El Hombre ante sí mismo. V.J. Wukmir, 1964. CAPÍTULO III - EL DESTINO INDIVIDUAL (continuación III)
POSTURALa inferioridad sentida por la presión del factor exógeno (C) o por las causas que vienen de los factores endógenos (I, E, Hf) y los rasgos y las aptitudes que resultan de la experiencia pueden seguir el camino de la adaptación-acomodación o por compensaciones con otros rasgos y aptitudes, hacia la superación, descompensación, sobrecompensación. Este juego, regido por la ley del patior, conduce progresivamente a ciertos balances conseguidos o desequilibrios sistematizados, sintetizados en posturas habituales. Se pueden designar estas posturas según varios criterios, pero es precisamente aquí donde nos acecha el peligro de la racionalización prematura y abstracta. La autognosia es tanto más eficaz cuanto más puede descender en el análisis de rasgos y aptitudes. Si puede descubrir incluso causas dinastásicas de éstos, y profundizar hacia lo genético, mejor, ya que cualquier revelación, ya sea química o física, en la producción del carácter y temperamento, es algo que puede servirnos de orientación acertada. Pero en este libro seguimos el camino del análisis consciente supramolecular y supracelular, dejándonos arrastrar un poco también por la necesidad racionalizante de ir a las abreviaciones que pueden sumarse en las posturas. Ahora bien, tenemos que advertir al lector contra lo cómodo que sería quedarse con las abreviaciones de las posturas y su síntesis, si nos limitáramos tan sólo a éstas, tanto en la autognosia como en la heterognosia. Los criterios inmanentes en nuestra terminología de posturas pueden ayudamos tan sólo en las conclusiones después de haber estudiado individualmente los rasgos y las aptitudes, y no antes. Para el conocimiento del hombre no basta ficharle globalmente, en síntesis, sin previo análisis entre, por ejemplo, responsables o irresponsables, estratégicos, materialistas, rebeldes o sumisos, etc. como se resume en la lista de posturas que se da a continuación. Y sería pecar contra lo esencial de un autoexamen y su verdad, si nos contentáramos con posturas solas. En la lista ejemplificativa de los rasgos y de las aptitudes hemos intentado hacer todo lo posible para no caer en la racionalización prematura. Extrovertido, introvertido, radical, bohemio, cíclico, esquizoide, paranoide, etc., son tan sólo atributos, y no denominaciones clave. Y hemos dejado al lector la libertad de suplir, para concretar aún más, la libertad de añadir él mismo otros atributos semejantes. Deliberadamente hemos eludido y omitido un sistema cerrado de la gnosia, ya que preconizamos siempre la autocreación abierta. La autocreación es arte y vida, el saber y la ciencia son tan sólo sus ayudantes. «Mi oficio y arte es vivir. ¿Quién me impide hablar de ello según mi sentido, experiencia y costumbre?», dice Montaigne (Ensayos, II, VI). Si separamos las posturas dentro de unas denominaciones abreviadas, lo hacemos, pues, bajo la reserva de que no son en modo alguno exclusivas. No existe un hombre que pertenezca exclusivamente a la categoría convivencial, crática, zoica, rebelde, etcétera, como quiere nuestra lista. Pero ya que tenemos esta manía racionalizante de ficharnos a nosotros mismos y al otro de un modo abreviado, daremos, por debilidad hacia lo práctico —que no nos parece ninguna virtud— también nuestra enumeración de posturas, confeccionada sobre varios criterios sembrados en todo nuestro sistema de la orientación vital. Así, la compensación y la superación de la inferioridad o el fracaso sistematizado en ello, podría resumirse, por ejemplo, en las siguientes categorías:
Hemos puesto un etcétera al final de esta lista porque podría continuarse. Y también podría ser reducida. Ampliándola descenderíamos cada vez más a los rasgos y a las aptitudes particulares; reduciéndola subiríamos cada vez más a la abstracción racionalizante y a las denominaciones-clave. Con la primera caeríamos en tautologías innecesarias, con la segunda nos cerraríamos ante la verdad concreta, medida subjetivamente, pecando contra el sentido del endograma. ¡No tipicemos, pues la biología es demasiado lujosa!
GLOSA 25.—Sobre las caracterologías clave.Las tendencias racionalizantes en la caracterología se suelen volver torturadoras para los mismos caracterólogos cuando el exuberante Bíos empieza a poner reparos en la esquematización de las claves a las que queremos reducir el fenómeno ego. Los buscadores de tales claves fundamentales y simples tienen que contar con una serie de excepciones y a cada paso servirse de la gran categoría de lo «atípico» que puede salvar la geometría de la racionalización. A los mejores entre ellos, por ser concienzudos, ocurre esto con más frecuencia que a los menos escrupulosos. Así, por ejemplo, el tan brillante y concienzudo Kretschmer llega a la observación de que hay bonachones cicloides y esquizoides. Evidentemente hay que ser muy sutil y matizar mucho. Y Kretschmer se lanza: «La mansedumbre cicloide es bondad, algo cordial, una comunidad de alegrías y pesares, una benevolencia activa o una tolerancia amistosa para con el prójimo... La de la criatura esquizoide, por el contrario, está integrada por estos dos componentes: temor e impasibilidad... es reserva recelosa... que puede acusar rasgos de bondad verdadera, algo graciosamente tierno, dulce y amable... siempre con un leve tinte de dolorosa extrañeza y susceptibilidad». (Constitución y carácter. Barcelona, 1947). Podríamos retar a los psicólogos y médicos más expertos dudando de que en su diagnóstico puedan decidir entre la cordial bondad y la tolerancia amistosa de los cicloides, por una parte, y la verdadera bondad, dulce y amable, pero suspicaz, de los esquizoides. Pero aun si aceptásemos la discusión sobre esta diferenciación y sus criterios nos sería difícil conformarnos con la manía de clasificación —como la llama Jung— y su precipitado racionalismo. ¿Por qué tendríamos que meter a toda la humanidad en estos dos sacos, cuando sabemos que, apenas dentro se escurrirá por todos los agujeros? Ni siquiera para el diagnóstico patológico, ni para los criminólogos sirven estas tozudas exageraciones racionalistas. Los leptosomáticos, dice Kretschmer, tienen más bien disposición para el robo y la estafa, los atléticos para delitos con violencia, los displásicos para los que van contra la moral, y los buenos pícnicos son ladrones. Y siguen, naturalmente, las estadísticas. Estas categorías tendrían cierta justificación si todos los estafadores fueran leptosomáticos y nada más (y no lo son) y si todos los ladrones fueran pícnicos (y no lo son). O si todos los esquizoides fueran leptosomáticos y todos los pícnicos hipomaníacos. Pero no lo son: las subcategorías abundan y lo atípico y paradójico prevalece en ellas. No puede ser de otra manera ya que 1) la razón clasificadora es pequeña ante la exuberancia permutadora que es la naturaleza y 2) el diagnóstico más seguro de la misma enfermedad va siempre acompañada de variantes muy individuales. E incluso, si los datos —tan esmerada y apasionadamente coleccionados— a veces abren paso a alguna buena mirada clínica, sería completamente erróneo emplear tales criterios en la exploración pedagógica, en la cual el diagnóstico precoz a base de estas claves seria tremendamente difícil y arbitrario para los normales. La caracterología puede interesar a la educación si la liberamos de esta esclavitud patologizante de las clínicas mentales. Y va que estamos hablando de la despatologización de la psicología, cabe que añadamos aquí, en conexión con Kretschmer, una observación más. Describiendo el «tipo» esquizoide hiperestésico, el gran profesor y clínico dice que una de sus características morbosas sería un autoanálisis constante. ¡Hay que ver a qué extremo puede llevarnos la patologización! «¿Cómo me comporto? ¿Quién me ofende? ¿Dónde me he equivocado? ¿Cómo me impondré?» serían las preguntas patológicas del tipo de enfermo que describe. Y no se da cuenta de que estas preguntas y millares semejantes se las dirige a sí mismo cada hombre normal en su vida cotidiana, si no pertenece a alguna categoría de semiconscientes, brutos, negligentes o distraídos. Cualquier hombre, cuya vida interior corra con cierta intensidad absolutamente normal, tiene que preguntarse de este y semejante modo sobre su comportamiento pasado, actual o futuro, sencillamente para poder continuar valorando y madurando. No tiene que pertenecer ni a esquizotímicos ni a ciclotímicos, y no tiene que ser un introvertido para tales procesos de valoración y autovaloración. No son solamente los Hölderlin, Strindberg, Feuerbach, Miguel Ángel, etc., a los que tenemos que explorar con ganas de encontrar el diagnóstico ulterior de sus enfermedades, ni tenemos que atribuirlas al fenómeno de una autognosia intensa, sin la cual no hubieran podido producir sus obras. La autognosia no tiene que volverse una «manía» colectiva de la humanidad, ni hay que temer esto. Pero ¡dadme el ejemplo de un hombre que haya hecho algo de sí mismo en la vida y que lo haya conseguido sin autoanálisis! Lo que incumbe a la orectología es que ponga un poco de sistema en esta intensidad del conocimiento de sí mismo y que no deje al hombre solo con sus crisis, para que sus propios sentimientos y pensamientos le aplasten y tenga que acudir a la clínica. Concluirnos, pues, que si la salud «mental» de la humanidad ha de ir progresando, hay que restringir, en el modo de tratarle, lo patológico y ensanchar la higiene oréctica de los normales. Y como esto no se puede conseguir sin conocer mejor al hombre normal, hay que explorar en primer lugar la personalidad normal y su caracterología, no partiendo de antemano de lo clínico sino es para comparar lo normal con lo patológico. Pero no al revés, como se ha hecho en nuestro siglo. Este se caracteriza por el hecho de que la psicología ha sido casi monopolizada por los médicos. Esto nos ha traído muchos resultados positivos, y una espléndida gama de aportaciones valiosas en la investigación. Pero existe también otro hecho muy significativo, y es que este mismo médico explorador no tiene tiempo para ocuparse de los normales y de su psicología, de sus crisis. Ve tan solo, por el apremio de las circunstancias, lo normal ya en su desviación hacia lo patológico. Y las conclusiones que se dan en la clínica se han apoderado incluso de la educación de los normales. El psicólogo-biólogo, explorador de los normales, escasea de una manera catastrófica, y casi no existen laboratorios para sus trabajos, ni consultorios para su diagnóstico, fuera de la indagación zoológica. Esto es paradójico. Porque aún creo que la mayoría de la humanidad es normal, a pesar de todo... Ejemplos de autoexamen caracterológico.Sobre la bondad-maldad.
Me siento injustamente inferior frente a los demás:
GLOSA 26.—Sobre la represión de la verdad interior.Una cosa es encararse abierta y conscientemente con la inferioridad sentida, compensarla o superarla por este camino ante el espejo interior sinceramente consultado, y otra es dejar que este espejo se nuble antes de llegar nosotros a una valoración adecuada. Muy a menudo el espejo se cubre de brumas por miedo, por angustia ante la verdad. Aun sin caer en la enfermedad, el hombre normal intenta resolver muchas de sus crisis encubriendo el espejo, sin atreverse a ver la verdad y a valorarla exactamente. La sinceridad consigo mismo y la debilidad humana se encaminan entonces hacia un escenario cubierto de disfraces y de maquillajes interiores, de sobrevaloraciones compensativas precipitadas, hacia la autognosia falseada. Tapamos la inferioridad para no verla bien porque nos da miedo. La encubrimos con cualquiera de nuestros orgullos, con soberbia, superficialidad, despreocupación ligera, con ganas de arrinconarla. Incluso queremos olvidar el rincón en que se halla. Pero una vez fijada como tal, la inferioridad no se rinde; es, al contrario, tremendamente obstinada y pacienzuda, y, cuanto más arrinconada, conspiradora. Se va al subsuelo, busca aliados, intenta reforzarse con partidarios afines y espera el momento en que pueda presentarse más aguda, más maliciosa que antes. En la psiquiatría se habla mucho de varias clases de represiones, represiones de deseos, de emociones, de instintos. Hay que añadir a esta lista, tanto para el hombre normal como para el enfermo, la represión de la verdad sobre uno mismo. Mucha desorientación vital parte de este foco. No es cosa fácil encararse con la verdad que revela la propia inferioridad de un ser humano, ni siquiera con la que sólo parece tal. La civilización del hombre no ha llegado aún a prepararle para el camino de la sinceridad interior. La ley que rige la orientación vital, el patior y la huida de él, requiere en la autocreación esa valentía primaria que consiste en no mentirse uno a sí mismo: sólo así puede conservarse la salud afectiva y la resistencia hacia el riesgo del vivir, siempre e implacablemente presente en todos. La sociedad será tanto más funcional cuanto menos obligue al hombre a mentirse a sí mismo. La autocreación será tanto más eficaz cuanto más esté exenta de disfraces ante el espejo interior. Una gran parte de las desorientaciones patológicas empiezan en este cruce interior de la inferioridad no confesada. No hay manías, ni obsesiones, ni fobias, ni histerias, ni paranoias, ni angustias sistematizadas sin el desvío de las auto-valoraciones en lo oculto, tapado, arrinconado por el miedo a la sinceridad y veracidad del sentirse inferior. Y no hay inferioridad que, subjetivamente sentida, no parezca vitalmente injusta al que se enfrenta con ella. Millones son los que no llegan por este camino a la clínica, pero sufren de lo maniatoide, obsesional, fóbico, paranoide, etc. que puede llegar a ser, sin hundirlos en la enfermedad, la inferioridad sentida sin confrontación sincera, honrada, valiente. La huida ante la verdad sobre uno mismo es el denominador común para muchos tipos de la desorientación vital. Se presenta como huida de un mal mayor subjetivamente considerado como tal, al mal menor compensatorio en apariencia, pero no superado realmente. El maniático se precipita hacia unas satisfacciones sistematizadas y conocidas para evitar el frente difícil de las autovaloraciones sinceras; el continuo lavarse las manos del obsesivo es más fácil que el encararse con los deseos de matar o de renunciar a la sobrevaloración propia; la conversión en un brazo paralizado resulta más fácil para el histérico que implorar eternamente la comprensión de los demás, averiguada como inútil; y es un alivio para el paranoico el encontrar a un culpable fuera de sí mismo, que se puede tachar como perseguidor, e identificarle con la fuente de todos sus males. Y uno de los males mayores es precisamente este: no poder ser sincero y veraz consigo mismo en la vida de cada día. Es sumamente difícil para un artista, por ejemplo, confesar que sus ambiciones de creador han sido mal valoradas por él mismo y que es incapaz de producir la obra en la forma del logro que él se proponía. Es muy difícil para un político, organizador, comerciante, industrial, etc. confesar su propia incapacidad de seguir eficazmente con su tarea. Como lo es también para un hombre que presume de ético, de bueno, de superior, hacer constar la mentira y la contradicción concretas que se oponen en su interior a tales valoraciones. No hay nadie entre los vivos que intentaron vivir con concienciación progresiva e intensa que no haya estado en la posición de preferir huir, ante una implacable verdad interior, hacia un olvido, alivio, paliativo que requiere menos esfuerzo. No obstante, es en este cruce donde empieza la hombría, la entereza, la salud y todo lo mejor de la antropía, por una parte; y el escape hacia el desmoronamiento, la crisis y la enfermedad de desorientación, por otra. Ninguna de nuestras debilidades, si no se someten a la auto-terapia en el agua de la verdad concretamente medida, nos deja tranquilos a la larga. Las autovaloraciones falsas, artificiales, disfrazadas, las valoraciones reprimidas en su aspecto de la verdad, circulan (como muchas otras represiones forzosas) en nuestra sangre (lo creemos al pie de la letra) y nos estorban desde allí obstruyendo la orexis positiva, afirmativa. Nos hacen fugitivos ante una solución abierta de la crisis afectiva. La vida libre, la vida serena es posible como potencial expansivo tan sólo si no nos retiramos ante el reflejo del propio espejo interior. Por esto, cualquiera que sea el rasgo, la aptitud o la postura que escudriñemos en nosotros, la importancia estriba en acercarnos lo más posible a la medida concreta de la verdad sobre ellos, ya sea agradable o desagradable. Y si es desfavorable, no huir ante ella, y aún menos querer suprimirla, oprimirla, si queremos mantenernos sanos. A tal método se llega poco a poco. Pero al cabo de un trabajo terminado en esta dirección uno se siente más hombre y más dueño de sí mismo, más seguro. Al lado de aquella pregunta de autocreación que debe acompañarnos en todas las exploraciones de nuestra vida interior, podemos añadir la otra, básica para la higiene «mental»: ¿Huyo de mi propia verdad o es ella amiga mía?
ENDOGRAMA DEL ORDEN Y DE LA JERARQUÍA DE IDEAS (B-OID)Las ideas son también resultado de la ontogenia y, por lo tanto, consecuencia de rasgos caracteriales y de actitudes temperamentales. Las ideas que tenemos y manejamos son sintomáticas de la personalidad y de la experiencia de vivencias. Por las ideas que sostenemos podemos concluir sobre nuestro propio carácter y temperamento, o los ajenos, y viceversa: los rasgos y las actitudes nos pueden revelar el matiz de ideas que podríamos tener, dado lo que vemos en las posturas. El patrimonio de ideas pertenece, pues, al ego y a la caracterología. Según nuestra definición de la idea (endoidea) [1], y siendo las ideas el significado abreviado de utilidad vital, el balance de éstas, su orden y jerarquía dependen de la experiencia. La valencia de las ideas en la valoración está, pues, sujeta a valoraciones y revaloraciones, y puede cambiar según la reacción del organismo en el tonus afectivo. Diríamos que están constantemente expuestas a una cotización en la bolsa de valores interiores. Las hay que se mantienen firmes en estas cotizaciones y que tienen alto rango en la jerarquía, dominando este fantástico mercado. Y hay otras que están sometidas a fuertes fluctuaciones. En primer lugar ejemplificaremos algunas que determinan nuestro modo general de pensar en varias direcciones; después trazaremos una lista sumaria de motivos que suelen engendrar ideas y conexiones entre ellas.
B-oid 1. Autoexamen sobre el orden general de mis ideas.
GLOSA 27.—Sobre el orden y la jerarquía de ideas en mi interior.No son ninguna iniciación a la metafísica estas preguntas, las cuales repasan algunas modalidades generales de pensar, es decir, valorar para orientarse en el mundo frente a los fenómenos y las cosas. Centenares de matices, con muchos más «ismos» abstractos, podrían añadirse al cuestionario: estaríamos en pleno mar metafísico. Nuestras definiciones de los «ismos» tienen forma de adjetivos y atributos, y marcan de un modo general las direcciones que el color de las valoraciones puede obtener en un endograma autognósico. La endoantropología de la orientación vital considera que no valoramos fundamentalmente con lo que nos han enseñado, sino con lo que de carácter y de temperamento tenemos, por una parte, y con lo que la escuela de la vida, la experiencia, nos ha inculcado por otra. Claro está que lo que nos enseñan los libros y los educadores puede llegar a ser experiencia —secundaria de todas maneras— si las enseñanzas formales han sido objeto de autocreación, es decir, si no hemos recogido y aceptado las enseñanzas mecánicamente, sino después de una serie de adaptaciones y acomodaciones personales frente a lo recibido y a base de distingos entre la posesión y la propiedad interiores. Cuando en la escuela nos enseñan algo podemos comprenderlo y saberlo mecánicamente, entrar en la posesión mnésica de datos. Su propiedad interior se adquiere después de las averiguaciones que emprendemos por nuestra cuenta sobre la verdad subjetivamente sentida y asimilada como nuestra. Las ideas recibidas pasan así del nivel del saber mecánico al nivel del saber verificado. Y esta verificación introspectiva no ambiciona tanto la verdad objetiva, o sea científica, como el ajuste con todo el resto de la persona. Las convicciones que tenemos expresadas en formas abreviadas de ideas son de gran importancia para el andamiaje de la persona. Nuestras ideas recibidas son tan sólo nuestras si no son cuerpos ajenos a toda la demás experiencia subjetiva. Hay mucho determinismo caracterológico en el balance del orden de ideas. Orden quiere decir que las ideas recibidas tienen que adquirir su ciudadanía dentro del marco de las demás, situadas por las vivencias anteriores. Tienen que relacionarse con la jerarquía que las ya adquiridas representan en el reino mnésico. Este entrar en la ciudadanía del ideario interior es un proceso que puede ser rápido e inmediato, o estancarse largo tiempo en la antecámara de la elaboración. El devenir una idea propiedad de la persona requiere que una idea-candidato reciba el consentimiento de muchas «autoridades» interiores. Tienen que dar sus votos el carácter y el temperamento como representantes autorizados de los cuatro factores básicos, tienen que pasar por el examen, bastante partidista, de este tribunal, que las declarará aptas para ser acogidas como nuestras, incorporadas al orden y a la jerarquía que ya reinan en el interior del país mnésico. Algunos candidatos de ideas son mansos y conformistas; otros son rebeldes y revolucionarios; los hay incluso que quieren sustituir a las jerarquías reinantes. Y no pocas veces lo consiguen, pero nunca sin luchas, en las que el hombre interior vive intensamente o no, se comporta como autocreador con pasión, ardiente de sus verdades o conciliador con sus mentiras. Las luchas que tenemos con nuestro ambiente exterior tienen su exacto contrapunto en el interior: si somos conformistas frente a las circunstancias exógenas significa que lo somos en primer lugar interiormente, en el trato de las averiguaciones de nuestras verdades y mentiras. En este sentido podemos decir que nuestras ideas son siempre muestras típicas de nuestro balance caractero-temperamental; y éste es, como sabemos, tan sólo una muestra de la integración factorial, ejecutada con la colaboración inevitable de la ontogénesis (Ho) y con la venia del tribunal dinastásico y subconsciente (B-di). Así, por ejemplo, si hasta ahora hemos tenido la idea de que el cuerpo y alma son cosas separadas y separables, y nos mostrábamos, por lo tanto, partidarios convencidos del dualismo psico-somático, todas las ideas que desde la experiencia o la enseñanza nos lleguen como anunciadoras del monismo, representantes, pues, de una nueva orientación completamente opuesta al orden adquirido de ideas (como candidatos a la ciudadanía mnésica) y al rango que el dualismo ha obtenido en nuestra formación del ideario mnésico, tendrán que habérselas aquí con las autoridades de la jerarquía anterior antes de convencerlas de que lo mejor sería cederles el sitio adecuado. La adquisición mnésica tiene rasgos de conservadora. El organismo no se decide prontamente a abandonar su hábito de pensar. Los recién llegados son considerados como intrusos en la sociedad mnésica, e incluso a veces como bárbaros proletarios que pretenden conquistar fortalezas sagradas. Y pueden ser rechazados bruscamente. No queremos aceptar la idea monista porque todas nuestras creencias y sus respectivas ideas adquiridas hasta ahora nos indican que los nuevos no tienen derecho a la hospitalidad de la persona, o que son peligrosos para su integridad o, simplemente, para su comodidad. Hasta ahora hemos vivido orientados debidamente al amparo del dualismo. El orden —la concordancia con las demás ideas—; la conexión con las demás asociaciones; la jerarquía —el rango de los valores— han sido «definitivamente» establecidos en la dirección dualista. Tendríamos, pues, que revolver muchas cosas, gastar muchas energías, reajustar muchos balances, revalorizar muchos valores para concederles sitio a estos advenedizos del monismo. Y los rechazamos a limine. Pero puede darse también el otro caso, completamente opuesto. El orden, las conexiones, la jerarquía de los valores que interiormente caracterizaban el ideario «dualista», pueden haber sido organizados y estructurados ya de antemano de una manera poco segura, sin mucho apoyo de la convicción postural. El esqueleto de tal edificio lo era todo menos sólido y tuvo que mantenerse a base de unos soportes, éstos también de fuerza no muy vigorosa. En este caso existe ya un desequilibrio en la estructura mnésica del «dualismo», una necesidad egotina de rehacerla y, o bien aportar nuevo material para la misma clase de edificio, o bien cambiar completamente de estilo. Por ejemplo: ya nos parecía a veces que el alma no se manifiesta sin el cuerpo; o que los dos dependen tanto uno del otro, que apenas podemos imaginar que anduvieran separados; que si andan separados será probablemente después de la muerte, pero in vivo no; nos parecía además que uno es tan sólo la expresión del otro; o que, cualquiera que fuese esta relación entre ellos, lo que suceda después de la muerte pueda interesarnos o no (según nuestras creencias religiosas, filosóficas, éticas, etc.), pero que para la orientación vital necesitamos tener menos dudas acerca de este problema cuya solución más segura nos parece útil y hasta, por cualquiera de los motivos, apremiante. Si las ideas-candidatos del monismo se presentaran ante al estado inestable del orden mnésico, ya no serían recibidas bruscamente. Se escuchará su mensaje y sus proposiciones. Y se hará el trabajo de negociaciones de la revaloración atenta. Y quizá la asamblea general de las ideas votantes, después de haber escuchado las voces de los consejeros del reino, expuestas por los vocales que se llaman carácter y temperamento, se decida por el cambio de régimen para servir mejor a la Persona. Una vez instaladas dentro del orden cambiado, establecidas las nuevas conexiones con las demás ideas, y revalorada la jerarquía, las nuevas ideas obtendrán su predominio y se manifestarán en el estilo nuevo de valoraciones. Y el estilo es tener criterios convincentes y vivir según ellos, aplicando la verdad interiormente conseguida al comportamiento exterior. La revaloración de ideas forma una gran parte de la orexis autocreadora. Como en otros casos del endograma, no es preciso que pasemos revista a todos los problemas que se presentan en el cuestionario anterior. A lo mejor no nos interesa de un modo personal si somos esencialmente deterministas o indeterministas; pero si encontramos que tal idea es digna de atención, por cualquiera de nuestras necesidades, es mejor, para nuestra paz interior, que lleguemos a aclararla. Aun las vacilaciones que no podamos superar serán más conocimiento de uno mismo, más creación, que la vaga incertidumbre de revaloración omitida. El querer definirse a sí mismo es la básica condición de vivir conscientemente, de vivir como ser humano. De la autodefinición y de su medida realizada depende el valor del hombre. Autodefinición es responsabilidad hacia uno mismo. Podemos sobrevivir irresponsablemente, es verdad. Pero bien hubiéramos podido hacerlo habiendo nacido como peces y amebas. Y no permitirnos el lujo de nacer como hombres y vivir como bacterias. Las bacterias manejarán pocas ideas. Nosotros somos multimillonarios en tales bienes. Todo nuestro valor depende de que los conservemos amontonados en los húmedos almacenes de la inercia o los activemos en los laboratorios de la autocreación. Si nos valemos de éstos, de cualquier idea podemos partir hacia el descubrimiento adicional de nuestro continente interior. Una variación de tal aventura puede cumplirse, por ejemplo, a lo largo del camino hacia la más verdad sobre nuestra idea de Dios.
B-oid 2. Autoexamen sobre la idea de Dios.
A cualquier religión que uno pertenezca, o aunque se crea ateo, estas preguntas pueden autodefinirle, si se les presta atención. Las puede emplear un cristiano de cualquier denominación, un budista, mahometano, hebreo, hinduista, sintoísta, confucionista, taoísta, etc., e incluso cualquier seguidor de creencias llamadas paganas, y de sectas religiosas, tanto un intelectual como un primitivo. Pocos son los seres humanos que en su maduración consciente no se enfrentan, siendo normales, con un par de estas preguntas. Desde ellas, una riquísima e infinita temática conduce a los detalles. Pero lo esencial de tal trama se encuentra en los cuestionarios semejantes al anterior, valederos para la autognosia de todos los continentes y de todas las épocas. Y para todas las discusiones que surgen y surgirán sobre este temario. Entre ellas la más importante es la que llevamos en nosotros mismos. Esta discusión, previa o ulterior, existe necesariamente en todos, creyentes y ateos, en los que se creen creyentes y en los que se creen ateos, incluso los que no la necesiten han de tener alguna idea sobre dios. Si viven conscientemente. Y personalmente. Nadie cree en el mismo dios de la misma manera, ni es uno ateo del mismo modo que el otro. Partiendo de cualquier punto del temario podemos ensanchar el ideario siendo filósofos y pensadores, o bien sencillos sentidores de las vivencias, con muchas cosas de este mundo sobre las cuales existen concretamente en nuestro patrimonio mnésico ideas de nuestra experiencia pasada o posible, y cubrir los innumerables caminos que la averiguación de nuestra verdad personal abre ante nosotros. Distinguiendo siempre entre la aceptación mecánica y la convicción, entre su posesión y su propiedad; entre su existencia y su verdad, entre el orden establecido y por establecer; la conexión adecuada o inadecuada; la jerarquía de los valores auténticos o falsos; el estilo de vivir según la verdad interior o su caricatura. No es posible enumerar las cosas de este mundo que puedan en el hombre convertirse en ideas o tener conexiones con ellas. Sólo para señalar algunas grandes categorías podemos indicar algunos puntos de salida, de los cuales pueden surgir los cuestionarios personales de cada uno.
B-oid 3. Autoexamen-standard sobre las ideas que puedo tener.
B-oid 4.
GLOSA 28.—Sobre cómo no se puede mandar al diablo a la psicología.El vuelo sobre el ideario ha sido rapidísimo y nada exhaustivo. Pero la ambición del endograma no es la de establecer un programa que nunca se cumple. El endograma no es una pedagogía compulsiva ni una medicina curativa. Es una invitación amistosa a autovalorarnos con atención cuando para ello tengamos tiempo y ganas; cuando nos parezca bien. Al endograma le basta si nos acordamos de esta invitación mientras bebemos una buena copa de coñac, en un molesto viaje de autobús, ante un paisaje que parece absorbernos por su belleza, o frente a unos ojos azules que nos gustan. El endograma, una vez aceptado como compañero silencioso, paciente, ameno, comprensivo, como un espejo fiel sin otras exigencias que la de servirnos la verdad cuando queremos vemos desde dentro, puede desecharse en cada momento de cansancio. Lo que nunca le exigirá a su lector es seguir el molesto camino de un Gallup insistente con su «sí» o «no»; de un cuestionario clínico con sus prisas de consultorio; de una investigación del rígido tribunal que se precipita hacia la poca verdad que el código exige para su uso doméstico. Ni tampoco le forzará a que repase en un día toda la lista de sus ideas para responder a su sistema. El endograma «sabe» bien que lo compulsivo en esta materia no sirve para nada; en cualquiera de las respuestas podemos tener nuestras dudas, dilemas, vacilaciones que no nos permiten una respuesta segura, inmediata, definitiva. El endograma puede esperar la maduración de la respuesta. Parece que su principal papel consiste en esta espera. Es un servidor muy paciente... Un verdadero servus servorum muy comprensivo, incluso para los insultos. Cuenta con que sus servicios no sean muy apreciados por la gente que no tiene tiempo para sí misma; que no tiene tiempo para nada, salvo para la prisa; cuya imaginación es puramente estratégica; cuyo sentido de la vida consiste en conquistar los astros, y que para resolver sus problemas cree poder escoger entre los consultorios de la Bolsa y de la Clínica. Al endograma y a su autor les espera programáticamente también algún que otro ataque del lector sin tiempo, echándole dramáticamente en cara: «¡Y a mí qué me interesa si tengo o no, y cuáles, ideas sobre cómo ser más fuerte frente a los demás, y cómo lograr la felicidad, y sobre lo que soy! ¡Ni me interesan el cosmos o las teorías sobre la célula y sobre el orectón! Vivir no es pensar sobre las cosas y el mundo, sobre la vida, sino experimentarla, venga como venga. No tengo tiempo para pensar, tomo las cosas tal como surgen. Cuanto más pienso, tanto menos vivo. Las estrellas me interesan como poesía, no como concepto, y lo que en el fondo quiero es poder abrazar a mi mujer sin complicaciones, no dejarme morir de hambre y ser alguien ante los demás. No quiero explorar nada por dentro. ¡Que la psicología me deje en paz con su «desde dentro», o la mandaré al diablo!» Al pobre lector le ha abandonado la serenidad, y lo mejor es que tire el libro lejos de sí, a un rincón oscuro y que se quede sólo con su enfado. Desde esta ira el camino inevitable conduce directamente —al interior (del que el lector quería evadirse). A lo mejor el lector se irá al cine, que es evidentemente algo exterior. Pero si no se desenfada antes, le estropeará incluso el placer de ver una buena película. El libro .éste se puede mandar al diablo, pero el enfado interior no. Hay que hacer algo adecuado con él; de lo contrario empezará a circular por la sangre, aumentando innecesariamente el azúcar, y esto puede ser fatal. No te has enfadado con el libro, querido lector, sino contigo mismo. De aburrirte, hubieras podido reponerlo tranquilamente en su sitio de la biblioteca y ¡adiós!, hasta mañana o hasta nunca. Pero te enfadaste con él para no confesar que algo te corroe desde dentro. Estás insatisfecho contigo mismo por alguna cosa —todo lo que dijiste lo revela—. Si analizáramos cualquiera de tus exclamaciones, descubriríamos la verdad. Pero como no lo permites, tendrás que hacerlo tú mismo, incluso a pesar tuyo. Y muchísimas ideas tuyas que tú conoces bien, saldrán en tus valoraciones emocionales para disolver la santa ira contra la psicología que parece haberte invadido. Es muy probable que quieras continuar enfadado. Y tendrás que preguntarte involuntariamente: «¿Por qué me habré enojado con un libro inocuo, y hasta ingenuo y amigo?» Siempre que nos enfadamos con amigos sinceros, es probable que la culpa esté de nuestro lado. En cuanto al endograma, ya tienes logradas muchísimas respuestas precisamente a través de tu cólera. Dime lo que te pone furioso y te diré quién eres. Puedes huir de ti mismo, ¡oh! lector, pero en la cueva en que te habrías creído a salvo, encontrarás de nuevo a tu perseguidor. Como sombra sin sol. Es difícil a veces escapar del enemigo. Pero es siempre imposible huir de sí mismo.
GLOSA 29.—Sobre la mentira del «Who is who?»Las ideas comunes, bajo las cuales a veces está fichada la persona, no corresponden siempre a las endoideas orécticas. El que pertenezca, por ejemplo, al partido conservador o al comunista, puede ser biográficamente fichado como tal por el fichero policiaco o por las listas del partido. Pero tal dato es, de ordinario, extremadamente superficial, e incluso falso para el endograma, o puede requerir otros datos, explicativos de la personalidad, la cual no coincide con la verdad endoantropológica, o rectifica considerablemente la etiqueta puesta en cualquiera de estos diccionarios que llevan el presumido título de «Who is who?» Con un ejemplo podemos ilustrar lo que queremos decir. Si, para abreviar, establecemos tres categorías principales de ideas políticas, las posturas concretas dentro de ellas, en las que se manifiesta la personalidad, pueden variar considerablemente dentro de los marcos del tipo
En estos rasgos y aptitudes ejemplificativos, el carácter y el temperamento son los que se manifiestan bajo la etiqueta de las ideas, y son ellos los que determinan las ideas políticas dentro de un hombre, y no viceversa. El pertenecer, por ejemplo, a un cierto partido conservador o laborista, no nos dice aún nada sobre la fuerza de ideas que caracteriza al miembro individual de tales partidos. Hay muchos conservadores en el seno del partido laborista inglés y algunos dentro del partido conservador que bien podrían ocupar sitios en los bancos laboristas de la Cámara de los Comunes. La diferenciación caracterológica es la que forman las alas izquierda y derecha en los partidos, tan típica para la formación de las mentalidades políticas. La caracterización interior puede llevarse a cabo con más detalles a base del criterio de métodos que uno emplea o cree justos en la actividad política. En cualquiera de aquéllas categorías pueden encontrarse ideólogos y oportunistas los primeros, insistiendo en la pureza en cuanto a la aplicación de ideas y programas; los segundos, sacrificando con más facilidad las ideas a los logros prácticos de convenios y compromisos. Y en cualquier campo pueden identificarse caracteres de idealistas y logreros, aquellos valorando el bien común, y éstos, prefiriendo el interés personal. Ambos logros pueden perseguirse por métodos de eticismo maquiavelismo. Un nacionalista puede ser conservador, liberal o revolucionario, y un socialista también, por el método que le parece mejor para lograr sus fines. En los países escandinavos tenemos socialistas conservadores en cuanto al ritmo del logro en sus propósitos, liberales que se inclinan por las monarquías reinantes, y reservados en cuanto a las ideas radicales, comunistas. Y los soviéticos rusos parecen reaccionarios a los ojos de los chinos o los albaneses revolucionarios, ambos pretendiendo ser seguidores de las mismas ideologías comunistas, mientras que los comunistas yugoslavos son tachados de desviacionistas liberales tanto por los radicales soviéticos como por los chinos. Muy profundamente, en los niveles de la orexis consciente y subconsciente, se forman las ideas bajo las cuales se alista, entre tantas otras, la actividad política. Los hombres responsables y estratégicos, los beati possidentes y los beati existentes, etc., se forman en el fondo de la ontogénesis, en los genes mismos, y después vienen, para expresarlos brevi manu, las ideas que ostentamos, verdaderas o falsas, en todas las direcciones del comportamiento. La política es un terreno en el que el balance entre la persona exterior e interior se encubre con más facilidad, quedándose en deuda con el endograma verídico.
GLOSA 30.—Sobre los ideales.El orden de ideas se establece a medida que las vivencias van confirmando sus direcciones generales de experiencia. Cuando una vivencia, cuyas ideas han obtenido cierto sitio mnésico, no es confirmada sino renegada por otra vivencia que pertenece al mismo orden de ideas, surge la necesidad de un reajuste de tal balance negativo de disociación. Si la madre bondadosa y agradable se convierte en una vivencia desagradable y de maldad, el equilibrio del balance de ideas necesita procesos de revaloración, proceso sumamente creador. La disorexis, o como suele llamarse en la psicología clásica, la neurosis, proviene fundamentalmente de las revaloraciones no logradas o malogradas. Todas nuestras contradicciones interiores son en primer lugar estorbos del reajuste mnésico, o sea, contradicciones de ideas. La sorpresa que nos prepara la realidad es el sentir subjetivo de que, frente al orden establecido de la memoria, tenemos que contar de repente con algo que lo contradice. Si dejamos sin resolver, es decir, sin revalorar y equilibrar tales valores mnésicos, antagónicos entre, sí, nos puede costar caro esta negligencia en las orientaciones futuras. Pasa con ellos algo semejante a lo que ocurre en el matrimonio: si las contradicciones no se resuelven, sino que se reprimen, y se sistematizan en la represión, se vuelven estorbos en las orientaciones ulteriores. La idea-conclusión de que nuestro amante es malicioso o falso, surgida a lo largo de unas experiencias de tal interpretación, y en plena contradicción con la idea anterior que hasta aquel momento habíamos tenido sobre él (y que era, por ejemplo, «ni malicioso ni falso») —hay que elaborarla mediante revaloración y conseguir cierto equilibrio— o bien borrar aquella primera, mediante compasión o comprensión, o sustituirla por la nueva y entronizar la negativa en el orden de los valores. Las dos no pueden existir juntas una al lado de la otra, en nuestro patrimonio mnésico, sin estorbarnos, confundirnos y desorientarnos. La conexión entre ideas e ideas es aquello que solía llamarse en la psicología clásica asociación. Nuestras vivencias manejan cosas compuestas, cada vez más compuestas, cuanto más progresa la experiencia. Las cosas (hechos, objetos, estímulos) se integran en el orden mnésico como conexiones entre cosas y cosas, unidas siempre bajo la etiqueta de una idea: de un objeto u hecho sentido a lo largo de una vivencia, guardaremos, para manejo ulterior más fácil, su idea de utilidad vital. Con esto se establece el primer grado de conexiones: entre cosas y cosas, bajo la tutela de una idea de tal pertenecer asociativo. Después viene el segundo grado asociativo: la conexión entre ideas e ideas. La mayoría de las nociones que manejamos con palabras u otros medios de expresión son ya, en el adulto, tales abstracciones de segundo grado, es decir, conexiones entre ideas e ideas. El ideograma «madre» contiene, desde la infancia, la conexión entre la «madre buena» y la «madre castigadora», por ejemplo. Si estas dos direcciones de conexiones han obtenido en las revaloraciones sucesivas un cierto equilibrio, la idea «madre» tendrá en nuestras orientaciones futuras un valor inequívoco, exento de dudas y vacilaciones. Sabremos exactamente si en nuestras valoraciones tendremos que manejar esta idea como un valor subjetivamente positivo o negativo, dicho brevi manu, si será objeto de nuestro amor o estima, o bien se alistará entre las valoraciones emocionales de nuestros odios o miedos. De esta manera el orden de ideas y de sus conexiones representa el índice de nuestros valores, obtenidos a base de experiencias y sus revaloraciones. Este índice obedece en cada hombre al esquema de una jerarquía de preferencias vitales. En nuestro patrimonio de ideas, nuestro ideario, unas ideas tienen más rango que otras —esto no hay que explicarlo particularmente—. Lo que puede interesamos en este sitio es la lista de estas preferencias ideativas, por la que el hombre puede darse a conocer. Con muchas de estas preferencia? nos hemos encontrado ya a lo largo de nuestros cuestionarios. Aquí podríamos intentar cierta agrupación ejemplificativa tomando por base los criterios de sobrevivir y vivir:
Este criterio es profundamente inmanente en la jerarquía de valores ideogramáticos. Después vienen las preferencias interinstintuales; las ideas-índice de conservar más que procrear o crear;
La permutación ideatoria de tales agrupaciones se alarga con los demás criterios de valores, tales como:
En todos los dilemas básicos que encontramos en nuestras encrucijadas interiores nos servimos de valores adquiridos, revalorados o no, puros o contradictorios; manejamos ideas que los representan en los procesos de la valoración emocional, ideas crudas o articuladas, que siempre son, en cierto modo, ideas-preferencias. Lo preferencia! nos conduce, por el tercer grado de abstracción, a lo que llamamos el ideal. En endoantropología, esta palabra es neutral, y no tiene nada que ver con el idealismo en el significado corriente de la palabra. En la POV lo hemos definido como «el mejor estado de preferendum-optimum imaginable respecto a cualquier dirección de la maduración de la persona, propia o ajena». En este sentido oréctico el ideal no es, pues, tan sólo un estado de perfección objetivamente ideado, imaginado como concepto de moralidad, virtud, santidad, perfección científica, artística, etc. Puede, naturalmente, aplicarse también a estos estados proyectados. Pero nuestra noción abarca igualmente otros valores más bajos, subjetivos. El ideal en su sentido oréctico es también el mejor estado de valores subjetivos en la imaginación del criminal que trama su crimen perfecto; en la del general que combina la aniquilación del enemigo mediante armas mortíferas; en la del logrero que quiere conseguir dinero o poder utilizando la mejor combinación estratégica, sin que le importen los criterios éticos; en la del Don Juan que solamente quiere poseer a la mujer de la manera más fácil, rápida y eficiente, aunque no la ame ni piense en la convivencia con ella; en la imaginación del reformador o revolucionario social que, teniendo el preferendum-optimum ante sus ojos, como una perfección futura, sacrifica la vida y los derechos de las generaciones presentes, etc. Este preferendum-optimum supremo, medido con las fuerzas que subjetivamente poseemos para realizarlo en una autorrealización óptima y en una autoafirmación acumulativa es un reto de la persona humana frente a la amenaza de la realidad circunstancial; es un apego a la línea heroica, agónica, de nuestras autorrealizaciones, ideadas como máximos logros que uno puede pedir a la existencia. Estos máximos logros viven en cada hombre normal, como estímulo que se ha formado en su ideario; una medida siempre subjetiva y proporcionada al carácter y al temperamento del individuo, aunque muchas veces en plena desproporción con sus fuerzas reales y con la valoración propia de éstas, y también muchas veces asociales o antisociales, amorales, vulnerado-res del orden establecido. El animal tiene solamente el preferendum momentáneo; el hombre tiene además su optimum proyectado. En el animal, el preferendum es una sensación, y no se mueve de aquí. En el hombre, tanto el preferendum como el optimum es, además de sensacionista, imaginativo. El animal va, en este camino eterno del patior, de una sensación de hambre, frío o calor, a una sensación de menos hambre, menos frío o menos calor; o de una emoción de miedo, a una que no lo contenga. Es muy probable que ni siquiera los animales más imaginativos ideen un optimum probable o posible en el futuro, y que lo concreticen. Lo optativo en el animal es inmediato y directo, sucedáneo. En cuanto lo es también en el hombre —la satisfacción de las necesidades inmediatas— nada lo diferencia, fisiológicamente, del animal. Como individualidades, toda la fauna es típicamente común. Y es esto lo que nos hace creer —salvo error u omisión— que, si bien pueden alcanzar un alto grado de desarrollo de su individualidad, los animales no llegan a tener personalidad precisamente por esta diferencia en lo inmediatamente optativo, sin llegar a las proyecciones imaginativas de lo mediatamente futuro. Algunos experimentos realizados al visar el condicionamiento de la estimulación (lo que erróneamente se llama «reflejo condicionado») parecen contradecir esta hipótesis: algunos cuadrúpedos que vivían en los campos libres de experimentación «previendo» la recompensa que les esperaba al cabo del experimento del laberinto, se juntaban por las mañanas a la entrada de éste, para esperar que el experimento diese comienzo. ¿Imaginaban, pues, el optimum? Parece que no: solamente esperaban un preferendum habitual, aprendido a base de una necesidad inmediata, el hambre. El ideal humano es una proyección importantísima de la idea suprema de cómo tendría que juntarse, en una constelación I, C, E, Hf, la integración de los factores, para que se lograra el optimum deseado. Es el cálculo de probabilidad primordialmente biológico. Este supone la presión del factor C favorable hasta el máximo con los demás factores reunidos también en la misma dirección. Primero, tal probabilidad de constelación máxima I, C, E, Hf, tiene que ser una posibilidad realmente asequible. De otra manera el ideal se convierte en quimera, utopía, sueño. Sabemos que muchos ideales de unos son tachados de utopías por otros; que muchos ideales tienen un rasgo que bordea lo quimérico, que es en primer lugar lo valorado como imposible frente a las circunstancias futuras, o improbable en cuanto a tal constelación máxima y favorecedora de los demás factores. Sin embargo, el margen entre un ideal «real» y una quimera «irreal», es a veces tan amplio, que precisamente lanzándonos hacia una quimera, conseguimos de paso un ideal, que sin aquel deseo extremo no se hubiera logrado. Los humanos, tejiendo nuestros ideales, de niños y de adultos —en esta dirección no se sabe cuándo dejamos de ser niños— nos servimos para la comparación de unos patterns, es decir, de unos modelos realizados por otros congéneres, a fin de concretizar con más seguridad la meta a la que, en nuestra maduración de personas, quisiéramos llegar. El español —puesto que de momento escribo en castellano voy a servirme de algunos ejemplos que me ofrece la riquísima historia española—, que apenas puede imaginarse sin tocar la postura del «caballero», dispone en su historia de muchos ejemplos de «caballero», como, verbigracia, el Cid Campeador. Gracias a estas muestras máximas la historia sobrevive en nosotros. Merced a ellas, las generaciones se juntan y se enlazan por encima de las distancias del tiempo y de las diferencias de época. En nuestro género existe una lista de ideales comunes con sus protagonistas también ideales —o que creemos máximos— y que valoramos como dignos de seguir en nuestra vida privadísima y subjetiva. De esta forma se abre un capítulo muy interesante de orectología sociológica, encabezado por las palabras «mimetismo» e «imitación», y al que no podemos lanzarnos en esta glosa sin sobrepasar nuestro margen. La imitación de un cierto ideal realizado no es indispensable para que éste nazca en la cumbre de nuestra jerarquía de ideas. La muestra-ideal puede tanto guiarnos como aplastarnos por su magnitud. El ser «como Cristo», «como Buda», «como Platón» o «como El Cid», «como Hernán Cortés», «como Don Juan», «como Torquemada», etc., puede parecemos exagerado por la medición de nuestras propias fuerzas y capacidades. Podemos pararnos en algún punto de estos caminos, sin visar la cima alcanzada por el protagonista. A veces nos parece que tendríamos que tener cinco vidas y no una para alcanzar lo que podría parecemos una idea máxima de nuestra autorrealización suprema. Como aquella Sabina de Marcel Aymé que se multiplicó 67.000 veces para vivir completamente lo que la Naturaleza le dio de una manera potencial. Varios conceptos sobre la inmortalidad y sobre la transmigración arraigan en este deseo muy humano de vivir más que una vida, lograr varios ideales que parecen habitar juntos en un solo organismo cuyas fuerzas no logran tal ascenso múltiple y que lo substituyen, faute de mieux, por la idea de una vida de ultratumba o por alguna que otra pasión concentrada. No hay pasión sin tal concentración de ideas-optimum. El ideal optativo no tiene que emprender siempre el gran vuelo de los extremos. Puede ser pequeño, más «real», sencillo y formarse incluso sin comparaciones con las grandes muestras del escalón histórico, es decir, quedarse en los parangones de nuestro pequeño contorno. A lo mejor no pensamos en alcanzar el nivel del boxeador Charpentier y nos basta con superar al campeón de nuestro propio club. No queremos ser tan grandes como Shakespeare, aunque nos parezca que podríamos escribir mejor que Benavente. No podemos conseguir la gracia de Audrey Hepburn en su «Natasha» (Guerra y Paz), ni lo elemental de la Magnani en «Viento salvaje», pero quisiéramos acercarnos a tales ideales, artísticos o humanos, o sea, a nuestra propia medida. Lo que nos gusta en tales logros de los demás es precisamente nuestra propia persona encaminada a su propia medida hacia un ideal de autocreación, posible, probable, o simplemente deseado. Todo el mundo tiene ciertos ideales; unos supremos y muy personales, otros cundiendo en el bienestar genérico, unos de protagonistas, otros de comparsas, según los mueva el desarrollo del individuo o la maduración creadora de la persona desde lo dado, a través de lo optativo hacia lo asequible y logrado. En la autognosia es preciso, pues, preguntarnos también: ¿cuáles son mis ideales?
B-oid 12. Autoexamen sobre mis ideales.¿En qué dirección se lanzan mis ideales? Quiero lograr ser:
En este esbozo de ideales —que se presta a tantas especificaciones— se encuentran, implícitas, las principales categorías de la psicología de la orientación vital. Las del:
Los genes de estos «hombres» existen juntos en nuestro interior. De nadie se puede decir que pertenezca sólo a una categoría de tal tipificación. Pero de una o de otra manera tenemos que denominar el aspecto preferencial, que, confesado, autoconfesado, o no, caracteriza su existencia y la maduración de la persona en él. También nos podemos conocer mejor averiguando cuáles son nuestros ideales, preguntándonos siempre «¿es verdad esto?». Esta misma pregunta nos servirá también cuando nos neguemos a seguir cierto ideal, cuando lo rechacemos como quimérico, utópico, irreal.
ENDOGRAMA DE LA ESTRUCTURALa enorme gama de dispositivos de la estructura Hf, de la que nos hablan la anatomía estática y la fisiología dinámica, es en gran parte refractaria a la autoobservación. Cuanto más descendemos al nivel atómico y molecular del organismo, tanto más se extienden las dificultades para penetrar directamente en él. Esté importante factor Hf es un testigo implacable tanto de la impotencia de nuestra ciencia como de la autognosia, puesto que carecemos de órganos para vigilar de cerca los secretos del metabolismo. Entre los factores endógenos, los instintos son mucho más comunicativos en el mando y mucho más palpables en la ejecución. Los mensajes del ego se captan fácilmente a través del incesante juego de los equilibrios-desequilibrios de las necesidades. En cambio, la estructura es en su mayor parte algo indescifrable para la autoobservación, e incluso bastante misteriosa para la heteroobservación, reservada y celosa de los secretos de su pasado evolutivo. Sólo a través de la orexis en su conjunto nos percatamos indirectamente, y por la que llega a concienciarse valiéndonos de la suborexis, si el factor Hf marcha bien o mal en las honduras de los sentidos, en la respiración y circulación sanguínea o humoral, en la eliminación de las materias, en la distribución cerebral, en la química de los músculos, de los núcleos y de los plasmas. Sin embargo la autoobservación atenta puede también procurarnos aquí una preciosa información. Los orientales, concretamente los budistas, elevaron a alta sabiduría —también en esta dirección— el arte de la autoobservación, consiguiendo unos resultados de dominio organísmico que a nuestros ojos parecen casi magia. Sólo merced a la autoobservación minuciosa, lograron incluso inventar métodos, gracias a los cuales se pueden invertir los ritmos usuales de las vísceras o sobrevivir sin respirar durante espacios de tiempo que desmienten todas nuestras reglas de oxigenación. Si el hombre blanco cambia el rumbo de su cultura hacia la interiorización progresiva tendrá la posibilidad de encaminarse hacia autoexperimentos de esta índole: con el factor estructural podrá hacer mucho más de lo que le permite su actual higiene superficial. \ Como ya hemos dicho, este libro se refiere tan sólo a algunos primeros pasos hacia la interiorización. Sería prematuro, pues, que nos ocupáramos de disciplinas especiales que tratan de la introspección. Por tanto, dejaremos a un lado el examen de la estructura, sin perjuicio de lo que ella representa para la conciencia como copresencia cenestésica. Aun así, tenemos que dejar fuera de nuestras consideraciones todo lo que es signo de dolor, de fatiga o de estorbo en las funciones de la estructura, limitándonos tan sólo a las eternas variaciones del patior, en las que, como copresentes, se escuchan los mensajes de la estructura dentro ya de los procesos emocionales.
NOTAS: [1] Véase la POV y PUNTOS DE PARTIDA PARA UNA TEORÍA ORÉCTICA DEL CONOCIMIENTO [2] Las definiciones inmanentes en las preguntas anteriores son psicológicas; alguna que otra no cubre los conceptos tradicionales de la filosofía.
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