Emoción y sufrimiento. V.J. Wukmir, 1967. 8. Klonorexia«Not in Utopia ... but in the very world, which is the world
1. La caza de la felicidadEs posible que un día escribamos una fisiología humana en términos nucleicos y proteínicos y una patoenergética en términos enzimáticos o biomagnéticos. Nada se opone al optimismo racionalista de que podamos definir la alegría y la tristeza humanas en fórmulas de hidrólisis, de esterificación o de oxidorreducción, sustituyendo orgullosamente por esta terminología, aparentemente más exacta, el lenguaje primitivo de los poetas o del sentido común. Pero quedará siempre bastante dudoso si estas fórmulas de la ciencia pueden contribuir a que disminuya la distancia que separa la química de lo subjetivamente vivido, de la exactitud en su interpretación objetivizada. Por exactas que sean, las ecuaciones de la ciencia analítica quedarán por debajo de las ecuaciones subjetivas de lo real y concretamente vivido. Ni habrá jamás matemáticas de equivalencias que expresen la compleja síntesis de lo; que cualquier ser humano señala con las simples y muy exactas frases que rezan: "soy feliz", "soy desgraciado". Si bien podemos captar algunas señales del estado interior subjetivo también por fuera, la verdad de tales eventos queda como un privilegio soberano del sentir subjetivo, de la unicidad de cada uno, inalienable e inabstraíble. Más aún, el lenguaje sencillo de las palabras y de los gestos superará en exactitud de expresión la información objetiva, científica, en cuanto se refiera a la persona como un todo. En esto reside, por un lado, la extrema relatividad de los tests de la persona y, por el otro, la superioridad del arte, más indicativo de la subjetividad que la ciencia. Decimos analíticamente: "tonus afectivo-reactivo positivo" para indicar satisfacción, felicidad, euforia; o bien "tonus afectivo-reactivo negativo" para señalar el descontento, lo desagradable, la desgracia. Es una esquematización, una abstracción grosera y tosca frente a lo que puede decir sobre lo concretamente vivido en ello la poesía, expresando a través de la emoción de comprensión lo afectivo de lo subjetivamente vivido. La carrera hacia la felicidad es un dinamismo más común a todos los seres humanos; domina toda la maduración de la persona, está en el fondo de todo lo optativo. El catalizador de tal lanzamiento hacia la acumulación de las satisfacciones, desconocido para la ciencia, es muy conocido subjetivamente, trátese de un sabio o de una mujercita simple. Toda vida es breve, la muerte acecha, y la gran mayoría de los seres humanos, sin disponer de mucha sabiduría sobre cómo eliminar esta doble amenaza, se precipita hacia el vivir lo suyo, descartando hasta el máximo posible las estadísticas dudosas de la espera, activando aquel misterioso pero real catalizador de euforias acumulativas. En términos simples, esto no quiere decir otra cosa que la posibilidad de disminuir la razón del sufrimiento a favor del no sufrimiento, reducir el patior innecesario. No esperar que las circunstancias favorables produzcan tal disminución, sino ir al encuentro de ellas mediante unos inventos subjetivos de aceleración. Los maniatoides, los maníacos, los klonorécticos (klonos, en griego, "agitación") se creen en posesión de tales inventos subjetivos, de llaves mágicas del feliz vivir, de la disminución sabia incluso del patior necesario, y hasta del método de cómo volver a la felicidad, si, como todo en este mundo de cambios, ésta no puede durar. Con estos inventos subjetivos no creen pecar contra la naturaleza: todos sus catalizadores —los enzimas, coenzimas, heteroenzimas, etc.— parecen creados por la evolución tan sólo para acelerar los ritmos de las funciones. Aun no sabiendo nada sobre tales principios, al klonoréctico le parece por intuición que, en el fondo, la naturaleza nada tiene en contra de la aceleración de la carrera hacia la felicidad, contra la abreviación del patior, si uno posee talento personal para conseguirlo. ¿Por qué pasar por las molestas aduanas del patior si uno puede, siendo diestro, traer la euforia de contrabando? No está escrito en ninguna ley de la naturaleza que tenemos que pagar la euforia con más patior de lo necesario. A decir verdad, la abreviación del camino que pueda conducir a la felicidad, la disminución del precio pagado por ella en la moneda del patior, nada tiene de anormal en la vida del hombre. La economía del organismo no es fundamentalmente diferente de la economía vulgar de nuestros mercados y de la producción en general: conseguir el máximo rendimiento con el menor desgaste posible de energías y de tiempo. En la macrorexis del hombre este ahorro se traduce por los deseos de estar satisfecho y ser feliz tan frecuente, completa y rápidamente como le sea posible. El preferendum estándar de la utilidad vital de nuestros esfuerzos-tensiones hacia el sobrevivir es el de llevar a cabo más rápida y fácilmente lo que se nos impone como valoración y acto difícil y lento. Toda espera es duda y riesgo, es aumento de inseguridad y de inferioridad, ya que el tiempo existencial, el tiempo operacional puede hacérsenos corto y amenazador. Como en la klonorexia, también en todos los tipos clásicos de la desorientación vital, cuyos resúmenes seguirán más adelante, se tratará, pues, de la desviación patógena de unos rasgos comunes a la especie humana, de los malogros de la orientación comprensibles por lo que tienen en común con nosotros cuando no sobrepasan cierta medida y cierto grado de aberración y desequilibrio. En la klonorexia que se caracteriza por un rasgo tajante de abreviación indebida en el tiempo-espacio de la valoración, cabría extendernos también sobre el problema general del tiempo en la biología, problema más importante, según nuestra opinión, en el terreno del Bíos que en la física. Esta cuestión está en discusión interesantísima [1], pero sobrepasa el marco propuesto de nuestro actual trabajo. Nos limitaremos aquí a subrayar o a repetir tan sólo que
Esto es precisamente lo que intenta el klonoréctico: recortar el tiempo de la valoración para precipitarse cuanto antes hacia el tonus positivo de su satisfacción y de euforia. No lo podrá hacer impunemente. Veamos ahora cuáles son las demás condiciones de esta desorientación vital.
2. La estrategia contra la inferioridadLa orectogénesis de los fenómenos klono tiene sus puntos de salida en lo siguiente:
Hemos empezado nuestro análisis de la klonorexia con una paradoja aparente, diciendo que el maniatoide (el hombre con una disposición hacia este tipo de DOV) es un individuo que se defiende de antemano contra todas las probabilidades de encontrarse en una situación de inferioridad. Pero todas las defensas acentuadas del organismo pro futuro están basadas en una serie de experiencias previas. ¿Podemos, pues, hablar de defensas espontáneas? La experiencia y el tonus afectivo-reactivo negativo de la inferioridad es una experiencia sine qua non para todos los organismos vivos que empieza acumularse en la memoria muy temprano y sirve grandemente para la orientación vital. Valoración y autovaloración quieren decir comparación y en todas ellas hay un criterio apuntando hacia la respuesta de si somos suficientemente fuertes para soportar y resistir la presión de los factores y del patior. Cada necesidad, hasta que se satisfaga, nos pone en una situación de inferioridad. La probabilidad de encontrarnos en cada momento de la vida en una situación de inferioridad es muy abundante y no hay que buscar especialmente su averiguación. Las defensas contra ella también empiezan pronto y son un elemento crónico en la orientación vital y en la maduración de la persona. Estas defensas son eficaces sobre todo en los organismos dotados ontogénicamente de fuertes instintos, es decir, de instintinas robustas y prontas a la satisfacción de las necesidades. Este es el caso del maniatoide en el que las instintinas tienen esta capacidad de satisfacciones ágiles y que incluso corren al encuentro de las necesidades para acabar cuanto antes con ellas. Al emplear la expresión defensa espontánea hemos querido apuntar hacia esta constelación interfactorial en la que el lanzamiento del factor I tiene habitualmente una valencia de vigor privilegiado. Tal prontitud de las instintinas conduce en la última línea a la concienciación de que uno es capaz no solamente de acabar con todas las necesidades sino incluso de impedir que algunas de ellas se constituyan. Como veremos más adelante, esto se consigue más fácilmente si por una previsión sistematizada evitamos de antemano las situaciones que podrían inducirnos en una posición de inferioridad desagradable. Y mientras con las instintinas fuertes corremos por un lado el riesgo de toda clase de sobrevaloración propia, por otro son ellas las que nos enseñan la sutil estrategia de reducir el riesgo del patior aumentado, esquivándonos ante las probabilidades de inferioridad. Sólo en este sentido podemos hablar de defensas espontáneas contra la inferioridad, tan acusadas en el maniatoide, y normales y habituales en cualquiera de nosotros. No hay respuesta sensata a la cuestión de por qué en uno las instintinas son más robustas que en otro. Y tampoco nos iluminan en este punto las hipótesis sobre el miedo primordial que surge en el acto de nacimiento ante nuestro primer penoso dilema de si podremos respirar o no. Es muy posible que las modalidades del acto de nacimiento y la experiencia de este miedo primordial estén entre las causas de la anxiogénesis ulterior ante la vida, y por lo tanto, entre las causas por las cuales se establece la fuga espontánea del patior en el klonoréctico, pero para disipar las conjeturas en tales interpretaciones no tenemos bases fisiológicas ni disponemos del estesiómetro que nos pueda decir algo concreto sobre el impacto endoantrópico del acto de nacimiento. Tenemos que contentarnos con la simple comprobación factual de que en algunos cierta angustia invisible, muy disimulada, ante la inferioridad, los lanza, mediante una fuerte vitalidad instintiva, a vencerla a toda costa y de antemano. Y que una protofobia inmanente hacia cualquier riesgo de la vida rige la orientación vital agitada de unos, mientras que muchos otros lo toman con más calma o soportación. Esta protofobia primaria cuyos estragos tendrían que ser compensados por la exuberancia de las instintinas, regirá también la maduración de la persona maniatoide en su carrera hacia la euforia, proyectada a toda costa: la euforia es la aniquilación segura de toda la inferioridad. Si encontramos el camino de lograrla frecuentemente, ésta será la póliza de seguros contra toda clase de riesgos. En esta estrategia se excede el klonoréctico, sacrificando la valoración real y verídica, valiéndose de compensaciones donde la superación directa de la inferioridad se hace difícil, aprovechándose también de todos los favores que las circunstancias sociales puedan brindarle en el camino de su único éxito que es la euforia subjetivamente sentida, lograda por cualquier método táctico. Pero aun alcanzando en este desvío de la valoración real y verídica grados de siniestra patología, sus actos no serán los actos arbitrarios del esquizoréctico: guardarán hasta los últimos estados de la enfermedad su lógica de utilidad vital, interpretada a su manera subjetiva. Guardarán también, aunque de un modo muy exclusivo, la capacidad patotrópica: el maniático puede sentir su euforia, es un loco feliz. Es la única desorientación vital que, avasallando a la persona, no priva al organismo del goce que supone sentir el tonus afectivo-reactivo positivo llegar a sus cumbres. El único caso en el que el ser humano consigue liberarse radicalmente de las aduanas del patior. Pero las demás de su especie le proscribirán, le declararán loco; y hasta harán todo lo posible para devolverle al valle común del sufrimiento.
3. La integración factorial y las fasesEn el klonoréctico la recepción de los estímulos y la inducción al acto consumatorio están bien servidos debido al fuerte empuje de las sustancias instintinas (acetilcolina, noradrenalina, adrenalina, serotonina, etc.) y sus enzimas neurónicos. No cabe duda de que tal funcionamiento ágil se debe a un leal respaldo del metabolismo, de la estructura Hf, cuyos suministros garantizan la release, la descarga de aquellas sustancias. La relación interfactorial habitual aquí es, pues, Hf <® I. Si bien el factor C se aprovecha de esta conspiración, las oscilaciones del factor ego (E) pueden verse amenazadas por ella: las presiona a reducir el tiempo-espacio de las operaciones alrededor de la membrana, en primer lugar las de los iones. En general, la posición del factor E en la klonorexia no es favorecida por el metabolismo Hf (=Hf ®> E); está llena de hiperexcitaciones forzosas o de hipoexcitaciones impuestas. Tal situación, cuando se sistematiza, conduce necesariamente a la reducción de la metafase valorativa de la orexis. La tendencia progresiva de tal constelación interfactorial lleva consigo la restricción valorativa. El maniatoide tiene mucho interés de que sea así, ya que precisamente la valoración a la que diera todo el tiempo necesario para desarrollarse normalmente, la valoración verídica, podría ser un obstáculo para su carrera hacia la euforia. Su impaciencia aviditas vitae le sugiere que se detenga cuanto menos tiempo posible con las sutilezas emocionales en la elaboración del estímulo; es el acto que urge y no la valoración, ya que tras el acto del que no cabe duda sea autoafirmativo, le espera el buen tonus, la sintonía, la eufonía. Sea cualquiera la emoción de que se trata, el interés principal del klonoréctico está en no detenerse en ella, liquidarla cuanto antes. Si ya tiene que pasar uno por ella, al menos no hacerla extensa, no permitir que se expanda: la memoria es generosa en sus mensajes, manda material abundante; y, entre este material, también hay cosas que, si les prestamos demasiada atención emocional, pueden parecer avisos, convertirse en dilemas y dudas, señales que molestan, que detienen a uno más de lo necesario y hasta le confunden con escrúpulos y meticulosidades. Además, existen muchas cosas que se saben ya y no hay que volver a ellas de nuevo; tenemos nuestras ideas sobre ellas, y son las mismas siempre; podemos, pues, abstraerías. Permanezcamos con la valoración tan sólo si la emoción es agradable; pero si es un miedo, angustia, ira, envidia, frustración, depresión o incluso odio, deshagámonos cuanto antes de ello, ya que tal liberación es posible; y es posible gracias a nuestro propio método e invento del que los demás no saben cómo valerse. Es falso pensar que nacimos para sufrir... En un primer tiempo de este devenir klonoréctico —y es un devenir progresivo— esta restricción de la metafase valorativa irá tan sólo a tientas. Coronada de éxito, convertirá después al engranaje de la valoración en una correa valorativa. No tendrá que serlo totalmente: muchas personas con rasgos maniatoides no se vuelven nunca maniáticos consumados. La naturaleza misma del organismo abriga fuerzas que son opuestas a tal desarrollo, fuerzas profundas y realmente misteriosas, capaces de una reversibilidad que apenas tiene explicación: incluso el maníaco pronunciado puede volver a lo totalmente opuesto de su postura, a la melancolía, caracterizada por un engranaje profundo de la valoración y por lo real-verídico en ella. Pero de esto hablaremos más adelante. Si la postura del klonoréctico toma vuelo hacia su desarrollo exclusivo, la maduración de la persona en él, entre tal constelación factorial y fásica, lo reflejará profundamente y empezará su transformación hacia su tipo específico de la desorientación. "Tipo" siempre significa hábito y habituación. Para que se sistematice, es necesario que tal habituación se vuelva también microréctica: que los factores por sí mismos se habitúen al modo nuevo de integración en la cual predominan los instintos y la estructura en disfavor del ego; en la cual la restricción de la valoración es aceptada como modus vivendi, y hasta como modus melius vivendi. Varios recursos normales de la experiencia humana pueden facilitar tal desarrollo. Por ejemplo, la preferencia de orientarse mediante las compensaciones en la lucha con la inferioridad, en vez de la superación directa. Dicho de la manera más sencilla, esta dicotomía en los métodos de orientación se presenta, en cualquier postura ante el espejo interior, por el esquema siguiente:
El maniatoide se siente fuerte y dará preferencia a la última solución. Esto le conducirá a la sobreestimación propia por un lado y al descuido de la superación directa por el otro. A medida que progresa el empleo de las compensaciones (y de sobrecompensaciones) en él, disminuirá tanto más el uso de la superación directa: ¿por qué esforzarse y aumentar el patior, si hay caminos más fáciles para conseguir el mismo efecto agradable? De esta manera también consigue reducir la valoración real-verídica, pese a que haya situaciones en la vida que se pueden resolver eficazmente tan sólo con la superación directa. Siguiendo su pauta general de facilitación, el maniatoide la rehuye. Es impulsivo y optimista, pero no es un valiente. Hay solamente una clase de valentía en el hombre: la de enfrentarse con la verdad sobre sí mismo, radicalmente reconocida en su propio espejo, por desagradable que sea. Aquí reside también la diferencia entre el hombre responsable y el estratégico en las posturas vitales. El maniatoide, como persona en maduración, se vuelve cada vez menos responsable y más estratégico, asemejándose en esta dirección al paranoico y al psicópata que también pertenecen a las clases de los estrategos ante la vida. Con todo, rehuyendo la superación directa de la verdad y la sinceridad consigo mismo, y compensándose en otros puntos del equilibrio personal, el klonoréctico no elimina por eso el hecho de la inferioridad sentida. La inferioridad percibida, vivida a pesar de todo, ha entrado en el depósito de la memoria. Aun si la valoración no es tomada en consideración en el curso de alguna emoción negativa, siempre puede constituirse desde allí en un aguijón microréctico. Su mensaje es: "Me quieres olvidar, pero yo (la inferioridad no resuelta) todavía existo". Si la estrategia klonoréctica prevalece, otra represión (con otra mirada hacia alguna compensación) será la respuesta a este mensaje. El efecto consecuente será que el maniatoide emprenderá aún con más insistencia la restricción valorativa, para que tales escapes molestos no se repitan. No tienen importancia: ¿por qué dejarlos surgir? Todos los normales conocemos tales arreglos interiores sans engagement en sus innumerables variaciones. Es a través de ellos que el hombre se vuelve presuntuoso, orgulloso, soberbio, vanidoso, demasiado seguro de sí mismo y ciego ante su propio espejo. O superficial, negligente, fácil, irreal, omitiendo la valoración verídica, esquivando el patior necesario para aceptarla, escondiéndose ante el error que no por eso muere, sino que inicia su desorientación en pequeña o en gran escala. Para vivir responsablemente, alguna inferioridad tendremos que admitirla siempre frente a los más fuertes, más aptos, mejores o más bellos que nosotros; escondernos ante esta aceptación es caer en la red de las propias mentiras, de las cuales no es siempre fácil liberarnos. No pocas desorientaciones vitales tienen su raíz en ellas. Con su huida de la superación directa ante la realidad-verdad de la inferioridad, el klonoréctico empieza a estafarse a sí mismo y, lo que es peor, le parece esto un arte superior de vivir. Algo semejante ocurrirá también con sus hermanos en estrategia, los paranoicos y los "psicópatas". Ellos también edificarán sus posturas patógenas sobre la sobrevaloración propia, por encima de. los errores-mentiras. La especialidad estratégica del klonoréctico entre ellos quedará en que él intenta convertir la función misma de la valoración en una esclava de la felicidad exclusiva, cambiar una de las leyes básicas del comportamiento por su propia cuenta: el éxito vital sin esfuerzo-tensión patotrópico. Entre los factores favorables al despliegue de la DOV klonoréctica hemos mencionado también el factor Cs (circunstancias sociales) exógeno. Uno no se vuelve melancólico sin traumatismos excesivos por parte de este factor. Al revés, el mismo factor puede volverse cooperante en el progreso de la klonorexia. El fácil vivir que a algunos individuos brinda el azar de su ambiente social, es a veces propicio de reforzar en él, que ya está endógenamente predispuesto por la constelación Hf <® I y Hf ® E, las tendencias hacia la valoración no verídica. Los niños mimados, sobreprotegidos, los adolescentes y los adultos que tienen éxitos fáciles, con la buena suerte como lubricador, no son muy partidarios de las valoraciones real-verídicas ni muy acostumbrados a ellas. La correa les tienta, el engranaje los repulsa. Los maniáticos no son víctimas de la frustración, sino del éxito.
4. La huida del patior se sistematizaLa segunda etapa de la desviación klonoréctica está marcada del modo siguiente:
Los klonorécticos se recluían entre los que, por el desbordamiento de sus energías instintivas, no solamente se lanzan hacia sus propias euforias sino que también tienen necesidad de intervenir en la vida de los demás. Su buen humor, alegría y animación aparecen como signos de altruismo y de atención, de eticismo o de compasión. Los maniatoides son gente que no pide consejos pero los distribuye generosamente. Su talento y su rápida inteligencia, su éxito y su sociabilidad son sugestivos y les proporcionan simpatía. En las primeras etapas de una posible klonorexia desviada es difícil darse cuenta de si en estos seres que irradian optimismo y confianza la motivación de sus actos es realmente tan altruista y sociable como parece o se enmascara detrás de esto el vivo deseo de tener éxito por el medio que sea, y, por lo tanto, también a través de los demás que puedan servirles de instrumento. En las relaciones humanas corrientes ellos ofrecen espontáneamente sus servicios, muestran afición y afecto a sus amigos y a las instituciones en las que trabajan. Joviales, con trato familiar, de comprensión fácil, corteses y preparados para prestar ayuda, dan la impresión de ser verdaderos amigos a los que uno puede apelar en cualquier ocasión. Activos e incansables, tienen gran capacidad de trabajo; incitan a los demás, los animan e inspiran, y parecen poder afrontar las situaciones en las que los demás fallan. El futuro maníaco es en sus etapas previas un verdadero spiritus rector de reuniones y de organización. Tiene lo que se llama el talento de vivir, gozar de la vida y hacer que los demás también la disfruten. Las dificultades y los problemas no parecen inquietarle: como si todas las soluciones estuvieran a su alcance de antemano. Lejos de ser un estoico, el maniatoide muestra signos de gran serenidad sabia en las horas de aflicción. Su madre ha muerto; llora y está evidentemente afligido, pero pronto le vemos tomar una actitud cuerda: es terrible, dice, pero hay que tomar la vida como se ofrece en su inevitabilidad. Incluso ante la muerte se comporta con sensatez. Si por alguna casualidad se nos diera observarle con atención precisamente en tales momentos de sus penas, tal vez podría ocurrimos la duda de que por debajo de esta postura de filósofo optimista se esconde una profunda aversión contra todo sufrimiento y que el modo de huir de ello está elaborándose en él desde hace tiempo con unos métodos muy personales que le permiten mostrarse también en tales situaciones como hombre excepcional, superior. En esta ocasión él es ya el hombre que puede vencerlo todo, incluso los grandes dolores humanos Su profesión, el grado de su intelectualidad, no tienen importancia; el klonoréctico puede reclutarse entre los obreros tanto como entre los intelectuales. En cualquier dirección él será, en un primer tiempo, un hombre brillante de soluciones rápidas y prácticas en su empresa o de otras en un puesto más elevado. Si parece a veces orgulloso o jactancioso, el éxito le respalda y la gente lo perdona: hay que reconocerle sus méritos, a este buen chico, amigo ferviente, hombre de talento. Esto por fuera. Por dentro, la sobreestimación propia, la casi ilimitada confianza en sí mismo, la diestra estrategia de compensaciones y la correa de las valoraciones empieza con marcha forzada a transformarle en un klonoréctico pronunciado: la huida del patior y de su propio espejo toman aspecto de ajuste habitual, de sistema. Y éste le sugiere que seleccione las situaciones en las que el éxito-euforia pueda ser más fácilmente logrado, donde sus ideas puedan ser escuchadas por un público ya predispuesto a acogerlas, donde pueda valerse de su fama de hombre afortunado. Lo principal no es luchar contra las dificultades sino lograr que las circunstancias no se erijan en difíciles: prevenir cuidadosamente la posibilidad del fallo y evitarlo. Por esto es preferible no armarse con convicciones profundas, con posturas exclusivas, de actitudes dogmáticas, de adhesiones inalienables. Aunque no ha meditado mucho sobre ello, tan sólo por la intuición de su rápida inteligencia —y sin muchas averiguaciones, naturalmente— la verdad le parece una cosa muy relativa; que no se trata de ir buscándola con esfuerzos vanos, sino de aplicar cualquiera de las verdades, que son muchas, a la situación que la requiera. La ley de los hombres dotados de superinteligencia —y cada día se convence más de que él pertenece a esos excepcionales— no es la de buscar verdades eternas e infalibles, sino la de arreglar su uso práctico, ser hábil con ellas. Las verdades están al servicio del hombre, y no al revés, así lo piensa. Y le veremos, a raíz de tales tácticas, salir triunfante de una discusión en la cual unos maliciosos creían cogerle en contradicciones. Con habilidad, con superinteligencia, con unos saltos de prestidigitador, sonriendo y chispeando, consiguió el aplauso, aunque la verdad que defendía no salió ni muy clara ni muy limpia. Tuvo éxito y esto es lo que importa. No será él quien, llegando a casa, ya cubierto de laureles, se pregunte si tenía razón o no. Siguiendo la misma pauta facilitante, su moral irá también adquiriendo este aspecto pragmático y relativista a su manera. Tribuno brillante en las asambleas, es un miembro de partido de poca confianza; conspirador que se esquiva, revolucionario tan sólo a corta distancia. Don Juan agradable, es un marido fácilmente infiel. En el trabajo parece incansable, pero necesita frecuentemente cambios en el cometido; asiduidad y perseverancia no son su fuerte. Frecuentemente, su actividad es polifacética: es al mismo tiempo pianista, pintor y novelista de cierto nivel y hasta cierto punto. O un inventor en pequeña escala a la vez que un profesional de la bolsa. Parece que todo lo que toca es coronado de éxito. Y siempre tiene muchas ideas con las que sorprende a su ambiente. Todo esto puede ocurrir también en el hombre normal. Pero su caso es que todas estas muestras de superdotado en el klonoréctico no son en él más que una preparación suya para "algo grande". Para algo mucho más grande que todo lo que le tuvo empleado hasta ahora y que eran, al fin y al cabo, cosas pequeñas; y si no fueran tan sólo preparativos para lo que tiene que seguir después, si no hubieran sido tan sólo documentos tajantes de su capacidad extraordinaria y de su verdadera vocación que va a abrirse para la inmensa sorpresa de todos los que le conocen, tampoco hubiera tenido importancia a sus propios ojos. Pero desde algún tiempo siente brotar ya paulatinamente, en unos flash de concienciación periférica, que la gran revelación se aproxima irresistiblemente y que nada podrá pararla en el camino. No en vano tantas veces se sintió superior a los demás: es para que el brote de la gran vocación se convierta en flor de su gran idea, que ya ha tardado mucho en revelarse y de la cual no se dieron cuenta los pequeños hombres de su ambiente. La megaloidea, ¡el optimum magnum! Y la megalomanía... Pero, parémonos aquí con una comparación. Una megaloidea, la revelación de la futura grandeza y el lanzamiento febril hacia su realización, ¿son siempre síntomas de una desorientación vital? Los héroes y los aventureros, los artistas y los inventores, los científicos o los estadistas, en resumen, los hombres de talento y de genio, ¿no han sido siempre guiados por sus megaloideas y por una actividad apasionada e incansable al servicio de su cumplimiento? ¿Han sido, ellos también, en cierto modo maníacos a su manera, y muy a menudo poseídos de sobrevaloración, orgullo y vanidad? ¿No han sido obsesionados por este brote subrepticio de su gran vocación que llega, incluso en un futuro santo como era Francisco de Asís, a manifestarse en su juventud por aquella exclamación que bien podríamos calificar de presunción: "¡El mundo verá quién soy yo!"? Y si no han sido, ellos también, unos megalomaníacos en términos endoantropológicos, ¿cuál es entonces la diferencia oréctica entre su maduración de la persona y la de un klonoréctico pronunciado? La respuesta no puede ser más sencilla. El sentimiento de grandeza y la megaloidea de los verdaderos iluminados creadores no ha sido basada en una serie de valoraciones desviadas, hechas esclavas de una euforia a toda costa y sin ser pagada cara por el patior. Al contrario, el engranaje de sus valoraciones real-verídicas han ido ahondándose y toda esta intensificación de la maduración no ha sido sin dificultades ni dudas, sin angustias y penosas revaloraciones. La formación de tales personas excepcionales ha sido casi siempre llena de una lucha interior continua consigo mismo; han sido frecuentemente víctimas de desconfianza hacia ellos mismos, humillados por la inferioridad, la incapacidad propia, precisamente porque el alto criterio de la megaloidea implicaba enormes distancias de la autorrealización bajo su égida demasiado lejana y difícil. Tal alpinismo interior era empinado, laborioso, sudoroso, y al otro extremo de la correa valorativa. Nada más lejos de ellos el querer reducir el tiempo de la valoración de su agon y aún menos economizar con la verdad desagradable ante el espejo de la autovaloración. Y si el dominio de su megaloidea les arrastra a veces, en los momentos en que la concienciación de su vocación se hace fulgurante, a exclamaciones que suenan como presunción, no es otra cosa sino el signo de la firme decisión de no sustraerse al mando de su idea, por torturante que sea esta servidumbre a la cual irresistiblemente deben toda su devoción. Su euforia no es precipitada ni global, el deseo para conseguirla no es el de atajar las etapas de la maduración, sino el de medir cada paso; y más les importa la bien enfocada subida ella-misma que el pico alcanzado. Mientras el klonoréctico organiza sus "funiculares" para poder llegar cuanto antes a las alturas de cualquier euforia, ellos saben bien que allí se encontrarían con un vacío si no lo consiguieran a base de sus propios esfuerzos. La megaloidea domina en los verdaderos creadores por su elaboración emocional íntegra y honda; en el klonoréctico en cambio, prevalece tanto más cuanto menos elaboración emocional recibe. En él se impone por su abstracción precipitada. Esta paradoja aparente desaparecerá del análisis si tomamos en consideración la estratificación mnésica. Lo que en una valoración acelerada, precipitada, reducida en tiempo-espacio tiene menos cabida como ecforia mnésica es el stratum de las vivencias globales (M-vi), las extensas márgenes —los iconogramas— de recuerdos-acontecimientos de lo pasado. En su amplitud en la concienciación estas ecforias M-vi son las más pausadas y más ricas en asociación, requieren tiempo, y además, están siempre dispuestas a provocar más ampliación que otros signos mnésicos. El que tiene prisa se deshará en primer lugar de ellas en una valoración concreta, acudiendo a las endoideas que abstraen el recuerdo global y que reducen su duplicación mnésica al mero significado de utilidad vital: en vez de rememorar en toda su extensión aquella tarde cuando en un parque nos encontramos con nuestra amada, reducimos en nuestra prisa este evento completo, y propenso a ampliarse, a su significado abstracto. Si con esto se restringe la emoción que manda a las instrucciones mnésicas, la abstracción en ideas gana terreno. Si de tales abstracciones se hace una predilección habitual, la importancia de las endoideas mnésicas aumenta progresivamente. Precipitándose hacia sus sintonías preferidas, el klonoréctico se habitúa cada vez más a sustituir la valoración extensa de los recuerdos M-vi por sus respectivas endoideas. No falsea la valoración, pero ésta se empobrece emocionalmente, ya que los recuerdos globales son un precioso material para reanimar nuestras vivencias y para caldear la autotecné; en resumen, son unos inspiradores de la imaginación creadora. Prestando progresivamente más atención a tal servicio de sus endoideas, sustituyendo la pinacoteca real de las imágenes por el catálogo de las endoideas, el klonoréctico prefiere para los fines de su agitación el no verificarlas por su introspección de comprensión: tales como son, le sirven bien para su prisa y para el mínimo neto de la valoración. Y aquí nos encontramos ya con aquella noción que en el desarrollo dé esta enfermedad tendrá mucha importancia: la estereotipia, el uso de lo abstracto y repetitivo en las valoraciones concretas. Tal modus abstrahendi será para el klonoréctico uno de sus inventos más predilectos para conseguir la euforia precipitada. Es un "racionalizante", pero con silogismos arreglados a su manera: las ecuaciones de su verdad no pueden ser conclusiones desagradables para él. Su autoscopia, instrospección, introvisión son superficiales, y la intropatía considerada como obstáculo. Tal proceder nos da al mismo tiempo la respuesta a otra cuestión endoantropológica: ¿cómo es posible que el klonoréctico, reduciendo el volumen de sus valoraciones, pueda conseguir sus euforias, su tonus positivo abundante, ya que una emocionalidad restrictiva tendría que disminuir también la euforia si el acto ha de corresponder a la valoración previa? En el klonoréctico no se trata de ningún vacuum valorativo como en el caso del esquizoréctico. Su integración factorial se hace sin ninguna escisión, solamente reduce la metafase emocional-valorativa. Y esto también, sin saltar por las ecforias mnésicas empleadas en ella. Con las endoideas también se puede llevar a cabo una operación valorativa suficiente para conseguir un acto afirmativo y una sintonía correspondiente después del acto; y esto tanto más sí a las endoideas y a su uso en esta operación sé les otorga una importancia creciente y, después, predominante. Las endoideas no son más que extractos abreviados de las experiencias pasadas, índices cortos de experiencias largas, los ideogramas que sustituyen a los engramas primarios, con abstracción pero también según un código exacto. Es nuestro saber en síntesis sobre la importancia de lo vivido sin la reprise de la total escena iluminada e ilustrada de imágenes. Una vez declarada y aceptada esta manera de facilitación rápida por el camino eufórico, las endoideas obtendrán en las operaciones valorativas una posición privilegiada. Todas las endoideas, así como los demás signos mnésicos, están últimamente ligadas con el marcador del tonus mnésico: ninguna de nuestras ecforias sale hacia la concienciación sin que los signos lleven también el sello de lo agradable o de lo desagradable que fueron en la experiencia (M-t). Las endoideas también lo llevan; y este saber es rápido y ágil en el suministro del material que lo pasado nos ofrece para la orientación vital actual. Con él la operación valorativa puede liquidarse pronto, traspasarse a la fase de volición y del acto. Y si un día se instala la megaloidea dominante, ya tendrá elaborado y preparado el camino por el cual ella también puede llegar fácilmente a convertirse en felicidad... La descarga exuberante de las instintinas se cuidará del resto. Aun desviándose hacia la locura, el klonoréctico es un adepto de su racionalización privada. Encaminada unilateral y exclusivamente hacia un modus operandi, la valoración del klonoréctico no está falseada en su función. Esto se verá con toda claridad el día en que, por un reverso de circuito, el maniático vuelve a los cauces de su antípoda valorativo, al melancólico, invirtiendo todos los ritmos vitales, los tipos de valoración, las posturas ante la vida de un extremo a otro. Esto sería poco explicable —al menos en cuanto el gran cambio se refiere al agon y al patior— si en alguno de estos dos tipos de la llamada "enfermedad cíclica" la misma función de valoración se falseara, es decir, sufriera destrozos en la integración factorial y un estorbo irreversible en los mecanismos de las fases orécticas.
5. El punto "klono"La etapa final en la klonorexia tendrá las siguientes características generales:
Una gran alegría y activación constante anima ahora al klonoréctico. Onda tras onda de autoafirmación se descargan sobre todo el organismo que bajo esta exaltación parece poseer recursos inagotables, mientras que en el camino de la maduración de la persona el tiempo entre el valorandum, el optativum y la autorrealización va recortándose cada vez más. La megaloidea se ha convertido en monomanía: la gran obra de su vocación puede empezar. Febrilmente, escribe en su habitación la gran novela en la cual aparecerá toda la humanidad, y no tan sólo esta parcial y reducida, de Balzac o de Dostoievski. Un sistema de la nueva matemática, en el que Planck y Einstein serán debidamente corregidos. Una revelación d& la religión para todos, absolutamente todos, a base de sus contactos iluminados con Dios. La filosofía tendrá por fin sus últimos problemas resueltos, y la expansión del universo será elucidada. A un escalón más bajo de estas variaciones, el sabio monomaníaco sorprenderá un día a su jefe con una serie de anotaciones —tan sólo unas cuantas páginas, pero ¡qué páginas. Dios mío!— sobre un plan de distribución de bienes en esta tierra infeliz: es el fin del hambre y de la escasez, se acabaron la pobreza y la desigualdad. Una reforma social perfecta, una nueva máquina, una aleación para la invención de las cuales él ha nacido. En un primer tiempo, sus trabajos serán concebidos a largo plazo, las revelaciones empezarán por ser explicativas desde "el fondo de las cosas", ya que lo que tienen que ofrecer a la infeliz humanidad es de un alcance inmenso, y hay que decirlo todo puesto que es algo definitivo. Pero pronto cambiará de plan. Las explicaciones quizá ya no sean necesarias; a lo mejor ni las podrán entender bien los ignorantes, los inferiores, la masa pigra de siempre. Bastarán, pues, las férreas conclusiones, un código irresistible de la nueva verdad, lo esencial de la revelación que no puede dejar de ejercer su impacto sobre cualquiera que lo lea. Media página de fórmulas matemáticas, un dibujo, unas cuantas líneas, algunas palabras, pero que lo contienen todo: la llave, el elixir, la solución crucial. Si es necesario que informe sobre su invento a todo el mundo, escribirá a todos los que la gran causa concierna: a los reyes y a los gobiernos, a las universidades y a los millonarios, al papa y a las Naciones Unidas. Pero ¿no es su verdad de las que se abren camino como una corriente cósmica que no conoce, no puede conocer obstáculo? Es suficiente quizá decírsela a cualquiera, al hermano o al amigo; por sí misma tal verdad, tal revelación tiene que emprender su vuelo, tener ya un éxito como cualquier otra fuerza natural. Y si no ocurre esto al primer intento es tan sólo un signo de que su idea es tan genial que no puede ser comprendida en seguida por los ignorantes: tal vez sea preciso multicopiar sus hojas, o repetirla en cada ocasión. Este mensaje profetice, y sólo este mensaje, vale la pena de ser difundido, comunicado a todos. Está lejos de darse cuenta de que, en el fondo, no le interesa el bienestar de la humanidad, ni la felicidad de todos, sino tan sólo la suya propia y que ahora ocurre en gran escala lo que antes ocurría en la pequeña: todo su comportamiento y todas sus ideas han de servir a su euforia subjetiva, para la cual ha inventado por fin una ganzúa que abre todas las puertas hacia ella. Ha eliminado la ley del azar hostil. No hay posibilidad, eventualidad, probabilidad, sólo la causalidad directa y eficiente de la que él es el Primum movens. Desde el punto de la causa hasta el punto efecto, los obstáculos intermitentes, los antagonismos factoriales y las oscilaciones del patior estorbantes, han sido estratégicamente eliminados. Y si por casualidad surgieran, ya tiene a punto el método para hacerlos desaparecer en seguida. En un organismo vivo que normalmente funciona a base de un posibilismo continuo, con oscilaciones en todos los sitios, y que no ha perdido esta su funcionalidad, el arreglo klonoréctico consigue que por autocondicionamiento los actos se conviertan en reflejos o casi reflejos también en aquellos niveles en los que, usualmente, la valoración extensa es imprescindible. Esta reflejización se manifiesta progresivamente en las estereotipias que cada vez recortan más la distancia entre el estímulo y la reacción. Y toda reacción es ante todo una euforia para la cual, en los estados avanzados de la enfermedad, basta pronunciar unas palabras mágicas, una fórmula, una sola palabra; menos aún, un gesto que signifique la palabra, o ni siquiera esto: basta con pensarla, evocarla y ya se derrama la euforia sobre él, sonríe felizmente o se ríe a carcajadas. En el momento siguiente puede repetirlo otra vez durante horas y horas. El patior está vencido, a pesar de que la integración factorial funcione aún. A esta reflejización estereotipizante se deben la logorrhea, los grafismos, los mimetismos, las kenologías, las drusas, las fugas de ideas: las instintinas en su frenesí están eliminando cualquier pequeño obstáculo en sus descargas incesantes. ¡Es un ser libre! Si no todos los maníacos son necesariamente monomaniacos con una exclusiva megaloidea dominante, todos son euforicistas insaciables. Sus apetitos pueden crecer en cualquier dirección del comportamiento de conservación, procreación, creación. Hacia la glotonería de la mesa, del sexo, o de la supuesta creación, siempre que tales actos les procuren grandes y frecuentes satisfacciones. Pueden ser felices en todas partes, incluso en el manicomio. Allí no cuentan entre los agresivos y peligrosos, ni son quienes protestan contra la reclusión. No les importa este ataque contra la libertad, ni la presión social. Su libertad está en ellos y depende de ellos. Son unos locos pragmáticos, que han llevado a una cumbre subjetiva la alta biopraxis, la del cómo vivir felizmente en este mundo. Lo malo es que el paraíso que ofrecen a la humanidad está hecho pro domo et ad usum delphini. Viéndolos silenciosos, sonrientes y beatos en sus camas; o gritando, cantando, bailando sus coreografías caricaturescas, podemos a veces preguntarnos con toda discreción si les hacemos un bien intentando devolverles por nuestras drogas a las capacidades del patior o sería mejor dejarlos a su libertad y al truco mágico de su sésamo. Si por los efectos de la terapia o por la espontánea reversibilidad hacia la melancolía la vuelta se encamina, el retorno a la valoración externa y real-verídica será todo un espasmo interior, no desprovisto de angustias, aunque puede a veces ser súbito, limitado con el milagro. Un cansancio, un agotamiento de las instintinas, de los enzimas que parecían incansables para siempre, está en la lógica de las explicaciones del fenómeno cíclico. Si en la integración factorial el factor I pierde su papel dominante, las relaciones interfactoriales cambian y con esto también el tipo de la valoración. La metafase de la excitación-emoción gana en extensión y éste es el principal síntoma interior del retorno. Las endoideas pierden sus privilegios de orientación abstracta, las estereotipias tienen que aflojar necesariamente: la imaginación vuelve a poblarse de contenidos variables, la vida vuelve a ser un arte de oscilar en la maroma de más y menos. Toda esta reversibilidad se hace posible, repetimos, debido al hecho de que la función de la valoración no ha sido destruida, sólo desviada: de tal manera el maníaco, reemprendiendo la vuelta hacia los valles de las etapas melancólicas, aterriza penosamente sobre la misma persona y no sobre un terreno desconocido. Quizá, sin bajar a los extremos, si tiene suerte, puede parar en un punto en el que le espera la posibilidad de un equilibrio estándar de su organismo-persona. Si el organismo y la medicina no llegan a producir este retorno cíclico a base de los grandes ritmos inmanentes de autocorrección, el maníaco morirá de agotamiento patotrópico, de la misma estereotipia: la homogeneización de los factores. Pero morirá feliz.
6. Resumen u definiciónEn cuanto a la hiperhormia klonoréctica del factor I, las investigaciones recientes se centran alrededor de la activación de las monoaminas (noradrenalina, adrenalina, 5 HIA) neurónicas y, en general, a la de las glándulas suprarrenales, de la hipófisis, de los tiroides y paratiroides, del páncreas y de ciertas gónadas. Al nivel del ego oscilatorio, las observaciones clínicas se fijan en una considerable fuga del calcio, después en la del potasio y del magnesio, con una fuerte retención del natrio, fuente generalmente considerada como causante de toda una variedad de las llamadas crisis "excito-motrices" (Coirault [2]). Es aquí, en la membrana celular, donde se puede observar la acomodación sistematizada de la microrexis y de la macrorexis, favorecedora de la transformación de la postura vital hacia la reducción típica de la valoración en la DOV klonoréctica, que conduce a la progresiva estereotipia de los comportamientos. El laboratorio clínico, cuyos métodos avanzados permiten medir la razón cuantitativa de los electrólitos en los estados de excitación-emoción en el nivel microréctico celular (natriemia, kaliemia, natriuria, kaliuria, natricitia, kalicitia, etc.) han facilitado grandemente al personólogo la tarea de fijarse en la naturaleza de la función del factor ego y en el papel interfactorial de este factor en cuanto a la valoración, foco y plataforma de nuestras observaciones de comportamiento. En cuanto al patior en la crisis de la postura vital del klonoréctico, el desajuste patotrópico está aquí bajo el síntoma del desvío en la autognosia. Lo que el agon-gnosia (a-g) transmite como información sobre la cantidad-duración-intensidad estimulativa sufre un receso en esta parte de la intrafunción receptiva (gg). La tendencia del maniotoide es la de dar preferencia selectiva a la estimulación agradable en la aceptación, de recortar el tiempo de la soportación y resistir el impacto del acontecer interior con sobrevaloración de las fuerzas propias. La huida del patior en el maniatoide empieza por quitar el peso e importancia a los estímulos agresivos y evitar así las emociones negativas y la orientación vital costosa que tales emociones requieren. El maniatoide no es propenso a la ira y al odio: su sobrevaloración, favorecida por sus instintinas exuberantes, le sugiere que puede arreglar todas estas situaciones molestas y vencer fácilmente la agresión que procede del otro ser humano. En cuanto al miedo, está dominado por aquel otro primario, ya muy escondido en el fondo de su ser, y muy activador de su postura vital, que es la protofobia ante el sufrimiento innecesario convertida en una criptoangustia profunda. Pero ya no lo nota como obstáculo: al contrario, es más bien una antena que le permite evitar de antemano las situaciones amenazadoras y salir de cualquier modo de aquellas que, por casualidad, encuentre en el camino de su maduración desviada. En los casos en los que comparte con los demás una situación de difícil solución, su respuesta típica y optimista es la de "no os preocupéis, ya lo arreglaremos", lo que esencialmente quiere decir: "lo arreglaré yo, tengo para ello mi método-clave, que vosotros, ignorantes, no tenéis". Su gran preocupación es la de despreocuparse. Si no lo puede hacer de otra manera, recortará por lo menos el tiempo de la preocupación; o proyectará de prisa una situación futura cuyas ventajas y promesas probables puedan incluso aliviar la actual. Es un sembrador de creencias fáciles para los demás, siéndolo en primer lugar para sí mismo. Ciertos estados de confusión que nota la observación clínica en estos enfermos ocurren tan sólo cuando el delirio transparente y unilineal del maníaco está entrecortado por la angustia intermitente de que su sistema de alcanzar la felicidad podría fallar (fisiológicamente un signo del retorno posible a la postura cíclica de melancolía). Debido al recorte progresivo del tiempo de valoración, a la aceptación preferencial de lo agradable y a su postura de resistir sobrevalorando, se producen también síntomas de asinergismo patotrópico. Su agitación incesante, el derroche de energías, agota el esfuerzo total del organismo como conjunto (AP), mientras que la tensión local hacia los actos euhórmicos (TP) persiste, aguda e implacable. Es también por esta línea de asinergia patotrópica como la reducción valorativa y la sobrevaloración se acentúan, mientras que por ahorro de las energías agotadas las estereotipias se hacen cada vez más automáticas y la correa valorativa llega a su apogeo de velocidad. Tal tipo de automaduración desviada de la valoración real y verídica lleva fácilmente a la locura, sobre todo si es coronada por una megaloidea. Otros tipos de la maduración errónea podrán conducir a otras clases de desorientación grave. Los encontraremos más adelante en las desviaciones paranoicas, criminales o "psicopáticas". Pero algún rasgo fundamental de la carrera desenfrenada hacia la felicidad, sin que éstos lleven al hombre a desvíos graves, podemos palparlo por todas partes también en los normales: todos queremos eliminar o disminuir la razón del patior, al menos el subjetivamente sentido como innecesario, y no pocas veces nos atrevemos, por sobrevaloración propia, a reducir incluso el necesario, empleando inventos subjetivos y hasta trucos que nos parecen hábiles e ingeniosos, lícitos y justos. Pero el Bíos no se deja engañar impunemente. Podemos especular en su bolsa, regatear quizá sus precios sobre "un poco más" y "un poco menos", pero no podemos ir por debajo de un precio mínimo que nos exige para sobrevivir, ni atrevernos a querer separar lo inseparable: el patior y la vida. El Bíos no es nada justo con el hombre, pero es el dueño y el que manda. Si nos aprovechamos de la autonomía que nos otorga en la autocreación, no es para poder soberbiamente eximirnos de sus leyes. Podemos autocrearnos y lograr algunos picos en esta gran hazaña en los que nos pueda parecer que ya nos hemos hecho artistas consumados en este arte y logrado incluso algunos momentos excepcionales de euforia o de su equivalente de serenidad. El dueño no reconocerá nuestra labor si en ella no hemos empleado, cuanto nos fuera posible, el método más seguro de nuestra investigación en el laboratorio interior: la valoración real y verídica. Nuestro instrumentario sensorial —incluida también la imaginación más potente— no nos ha sido dado para vivir al margen de la realidad interior, ni en contra de la verdad asequible. La endoantropología no puede confirmar aquel estribillo barato y gracioso de que "el hombre vive también de ilusión". Toda ilusión es un "menos-vivir" y por esto el hombre quiere que sus "es una mancha verde" y "yo amo a María" sean realidad, y sus "E=mc2" y sus "yo soy justo" sean verdad y no ilusión. La apariencia, la ficción, la seudorrealidad le llenan de dudas y de inquietud, la mentira aumenta su inseguridad y le irrita y hasta los sueños le desconciertan. Por débil y supersticioso que sea, sus creencias tienen que contener una probabilidad de llegar a ser reales y verídicas. Esta es su seguridad primaria en la orientación vital y paga en la moneda de patergios el precio de poder vivir así. Biológicamente visto, el hombre es más seguro cuando puede concluir que la vida es esto, y aún más cuando puede entrever que la vida es así. Se desorienta en seguida si la gnosia y autognosia al adquirir tal conocimiento se desvían. Es refractario a un simili-vivir. Sólo cuando el precio que paga en patergios por tal conocimiento le parece demasiado alto y si se cansa de pagarlo al contado como el implacable Bíos le exige, rehuye la taquilla vigilante e intenta introducirse de polizonte en el barco del sentir o de erigirse en superhombre privilegiado exento de la obligación de aduanas patotrópicas. La evasión del maniatoide ante la taquilla del patior, la autorrealización privada en superhombre privilegiado es un intento ilícito de separar el vivir y el sufrir. Podemos ser hombres de talento, seres extraordinarios, héroes y genios, pero superhombres —sin permiso de mutación debidamente extendido por la Evolución—, no.
Definiremos la klonorexia como tipo de valoración emocional desviada sea en su aspecto de disorexia en el maniatoide, sea en la
orectosis del maníaco consumado como desorientación en una postura vital habitualmente hiperhórmica y sobrevalorativa de las fuerzas propias en la maduración de la persona, que se
desvía hacia la prevención optativa y sistemática contra la inferioridad ante los riesgos anticipados del sufrimiento supuesto innecesario mediante la reducción deliberada y selectiva en la autognosia frente a los estímulos desagradables, y que conduce al valorante al comportamiento agitado de precipitación hacia la euforia exclusiva y progresivamente estereotipada.
Notas: [1] Véase, entre otras publicaciones, Ed. J. T. FRASER: The voices of the time. Nueva York 1966. [2] R. COIRAULT, Agressum et réanimation en neuro-psychiatrie. París 1960.
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