier evento interior es funcional tan sólo desde el momento en que está compuesto cuadrifactorialmente. El continuum orgánico se presenta así siempre, y en todos los niveles, como una necesidad en vías de satisfacción dentro del espacio organísmico y en un momento de las circunstancias concretas y actuales. A cada momento del funcionamiento normal del organismo existe en alguna de sus partes una necesidad (x - 1) que precisa satisfacción. Y en todo instante es la integración de los cuatro factores la que condiciona el comportamiento que debe componerse. Es cierto que todo comportamiento ha de componerse y que su resultado es tan sólo probabilidad o posibilidad. Su éxito en favor de la supervivencia depende del camino que tenga que recorrer la integración factorial cuantitativa (orexis básica) a través de las fases de la elaboración del estímulo (orexis fásica). En este camino que empieza con la llegada del estímulo al receptor y termina en el acto, muchas cosas agradables y desagradables pueden ocurrir, algunas previsibles y evitables, otras imprevisibles e inevitables, pero ninguna de ellas automática ni mecánica. Ningún estímulo llega al organismo dos veces en las mismas condiciones, ni siquiera el más habitual, el más "reflejo". Y, por lo tanto, ninguna necesidad es dos veces exactamente la misma en un organismo vivo, que tiene la posibilidad de no confundirse en diferenciarlas mediante el rico instrumental de la valoración. No hay ser vivo que no disponga de tales sutiles instrumentos. El viejo problema de la causación —y no vamos a abrirle ningún paréntesis aquí— se puede reducir en biología a ciertas conclusiones que alejan la biológica tanto del determinismo racional como del indeterminismo estadístico. El vivir es un asunto esencialmente práctico y urgente que no permite al hombre repetir el mismo experimento consigo mismo dos veces en las mismas condiciones. Más que contar con la fórmula de que la misma causa produce el mismo efecto, está obligado a apoyarse en similitudes, aproximaciones y analogías. Entre la decisión de suicidarse y el acto de ejecutarlo, me queda aún un tiempo de posibilidad en que pueden acontecer cosas que me desvíen del acto. ¿Azar o causa? El superviviente nunca lo sabrá. Y ningún robot podría calcularlo en plan de probabilidad, por rápido que sea. En un caso menos dramático, lo mismo sucede casi con todos los estímulos. ¿Qué efecto tendrá sobre mí la sonrisa de mi amante en un momento dado? (¡Llamémosla causa!) No lo sé antes de que este estímulo pase por su elaboración, ya que no todas las sonrisas de mi amante, por semejantes que sean, tienen el mismo efecto sobre mí, y hasta llegan a surtir efectos contrarios y contradictorios. La bio-lógica no es muy propensa a someterse al pensar determinista, ni al indeterminista tampoco. Cuenta más bien con el "cálculo" del posibilismo hic et nunc, base de todas nuestras creencias, categoría emocional de gran importancia en el poder sobrevivir. Una categoría algo gruesa y burda para las finezas de los positivistas lógicos, pero muy eficazmente empleada por los organismos de los protozoos y los de nuestro género soberbio. Al llegar el estímulo al receptor, ni la célula, ni el organismo, ni la persona saben de momento lo que se hará con él, pero se apresuran en orientarse hacia lo que podría hacerse con él. Eso, siempre que se presente cuadrifactorialmente y que lo acoja con sus funciones patotrópicas también el cofactor general, y que pase normalmente por las etapas consecutivas de la orexis fásica. El tiempo de todas estas operaciones puede ser muy corto si lo medimos con los toscos indicadores de nuestros relojes. El tiempo del calendario y el tiempo interior son muy diferentes aunque contemos con millonésimas de segundo al medirlo. El tiempo interior es arracional y para su medición —que nos hace falta— no sirven el pensar de la lógica analítica, sino tan sólo el copensar posibilista que opera no con cuantos, sino con copiosos conjuntos de cuantos y que es capaz de operar no tan sólo con "causas", sino también con "cocausas". El paso normal del estímulo en su elaboración está marcado, dentro de la integración factorial, por las fases siguientes:
Con la llegada de un estímulo exógeno o endógeno al receptor empieza a alterarse el estado de la célula. Un estímulo o es una añadidura de energías (estimulación sentida positiva) al estado preestimulativo de la célula, o bien es ausencia sentida de una estimulación que la célula necesita y que no llega (estimulación negativa). En ambos casos comienza lo que en general llamamos excitación. Tanto si por la llega da de un estímulo positivo las intrarrelaciones celulares se alteran con un "más" sobrevenido, como cuando por la ausencia de un estímulo necesitado la célula siente como desagradable este "menos", ésta se excita por el desequilibrio producido. En ambos casos tiene que hacer algo para restituir el equilibrio. El esquema de tal operación orientadora vale para la célula tanto como para el organismo en su totalidad y para la persona en su conjunto. Frente a tal movilización los fisiólogos suelen hablar a veces del estado preestimulativo como de "la célula en reposo" o en potencia excitativa. De hecho, cuando reduce su funcionamiento durante el sueño, apenas podemos decir que éste sea rigurosamente un estado de reposo, ya que muchas actividades domésticas de la economía celular siguen desarrollándose en ella. El átomo, al parecer, no sabe lo que es el sueño y el metabolismo corre también por debajo en su sordo continuum, se mantiene sin apagarse cierto grado de combustión y de eliminación de sus desperdicios. Sin embargo, frente a la excitación futura, al recibirse un estímulo, esta rutina doméstica de la célula y el equilibrio conseguido es tan atávicamente habitual que puede incluso llamarse reposo. Desde el punto de vista del comportamiento, el equilibrio preestimulativo conseguido quiere decir que los factores endógenos están bien preparados para cualquier recepción normal de un estímulo futuro. Existe, pues, una preconstelación factorial en el seno de la célula que se alterará con la llegada del estímulo. Empieza la excitación, la orexis, el trabajo de la elaboración estimulativa, la integración factorial, el agon oréctico. De su estado preconstelativo la célula se convierte en un orectón: la célula movilizada hacia el comportamiento. Y la transducción del estímulo toma su curso a través de las fases de su elaboración progresiva. Hablando de una manera extremadamente simplificada de la transducción, en la protofase cognoscitiva (c) se lleva a cabo el primer trabajo de conocer la naturaleza cuantitativa del estímulo, su grado de duración e intensidad, su importancia primaria para el organismo, lo que quiere decir, entre otras cosas, el conocer si es aceptable y soportable, si es agradable o desagradable. Es aquella intrafunción indispensable para la orientación vital que en su conjunto llamaremos gnosia y autognosia, es decir, la "información" estimulativa debidamente reconocida. Sin este conocer del acontecer el agon degenera en ocurrencias ciegas y sordas, no se constituye en eventos. Sin la cognición, el agon oréctico —la mera integración cuantitativa de los factores— nos convertiría en máquinas y lo subjetivo en nosotros —eje de la orientación vital— desaparecería. Para seguir con nuestra línea de simplificación diremos que en esta protofase de la orexis la célula-organismo-persona busca respuesta a la pregunta: ¿qué es este estímulo y qué quiere de mí? Suponiendo que ha sido debidamente recibido y "declarado" como aceptable y soportable, la transducción pasa a la segunda fase, la metafase emocional-valorativa (e). Podemos también llamarla "excito-valorativa", ya que según el criterio de la teoría oréctica no existe ninguna diferencia biológica entre las nociones "excitación" y "emoción". Es más bien por un convencionalismo semántico que a veces preferimos decir que la célula se excita y la persona se emociona. La naturaleza del fenómeno en sí es la misma. En esta metafase la pregunta es: ¿qué se podrá hacer con este estímulo reconocido para convertirlo posiblemente en un acto afirmativo de la supervivencia? En este instante la célula ya conoce muchas cosas tanto sobre la naturaleza del estímulo concreto como sobre sus propias fuerzas de soportación o de resistencia en el estado actual de todos los datos recogidos por la cognición. En esta fase se exigirán a la memoria todos los datos adicionales para verificar las valencias de los recibidos por la cognición. Lo que podrá ser un acto afirmativo o tan sólo un escape ante las presiones del agon interfactorial desagradable obtendrá sus perspectivas, siempre muy concretas y actualísimas, en esta fase que podrá llenarse según el esfuerzo y la tensión que exige tal orientación entre las presiones antagónicas de los factores de una emoción agradable de paz y amor, o de una desagradable de ira u odio. También la célula individual las tiene, en su valoración forzosamente preverbal, ya que también ella ha de darse cuenta de si la estimulación presente significa, un obstáculo para su afirmación o es, al contrario, favorable para una feliz perspectiva. A la función valorativa dedicaremos un capítulo aparte en este trabajo en el que precisamente subrayamos nuestra tesis en cuanto a la emoción que en esta fase adquiere un significado contundente, importantísima para la orientación vital de los seres vivos. En esta fase valorativa que a veces cuesta mucho trabajo y esfuerzo completar, se establecen las instrucciones concretas por las que se podrá llevar a cabo un acto consumatorio del comportamiento. El acto posible aquí y ahora. Sus conclusiones se transducen a la apofase volitiva (v) en la cual se lleva a cabo el codaje de la ejecución, la decisión después de la valoración. No hay decisión sin valoración previa ni valoración sin cognición previa. La apofase de la volición se encarga de responder a la pregunta de cómo tendrían que formularse las instrucciones de la valoración. Es un mensaje cuidadosamente codado y remitido a las instintinas que han de inducir los efectores al comportamiento inmediato (a). El acto podrá ser un acto positivo que afirma la forma del organismo o una autorrealización negativa que no llega a afirmarla. El acto puede ser un acto local, terminado en una fase, o un teleacto, terminado dentro de otra célula, o en los efectores del conjunto organísmico. Cada acto consumatorio tendrá su repercusión sobre el resto de la célula-organismo-persona por la perifase del tonus afectivo-reactivo (t) que informa al organismo sobre el grado conseguido en la autoafirmación. Nuestras distonías y sintonías, penas y alegrías, se manifiestan a través de esta quinta fase cevática. Estas fases no son ningún esquema abstracto del análisis racional. La patología de la desorientación vital demuestra claramente su existencia real. Son palpables y separables los estorbos que pueden producirse en cualquiera de ellas y obstaculizar la transducción normal del estímulo (agnosias, anestesias, abulias, apraxias, distimias). Un estímulo puede ser elaborado y liquidado en un solo orectón, y también su resultado puede ser necesariamente transmitido a otra célula. La conversión de un estímulo en un acto multicelular va de orectón a orectón, vale decir de un resultado de elaboración a otro. No hay conducción lineal, mecánica, de los estímulos en el organismo, y el concepto que en los albores de las teorías electromagnéticas de la conducción pretendía verla como hilos y líneas entre S y R, no son tan sólo antiguos sino también erróneos. Corre electricidad en la conducción, pero no sin encontrarse con procesos químicos y no sin variar de fase en fase. El movimiento de los fisismos en el organismo sufre un cambio de condición que se resume en la misteriosa palabra del sentir subjetivo, desconocida en el mundo extraorganísmico. El organismo subjetivo se permite el lujo de valorar su impacto ciego y hasta se siente capaz de desviarlos de su dirección mecánica dentro de lo posible. Su acontecer es doblado en él por un conocer autóctono. En el fondo, la capacidad subjetiva de la valoración no es patrimonio exclusivo de la metafase emocional-valorativa, ya que la cognición misma lleva consigo intrínsecamente esta facultad. ¡Su estimación de la intensidad o de la especificidad de un estímulo ya es una valoración! Si hablamos especialmente de una fase emocional-valorativa, queremos decir que en ella el organismo dispone o puede disponer de todos los datos necesarios para orientarse ya hacia el acto futuro y que el grado de la excitación-emoción ha llegado a la madurez del conocimiento que le permite cursar las instrucciones para la ejecutiva del comportamiento. Mirándolo de cerca, en el suborectón de la cognición ya transcurre,, de un modo más restringido, toda una orexis completa que termina en el acto suboréctico de transmisión de la cognición elaborada al resto de la célula. Viendo las cosas así, la cognición misma es de naturaleza afectiva, oréctica. Es el resultado cognoscitivo que servirá de información a la valoración emocional más extensa. Lo que ignoramos en todas estas funciones, es cómo se convierte el lenguaje de ondas y partículas en lenguaje biológico, subjetivo. ¡Las fronteras entre lo orgánico y lo inorgánico! Por cierto, no es la única cosa que desconocemos en la ciencia del comportamiento. La recepción misma de un estímulo abriga de por sí bastantes misterios. Y falta ver si, escudriñando por la introspección, llegamos a algún resultado más de lo que por los métodos de observación ectrospectiva han podido descubrir las maquinillas. La teoría oréctica concluye que la primera reacción del organismo frente a un estímulo es la de la valoración, A raíz de lo que acabamos de decir sobre la orexis fásica, otras conclusiones, tocando al dominio de lo subjetivo, se imponen:
Con estos conceptos de dinamismo oréctico, la noción mecánica de acción-reacción se relativiza, y la función de lo afectivo en el organismo se generaliza como modo de orientación vital en todos los niveles del mismo y en todos los seres vivos. La terminología física y biológica de la acción debería ser distinta. Si un electrón cae sobre un cristal, el desvío de su dirección producido por esta ocurrencia es una acción-efecto mecánica. Si una onda sonora cae en un receptor auditivo del hombre, lo que como reacción sucederá con ella depende del estado variable del receptor. Es difícil determinar la misma noción del "estímulo" si no lo concebimos como una acción que es al mismo tiempo también una reacción. El tiempo que, según el modo de pensar mecanicista, tendría que interponerse entre la acción y la primera reacción en un tejido vivo, no existe. Pero el tiempo se ensanchará después en la elaboración valorativa del estímulo. Anteriormente, cuando prevalecía la teoría exclusiva de la conducción electromagnética del estímulo, los mensores de tiempo entre la llegada del estímulo y las primeras reacciones detectables solían llamarlo tiempo de la latencia, sin fijarse analíticamente en lo que ocurría durante esta latencia en la tesitura de lo vivo, entre el receptor y las sinapsis, sin imaginar que pudieran ocurrir tantas cosas de refinada elaboración valorativa en tan corto tiempo. Hace pocos decenios, los investigadores de la transmisión química del estímulo descubrieron que no hay "latencia" en el organismo, sino una enorme y febril actividad de quimismos, y que la conducción del estímulo hacia la respuesta depende de este hormigueo de microeventos y de la presencia de ciertas sustancias químicas indispensables para cualquier respuesta del tejido vivo. Operaciones múltiples, con simultaneidad compleja y sucedaneidad rapidísima, caracterizan hoy día los estudios fisiológicos del acontecer intracelular durante la movilización hacia las respuestas (R). Para el personólogo, estas contribuciones de los fisiólogos son de suma importancia, en primer lugar porque cambian esencialmente el modo de pensar sobre la naturaleza de los eventos a los que llama la realidad interior del hombre. Son éstas las aportaciones que le sirven de base para introducir a su vez la noción de la valoración (V) entre el S y la R. Y lo que es aún más importante, estas aportaciones de los fisiólogos le convencen contundentemente de que los procedimientos de la orientación en la célula y en la persona son biológicamente los mismos. Observando la orexis fásica en la persona, la diferenciación de las fases es fácilmente detectable, su realidad es evidente. Razonando articulada y detenidamente o produciendo actos de rápida orientación, está claro en el nivel macroréctico de la persona que nuestras decisiones y nuestros actos suponen una valoración previa, por corta que sea. ¿Podemos concluir que tal tipo de orientación fásica rige también en la minúscula célula individual? ¿Pasan todos los estímulos por el mismo procedimiento orientador en todos los niveles del organismo? La intuición primaria, favorable a tal concepto unitario, ha encontrado en los análisis microbiológicos de los fisiólogos una verificación concluyente. La orexis comienza ya con la recepción del estímulo. Esta recepción-cognición es un proceso afectivo, una primera fase de él. Normalmente toda clase de estímulos tiene sus receptores preadaptados para su absorción energética. Este es el papel de la estructura Hf en una recepción (= percepción). Pero la presencia de un solo factor nunca es suficiente para producir un evento relevante en el organismo. También en la fase c de la cognición es indispensable la integración cuadrifactorial. Sin ella no habrá cognición adecuada. Si, por ejemplo, un estímulo luminoso (factor exógeno Cc) cae sobre la retina, los bastoncitos receptores de la estructura (Hf) le acogerán. En visión scotópica ( = de la penumbra), la rodopsina es alterada y se produce una descomposición de la molécula: se constituye con esto una necesidad-desequilibrio (fijada por el factor E). Para que esta necesidad pueda satisfacerse y la cognición del estímulo se establezca, es preciso que esté presente y capaz de integrarse una instintina, inductora al comportamiento de esta fase, el factor I. Es quizá la vitamina A, cuya presencia se señala en esta región por los neuroquímicos y cuyo papel factorial queda por establecer. Según la teoría oréctica, hay que suponer también en tal minúscula operación de la "percepción" la intervención adecuada de las energías patotrópicas, del esfuerzo-tensión del cofactor general de la forma en el ajuste interfactorial. Lo que hará el organismo con el estímulo, una vez lograda su cognición, dependerá de su elaboración en las fases siguientes en la misma neurona y quizá también de la elaboración, igual en procedimiento básico, en muchas otras células. El sentir subjetivo ha empezado ya con la percepción-cognición. Si esse est percipi, el "percipi" est "sentire". Pero, como acabamos de señalar, incluso en esta minúscula percepción visual, ningún proceso afectivo (el sentir subjetivo en general, la subsensación y la sensación, la excitación subconsciente o la emoción consciente, el sentimiento, el afecto, etc.) podría definirse tan sólo por la integración factorial cuantitativa. Está presente en todas las orientaciones vitales de los seres vivos el cofactor general de la forma, el esfuerzo-tensión energético hacia su mantenimiento, logro o recuperación. De esta intervención omnipresente hablaremos en otro capítulo. Adelantándonos aquí, y convencidos de que nuestra hipótesis sobre el patior es válida, concluimos este párrafo con tres fórmulas axiomáticas:
4. Hacia la definición de lo afectivoEl fenómeno, el evento y la función de lo afectivo surgen, pues, en todos los niveles del organismo en los que existe
En este concepto los eventos de lo, afectivo aparecen como funciones básicas del organismo en poder sobrevivir, movilizar sus capacidades en hacerlo y conservar o desarrollar la forma a la cual su existencia está ligada entre varias clases de presiones y riesgos a los que el vivir está constantemente sometido. Esta orientación vital se lleva a cabo en medio de los cambios cuantitativos de los factores antagónicos entre sí y, por lo tanto, el poder-sobrevivir requiere el esfuerzo-tensión continuo aunque variable del ajuste interfactorial en todas las situaciones concretas que se abren a la composición del comportamiento adecuado. Con esta movilización de los dispositivos y de las energías que sirven para valorar las situaciones concretas y para producir los actos de una posible autoafirmación, la célula, el organismo, la persona se excitan, se emocionan subjetivamente para hacer frente a las exigencias del incesante cambio. Igual que la integración interfactorial, también el esfuerzo que tiende a la eficacia autoafirmativa de la forma es oscilatorio, regido por el principio del "más-o-menos", y tiene el carácter general de tropismo biósico (trope, gr.: "oscilar"): es el fenómeno afectivo que une funcionalmente a todos los seres vivos bajo un tipo general de la orientación vital. Las fronteras entre el Cosmos y el Bíos empiezan allí donde lo afectivo mínimo desaparece. Por ejemplo, en la conversión del virus en cristal. La orexis consiste, pues, en el agon interfactorial —lo que acontece en la integración de los factores—; en la gnosia de este agon (el darse cuenta subjetivamente de lo que acontece), y en el esfuerzo-tensión energético (patior) necesario para la autoafirmación de la forma celular, organísmica o la de la persona: la morfourgia evolutiva a través del individuo perteneciente a una especie. Con estas premisas nos parece haber recogido elementos suficientes para acercarnos, por vías distintas a las que se intentaron hasta ahora, a nuestro concepto de la noción, del fenómeno y de la función que caracterizan en general la orientación vital de todos los seres vivos, la función de lo afectivo, emocional, oréctico, del sentir tout court, y quizás implícitamente de lo subjetivo también. En este concepto unitario y general lo afectivo, la orexis se presenta como función básica de la orientación vital caracterizada por el esfuerzo-tensión de la célula, del organismo o de la persona en valorar y en elaborar la posibilidad de la satisfacción de una necesidad individual surgida a raíz de un estímulo dentro del espacio estructural filogenético y en ciertas circunstancias exteriores, con el fin de producir actos de supervivencia. En esta breve conclusión definitoria están presentes todos nuestros factores orécticos: el exógeno (C) de las circunstancias; los endógenos: de la estructura filogenética (Hf), su espacio y el limen estructural de las partes-conjunto; lo ontogenético de las necesidades individuales (E); y la satisfacción instintual (I). También está presente el cofactor genera] de la forma (F), marcado por el patotropismo básico del esfuerzo-tensión, ya que quien dice supervivencia dice forma. La palabra posibilidad indica el carácter oscilatorio, tropístico, valorativo de la orientación vital: es nuestro concepto dinámico, no mecánico de esta función básica. Y huelga aclarar que el acto aquí quiere decir cualquier acto-reacción, interior o exteriorizado, del comportamiento, cuya finalidad es la autoafirmación de la forma. Determinado como función básica de la orientación vital, la orexis abarca todos los fenómenos afectivos, cualquiera que sea su denominación especial: las subsensaciones, las subemociones microrécticas, subconscientes, incluyendo las taxias, nastias, etc., en las que el mínimo de la valoración entre lo agradable y desagradable aún tiene lugar: es decir, toda clase de excitación orientativa. Y, naturalmente, todo el sentir de la concienciación macroréctica, las sensaciones, las emociones positivas o negativas de todo grado e intensidad, los sentimientos y los afectos. Las fases orécticas ("elaborar") no se especifican en nuestra definición: sus operaciones pertenecen a una definición más descriptiva de la orexis. No daremos aquí la teoría especial de los fenómenos orécticos de la que nos hemos ocupado en nuestros trabajos anteriores. Los denominadores comunes son funcionalmente los mismos en cualquiera de ellos y en todos los niveles del ser vivo. Sus subcategorías se distinguen unas por la extensión y proporción de las fases orécticas, su duración o intensidad, las otras por el nivel organísmico en el que acontecen, pero no por su calidad funcional oréctica. Así, una sensación es una orexis de corta duración y de rápida elaboración fásica al nivel macroréctico (consciente), una subsensación es lo mismo al nivel microréctico (subconsciente). Una paraemoción de la atención instantánea puede fácilmente ampliarse en una emoción completa y más duradera de atención por la extensión de su fase valorativa. Un tonus afectivo-reactivo lleva las mismas características generales de la orexis, tanto si es una corta sensación desagradable como si es una sintonía prolongada de alegría. Lo que pesa mucho en el análisis del sentir es, naturalmente, la diversidad de las constelaciones factoriales, ya que sus combinaciones cuantitativas son innumerables. Aun así, nuestro método de análisis nos permite, tomando los sistemas factoriales en conjuntos funcionales, discernir la típica constelación factorial en una orexis positiva como es el amor o la comprensión, y determinar la constelación diferente en una orexis negativa tal como el miedo o el odio. Usando nuestros criterios nos parece haber abierto una brecha en aquella rígida postura de la ciencia que declaraba como inasequible a la definición real y concreta a todos los fenómenos subjetivos confinándolos generosa o impotentemente al arte y a la filosofía descriptiva. Frente a todas las exotécnicas que ha inventado el progreso humano, la endoantropología está genuinamente interesada en la introtécnica subjetiva de la supervivencia y en sus leyes naturales. En este camino ya parece imposible evadirse ante el enfoque del apremiante problema de lo afectivo. Al lado de tantas otras valiosas contribuciones en esta cuestión, el concepto y el método de la teoría oréctica son algo distintos. La afectabilidad del organismo es una capacidad general de todo lo vivo. Desmenuzando esta capacidad general a sus aspectos particulares, la irritabilidad significaría la capacidad de la célula de empezar la recepción de un estímulo; la excitabilidad, su capacidad de producir la integración de los factores; la sensibilidad, su aptitud general de valorar cuantitativamente, y la patibilidad, su facultad de sostener el esfuerzo-tensión al servicio de la forma, implicando la autognosia subjetiva de las propias fuerzas del organismo en cualquier momento de la orexis. Por dondequiera que se extinga o disminuya la afectabilidad del organismo o de sus partes, en cualquiera de estos aspectos, peligra también la facultad de la orientación vital, y se instala la tendencia hacia lo patológico y hacia la muerte. Lo mismo ocurre en ciertos casos de la afectabilidad desenfrenada, demasiado agitada. En la fisiología y en la patología es frecuente el uso del término excitación, "excitabilidad" en el sentido extremado (crisis excito-motriz, crisis excito-inhibitiva). En nuestra terminología la excitación siempre tiene el sentido de una función normal, equivalente a lo emocional; preferimos marcar lo patológico con los términos de sobreexcitación (excitement en inglés) o agitación, o con subexcitación o involución excitatoria en el sentido opuesto. En su interesante Physiologie humaine. (París 1961), H. Laborit dice: "Cuando un estímulo actúa sobre un elemento excitable lo encuentra en estado de excitación en potencia", con lo que estamos de acuerdo: esta "excitación en potencia" significa nuestra preconstelación factorial, el estado preparatorio de los factores para poder recibir y elaborar el estímulo por el que la célula se convertirá en un orectón movilizado. Pero ¿qué es un "elemento excitable"? Para nosotros este "elemento" es siempre la célula entera y no solamente una molécula suya. Aun cuando un estímulo es liquidado en la protofase de recepción, también este acto repercute sobre la totalidad de la unidad celular. Varias teorías atacan la realidad estructural de esta unidad, discutiendo la existencia-límite de la membrana celular. No podemos adherirnos a estas teorías manteniendo la concepción de que la unidad operacional básica del comportamiento y de la orexis es la célula. Su membrana es vibrante, intranquila, a veces casi fluctuante, pero aun así no se disuelve. Está evidentemente ansiosa de guardar su forma, como cualquier protozoario libre. Es evidente su esfuerzo-tensión de mantener su prototipo, su unidad funcional, su totalidad recurrente, las interrelaciones del conjunto de sus órganos minúsculos. Argumentos más poderosos que los que se han producido hasta ahora tendrían que quebrantar nuestra convicción sobre la protounidad celular de lo viviente. Ni la genética, ni el inframicroscopio parecen poner en duda este concepto. Hasta cierto punto, las funciones de la célula pueden reducirse a términos biofísicos y bioquímicos, sea en el núcleo, sea en el plasma, pero cuando quieren convencernos de que todo esto es tan sólo una selva virgen del panta rhei, acudimos estremecidos a la visión del orden y de la finalidad funcional respaldados por la unidad y por la forma de un esquema de comportamiento. Mediante esta visión creemos descubrir también que el "elemento excitable" es la célula en su totalidad, pudiendo seguir las huellas del estímulo a través de los caminos de su elaboración, complicada, es verdad, pero no carente de orden fijo en su itinerario.
5. El ajuste interfactorialAl tocar el receptor un estímulo exógeno C, los factores endógenos se movilizan, la preconstelación factorial se convierte en una integración interfactorial (orectón) a través de las fases orécticas, activándose normalmente la irritabilidad, la excitabilidad, la sensibilidad, la patibilidad de la célula. El proceso de la orientación vital se lleva a cabo tendiendo hacia un comportamiento de autorrealización y de autoafirmación en la supervivencia. Como los factores, con sus sistemas subyacentes, nunca tienen la misma cantidad total, la integración interfactorial supone también un ajuste concreto y actual, dependiente de estas cantidades reales en cada caso. La suficiencia o la insuficiencia de cada uno de ellos es valorada; la situación abierta al comportamiento, lo posible y lo imposible de la autorrealización, se expresa por las oscilaciones de las sustancias egotinas (E) alrededor de la membrana celular: las necesidades y su futura satisfacción son individuales. Este ajuste individual, actual y concreto, su mecanismo oscilatorio en términos fisiológicos, lo describe Laborit [6] de la manera siguiente: "La permeabilidad de la membrana regula los intercambios entre el medio intra y extracelular. Rige en la intensidad del metabolismo, pero es el metabolismo el que regula la polarización, es decir, la permeabilidad de la membrana, ya que es el mismo metabolismo el que mantiene la desigualdad específica de las concentraciones iónicas extra e intracelulares, rechazando el sodio y reintegrando el potasio. De hecho, esta reintegración del K (= potasio) se hace por medio de intercambios con iones H, (= hidrógeno) como resultado del fenómeno de la oxido-reducción intracelular". El autor añade, en conclusión de sus explicaciones: "Toda depolarización, si se mantiene dentro de los límites fisiológicos, hará la membrana más permeable e intensificará los intercambios y los procesos metabólicos. Este aumento de la intensidad metabólica asegurará a su vez un restablecimiento de la polarización de la membrana y del equilibrio iónico primario hasta el momento en el que el aumento de esta polarización haga disminuir la permeabilidad, es decir, los intercambios, reduciendo la intensidad de los procesos metabólicos. Y a la inversa, toda disminución de la permeabilidad de la membrana haciendo decrecer los intercambios, es decir, el metabolismo, facilitará la depolarización con la tendencia de aumentar la permeabilidad y los intercambios, etc.". También el lector no muy conocedor de todos estos procesos mencionados en esta descripción, podrá no obstante extraer de ella el principio del ajuste interfactorial entre el factor Hf del metabolismo y de los dispositivos de la membrana, y el factor E, representado por las oscilaciones de los electrolitos (iones) del natrio y potasio, dependientes tanto del empuje metabólico como de la permeabilidad de la membrana celular. Y también podrá extraer por lo menos la idea de la autorregulación entre estos factores por la cual éstos se ajustan mutuamente, según sus cocientes cuantitativos. Si le pidiésemos más explicaciones, el lenguaje quimicofísico del fisiólogo se complicaría aún más. Pero basta si retenemos aquí la idea de la autorregulación, con el siguiente esquema: la intensidad del metabolismo (Hf) regula el grado de permeabilidad de la membrana; la mayor permeabilidad permite un intercambio más activo entre los electrolitos (E) intra y extracelulares, mientras que la menor permeabilidad lo disminuye. Aun sin entrar en los pormenores, vemos aquí que entre dos factores Hf y E (relación Hf : E) existe un modo de comunicarse y de influirse mutuamente que regula su integración interfactorial con mecanismos específicos de un modo autorregulador muy dinámico. Los dos factores Hf y E son de ritmo antagónico. La movediza estructura Hf de metabolismo con sus bajos fondos de misterioso hormigueo atómico, sus aspectos más palpables de eternos suministros y conversiones de materia —este cauce fangoso compuesto de aguas y minerales, de grasas, prótidos, hidrocarbonos, etc.— tiene un rumbo de viejas fuerzas autoritarias, imperiosas, implacables, de rítmica lenta y de compases fuertes. Meticuloso en sus almacenajes, experto en producción, diestro en transformación, conservador en el cuidado de los dispositivos, este factor Hf es el menos adaptativo entre todos, el menos comprensivo para las situaciones nuevas y para las combinaciones creadoras de la evolución, es el más gravitacional, el más reflejógeno, el más mecánico y habitual. En cambio, el ego de la ontogenia, el de las necesidades individuales, posee todas las capacidades de coreógrafo, con ritmos variables de compases cambiantes, alternantes, rápidos en adaptación de orientación pronta e inventiva. Siempre en estado de urgencia, sus iones-bailarines —que tienen las inmerecidas etiquetas químicas de potasio, natrio, calcio, cloro, magnesio, etc.— se prestan, incansables, a cambiar de sitio para que se consiga un equilibrio deseado. Y si bien depende de los suministros Hf que por sus lentitudes le cansan a veces, no pierde tiempo en avisarle sobre sus insuficiencias de entregas: también el ego se vale del principio de autorregulación, influyendo sobre el viejo moroso Hf. Pero con las relaciones Hf : E no se agota la integración factorial. Siempre está presente en ella también el factor C, extracelular y extraorganísmico, y su variedad de mensajes es extraordinaria y múltiple. De otras células llega un montón de estímulos, e igualmente del llamado medio interno, de la linfa intersticial, vascular, y de la sangre. Y a esto se añade la enorme cantidad de los mensajes extraorganísmicos que desde un simple rayo de sol hasta los gases venenosos, desde la bienhechora sonrisa de la madre hasta el trauma más cruel tienen que ser recibidos por alguna célula o por toda una serie de ellas, y encontrarse allí con la preconstelación de los demás factores. Las relaciones Hf : C, y E : C tienen, pues, la misma importancia biósica en cada proceso oréctico, como las relaciones Hf : E, y obedecen en gran parte al principio de la autorregulación cuantitativa. Y allí los espera, a los tres, el igualmente importante factor I, sin el cual no pueden llegar a ninguna conclusión: sin él no existe ningún acto oréctico, por minúsculo que sea. La conducción eléctrica o electromagnética del estímulo, la descarga de la acetilcolina, de la adrenalina, o de los ácidos ribonucleicos activando la memoria, etc., allí, en las sinapsis, en los confines de los efectores, todo dependerá mucho de los suministros del metabolismo Hf (relación Hf : I ), de los procesos oscilatorios del ego (relación E : I ) y de las energías exógenas aportadas por el factor C (relación C : I). Pero en la respuesta autorreguladora. también ellos dependerán de la capacidad de descarga instintina (release). Esta puede ser suficiente o insuficiente en cualquier acto. Si es inadecuada, puede repercutir negativamente sobre los tres restantes factores. Y diciendo "puede repercutir" subrayamos otra vez que el principio de autorregulación no es un principio mecánico. Es evidente que en la integración factorial, los factores acusan la tendencia posibilista de corregir mutuamente las eventuales insuficiencias de cada uno de ellos. Pero para esta autocorrección necesitan la intervención de los esfuerzos-tensiones adicionales de todo el organismo a los que la teoría oréctica alinea en el capítulo del patotropismo, del mando de la forma (F), el supremo autorregulador, autocorrector, autorrealizador. La autorregulación interfactorial no es mecánica. Toda clase de fenómenos que puedan acompañarla, tales como la facilitación, la sumación o la enzimatización, adquieren en el proceso de la orientación vital un indudable carácter valorativo en el dominio del principio posibilista del "más o menos". Una ficha de exploración endoantropológica, personológica, normal o patológica, ha de contener necesariamente las indicaciones sobre el estado general de cada factor y sobre sus interrelaciones observables. Cada sistema de autobservación puede apoyarse también en tal análisis. El laboratorio clínico posee hoy día muchos métodos para explorar el estado de los factores (metabolismos, equilibrios egotinos, sustancias instintinas, influencias exógenas) que permiten también ciertas conclusiones sobre las interrelaciones factoriales. Si, por ejemplo, el metabolismo no favorece las instintinas (relación Hf ® > : I ) sino que más bien apoya una oscilación ágil de los electrolitos (relación Hf <®: E ) —con la consecuente fase intensiva de la valoración emocional—; si los estímulos exógenos C caen dentro de tal preconstelación habitual (relación C : Hf : E) en presencia de un factor I con descargas disminuidas, es muy posible que nos encontremos con una persona asténica o melancoloide que, capaz de valorar bien, no presta atención a la exteriorización de sus actos (klinorexia). Sin embargo, llevará a cabo también normalmente sus actos hasta el momento en que surja en ella la fatal pregunta de si "vale la pena" ejecutarlos, signos del cansancio del patotropismo y de perturbación en las relaciones ICEHf : F. Y sabrá, pongamos por caso, que podría levantarse de la cama —y esto se lo podrá confirmar cualquier observación objetiva—, pero la utilidad vital de tal acto le parecerá dudosa o carente de todo sentido. La recuperación de la forma mediante el acto, la autoafirmación en el continuum de la supervivencia degenera en entropía. Y este fallo del feed-back supremo puede sucesivamente extinguir incluso la relojería de los factores que sin esta cuerda no marchan. En todo acto consumatorio la morfogénesis y la morfourgia son indispensables.
6. Análisis del sentirSi el sentir subjetivo es una función orientadora del organismo en su intento de sobrevivir y si es un producto de los mencionados cuatro factores y del cofactor general; si estos factores son funcionalmente siempre los mismos aunque cuantitativamente variables y el acto del comportamiento posible es siempre un resultado de la posición concreta de los factores en su integración, están abiertas al análisis científico muchas puertas para captar el significado de cualquier sentir observable y para diferenciar sus variedades. No cabe duda de que en este terreno el análisis científico quedará siempre por debajo de la síntesis del arte y que para llegar a este tipo de las verdades humanas la ciencia-aprendiz tendrá que aprender mucho de aquel viejo maestro. Entre otras cosas, aprenderá cómo valerse más de los métodos de la introspección de los que se sirve el arte. De esta rehabilitación de la realidad interior no le resultará ningún daño. Nosotros creemos que una de las mejores perspectivas que nos brinda nuestra época revisionista de los viejos métodos, es precisamente ésta: la complementariedad entre el arte y la ciencia. El arte enseña, por ejemplo, que para comprender lo que ocurre en la caldera emocional del otro ser humano hay métodos directos de conocimiento que no nos obligan a ir al quirófano racional del pensamiento articulado para llegar a su verdad y que, quedándonos al nivel del sentir, podemos captarla perfectamente: una emoción de amor suyo puede ser conocido en su verdad por nuestra emoción de comprensión. Hubo un corto intervalo en el progreso de la ciencia en el que ciertos científicos creían que podían prescindir de las observaciones desde dentro. Pero en la nueva microfísica vuelve a rehabilitarse cada vez más la posición olvidada del hombre-observador: este fenómeno atómico que postulan mis matemáticas, ¿es algo que puede llegar a ser reconocido como una realidad de mi sensorium, es una intuición verificable ulteriormente por mis sentidos, o es solamente un juego de mis ilusiones? Esta verificación no es posible si el físico no vuelve a las confrontaciones en las que, mirándose a sí mismo desde dentro, fije las fronteras entre las escapadas de su imaginación y lo que aún cabe dentro de la capacidad firme de su sentir, por fino que sea. Las teorías de la relatividad (Einstein) y de la indeterminación (Heisenberg), fijando respectivamente lo que no se puede determinar, son un retorno rectificante a las capacidades del sensorium del hombre, visto desde dentro, y en peligro ante el frenesí de las matemáticas "libres". Por otra parte, al endoantropólogo que parte desde dentro, solamente puede servirle de provecho si, luchando con la inmensa complejidad del acontecer interior, y obligado a simplificar y a abstraer, no se aleje demasiado de las sugerencias verificadoras que la física y la química le brindan en cuanto a los procesos y las funciones terre à terre, subyacentes a sus supersistemas de factores. El arte en ambos casos consiste en no ceder a la abstracción prematura ante la verdad madura de lo concreto. Llegando con estas cautelas a los postulados de nuestros factores, el significado y el sentido de cualquier emoción, de cualquier fenómeno y vivencia afectivos nos parece provisto de elementos básicos para ser analizable a partir de cualquier factor y en relación inevitable con los demás. Para ilustrar el modo oréctico de proceder en este análisis, añadimos aquí unas breves indicaciones de iniciación comparando una emoción valorativa negativa, la del miedo, y una positiva, la del amor, ambas consideradas a partir del factor Cs (circunstancias sociales). El miedo nace en este caso si la estimulación que viene de otra persona o personas es una amenaza inminente, desproporcionada a nuestras defensas e inevitable, y que toca a alguno de nuestros valores importantes. Inminente, quiere decir que el estímulo exógeno es dominante en su integración factorial, imperativo, mandándonos una orientación vital inmediata y con prioridad a la que está ya en el curso de la orexis. Si es una amenaza mediata, previsible para lo futuro, puede nacer la angustia que se produce por una amenaza posible, probable, real o supuesta, pero no es inminente. Desproporcionada a nuestras defensas del momento, quiere decir que los demás factores no están bien preparados para la integración con la estimulación de esta índole. Estaban tal vez tranquilamente ocupados en cualquier otra orexis agradable, cuando la irrupción los tomó por sorpresa. También tiene que ser una amenaza inevitable, que no nos deje tiempo alguno de previsión para el escape anterior a su recepción. En esta constelación compulsiva, sólo el tiempo-espacio de la cognición es suficiente para medir el peso y la importancia del impacto estimulador; en cambio, el de las demás fases orécticas está muy reducido: la orientación vital de la valoración emocional, de la volición y del acto no pueden tener elaboración adecuada. El esfuerzo-tensión para el ajuste interfactorial tiene pocas probabilidades de conducir a un acto afirmativo y el comportamiento adquiere cierto grado de emergencia, de impotencia o de capitulación. Según el caso concreto, será la huida ante la amenaza (si todavía podemos huir); el rechazo de la amenaza (aun con las defensas insuficientes); la eliminación violenta de la misma (la contraagresión); o bien la espera forzada de que la amenaza cese (si tal espera es posible); la parálisis impotente o la sumisión. Cualquiera que sea el comportamiento, la emoción valorativa del miedo tiene un tonus negativo: repercute en todo el organismo con efectos de shock, de perturbación y de desorientación. Los fisiólogos describen ciertos síntomas estorbantes de esta emoción negativa, pero éstos son sólo la consecuencia de la orexis perturbada que se traduce necesariamente a sus efectos fisicoquímicos y que pueden conducir incluso a la muerte. Toda orexis opera con estímulos que tienen su cantidad, duración e intensidad del agon, su aceptación, soportación y resistencia que se manifiesta fisicoquímicamente, y la perturbación de la orexis debe tener también este mismo carácter. El sentir negativo y el positivo acontecen en las mismas células, pero la constelación interfactorial es muy diferente ya a partir de la estimulación exógena. En el miedo a una amenaza, el factor Cs es una promesa grata en el amor activo (cuando nosotros amamos a alguien). ¿Promesa da qué? De que la existencia real (o su proyección imaginativa) de una persona (o de varias personas) nos brinda la posibilidad de ser comprendidos por ella en lo que somos de verdad; de que frente a ella podemos manifestarnos sincera, abierta y verídicamente y liberarnos de nuestra distonía de la soledad, una de las mayores distonías crónicas del hombre. La existencia o la proyección de tal persona adquiere por esto; un valor muy alto en la lista de nuestros valores y tenemos un gran interés vital en ofrecer a esta persona todo nuestro amparo y protección. La mera existencia de tal persona es un mensaje del factor Cs sumamente atractivo y su estimulación encuentra en la integración interfactorial todo el apoyo de los factores endógenos. La valoración de este estímulo es extensa y dispone de todo el tiempo-espacio para su vuelo. Y el acto (acto interior de amar) es una autoafirmación que a su vez produce un tonus afectivo-reactivo de sintonía, signo de que el patior ha disminuido y que la forma del organismo-persona es un devenir de plenitud. Vivimos más sufriendo menos, cosa a la cual fundamentalmente tendemos en cada momento de la vida sin poder realizarlo siempre. La apertura sumaria de tal análisis permite ir analizando con más detención los pormenores factoriales y fásicos de un sentir de lo que nos valdremos más adelante. Y nos capacita progresivamente para definir de un modo diferencial cualquiera de las emociones. Así podríamos decir que el miedo es una valoración emocional negativa en la que la estimulación del factor exógeno, cósmico o social, aparece como presión inminentemente amenazadora, desproporcionada e inevitable que obstaculiza o hace imposible la satisfacción de necesidades importantes, aumentando el patior del valorante, al que conduce, según las insuficiencias de defensa en los factores endógenos, al comportamiento de escape, rechazo, espera o sumisión forzada, parálisis o eliminación agresiva de la amenaza. En cambio, el amor (activo) es una valoración emocional positiva en la que la estimulación del factor exógeno social aparece como existencia o proyección imaginativa de una persona (o personas) prometedora de satisfacciones acumulativas autocreadoras y de disminución del patior innecesario del valorante, previsión que conduce, con el apoyo de los factores endógenos, al comportamiento de amparo y de comprensión hacia la persona así valorada. Determinaciones de esta índole toman la estimulación y los factores en su aspecto macroréctico, consciente. Cabe preguntarnos ahora si ocurre lo mismo al nivel subconsciente, microréctico. Preguntando de otra manera: ¿puede una célula individual sentir miedo? Si lo damos por descontado en el caso de un protozoario libre, ¿puede ocurrir lo mismo también con la célula intraorganísmica? Si, para llegar a emociones complicadas, tal como el amor, que condicionan no tan sólo la presencia organísmica, sino también la de la persona, ¿puede la orexis restringida de la célula acusar la constelación interfactorial y patotrópica semejante a la consciente de la persona por lo menos para ciertas emociones primordiales de la orientación vital, tales como el miedo? La respuesta positiva que damos a esta pregunta es tan sólo deductiva, pero sus premisas se basan en la biológica oréctica y nos parecen completamente justificadas. Guiándonos por los principios de la unidad en cuanto a los procedimientos de la elaboración del estímulo en todos los niveles del organismo; suponiendo los mismos factores, las mismas fases orécticas, el patotropismo y el feed-back de la forma en todos los sitios de lo viviente, no vemos por qué no se podría llegar a una constelación excito-emocional que correspondería exactamente a la que hemos calificado de "miedo" también en la célula individual intraorganísmica. Amenazas desproporcionadas a las defensas, imperiosas e inevitables ocurren también en ella, cuya vida, tanto como la del organismo entero, está llena de riesgos y de dependencias vacilantes. Cualquier fallo alarmante en el metabolismo o en los dispositivos habituales, en la ontogenia o en el mecanismo oscilatorio egotino, en la descarga instintina, puede ser una amenaza para su existencia. Y tantas otras pueden venir del medio extracelular interno o directamente del extraorganísmico, con lo que se constituye aquel embrollo de emergencia indicado en nuestra descripción del miedo conscientemente sentido. Si la variedad del acto celular de sus respuestas para el acto consumatorio es menor en número que la del miedo consciente, las que le quedan son también típicas. Si no puede huir de la amenaza, ni rechazarla violentamente, le quedan por cierto la soportación, la parálisis y la sumisión como respuestas que pueden derivar en impotencia y hasta en muerte. Muerte afectiva... Es muy probable que la célula individual no pueda sentir angustia. Esta emoción tiene las mismas características orécticas que el miedo, con la diferencia de que en ella la amenaza no es inminente, imperativa ni inevitable, sino que es imaginativamente proyectada como posible en lo futuro cercano o lejano, lo que supone una persona con despliegue de la facultad imaginativa. Está ésta muy reducida en la órbita de la célula individual por el simple hecho de que todo en su vida es tiempo inmediato, la estimulación, la valoración, la reacción. No tiene tiempo para las "previsiones" a largo plazo. Para tomar parte en una operación oréctica calificada de angustia, la orexis celular tiene que estar envuelta en una superoperación multicelular y llegar a constituir un elemento de la sensación consciente, donde abundan los signos mnésicos. Sin embargo, la orexis de las representaciones, las ecforias de los signos mnésicos también pasan por las células: todo lo oréctico sucede en ellas. Y lógicamente, nos preguntamos: ¿la célula tiene memoria o no? Aquí frisamos ya el problema de la materia y la memoria al cual Bergson dio sus interesantes respuestas en su tiempo. Sin entrar en este problema, podemos decir que la célula seguramente tiene su propia experiencia; puede aprender y adquirir hábitos y habituaciones. Ni el reflejo condicionado, ni los cambios patológicos crónicos podrían concebirse sin esta hipótesis. Pero apenas tenemos apoyos suficientes de naturaleza química para afirmar que cada célula intraorganísmica también tiene su depósito mnésico. Es posible que los investigadores de los efectos ribonucleicos en la herencia nos den pronto alguna perspectiva satisfactoria sobre tal problema. El plasma celular es un océano en el que caben muchas cosas... Adelantándonos un poco, nos permitimos concluir que en la célula individual también existe memoria, ya que existe en ella la capacidad del aprendizaje y de la habituación. La célula podría, por lo tanto, acordarse de los buenos y malos momentos de su vida. Y si una nueva agresión sobreviene, podría igualmente acordarse También de lo que hizo anteriormente en una ocasión semejante. Y comportarse frente a ella con más habilidad: valorizarle también con más saber. Sería otra manifestación de aquella "sabiduría del cuerpo" de la cual habló magistralmente Walter Cannon. El cosmos, al parecer, no necesita acordarse de nada. En el mundo de la física hay solamente acción y efecto, un continuum del agon; no hay conocimientos del agon ni autovaloración de las fuerzas propias. Ni hace falta que haya memoria de lo pasado. En cambio, en el Bíos toda estimulación-acción es al mismo tiempo una reacción en la cual la memoria, base del conocimiento, tiene su papel constante. El Bíos empieza a servirse de la memoria desde que nace: lo agradable y lo desagradable empiezan a estratificar la experiencia y su memoria en los mismos albores de la vida individual.
Esquemas de la orexis fásica I. Las fases por las que pasa la elaboración del estímulo son:
II. El procedimiento de la elaboración de los estímulos es igual en todos los niveles del organismo mediante la integración factorial a través de las fases: ICEHf /F c-e-v-a-t III. Los resultados de la elaboración en una fase o de un nivel a otro van de un orectón a otro: o1 o2 o3 ....... on IV. Antes de llegar al nivel consciente, macroréctico, todo estímulo pasa por los niveles subconscientes, microrécticos:
microrexis ® macrorexis Notas: [1] Véanse los pormenores en el Hombre ante sí mismo, pp. 37 y ss. [2] Véase en Psicología de la orientación vital, pp. 223 y ss. [3] POV = Psicología de la orientación vital. HAS = El hombre ante si mismo. [4] Véase en El hombre ante sí mismo, pp. 68 y s. [5] Para abreviar llamamos a veces a toda la transducción del estímulo a través de las fases (c-e-v-a-t) transducción cevática. [6] Bases physiobiologiques et principes généraux de réanimation, París 1958. |
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