Emoción y sufrimiento. V.J. Wukmir, 1967. 3. La valoración
«La valeur des choses est fondée sur leur utilité.»
1. La bolsa interior de valoresEn la teoría de valores la biología no es muy propensa a caer en las finas trampas de la filosofía axiológica ni en la pasión de la lógica positivista que quiere ofrecemos métodos seguros de cómo lograr la ecuación de la verdad absoluta. Ve que el organismo posee una sabiduría innata de cómo establecer la lista de sus valores partiendo del criterio básico de la supervivencia y que lo maneja con mucha habilidad y refinamiento en su comportamiento, trátese de conservación, de procreación o de creación. El bien y el mal se reducen esencialmente en el terreno del Bíos a la posibilidad de sobrevivir con más o menos sufrimiento, afirmarse en el poder-sobrevivir con más o menos esfuerzo y tensión patotrópicos. Todo ser vivo sabe emplear este criterio de la utilidad vital, el cual está presente en las valoraciones del protozoo y del hombre, en todas las situaciones abiertas al comportamiento, sean sencillas o complicadas. Desde que nacen, y sin otra enseñanza que la de la experiencia individual, todos ellos saben distinguir entre lo que les es útil y agradable, e inútil y desagradable. La discriminación entre estos dos polos empieza por donde la posibilidad del sobrevivir necesita menos esfuerzo-tensión en conseguir lo preferible. En su orientación vital la célula, el organismo, la persona da preferencia a lo agradable y evita lo desagradable, lo rehuye. El primero tiene más valor para ellos, aunque es por la experiencia de lo desagradable por lo que el precio y el aprecio de lo agradable se cotiza en la bolsa de los valores biósicos. La capacidad de valerse de esta diferenciación, del poder valorar, es inmanente en el vivir. El tonus afectivo-reactivo que señala la medida en que una vivencia ha sido más cercana al polo negativo de lo desagradable o al polo positivo de lo agradable es el eje de toda la orientación futura del organismo y todas las vivencias depositadas en la memoria llevan su sello. Biológicamente hablando, no hay valores en sí; todos ellos son o positivos o negativos, copensando siempre el inevitable "más-o-menos". Y el trabajo biósico de la valoración empieza con la llegada de cualquier estímulo a cualquier receptor del organismo vivo. Los pormenores de este "distingo" son oscuros en la célula. El análisis de la valoración y del conocimiento tout court parte más bien de la observación macroréctica, es decir, de la introspección, para concluir justificadamente que en la célula individual no puede ocurrir otra cosa que en la persona. De aquí viene que el lenguaje racionalista no cede fácilmente a la aplicación de este término a los procesos de conocimiento subconsciente y lo reserva tan sólo a la valoración (juicio, enjuiciamiento) en plena vigilia. Pero la introspección nos enseña contundentemente que la función de la valoración empieza mucho antes de llegar el sentir a sus alturas macrorécticas; que las ecuaciones razonantes dependen directamente de los eventos subrazonantes y que las proposiciones más solemnes de nuestras formulaciones en palabras tienen sus raíces del saber-y-comprender en el sentir correspondiente. Y no hace falta buscar otros términos para estas funciones subyacentes. La célula valora tan sabiamente como cualquier sabio. En el momento de la estimulación, aquella parte de la célula que está envuelta inmediatamente en la operación receptiva, moviliza las entidades respectivas de los factores y del cofactor, necesarias para la cognición del estímulo. Todos ellos se presentan en cantidades, duración e intensidad respectivas, haciendo del estímulo un evento interior integrativo, frente al cual el resto de la célula tiene que tomar una posición posibilista, sea al estímulo agradable o al desagradable. La cognición consiste, por una parte, en la gnosia de las cantidades, duración e intensidad del agon y, por otra, en la autognosia con la cual la totalidad de la célula mide la posibilidad de aceptar, soportar y resistir el impacto del agon estimulante. Y es aquí donde el Bíos se distingue fundamentalmente del cosmos físico. El acero que recibe el impacto de una partícula no valora la posibilidad de su reacción. La célula tiene esta posibilidad frente a sus estímulos. Puede incluso no aceptarlo, según los datos que le transmite la función de la gnosia. Puede liquidarlo sin ocuparse detenidamente en él o puede valorarlo como relevante o importante para elaborarlo. Puede soportar bien o mal su duración temporal, puede resistir bien o mal, con más o menos esfuerzo tensión, su intensidad en los límites inferiores o superiores de su receptividad. Las fuerzas de toda la célula se relacionan con esta acepta-ción-soportación-resistencia directamente; pero indirectamente toman parte en esta función las fuerzas de todo el organismo, ya que la célula depende de este todo. La capacidad valorativa de los seres vivos es realmente maravillosa y refinadísima. Los inmunólogos, por ejemplo, están perplejos ante la habilidad con la cual en la fagocitosis las células seleccionan las partículas "fagocitables", que pertenecen al organismo (self ) de las que no le pertenecen (not-self). Pero aparte de tales pormenores, esta capacidad es un fenómeno general de lo vivo, esta prontitud milenaria de actuar pro domo, seleccionando, escogiendo dentro de ciertas márgenes, tanteando, oteando, oscilando; en el fondo, defendiéndose contra la entropía, previniendo un mal mayor dentro de lo posible. No sólo el organismo y la persona; la célula individual puede incluso, a raíz de su valoración, recortar el tiempo funcional de la soportación y estrechar al mínimo las fuerzas de la resistencia, y aun sobrevivir, si valora bien. También toda subvaloración y sobrevaloración, que se presentan como error, tienen sus raíces en la básica capacidad valorativa de la célula. Sólo el reflejo puro parece contradecir o prescindir de la valoración, como si allí tuviéramos tan sólo estímulo-reacción o como si en estos fenómenos la economía de la evolución ahorrara al organismo la inseguridad de la oscilación, y como si no actuara obedeciendo al principio del "más-o-menos" sino al del "todo-o-nada". Pero puros reflejos se encuentran tan sólo en algunas paleostrata de lo vivo, y tendríamos que preguntamos si éstos no pertenecen ya a la estructura evolutivamente acabada Hf, y no a la función interfactorial de la orexis. Y aun así, algunos reflejólogos han creído necesario acudir al "reflejo de orientación" en, cuyo concepto la palabra orientación es paradójica, ya que excluye el automatismo reflejo. Sea como fuere el problema marginal de los reflejos puros, es axiomáticamente evidente que una enorme mayoría de los actos de comportamiento en todos los seres vivos depende de las instrucciones que cursa a la ejecutiva la función valorativa previa. Más aún, parece que la evolución misma, al menos en el Homo imaginativus, se sirve de la ampliación en el funcionamiento valorativo para preparar sus pasos genéticos en lo futuro. Es lícito pensar que la mutación violenta y azarosa no es el único camino de la evolución y que el otro, de ritmo lento pero insistente, de infiltración progresiva, encuentra sus cauces subterráneos en la ampliación de las facultades valorativas. De todas maneras, observando la célula o enfocando a la persona, el personólogo no puede prescindir de la letra V que interpone entre la S (estímulo) y la R (reacción) y le parece importante estudiar todo lo que pueda captar en este largo capítulo V. Por la interpolación de la función valorativa definimos el sentir; por ella rechazamos también los conceptos mecanicistas que en el comportamiento quieren ver tan sólo un resultado del in-put y out-put cuantitativo y en el ser vivo una máquina sui géneris. Este concepto, sea tan sólo ciegamente determinista o confiado en la calculabilidad estricta de todo comportamiento futuro, es erróneo en primer lugar porque mediante la función valorativa la célula-organismo tiene cierta facultad relativa de escoger, seleccionar; cierta facultad de libertad frente a la estimulación cuantitativa. Todas las matemáticas de lo por venir que quieran servir la exploración biológica, tendrán que ser basadas no solamente en el cálculo de la probabilidad, sino en el de la posibilidad, el cálculo de la valoración biósica. Es éste el tipo de cálculo que la célula viva emplea para su orientación, siempre concreta e inminente, siempre urgente y atada a un hic et nunc imperativo. Y también siempre multifactorial y multisubfactorial. Si no llegamos a copiar de ella tales matemáticas en las que la célula-organismo es un maestro, las que pedimos prestadas a la física nos servirán de poco. Este posibilismo consiste en que al recibir un estímulo, la célula no sabe qué se hará de él en el acto futuro; tiene que valorarlo antes. Ni es provechoso para ella si algún obstáculo le priva de esta posibilidad. Toda reducción forzosa de esta función emocional-valorativa es ya por sí misma una amenaza seria para el comportamiento norma!. No es una maquinilla estricta y exacta nuestra célula, sino más bien un ser vibrante y tembloroso, y su taller no es el de un mecánico, sino más bien el de un artista. Y si bien obedece al supremo mando de l3 forma, no sabe de antemano si podrá servirla completamente. Hará lo que pueda, dada la situación concreta y actual. En la valoración de toda clase la lógica racional supone un valorandum (objeto) y un sujeto que valora (el valorante), pero esta lógica sufre una corrección en los fenómenos biológicos subracionales. Podríamos intentar mantener el dualismo sujeto-objeto y quizá decir que el valorante es la totalidad da la célula, del organismo, de la persona, y el valorandum-objeto, la parte activada del agon cuadrifactorial y del cofactor, pero en realidad este dualismo desaparece desde la apertura de la orexis en la fase de la cognición y se convierte en una función unida del acontecer-conocer. Analíticamente podemos abstraer las tres palancas del agon-gnosia-autognosia, pero la realidad interior las presenta juntas, si la orexis es normal, como simultáneas y no sucesivas. Normalmente, ningún agon (a) es relevante para el organismo sin ser conocido (gnosia, g) y sin ser relacionado al mismo tiempo con la autognosia (gg). El acontecer-conocer biósico borra las fronteras entre el sujeto y objeto en el sentir-f unción de una realidad interior unitaria, en un pequeño taller de elaboración, en el que las cantidades del agon adquieren carácter de cualidades mediante la intervención de la gnosia-autognosia. En este punto de la orexis ya es difícil separar la acción del estímulo de la reacción del organismo, puesto que el mismo estímulo no es una estimulación si no es calificado como tal mediante la gnosia-autognosia. Si éstas fallan, el agon resulta una fuerza ciega, la mayoría de las veces nociva o catastrófica para el organismo. Normal es tan sólo aquel agon que, siendo cuadrifactorial y sometido a la intervención del cofactor de la forma, es conocido en su cantidad, duración e intensidad y reconocido como aceptable, soportable y resistible. Después de tal cognición (c), el sentir se articula, la valoración emocional (e) se constituye y la orientación vital puede encaminarse hacia la volición (v) y el acto (a). Las modalidades quimicofísicas de este acontecer-conocer son desconocidas. Es posible que, estudiando el laberinto de los lípidos entre dos capas de proteínas en la membrana celular, nos espere alguna primaria revelación útil sobre cómo se convierte el acontecer interior en el conocimiento sobre él (véase la fig. 4). Lo único nuevo que creemos aportar con estos conceptos es la íntima conexión de la aceptación-soportación-resistencia con el patior, indicando también en este sitio que el mismo conocer de las valencias del estímulo cuesta esfuerzo y tensión. A la plancha de hierro no le cuesta nada soportar el golpe del martillo. No hay sentir ni subjetividad en ella. Parece mentira que aún hoy día haga falta subrayar esta diferencia ante los sabios reificadores del Bíos. La valoración emocional es, por lo tanto, una relación constante a:g:gg. Si construyésemos un esquema rígido de esta función, alinearíamos estos tres componentes de la manera siguiente:
donde las flechas pequeñas indican la interdependencia mutua de las tres componentes y las grandes su unión intrafuncional en el evento del "acontecer-conocer" subjetivo. Esta unión es indispensable para la orientación vital normal. El agon se escapa a la gnosia y a la autognosia en el ataque epiléptico. La gnosia se separa de la autognosia en la esquizofrenia. La gnosia y la autognosia están en subfunción bajo la anestesia artificial. La función de la valoración es real mientras los tres componentes actúen simultánea, sincrónica y sinergéticamente, es decir, mientras la cognición capta adecuadamente la cantidad, la duración, etc., del agon y mientras el esfuerzo-tensión patotrópico pueda intervenir señalando la medida adecuada de la aceptación-soportación-resistencia. Dicho en lenguaje común: una sensación de mancha verde es real en mi valoración, es realmente una mancha verde, cuando su estímulo es conocido como tal por la gnosia y además sostenido como aceptable por la autognosia. Si escribiéramos una teoría sistemática de conocimiento, aquí nos acecharían muchos problemas. Entre ellos uno que no podemos pasar por alto y que es la misma noción de la realidad, vista endoantropológicamente. El estudio de lo subjetivo y de lo afectivo nos inclina en esta discusión de siglos a no admitir el empleo semántico de las palabras rea; y realidad para los fenómenos que acostumbramos llamar "realidad exterior". En el sistema oréctico esta "realidad exterior" se llama el factor circunstancial exógeno. Este factor se convierte en realidad tan sólo si se junta con su estimulación a otros factores del comportamiento de los seres vivos. Hasta que su estimulación no haya emprendido el camino de penetrar en el organismo por sus receptores, esta realidad del "mundo exterior" no existe para el organismo individual. En cambio existe desde el instante de la recepción, ya convertida en la realidad interior. No defendemos aquí ninguna tesis de la filosofía oriental u occidental sobre la noción de la realidad, sólo queremos matizar el significado que damos en el sistema oréctico a esta palabra, bastante traidora en sí, optando por la exclusividad de la realidad interior. Lo que desde dentro proyectamos en imágenes e ideas, declarándolas como signos y significados del "mundo externo", es siempre un derivado mnésico de las sensaciones, es abstracción de algún grado. Si no queremos embrollar demasiado nuestro lenguaje, tenemos que admitir, por lo menos, que lo "abstracto" y lo "real" son conceptos semáticamente antagonicos. Lo que del llamado "mundo exterior" sabemos no es su realidad exterior, sino la nuestra, interior, bajo el impacto de la presión factorial. Llamamos, pues, en la teoría oréctica realidad interior a los eventos del agon-gnosia-autognosia en función activa. En resumen: el sentir es nuestra realidad. La realidad interior, subjetivamente sentida, puede aumentar o disminuir y tiene, como todo en el organismo, sus grados de "más o menos". Durmiendo profundamente, sin sueños autobservables, o en una honda anestesia, en ciertas fases del coma o precoma, es esta realidad la que disminuye. Está proporcionada al potencial de la extensión de valoración. El reanimarla desde estas honduras del aún-vivo depende de si logra intensificarse, natural o artificialmente, la intrafunción del aconlecer-conocer. Al mero nivel atomomolecular no hay vida porque no hay valoración subjetiva. El organismo empieza donde se inicia la intrafunción agon-gnosia-autognosia. Es preciso quizá, para nuestro uso doméstico de teorías, y con el pobre apoyo que nos da la semántica de nuestro vocabulario convencional, distinguir en esta materia referente a la realidad interior, entre las palabras ocurrencia, acontecer y evento, midiéndolas todas con el criterio de la valoración (S-V-R). Hay cosas que ocurren con nosotros aunque no llegamos a valorarlas sincronizando la gnosia, a pesar de que su agon tenga efecto sobre el organismo (por ejemplo, en cualquier caso de destrucción violenta de la célula). Aquí la realidad de la vivencia se nos escapa: esto lo llamamos ocurrencia. El acontecer ya acusa al menos la tendencia hacia la relación agon-gnosia, mientras que llamamos un evento oréctico tan sólo a aquella realidad interior que lleva todas las características de la orexis: de la integración cuadrifactorial, de la patotrópica y del devenir de la forma. En la captación de la realidad interior la memoria y sus ecforias de signos tienen un papel decisivo. Representa todo el saber adquirido por la experiencia y mediante sus signos facilita en la valoración emocional una orientación rápida sobre el agon. Reconoce los objetos, hace posible la verificación de la actualidad sentida suministrando recuerdos, el significado de las conexiones entre las cosas, su carácter de agradables-desagradables. Está lleno el patrimonio mnésico de un saber amontonado, la mayor parte de él adquirido por el hombre sin ningún mérito y muchas veces contra su voluntad. El saber más seguro del hombre es el que posee sobre su realidad interior. Cuando Anaxarco dijo "No sé nada y ni siquiera sé que no sé nada" se quejó de la impotencia del hombre ante tantos enigmas que le rodean, pero endoantropológicamente no dijo nada que pudiera calificarse de válido. Y si Lucrecio remata tal filosofía con aquello de "Si nada se puede saber, entonces ni siquiera podemos saber que no sabemos nada", estuvo jugueteando con palabras, no pensaba científicamente. Por lo menos cuanto a la realidad interior, cualquier hombre normal sabe mucho y eí. muy introspectivo aunque no lo parezca: en cada momento acude a la memoria. Cuando la posibilidad de tal movilización le falla, en las amnesias y dismnesias, se vuelve un pobre e impotente ignorante. La realidad interior y la verdad del Homo imaginativus no son la misma cosa. Haremos más adelante ciertas observaciones que se refieren a este punto. Zoicamente, el hombre puede orientarse vitalmente en una gran parte de su supervivencia si el engranaje valorativo del agon-gnosia-autognosia marcha bien. La captación de la realidad interior es primordial para la conservación y la procreación. La verdad es más bien el dominio de la creación. Como hemos dicho, la traducción fisicoquímica del fenómeno "conocer" no existe. Recientemente hemos llegado tan sólo a una rectificación sobre la naturaleza del fenómeno "acontecer". Durante mucho tiempo se ha creído que el camino del estímulo desde la recepción S hasta el acto R tiene naturaleza electromagnética. Ahora se cree más bien que es química, o electroquímica. Muchos excelentes fisiólogos y bioquímicos se han esforzado en aclarar debidamente el paralelismo fisicoquímico de la estimulación (Adrián, Eccies, Hodgkin, F. Huxiey, Katz, Grundfest, Purpura, Feldberg, Gastaut, Magoun, Moruzzi, Jouvet, Szentgyorgyi, etc.). Por otra parte, el gran interés que provocó el descubrimiento de las funciones del ácido nucleico junto con la teoría de la información, aplicada a la biología, creó un lenguaje nuevo en la explicación de cómo actúa el ADN o el ARN ("información", "réplica", "transcripción", "traducción", codaje", etc.)[1]. Pero con todo esto el enigma sobre lo que sucede fisicoquímicamente cuando el "acontecer" se convierte en "conocer" queda densamente cubierto de nieblas y a esta densidad contribuyó no poco el hecho de que los fisicoquímicos se olvidan habitualmente de interponer entre la llegada del estímulo y el acto la Junción evidente de la valoración. El usual procedimiento en estos casos, que consiste en buscar una nueva clase de energía —este principio que parees explicarlo todo— y hablar de una transformación y de una conversión de las energías agon en las de gnosia, es poco explicativo. A las diez clases de energías con las que los sistemas actuales operan (la cinética, gravitacional, térmica, eléctrica, magnética, química, de irradiación, de elasticidad, nuclear, potencial) podríamos añadir una más, indicando con cualquier denominación el estado de la transformación que ocurre en el hecho y evidencia del "conocer". Nosotros creemos que esta nueva palabra nos sería de poca utilidad, dado el estado vago en que se encuentra hoy en la ciencia la definición de la misma "energía" como atributo de la materia o del campo de irradiación.
2. La valoración primaria es preverbalSi digo "odio a X" traduzco verbalmente lo que siento hacia tal individuo. Doy expresión a una realidad interior mía del sentir, después de haber comprendido su carácter emocional mediante la introspección dirigida hacia tal realidad. Pero para sentir odio y comportarse hacia X según las instrucciones que me ofrece esta orientación agresiva, no necesito la traducción verbal de mi sentimiento. Puedo agredirle o incluso matarle partiendo directamente de esta emoción. Pero también puedo, deteniéndome ante el acto inmediato, autoanalizar este sentir mío, hacer una autoscopia de su realidad interior. El valorandum de este acto de introspección será la emoción misma cuyo conocimiento me señala el significado de la realidad interior: as odio. Con la introspección de este "es" puedo ascender a la valoración emocional de comprensión del sentido de su verdad y saber cómo y cuánto odio y hasta por qué. Para esta emoción de comprensión con la cual valoro otra emoción del odio, tampoco necesito palabras. Puedo llegar a la verdad comprobada y a la ecuación del sentido de mi realidad interior (es odio, es tanto odio, y lo soporto mal) sin tener que transcribirlo en palabras. Ambos escalones del conocimiento, el de la realidad (= "odio") y el de la verdad (= "es tal odio") pueden ser preverbales y suficientes para mi orientación vital. Luego puedo también articularlos racionalmente, expresarlos y, si es necesario, comunicarlos en actos verbales exteriorizados. La articulación racional, posterior, el modo de la expresión y de la comunicación, dependerá directamente de la realidad conocida de mi sentir; este primer escalón del conocimiento servirá de base para la comprensión de la verdad, si es que estoy interesado en lograr el segundo escalón. En ambos escalones el modo de proceder oréctico será el mismo. El sentir de la realidad "odio" es un devenir a:g:gg hacia un acto de conocimiento valorativo final G. El sentir comprensivo "este odio es así" es un devenir G1 ® G2 de la verdad subjetiva, una introvisión G2 basada sobre G1. Un conocimiento "emoción por emoción", totalmente posible en el nivel preverbal. Gracias a la memoria puedo autoanalizar así la realidad interior pasada. La memoria nos es normalmente fiel; si no nos acordamos de algún pormenor insignificante, del significado de las vivencias nos acordamos casi siempre. Y sabemos bien por lo menos qué valencias de utilidad vital han tenido en nuestra maduración y si eran agradables o desagradables. Los signos que emite la memoria y que nos ayudan tanto en la gnosia y la autognosia, también son preverbales en su gran mayoría. El acontecer-conocer pasado está almacenado en la memoria a raíz de una señalización biósica cuyo alfabeto fisicoquímico es misterioso, pero cuyo desciframiento no nos cuesta gran esfuerzo. El lenguaje crudo de la cognición y el de los recuerdos es el mismo. También en la memoria el acontecer-conocer preverbal operan con el mismo método de la sintaxis y de la semántica. Reconstruyendo en la introspección la realidad interior de mi odio, no necesito decirme verbalmente que el hombre del que procede la amenaza se llama Antonio Quijano Martínez: la memoria le identifica con sus signos e imágenes. Tampoco tengo que evocar toda la lista de sus injusticias hacia mí: las resume la memoria en unas endoideas muy abreviadas de cuyo significado no me equivoco. Y en vez de presentarme las largas secuencias de mis distonías pasadas, causadas por este enemigo, un tonograma de síntesis me es suficiente. Son signos e imágenes que sin ninguna traducción articulada hablan claro y me bastan tanto para volver a odiarlo como para comprender el porqué de mi odio. E incluso para proceder a una abstracción de más alto grado, explorando qué es el odio, qué es una emoción, escribiendo endoantropología. Las etapas del conocimiento y del método de la valoración son biósicamente idénticas en la captación de la realidad y de la verdad tanto en el lenguaje cotidiano como en el del científico o del artista. La cualidad del pensamiento científico es directamente proporcionado a la cualidad de su sentir. También los errores que desvían el pensamiento acontecen mucho antes de que se hagan patentes en una proposición falsa. Y Ja verdadera rectificación —la revaloración— también debe hacerse gefühlsmassig, como dice Einstein, en el código preverbal. En resumen, la teoría oréctica postula:
En muchísimas ocasiones el Homo imaginativus se sirve en su orientación vital tan sólo del conocimiento de la realidad interior, sin preguntar por la verdad. En estos casos, sus actos de comportamiento, aun cuando en ellos está envuelta toda su persona, se componen bajo el mando de las instrucciones que proceden directa e incontroladamente de su sentir. Ama u odia, o sigue tantos otros centenares de valoraciones emocionales, sin ocuparse del escalón r del conocimiento. Los animales no lo necesitan. Y podemos describir completamente el perfil de un hombre en una novela indicando lo que es la realidad interior de su sentir, sin dejar que pronuncie ni una sola palabra de su abstracción racional en una conversación articulada. Y si llegamos a la conversación, ésta será falsa y artificial si no tiene en cuenta lo que por debajo de ella siente realmente nuestro personaje. La descripción de este sentir puede hacerse si captamos por nuestra comprensión emocional el significado y el sentido del acontecer interior de esta persona, en el arte igual que en la vida cotidiana. El método básico de la introspección es siempre el mismo: la introvisión del acontecer y la intropatia, es decir, el conocer de lo que le cuesta vivir.
3. Pequeña historia de una mancha verdeLa macrorexis, en estado de vigilia del hombre, consiste en la concienciación de sensaciones, emociones y representaciones, y permite valoraciones extensas, preverbales y verbales respecto a la medición subjetiva de la cantidad, duración e intensidad y la respectiva autognosia de su aceptación-soportación-resistencia. Un estímulo evoluciona hacia la macrorexis tan sólo si no ha podido ser liquidado satisfactoriamente en la microrexis. La operación multicelular requiere naturalmente una extensión de la distribución cerebral aferente y eferente. Interesándonos aquí especialmente la valoración, esquematizaremos brevemente los elementos discernibles en ella tomando como ejemplo una sencilla sensación que ha llegado al nivel macroréctico de la concienciación, la sensación de "una mancha verde" (omitimos las explicaciones fisiológicas del receptor visual). Ha llegado de la microrexis y se ha colocado muy humildemente no lejos del umbral del campo de la concienciación, reconocida por el a:g:gg como una simple, no muy pronunciada ni importante "mancha verde", probablemente pasajera, una sensación huidiza de presión cuantitativa y de corta duración e intensidad. No obstante, obtiene una oportunidad: la autognosia (gg) la califica como una "mancha verde agradable". Si no hay otras urgencias de concienciación, esta sensación puede intensificarse, enriquecerse con ecforias mnésicas y desarrollarse eventualmente en una vivencia emocional-valorativa mucho más amplia e importante. Entre centenares de posibilidades, supongamos que esta ampliación progresivamente articulada tome los siguientes aspectos: "una mancha verde en el horizonte lejano"; después "un bosque en el horizonte"; quizá "el bosque de mi infancia"; o incluso "el bosque de mis sueños de infancia", etc. Podemos llegar a captar tal realidad de la "mancha verde" y hasta llegar a una apreciación de su sentido especial, de la verdad que su vivencia representa para nosotros. ¿De qué elementos depende tal conversión de una vivencia pasajera en otra de más peso e importancia valorativa? Mencionaremos brevemente estos elementos —cada uno de los cuales merecería un tratamiento extenso [2]—, usando para ello un lenguaje totalmente personológico, es decir, en cierto modo biológico, pero alejado ya de lo propiamente fisiológico. Todo lo que nos dice la interesantísima y febril investigación fisiológica sobre los fenómenos de la concienciación macroréctica ("arousal", "vigilance", "réanimation", "awareness", "éveil", etc.) nos deja sin explicaciones suficientes en cuanto a los matices afectivos cuya realidad y copresencia evidente entre los fenómenos de concienciación es innegable. Los mensajes interiores de tales eventos son muy complejos; vienen de las honduras de la célula y de la totalidad del organismo-persona; se manifiestan en síntesis funcionales. Simples palabras pueden identificarlos con más seguridad que los procedimientos inductivos del análisis. Sin embargo, son subjetivamente discernibles y tienen un significado real en la orientación vital de los vivos: no se pueden descartar aunque el laboratorio experimental se vea impotente para captarlos y aislarlos. Y es precisamente en estos casos en los que podemos darnos cuenta de lo calidoscópico que adquieren los "fisismos" y los "quimismos" dentro de sus fluctuaciones productoras de funciones infinitesimales pero eficaces a la vez- que incontables. Indicaremos aquí tan sólo las principales relacionadas con la articulación progresiva de los eventos valorativos de la concienciación: 1) el posible interés organísmico por la fijación de la "mancha verde", como primera operación valorativa, seleccionadora y aisladora, con sus raíces profundas en el "querer-vivir", en el ir hacia un efecto estadístico de cualquier oportunidad de autorrealización positiva; un movimiento primario de antenas escudriñadoras aun sin extenderlas hacia una palpación concreta; un intento del más-vivir en el que la filogenia y la ontogenia se cruzan con parentesco milenario, adquiriendo en el hombre una activación espectacular de alerta y prontitud del eternamente sediento. ¿Ritmización metabólica? ¿Elasticidad u osmosidad membranal? ¿Activación electromagnética? ¿Facilidad instintual o enzimática? La noción del interés organísmico es muy ancestral y por esto difícilmente descifrable, pero el fenómeno es real y cubre una inmensidad de eventos minúsculos del conjunto, muy efectivos aunque bien escondidos: la vida de la "mancha verde" será muy corta o se prolongará y florecerá si un interés radiante tiene en este momento cierto empuje introceptible hacia ella; 2) la tendencia hacia la ampliación obtendrá otro apoyo, señalado quizá más bien por marcas individuales, ontogénicas, si algún orectón de la curiosidad vital se instala en la articulación macroréctica incipiente que tanto caracteriza al antropoide y que ahora se descubre no solamente en los monos sino incluso en las hormigas y otros insectos aparentemente poco afectivos, como una manifestación de importancia evolutiva y hasta como una condición creativa en el hombre. Por ella se puede llegar al distingo comprensivo primario entre la observación del movimiento ciego de los procesos y el comportamiento articulador de las (unciones, quizá tocar el germen de lo creador en el Homo imaginativus. No importa la respuesta a tales preguntas, pero la capacidad de la curiosidad pesa en las proyecciones que de simple transcurrir de la vida hacen jardinería de un vivir intenso, antigravitacional, opuesto a la inercia y a la involución de la valoración. Cierta dosis de la curiosidad y una trivial "mancha verde" se convierte en la grandiosa vivencia del "bosque de mis sueños de infancia"...; 3) el interés y la curiosidad cooperarán con sus respectivos orectones para que se añada a ellos el de la atención, esta paraemoción precursora indispensable de la concienciación de una sensación o de una futura emoción macroréctica. Esta paraemoción valora la posible utilidad vital de una constelación ICEHf inmediatamente futura [3]. La llegada del estímulo al nivel macroréctico supone ya una operación anterior microréctica multicelular, en la que cooperan muchos orectones activados al nivel reticular (Magoun, Moruzzi, Dell, Robertis, Bonvallet, etcétera) y en esta operación polisináptica interneuronal y glial ocurre también la acción paraemocional que denominamos orexis de la atención. En ella las instintinas inducen al organismo hacia la concentración convergente, hacia la apertura de la sensación, en nuestro caso, la de una "mancha verde" y su posible significado como vivencia amplificable. El interés, la curiosidad vital y la atención, al hacerse posible en esta preparación afectiva de un estímulo microrécticamente llevado a los grados de concienciación más intensa y extensa, han aumentado la oportunidad de la "mancha verde" para convertirse en una sensación completa, no periférica, no provisional, no pasajera. Esta concreción es un devenir progresivo de articulación, devenir no mecánico, es decir, constantemente valorativo. Un devenir que abrirá las puertas del conocimiento más ancho de la introvisión y de la intropatía atenta: el tiempo de la atención hacia lo que acontece en nosotros, primero como realidad interior. Pero ninguna ampliación es posible sin las afluencias aumentadas de las 4) ecforias mnésicas, el material precioso que la memoria suministra a la valoración, si es incitada a tales suministros por la excitación creciente. En la articulación concienciada intensamente la memoria (M) acude con unas operaciones seleccionadas y discriminativas rapidísimas, capaces de distinguir entre todo el "verde" de la experiencia general y entre todas las "manchas" diferentes de la misma mediante su aparato de reconocimiento (M-re), de recuerdos globales de vivencias (M-vi), de endoideas (M-id) y del indispensable tonus de lo agradable-desagradable (M-t). El haber acumulado por la experiencia contribuirá a la calificación de la "mancha verde" con este rápido codaje de su significado, mediante estos mensajes sutiles que parten del orden y de la conexión de las cosas de experiencia acumulada, y de la jerarquía establecida de valores vitales en el almacenaje mnésico, y sin los cuales ni habría posibilidad de convertir una "mancha verde" en un "bosque en el horizonte lejano", y aún menos en el "bosque de mis sueños de infancia", etc. Sin la transmisión mnésica no hay ni valoración, ni concienciación, ni orientación; sin ella no podemos llegar a la emoción de la comprensión que siempre es un juego del saber pasado, relacionado con una nueva situación de integración factorial y de patotropismo a la que valoramos actualmente. Y en la vida la realidad interior de la célula-organismo-persona nunca es cuantitativamente idéntica en una vivencia de hoy frente a una vivencia semejante de ayer; siempre hay algo diferente en las situaciones abiertas al comportamiento: en esto reside la obligación de la valoración. La memoria compone para la valoración. 5) la coestesia vital de la cual hablaremos más adelante en el capítulo sobre la persona. Este cosentir biósico nos indica la unidad de lo innato-adquirido por nuestro organismo-persona, la contigüidad y la continuidad entre los momentos de la experiencia, la semejanza de nuestra postura ante la vida entre ayer y hoy, garantizada precisamente por la estratificación progresiva de los escalones de la memoria, de la mnemoteca de objetos aislables, de la pinacoteca de los recuerdos globales, del índice de las endoideas, de la discoteca de los tonogramas sobre lo agradable-desagradable en las experiencias de la vida. Todo esto, en el fondo del factor E, tiene su carácter individual, profundamente ontogénico, único e insustituible. La coestesia vital de esta unidad es un signo introceptivo que señala que la integración factorial por debajo de la macrorexis y el patotropismo funcionan provistos de la misma marca individual que ontogenéticamente separa un individuo único de los demás estereotipos de su especie. Traducido al torpe lenguaje convencional, esta coestesia en nuestro caso dirá que semejantes "manchas verdes" en el pasado de la persona han tenido habitualmente buena acogida; que eran provechosas para el más-vivir del organismo-persona; confirmarán el interés, la curiosidad y la atención a la configuración incipiente de la sensación y abrirán una brecha más a su proyección y ampliación posible. Es un bosque en el horizonte lejano, insistirá la memoria, pero no un bosque cualquiera, universal, sino —te lo recuerdo— aquel bosque en el que tantas veces en tu infancia... Y algunos trozos luminosos de aquellos recuerdos globales (M-vi) ya intentan infiltrarse en el foco de la valoración. Permaneceré —nada me estorba— con la sensación un milisegundo y permitiré que me invadan los recuerdos: esta emoción completa hincha el tiempo-espacio de la metafase valorativa y una vivencia de las más agradables se instala en la articulación concienciada, llena de acontecimientos gnósicos, auto-gnósicos superpuestos y de una comprensión de su sentido relacionado con toda mi persona. Vivo subjetivamente lo únicamente mío: soy lo que soy y lo que he llegado a ser; permanezco único; y todo ello adquiere una forma, cuyas fronteras no son geométricas ni dibujables, pero cuya coherencia y cierre fino es palpable como un conjunto autónomo. Por medio de las ecforias y de la coestesia vital se han producido en este devenir, en esta ampliación de una sensación fugaz. 6) la creencia de que tal ampliación es posible; 7) la proyección de que tal ampliación podría serme vitalmente útil; 8) que el esfuerzo-tensión patotrópico hacia ella vale la pena; 9) que comprendo el significado de la realidad interior; y que, eventualmente, 10) puedo llegar a la verdad de que la "mancha verde es el bosque de mis sueños de la infancia". Con lo que una simple sensación ha llegado a ensancharse, por los mismos procedimientos del agon-gnosia-autognosia, en una emoción valorativa completa y rica que en este momento rige mi comportamiento: permanezco meditativo con la mirada fija en la mancha verde, pero desde dentro vivo intensamente una realidad emocional que de mucho sobrepasa su estimulación primaria. ¡No hay test ni maquinillas electrónicas que puedan captar estos eventos "objetivamente" en un laboratorio! Ni son estos eventos irreales, por ser interiores; mi valoración es completamente real, y sus pormenores grandemente importantes para mí. Las secuencias afectivas desde una "mancha verde" fugaz, en su camino hacia "el bosque de mis sueños de infancia" es una vivencia riquísima y sumamente agradable; es un acto interior de autorrealización positiva, de autoafirmación. Y la consecuencia de este acto consumatorio es también positiva: un to-nus afectivo-reactivo que es una sintonía, o una euforia. De éstas se reanima todo el organismo: la alegría es la señal de una coestesia favorablemente confirmada. Es el momento en que la forma en este sector del vivir subjetivo (¡y no hay otro que el subjetivo!) marca una victoria indudable frente a todos los riesgos de la supervivencia. Anotando unos móviles dentro de un coto tan minúsculo como es el de una sensación, hay que confesar la tremenda insuficiencia y pobreza de tal análisis abstracto, el despojo de la realidad concreta por la abstracción racionalizante. Al vivirlo yo no me he despojado de nada, es verdad; para describirla con un poco más de identificación expresiva, sólo el artista podría llegar a traducirlo en comunicación adecuada. El puede describir en largas páginas épicas, o sintetizar en cortos versos el acontecer oréctico real. Lo que nosotros aquí señalamos por la fórmula M-vi de los recuerdos globales él puede llenarlo todo con imágenes vivas de aquellos días lejanos, pasados en el bosque de estos sueños y reproducir los sueños también. El científico, aun cuando fuera al mismo tiempo artista, tendría un miedo ridículo ante tal ampliación de su análisis no verificable por otro experimento que por el subjetivo. El esen-cialismo inductivo es su dominio; el copensar amplio le parece peligroso y —quizás— indigno. Las deducciones son enemigas de su exactismo orgulloso. El artista, en cambio, describiendo in concreto los eventos interiores, tiene otra clase de miedo, una angustia benéfica y provechosa indispensable: es el temor de ser arrastrado por su imaginación y añadir algo a estos eventos dentro de la descripción de una persona concreta que no pertenezca a su único e insustituible vivir bajo auténtica marca ontogénica, tiene miedo al error por abstracción, y a su plausibilidad fácil, con lo que tanto la verdad como la realidad de lo que describe o reproduce se convertirían en falsedad. Si en este punto de una simple sensación cediéramos a la tentación de desmenuzar los mencionados diez elementos de la valoración, nos encaminaríamos hacia el panorama de la creatividad en el Homo imaginativas. Una simple sensación ampliada toca a la creatividad, abierta como posibilidad a todo ser humano en el que el sentir no se ha resecado. Hay en esta ampliación fenómenos de surgimiento, de emergencia evolutiva, de urgencia de la más-forma. El interés, la curiosidad y la atención surgen de las honduras, emerge la creencia del más-vivir, urge el lanzamiento hacia una aventura de la invención, es decir, de las "síntesis nuevas" (Morgan) y de la rapidez intuitiva. Cualquier hombre común está aquí cerca de convertir una "mancha verde" trivial en la obra de arte de un "bosque de mis sueños de infancia", toda poblada de luces, colores y paisajes, de figuras y personas, de ritmos y de música. No tiene que escribir poemas sobre esta vivencia, y quizá no tiene capacidad para ello. Para su autocreación interior bastará sentirlo, ser lo que potencialmente es, para llenar el tiempo de su vivir y sembrar jardines de belleza donde el desierto del no-saber-vivir le acecha. Hay solamente un pecado mortal imperdonable contra la vida que comete el Homo imaginativus: vivir involutivamente donde hay libertad de vivir evolutivamente. Vivir con inercia y gravitación zoica donde podría vivir antrópicamente. Vivir estratégicamente donde podría vivir responsablemente. Los perezosos no saben qué magnífico teatro puede haber tras una inocua mancha verde. Los supersabios de batas blancas creen que pierden el tiempo con tal teatro. Pobreza a lo Caliban. Soberbia a lo Wittgenstein.
4. El error, visto biológicamenteLa máquina tiene solamente fallos; el ser vivo, siendo un devenir y una orientación vital constante, puede cometer errores. En cada momento, la supervivencia es un riesgo y siempre tan sólo una posibilidad relativa. La probabilidad del sobrevivir depende en parte de causas que el ser vivo no puede controlar ni adaptarse a ellas por su comportamiento elaborado mediante la valoración y los actos adecuados. En la parte controlable puede intentar contribuir a la supervivencia por sus propios esfuerzos de comportamiento. Una condición primaria para su autoafirmación es la ecuación entre el agon y la gnosia-autognosia (adaequatio realitatis). Al nivel de la persona, a esta valoración sobre la realidad interior se añade, facultativamente, también la valoración comprensiva de la verdad (adaequatio veritatis). En el lenguaje de palabras la primera ecuación gnósica significa "esto es esto"; la segunda: "esto es así". Todo error en la valoración tiene sus raíces en la gnosia de la realidad interior. En la parte controlable del comportamiento la desorientación vital y la locura estriban en el error sistematizado en la valoración sobre la realidad. Este error primario es más peligroso para la supervivencia que el error en la verdad. Es más fatal para mi orientación vital si una mancha verde es captada por mi gnosia como una mancha azul o roja (realidad), que si me equivoco sobre la ecuación de que es "el bosque de mis sueños de infancia" (verdad). La verdad es una ecuación sobre dos ideas (o dos hechos), e ideas son siempre ya abstracciones de la realidad primaria. Las ideas son unos derivados ya en el patrimonio mnésico (endoideas). Sus signos (los ideogramas) dependen de la gnosia-autognosia primaria de los estímulos anteriormente elaborados. Para la orientación vital de la persona, la situación ideal es aquella en que la ecuación primaria sobre la realidad y la ecuación secundaria sobre la verdad coinciden, es decir, cuando una valoración es al mismo tiempo real y verídica. Lo cual permite no solamente el saber cómo son las cosas ("esto es esto"), sino que incluso admite una revaloración sana en una comprensión ampliada a base de experiencias nuevas ("esto no es así"). Analíticamente, el agon consiste en el dinamismo de la integración factorial y en el ajuste patotrópico en cuanto al esfuerzo-tensión hacia e! acto. El error de la gnosia-autognosia primaria puede ser
Estas dos grandes categorías abarcan una serie de posibles sobre-valoraciones, subvaloraciones y toda clase de disvaloraciones erróneas en cuanto a la cantidad, duración o intensidad, o en cuanto a la aptitud integrativa de los instintos, del ego oscilatorio, de la estructura o del factor exógeno. Por otra parte, la autognosia puede equivocarse en cuanto a la aceptación-soportación-resistencia del agon en curso. Lo aún-aceptable, lo soportable o lo inaguantable, lo resistible o lo irresistible, el sufrir del impacto de la vida puede dar lugar a errores subjetivos. La vida oscilatoria del ser vivo (trope), la probabilidad de la autoafirmación, el imperativo obligatorio de tener que sobrevivir dentro de la posibilidad relativa del "más o menos" están abiertas al error en todos los niveles de la célula-organismo-persona por ambas líneas mencionadas. Muchas veces el error tiene el aspecto de una imposición forzada e inevitable, pero también las defensas contra el error del organismo son abundantes. La inferioridad ante los riesgos vitales puede remediarse, el error cometido puede revalorarse. Más adelante, al hablar de la desorientación vital (DOV), volveremos a algunos pormenores sobre el error. Aquí resumiremos brevemente algunos puntos generales:
Con este último punto queremos decir que la persona, actuando al nivel macroréctico, puede llegar a reparar, a revalorar, los errores de su organismo subyacente. Esta es, según nuestra opinión, la función biósica de la verdad. Como la experiencia se ensancha con cada nuevo momento del vivir, la comprensión y la concienciación progresiva de lo vivido nasta ahora puede darse de dos modos:
El caso b) puede referirse a una simple insuficiencia del saber (por ejemplo, no sabíamos hasta ahora que E = mc2 o que esto podría ser verdad). Pero la insuficiencia mnésica en el saber puede también abarcar un error antiguo y hasta inveterado, habitual. La idea que a base de la experiencia tenía de mi amigo X, era la de que es un hombre muy avaro. Pero una vivencia nueva me sorprende con actos de su extrema generosidad. La endoidea establecida sobre este particular en mi memoria se verifica como un error en la nueva valoración. Con el saber mnésico acumulado hasta ahora no puedo comprender el nuevo fenómeno: tengo que rectificar, revalorar. Con esta rectificación el orden y la conexión entre cosas y cosas, cosas e ideas, ideas e ideas en las matrices del registro mnésico cambiarán en este punto desde un error hacia un saber más completo en la realidad interior; una valoración futura sobre mi amigo en esta dirección podrá ser real y verídica. Tal acto de revaloración significa al mismo tiempo más seguridad en la orientación vital. Frente a tantas oscilaciones y tanta relatividad de existencia la seguridad adquirida es un apoyo autoafirmativo de la persona en su maduración. Si no rectifico, cometo un nuevo error. Esta vez será al nivel de la persona, un error in maturatione. Y si me habitúo a no rectificar, la maduración de mi persona se empobrecerá y esta pereza hasta me conducirá a desorientarme. Como la vida nos brinda siempre más experiencia y más necesidad de servirnos de las emociones valorativas de comprensión, la mayor parte de nuestras verdades no son sino una rectificación progresiva de errores. Más que un alcance que permita una posición definitiva en la orientación vital, la verdad aparece biológicamente como un método adicional para la supervivencia en el Homo imaginativus frente a los demás animales. Como en todas las demás autorrealizaciones, a la ecuación verídica se llega también a través de una emoción. En esta emoción de comprensión la valoración se refiere a la ecuación entre dos ideas, cuyo balance mnésico del saber ha sido perturbado por la realidad interior ampliada. La misma ciencia no es sino el método de rectificación llevado a un sistema. Si tratara tan sólo de las llamadas verdades "eternas" nada tendría que rectificar. Pero también aquellas que parecen eternas oscilan en un ser tan equilibrista como es el hombre. Y le fuerzan a autocrear su propia seguridad de supervivencia mediante revaloración en cada momento en que se esfuerza no solamente para permanecer en la maroma, sino también para encontrar algún sentido de por qué se encuentra en ella. En su corta vida no tendrá tiempo suficiente para muchas cosas que desearía cumplir atareado como está por su principal ocupación que es la de valorar. La introvisión de la realidad, la intropatía del esfuerzo-tensión hacia la supervivencia, la introspección de la verdad, toda esta autoscopia de la concienciación gnósica son instrumentos de gran utilidad vital para la seguridad relativa en la orientación frente a los riesgos del sobrevivir. Mediante ellos, la persona en su maduración puede luchar también contra los errores. El autoconocimiento real y verídico es la mejor higiene preventiva contra la desviación en la orientación vital. Y, a pesar de todo, el error sucede. ¿Error propio, o falta compulsiva? ¿Error inevitable, o controlable? ¿Error, o impotencia? ¿Error, o debilidad? ¿Error como fracaso, o frustración infligida por los demás? ¿Error, o mala suerte? Error: ¿dónde y cuándo? Cuestionario del hombre sano, del hombre autocreador, en cualquier momento de su maduración. De todo lo que hemos dicho sobre la omnipresencia de las funciones valorativas en el ser vivo, se desprenden ciertas conclusiones, postulados e hipótesis de trabajo de las que mencionaremos brevi manu las siguientes, indispensables para la comprensión de los capítulos consecutivos de nuestro presente ensayo: 1) entre las sensaciones y las emociones macrorécticas hay tan sólo una diferencia de grado en cuanto a la extensión valorativa-emocional: ambas categorías son funciones cuadrifactoriales y patotrópicas; 2) las representaciones (mnemopraxias, ecforias mnésicas de signos) no tienen una "pantalla" interior separada de los focos valorativo-emocionales y no pueden presentarse normalmente fuera del engranaje valorativo; 3) las representaciones patológicas, tales como las alucinaciones, las semioníricas u oníricas, son debidas a las insuficiencias, estorbos o cortes en el ajuste de la integración cuadrifactorial y patotrópica del agon que provocan una gnosia-autognosia inadecuada; 4) el conocer del acontecer interior en los niveles microrécticos (subsensaciones, subemociones) sigue por los mismos procedimientos valorativos, sólo que sus grados llevan una menor afluencia de representaciones mnésicas; 5) el desvelo (éveil, arousal) al nivel macroréctico no es más que la consecuencia de una estimulación que no ha podido ser liquidada microrécticamente y exige una movilización adicional de los sistemas de factores, con más afluencia de representaciones. Este último postulado parece estar en oposición con cierta conclusión de la interesante teoría fisiológica referente al sistema reticular activador ascendente y descendente. Nuestra reserva se refiere aquí tan sólo a aquellas interpretaciones que atribuyen —creemos injustificadamente— un potencial energético autóctono del reticulum o del cortex en provocar el estado de vigilia, es decir, sin las urgencias concretas de los "mensajes sensorios" microrécticos. En nuestro concepto, los órganos del cerebro son más bien distribuidores de la red de mensajes y de las instrucciones orécticas que iniciadores del comportamiento. La iniciativa de la supervivencia puede venir de cualquier receptor periférico, de cualquier célula capaz de recibir, valorar y elaborar un estímulo. El cerebro no es una mesa de mando, es un robot ejecutivo: el mando viene de la orexis y de la forma. La "conciencia" no es producto de ningún órgano específico con estimulación autónoma de concienciación. La conciencia no activa: la activan. La concienciación gradual es un procedimiento general del organismo para valorar los estímulos. Estos se pueden valorar con más o menos empleo de ecforias mnésicas. La necesidad de tal empleo determina las vagas fronteras entre la sensación y la subsensación, entre la microrexis y la macrorexis.
Notas: [1] Véase, por ejemplo, S. SPIEGELMAN, Gene Action, XVI Congreso Internacional de Zoología, vol. 6, 1965. [2] Véase El hombre ante sí mismo, pp. 217 y ss. [3] Véase, en relación con la atención, el capítulo sobre las paraemociones en Psicología de la orientación vital, pp. 223 y ss. |
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